domingo, 11 de octubre de 2009

LOS ARTICULOS DE FE DE LA IMECH

Iglesia Metodista de Chile
LOS 24 ARTÍCULOS DE FE HISTÓRICOS
DE LA IGLESIA METODISTA
I. De la Fe en la Santísima Trinidad
Hay un solo Dios vivo y verdadero, eterno, sin cuerpo ni partes, de infinito poder, sabiduría y bondad; creador y conservador de todas las cosas, así visibles como invisibles. Y en la unidad de esta Deidad hay tres personas, de una misma substancia poder y eternidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
II. Del Verbo, o Hijo de Dios, que fue hecho verdadero Hombre
El Hijo, que es el Verbo del Padre, verdadero y eterno Dios, de una misma substancia con el Padre, tomó la naturaleza humana en el seno de la Bienaventurada Virgen; de manera que dos naturalezas enteras y perfectas, a saber, la Deidad y la Humanidad, se unieron en una sola persona, para jamás ser separadas, de lo que resultó un solo Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que realmente padeció, fue crucificado, muerto y sepultado, para reconciliar a su Padre con nosotros, y para ser un sacrificio, no solamente por la culpa original, sino también por los pecados actuales de los hombres.
III. De la Resurrección de Cristo
Cristo verdaderamente resucitó de entre los muertos, volvió a tomar su cuerpo, con todo lo perteneciente a la integridad de la naturaleza humana, con lo cual subió al cielo, y allí está sentado hasta que vuelva para juzgar a todos los hombres en el postrer día.
IV. Del Espíritu Santo
E1 Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es de una misma substancia, majestad y gloria con el Padre y con el Hijo, verdadero y eterno Dios.
V. De la Suficiencia de las Sagradas Escrituras para la Salvación
Las Sagradas Escrituras contienen todas las cosas necesarias para la salvación; de modo que no debe exigirse que hombre alguno reciba como articulo de fe, considere como requisito necesario para la salvación, nada que en ellas no se lea ni pueda por ellas probarse. Bajo el nombre de Sagradas Escrituras comprendemos aquellos libros canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento, de cuya autoridad nunca hubo duda alguna en la Iglesia. Los nombres de los libros canónicos son:
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Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, el Primer Libro de Samuel, el Segundo Libro de Samuel , el Primer Libro de los Reyes, el Segundo Libro de los Reyes, el Primer Libro de las Crónicas, el Segundo Libro de las Crónicas, el Libro de Esdras, el Libro de Nehemías, el Libro de Ester, el Libro de Job, los Salmos, los Proverbios, El Eclesiastés o El Predicador, el Cantar de los Cantares de Sa1omón, los Cuatro Profetas Mayores y los Doce Profetas Menores.
Todos los libros del Nuevo Testamento que son generalmente aceptados, los recibimos y los tenemos como canónicos.
VI. Del Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento no es contrario al Nuevo Testamento, puesto que en ambos, Antiguo y Nuevo, se ofrece la vida eterna al género humano por Cristo, único Mediador entre Dios y el hombre, siendo que E1 es Dios y Hombre. Por lo cual no deben ser escuchados los que pretenden que los antiguos patriarcas tenían su esperanza puesta tan solo en promesas transitorias. Aunque la ley que Dios dio por medio de Moisés, en cuanto se refiere a ceremonias y ritos, no obliga a los cristianos ni deben sus preceptos civiles recibirse necesariamente en ningún estado; sin embargo, no hay cristiano alguno que quede exento de la obediencia a los mandatos que se llaman morales.
VII. Del Pecado Original o de Nacimiento
El pecado original no consiste (como falsamente aseveran los pelagianos) en la imitación de Adán, sino que es la corrupción de la naturaleza de todo hombre engendrado en el orden natural de la estirpe de Adán, por lo cual el hombre esta muy apartado de la justicia original, y por su misma naturaleza se inclina al mal, y esto continuamente.
VIII. Del Libre Albedrío
La condición del hombre después de la caída de Adán es tal que no puede volverse ni prepararse a si mismo por su fuerza natural y propias obras, para ejercer la fe e invocar a Dios; por tanto, no tenemos poder para hacer obras buenas, agradables y aceptas a Dios, sin que la gracia de Dios por Cristo nos capacite para que tengamos buena voluntad, y coopere con nosotros cuando tuviéremos tal buena voluntad.
IX. De la Justificación del Hombre
Se nos tiene por justos delante de Dios solo por los méritos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, por la fe, y no por nuestras propias obras o merecimientos, Por Iglesia Metodista de Chile
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tanto, la doctrina de que somos justificados solamente por la fe es bien saludable y muy llena de consuelo.
X. De las Buenas Obras
Aunque las buenas obras, que son fruto de la fe y consiguientes a la justificación, no pueden librarnos de nuestros pecados, ni soportar 1a severidad de los juicios de Dios, son, sin embargo, agradables y aceptas a Dios en Cristo y nacen de una fe verdadera y viva de manera que por ellas puede conocerse la fe viva tan evidentemente como se conocería el árbol por su fruto.
XI. De las Obras de Supererogación
Las obras voluntarias - ejecutadas aparte o en exceso de los mandamientos de Dios llamadas obras de supererogación, no pueden enseñarse con arrogancia e impiedad, pues por ellas declaran los hombres que no solo rinden a Dios todo lo que es de su obligación, sino que por amor a él hacen aun más de lo que en rigor les exige el deber, siendo así que Cristo dice explícitamente: "Cuando hubiereis hecho todo lo que os es mandado, decid: “Siervos inútiles somos".
XII. Del Pecado después dé la Justificación
No todo pecado voluntariamente cometido después de la justificación es pecado contra el Espíritu Santo, e imperdonable. Por lo cual, a los que han caído en el pecado después de su justificación no se les debe negar el privilegio del arrepentimiento. Después de haber recibido al Espíritu Santo, podemos apartarnos de la gracia concedida y caer en el pecado y, por la gracia de Dios, levantarnos de nuevo y enmendar nuestra vida Por lo tanto, son de condenar los que dicen que ya no pueden pecar más mientras vivan, o que niegan a los verdaderamente arrepentidos la posibilidad del perdón.
XIII. De la Iglesia
La Iglesia visible de Cristo es una congregación de fieles en la cual se Predica la palabra pura de Dios, y se administran debidamente 1os sacramentos, conforme a la institución de Cristo, en todo aquello que forma parte necesaria y esencial de los mimos.
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XIV. Del Purgatorio
La doctrina romanista tocante al purgatorio, a la absolución a veneraci6n y adoración, tanto de imágenes como de reliquias, y también a la invocación de los santos, es una patraña, una pura invención sin fundamento en la Escritura, sino antes bien repugnante a la Palabra de Dios.
XV. Del uso en la Congregación de una lengua que el pueblo entienda
Ofrecer oración pública en la Iglesia o administrar los sacramentos en una lengua que el pueblo no entiende, es cosa evidentemente repugnante tanto a la Palabra de Dios como al uso de la Iglesia primitiva.
XVI. De los Sacramentos
Los sacramentos instituidos por Cristo son no sólo señales o signos de la profesión de fe de los cristianos, sino más bien testimonios seguros de la gracia y buena voluntad de Dios para con nosotros, por los cuales obra E1 en nosotros invisiblemente, y no solo aviva nuestra fe en El, sino que también la fortalece y confirma.
Los sacramentos instituidos por Cristo, nuestro Señor, en el Evangelio, son dos, a saber: el Bautismo y la Cena del Señor.
Los cinco comúnmente llamados sacramentos, a saber: la confirmación, la penitencia, el orden, el matrimonio y la extremaunción no deben tenerse por sacramentos del Evangelio, puesto que han emanado, algunos de ellos, de una viciosa imitación de los Apóstoles, mientras que otros son estados de vida aprobados en las Escrituras sin que sean de la misma naturaleza que el Bautismo y la Cena del Señor, puesto que carecen de todo signo visible o ceremonia ordenada por Dios
Los sacramentos no fueron instituidos por Cristo para servir de espectáculo ni para ser llevados en procesión, sino para que usásemos de ellos debidamente. Y sólo en aquellos que los reciben dignamente producen efecto saludable, mientras que los que indignamente los reciben, adquieren para si - como dice San Pablo - condenación (Corintios 11:29).
XVII. Del Bautismo
El Bautismo no es solamente signo de profesión y nota distintiva, por la cual se distinguen los cristianos de los no bautizados, sino también signo de la regeneración o renacimiento. E1 bautismo de los párvulos debe conservarse en la Iglesia.
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XVIII. De la Cena del Señor
La Cena del Señor no es solamente signo del amor que deben tenerse entre si los cristianos, sino más bien sacramento de nuestra redención por la muerte de Cristo; de modo que, para los que digna y debidamente y con fe reciben estos elementos el pan que partimos es una participación del cuerpo de Cristo, y asimismo la copa de bendición es una participación de la sangre de Cristo.
La transubstanciación, o la transmutación de la sustancia del pan y del vino en la Cena de Nuestro Señor, no puede probarse por las Sagradas Escrituras, antes bien, es repugnante a las palabras terminantes de las Escrituras, trastorna la naturaleza del sacramento Y ha dado ocasión a muchas supersticiones.
E1 cuerpo de Cristo se da, se toma y se come en la Cena sólo de un modo celestial y espiritual. Y el medio por el cual el cuerpo de Cristo se recibe y se come en la Cena es por la fe.
Cristo no ordenó que el sacramento de la Cena del Señor se reservara, ni que se llevara en procesión, ni se elevara, ni se adorara.
XIX. De las dos Especies
El cáliz del Señor no debe negarse a los laicos; pues que ambas partes de la Cena del Señor, por institución y mandamiento de Cristo, deben suministrarse igualmente a todos los cristianos.
XX. De la única Oblación de Cristo, consumada en la Cruz
La oblación de Cristo, una vez hecha, es la perfecta redención, propiciación y satisfacción por todos los pecados de todo el mundo, originales y actuales; y no hay otra satisfacción por el pecado, sino esta únicamente. Por lo cual, e1 sacrificio de la misa, en e1 que se dice comúnmente que el sacerdote ofrece a Cristo por los vivos y por los muertos, para que estos tengan remisión de pena o de Culpa, es fábula blasfema y fraude pernicioso.
XXI. Del Matrimonio de los Ministros
La Ley de Dios no manda a los ministros de Cristo hacer voto de celibato, ni abstenerse del matrimonio; lícito es, pues, para ellos, lo mismo que para los demás cristianos, contraer matrimonio a su discreción, como juzguen más conducente a la santidad.
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XXII. De las Ritos y Ceremonias de las Iglesias
No es necesario que los ritos y ceremonias sean en todo lugar los mismos, ni de forma idéntica, puesto que siempre han sido diversos, y pueden mudarse según la diversidad de los países, tiempos y costumbres de los hombres, con ta1 que nada se establezca contrario a la Palabra de Dios. Cualquiera que apoyándose en su juicio privado, voluntariamente y de intento quebrantare públicamente los ritos y ceremonias de la Iglesia a que pertenece, y que no son repugnantes a la Palabra de Dios sino ordenados y aprobados por autoridad Común, debe (para que otros teman hacer lo mismo) ser reprendido públicamente como perturbador del orden de los hermanos débiles común de la Iglesia, y como quien hiere las conciencias
Cualquier Iglesia tiene facultad para establecer, mudar o abrogar ritos y Ceremonias, con ta1 que se haga todo para edificación.
XXIII. De los Bienes de los Cristianos
Las riquezas y los bienes de los cristianos no son comunes en cuanto al derecho, titulo y posesión de los mismos, como falsamente aseveran algunos. Sin embargo, todo hombre, de lo que posee y según sus facultades, debe dar con liberalidad limosnas a los pobres.
XXIV. Del Juramento del Cristiano
Así como confesamos que Nuestro Señor Jesucristo y Santiago su apóstol, prohíben a los cristianos el juramento vano y temerario, también juzgamos que la religión cristiana no prohíbe que se preste juramento a requerimiento del magistrado y en causa de fe y caridad, con tal que se haga según la doctrina del profeta, en justicia, juicio y verdad.
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SERMONES DE JUAN WESLEY N° 1

OBRAS DE WESLEY
Edición auspiciada por
Wesley Heritage Foundation, Inc.
P.O. Box 76
Henrico, NC 27842
USA
TOMO I
SERMONES, I
Editor General
JUSTO L. GONZÁLEZ
CONTENIDO
Libros PDF
Introducción 5 4
Prefacio 19 19
Sermones
1. Sermón 1
La salvacion por la fe 25 24
2. Sermón 2
El casi cristiano 43 41
3. Sermón 3
Despiértate, tú que duermes 55 54
4. Sermón 4
El cristianismo bíblico 75 75
5. Sermón 5
La justificación por la fe 101 102
6. Sermón 6
La justicia que es por fe 119 121
7. Sermón 7
El camino del reino 135 138
8. Sermón 8
Las primicias del Espíritu 151 155
9. Sermón 9
El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción 169 173
10. Sermón 10
El testimonio del Espíritu, I 189 195
11. Sermón 11
El testimonio de Espíritu, II 209 216
12. Sermón 12
El testimonio de nuestro propio espíritu 227 235
13. Sermón 13
Del pecado en los creyentes 245 252
14. Sermón 14
El arrepentimiento del creyente 265 272
15. Sermón 15
El gran tribunal 289 297
16. Sermón 16
Los medicos de gracia 313 322
17. Sermón 17
La circuncisióon del corazón 341 350
18. Sermón 18
Las señales del nuevo nacimiento 359 369
19. Sermón 19
El gran privilegio de los que son nacidos de Dios 377 388
20. Sermón 20
Señor, justicia nuestra 393 405
5
Introducción
I. Predicación y doctrina
El 28 de julio de 1757, tras un largo día de trabajo,
Juan Wesley escribió en su diario: «Prediqué a mediodía en
Woodseats, y por la noche en Sheffield. ¡Para mí la vida es
predicar!» Si hoy se conoce a Wesley como fundador del
metodismo y de toda la tradición wesleyana, en su tiempo
se le conoció sobre todo como predicador. Y como
predicador el propio Wesley se concibió siempre a sí
mismo.
Empero su predicación no fue siempre igualmente
exitosa. Según él mismo dijo, «entre el año 1725 y el 1729,
prediqué mucho, pero vi pocos resultados». Fue a partir de
1734, «al hablar más de la fe en Cristo, que vi más frutos de
mi predicación» Por último, a partir de 1738, «hablando
constantemente de Jesucristo, ... la Palabra de Dios se
extendió como fuego en paja seca.»1
Como es bien sabido, el año 1738 marca la fecha de
la experiencia de la capilla en la calle Aldersgate, cuando
Wesley dice haber sentido en su corazón «un ardor
extraño». Indudablemente, buena parte de los nuevos
resultados de su predicación se debió a la paz y seguridad
que esa experiencia le proporcionó. Pero también es
importante recordar que el año siguiente, 1739, marca el
comienzo de la predicación de Wesley al aire libre. A ello le
había invitado Jorge Whitefield, un antiguo compañero del
1 The Principles of a Methodist Further Explained, VI.1.
6 Introducción
«Club santo» de Oxford, quien llevaba algún tiempo
predicando a campo abierto a los mineros y los pobres de
Bristol y sus alrededores. El propio Wesley no había
mostrado gran entusiasmo hacia tal predicación, pues, según
él mismo decía, hasta poco antes se había preocupado tanto
«por la decencia y el orden, que casi pareciera que salvar
almas era pecado, a menos que se hiciera en la iglesia».2
Cuando por fin Wesley se decidió a seguir el ejemplo de
Whitefield, los resultados le asombraron. Las multitudes
que acudían a escuchar el mensaje eran enormes. Muchos se
convertían, confesaban sus pecados, y formaban grupos de
oración y de ayuda mutua. Un par de semanas más tarde,
hubo experiencias más extraordinarias, como la de una joven
que comenzó a gritar «como si estuviera en agonía mortal»,
hasta que en respuesta a la oración de Wesley y de la
congregación Dios «le dio un canto nuevo de gratitud». Lo
mismo sucedió en la misma ocasión con otras dos mujeres y
un hombre.3 Esto convenció a Wesley de que le había sido
concedido un «ministerio extraordinario», paralelo al
«ministerio ordinario» de los sacerdotes que continuaban
oficiando y predicando en las parroquias anglicanas.
Al tratar sobre todo esto, debemos cuidar de no
malinterpretar el espíritu de Wesley y su teología. Wesley
no pensaba que su ministerio fuese en modo alguno superior
al de sus colegas que permanecían en las parroquias. Al
contrario, el mismo hecho de ser «extraordinario» quería
decir que su ministerio tenía el propósito de apoyar el de la
iglesia como institución. Esto era tanto más así por cuanto
Wesley siempre creyó que el centro del culto cristiano es la
2 Journal, 29 de marzo de 1739.
3 Journal, 17 de abril de 1739.
Introducción 7
comunión, medio de gracia de que los cristianos deben hacer
uso con tanta frecuencia como les sea posible. Puesto que la
comunión se celebraba normalmente en las iglesias, por lo
menos todos los domingos y a veces con mayor frecuencia,
Wesley estaba convencido de que quienes acudían a sus
prédicas a campo abierto debían participar de la vida
sacramental de sus parroquias. Tal era el ministerio
ordinario, normal. El suyo era un ministerio extraordinario,
como una ayuda de emergencia especialmente dirigida a los
pobres y marginados que no participaban de la vida
ordinaria de la iglesia.
Por otra parte, Wesley se percataba de que buena
parte del éxito de su predicación a campo abierto se debía a
que estaba alcanzando sectores de la población a quienes la
iglesia como institución prácticamente había abandonado.
Sus mayores éxitos en los primeros años del movimiento
metodista tuvieron lugar entre los pobres. Y hacia el fin de
sus días el propio Wesley hablaba con añoranza de los
tiempos en que los metodistas eran generalmente «pobres y
mejores».
En todo caso, el movimiento creció rápidamente.
Aunque al principio el propio Wesley tenía dudas acerca de
tal proceder, a la postre buena parte de la labor de predicar
en los campos y las «sociedades» metodistas quedó en
manos de laicos. Esto planteaba la cuestión de cómo
asegurarse de que tales predicadores enseñaran la «recta
doctrina», sin desviarse de ella.
En tiempos de la reina Isabel, más de cien años
antes, la Iglesia de Inglaterra se había enfrentado a una
situación semejante, pues muchos de sus sacerdotes, con
todo y ser ordenados, carecían de los conocimientos
teológicos más básicos. Muchos otros, aunque habían
8 Introducción
estudiado teología, no conocían a fondo las doctrinas de la
Iglesia de Inglaterra, sobre todo en aquello en que diferían de
la de Roma. Por ello se decidió publicar una colección de
Homilías, es decir, de sermones, que tales pastores pudieran
leer en sus iglesias, en lugar de predicar ellos mismos.
Wesley hizo uso de este ejemplo, aunque lo
modificó. En respuesta a la necesidad de ayudar a los
predicadores y maestros metodistas, publicó sus sermones,
aunque no con el propósito de que fueran leídos en lugar de
la predicación a viva voz, sino más bien para que sirvieran
de ejemplo y guía a los predicadores menos duchos en
cuestiones de teología. Así, en 1746 Wesley publicó su
primer volumen de sermones, al que siguieron otros en
1748, 1750 y 1760. En 1763, en vista de la necesidad de
aclarar quién tenía y quien no tenía el derecho de predicar,
Wesley preparó un documento modelo para sus lugares de
predicación. En ese documento se estipulaba que tendrían
derecho a predicar en las premisas quienes fuesen
nombrados por la Conferencia y «no prediquen doctrinas
distintas de las que se contienen en los Notas sobre el
Nuevo Testamento de Wesley, y en sus cuatro volúmenes de
sermones».
Fue así que surgió la frase «Standard sermons» o
«Sermones normativos», es decir, sermones que han de
servir como norma doctrinal. Empero no existe unanimidad
acerca de cuántos de los sermones de Wesley pertenecen a
tal categoría, pues el propio Wesley, al reeditar sus
primeros cuatro volúmenes de sermones, añadió otros en
diversas reediciones, de modo que algunos llaman
«normativos» solamente a los cuarenta y tres sermones que
formaban parte de la colección original, y otros incluyen
hasta cincuenta y tres. La colección más difundida en
Introducción 9
América Latina, traducción de Primitivo Rodríguez--sobre la
cual volveremos más adelante--incluye cincuenta y dos:
todos los que forman parte de la colección más amplia,
excepto el número 53: «A la muerte de Whitefield». En la
presente colección incluimos los cincuenta y tres, más otros
que ilustran varios elementos de la predicación y la
enseñanza de Wesley.4
El hecho de que, al enfrentarse a la necesidad de
establecer reglas doctrinales, Wesley acudiera a sus
sermones, nos dice bastante acerca de su teología y su
actitud hacia las doctrinas. Wesley estaba convencido de
que la ortodoxia era de suma importancia. Le parecía
necesario cuidar de que en las reuniones y cultos metodistas
no se enseñase otra cosa que la sana doctrina. Pero al mismo
tiempo temía que una confesión de fe, o una exposición
sistemática de sus enseñanzas, llegaran a tornarse en una
camisa de fuerza que le quitara al metodismo su
espontaneidad y su énfasis en la experiencia cristiana. Por
ello, en lugar de insistir en una fórmula doctrinal, o de tratar
de resumir la doctrina cristiana en un tratado de teología, les
ofreció a sus seguidores una colección de sermones. En ellos
se puede leer todo lo esencial de la doctrina de Wesley; pero
no se le puede sistematizar de tal modo que se ahogue la
espontaneidad.
Además, para Wesley la función más importante de
la teología está en la predicación, y en dirigir a los creyentes
en su vida de obediencia a Dios. Por ello ofrece sus
sermones, no porque no pudiera hacer teología sistemática,
4 El lector notará también que entre los sermones que Juan Wesley publicó
para servir de guía al metodismo se encuentra uno de su hermano Carlos (el
número 3). Esto indica que lo que le interesaba no era mostrar su propia
elocuencia o sabiduría, sino asegurarse de que sus lectores recibieran la sana
doctrina.
10 Introducción
sino porque estaba convencido de que es en la predicación
que la teología toma cuerpo y viene a afectar y a servir la
vida de la iglesia.
II. Predicación y Biblia
Quienquiera lea los sermones que siguen,
rápidamente se percatará de que para Wesley la predicación
es ante todo exposición y aclaración del texto bíblico. El
propio Wesley se daba con orgullo el título de homo unius
libri --hombre de un solo libro-- con lo cual quería decir, no
que no leyese otros libros, sino que la Biblia era el que le
daba forma y sustancia a su vida y su predicación.
Por ello le parecía de suma importancia que sus
predicadores aprendieran a interpretar la Biblia
correctamente, y con ese propósito les ofreció varias
directrices.
De ellas, la primera y más importante es que todo
creyente ha de adentrarse en la Biblia, y permitirle a ésta
que se adentre en su vida, de tal modo que la Biblia le dé
forma a su vida, pensamiento, y hasta lenguaje. Wesley
estaba convencido de que para interpretar la Biblia
correctamente no bastaba con acercarse a un texto, por muy
buena intención y muy buenos instrumentos de
interpretación que se tuviese. Había que apropiarse de la
Biblia de tal modo que quien se acercase a interpretarla lo
hiciera ya desde un punto de vista informado por la Biblia
misma.
En el caso del propio Wesley, esto llega al punto de
que frecuentemente se hace difícil distinguir su lenguaje del
de la Biblia. Cualquier persona que lea sus sermones con un
conocimiento del texto sagrado, se percatará inmediatamente
de que las alusiones bíblicas son prácticamente
Introducción 11
innumerables. A veces se trata de varias oraciones, y a veces
de unas pocas palabras, que Wesley va entretejiendo para
expresar sus propios pensamientos. (En la presente edición,
hemos escrito en letra bastardilla las alusiones más
notables, y hemos dado la referencia bíblica al pie de la
página.)
El segundo principio fundamental es que la Biblia ha
de leerse en su totalidad, como una sola unidad. Esto no
quiere decir que no haya diferencias entre sus diversas
partes. Pero su mensaje es siempre el mismo, y por tanto
los textos más difíciles han de interpretarse a la luz de los
más fáciles, y ningún texto ha de interpretarse de tal modo
que contradiga el mensaje de la Biblia misma.
En tercer lugar, repetidamente encontramos a
Wesley recomendándoles a sus predicadores que escojan
textos cuyo sentido sea claro. El propósito de la predicación
no es elucidar pasajes oscuros, ni meterse en profundidades
teológicas, sino comunicar el mensaje de la Biblia, llamando
a los oyentes al arrepentimiento y la obediencia. Por ello, es
mejor predicar sobre pasajes cuyo sentido no esté sujeto a
grandes dudas, y emplearlos para comunicar el mensaje de la
Biblia.
Por las mismas razones, en cuarto lugar, Wesley
repetidamente les advierte a sus predicadores de los peligros
de la interpretación excesivamente alegórica o
espiritualizada. El texto bíblico ha de tomarse, siempre que
sea posible, en su sentido literal, y se recurrirá a la alegoría
solamente en aquellos casos en que el sentido literal
contradiga el mensaje de la Biblia, del amor de Dios.
En quinto lugar, Wesley procura evitar el tono
moralista de mucha predicación cristiana, que parece
limitarse a decirles a los oyentes lo que deberían hacer. Por
12 Introducción
ello insiste en que los mandatos de Dios son también
promesas. Dios no nos manda hacer algo sin al mismo
tiempo prometernos la gracia necesaria para hacerlo. Luego,
al predicar sobre los mandamientos no se debe hablar
solamente de lo que se requiere de nosotros, sino también de
la magnificencia de la gracia de Dios, que siempre nos es
dada en la medida necesaria para cumplir lo que se nos
manda.
En sexto lugar, y por último, hay que aclarar que,
aunque Wesley siempre insistió en la autoridad suprema de
las Escrituras, también se mostró cuidadoso de no estimular
la interpretación excesivamente privada. La iglesia y la
tradición bien pueden equivocarse, y en tal caso la Biblia
está ahí para corregir el error. Pero esto no quiere decir que
cada creyente deba ir por su cuenta a buscar
interpretaciones novedosas o personales. A pesar de todos
sus errores, la iglesia y la tradición cristiana siguen siendo
un buen guía en la interpretación de la Biblia--un guía menos
inclinado al error que el intérprete privado y solitario.5
III. Predicación y estilo
Al leer los sermones que siguen, es importante
recordar que Wesley no leía sus sermones desde el púlpito,
ni recomendaba que se hiciera tal cosa. Desde los días en
que predicaba en Oxford, mucho antes de la experiencia de
Aldersgate, Wesley predicaba sin tener un manuscrito
delante. En esto seguía una larga tradición dentro de la
5 En esta sección hemos seguido las utilísimas indicaciones de Albert C.
Outler, en su «Introducción» a los sermones de Wesley, en la Bicentennial
Edition, Abingdon Press, Nashville, 1984, pp. 24 y 58. Las 100 páginas de
Outler son el mejor estudio que conocemos sobre la predicación de Wesley.
Introducción 13
Iglesia de Inglaterra, de famosos predicadores que insistían
en que la predicación debía ser a viva voz, y no leída.
Esto no quería decir, por otra parte, que la
predicación fuese improvisada. Al contrario, tenemos
noticias de sermones en los que Wesley trabajó durante
varias semanas. En tales casos, sí escribía el sermón; pero
no con el propósito de leerlo desde el púlpito, sino de
organizar sus ideas. Si, después de predicarlo, o en el acto
mismo de la predicación, le venían a la mente otras ideas u
otros modos de organizar parte del material, Wesley no
vacilaba en incorporar tales innovaciones a su manuscrito,
que por tanto podía ir desarrollándose con el correr del
tiempo. Es por esto que de algunos de los sermones de
Wesley hay más de una versión. Aunque las variantes son
casi siempre de escasa importancia, sí les plantean a los
editores la difícil cuestión de cuál de ellas emplear.6
Además del proceso mismo de preparar el sermón,
la otra razón que impulsó a Wesley a escribir sus sermones
fue la necesidad de ofrecerles a sus seguidores material de
lectura sobre el cual reflexionar, y a sus predicadores
ejemplos que emular. Por tal razón, Wesley distinguía entre
el propósito del sermón predicado, que es invitar a los
oyentes a creer y obedecer, y el del sermón escrito, que es
invitar a los lectores a reflexionar y crecer. Aunque no ha de
haber contradicción entre ambos, el sermón predicado hace
su impacto a través del oído, sin que quien lo escucha pueda
volver a un punto anterior para oírlo de nuevo, mientras el
sermón leído apela más al intelecto, pues quien lo lee puede
voltear la página hacia detrás para reflexionar detenidamente
6 La edición crítica de las obras de Wesley conocida como la Bicentennial
Edition, que seguimos aquí, optó por los textos que Wesley publicó en su
forma original, aunque indicando las variantes de mayor importancia.
14 Introducción
sobre algún punto. Empero los dos son el mismo sermón,
con la consecuencia de que un buen sermón predicado debe
ser lo suficientemente ordenado y consecuente para que se
le pueda examinar como texto escrito, y que todo sermón
escrito ha de ser una proclamación del evangelio con tanto
vigor como la que se hace de viva voz.
Lo que esto quiere decir es que los sermones que se
leerán a continuación no son ni manuscritos que Wesley
leyó ni notas taquigráficas tomadas por algún oyente. Son
más bien textos que el mismo Wesley escribió, algunos
como preparación para sus sermones, otros poniendo sobre
el papel lo que de hecho había predicado, y otros
combinando ambos procedimientos.
En cuanto al estilo del lenguaje mismo, Wesley
siempre fue defensor de lo que tanto él como sus
contemporáneos llamaban «estilo llano» --plain style. Había
otros oradores que buscaban la elocuencia, las frases
rebuscadas y sonoras, los ritmos imponentes, y las citas
eruditas. Wesley, por el contrario, se contentaba con
emplear lenguaje sencillo--lenguaje, como hemos indicado
más arriba, frecuentemente tomado de la Biblia misma.
Quien lea los sermones que siguen no encontrará en ellos
elocuencia, en el sentido común de la palabra. Cualquier
elocuencia que en ellos haya, proviene de la firme
convicción de Wesley, que se respira en cada una de sus
líneas, y del orden cuidadoso con que va exponiendo sus
ideas y argumentos.
El «estilo llano», sin embargo, no quería decir que no
fuera necesario buscar las mejores expresiones o palabras.
Tales expresiones sí debían buscarse, y Wesley lo hacía de
continuo. Lo que no hacía era hacer gala de su erudición
citando a cada paso sus fuentes. Veamos algo de esto.
Introducción 15
En primer lugar, esto se manifiesta en el modo en
que Wesley utiliza y cita la Biblia. Aunque, como los
lectores verán, escasamente hay un párrafo de sus sermones
que no contenga varias alusiones bíblicas, Wesley no hace
gala de su erudición bíblica dando a cada paso las referencias
de los textos que emplea. Tal parece haber pensado que
aquellos de sus lectores que conocían la Biblia reconocerían
sus alusiones a diversos textos, y que quienes no la
conocieran no ganarían nada con una retahíla de referencias
bíblicas (como algunos acostumbran hacer hoy).
Lo mismo es cierto del estudio detallado del texto
que indudablemente se encuentra tras buena parte de sus
sermones. Wesley conocía el griego lo suficientemente bien
como para leer el Nuevo Testamento en el lenguaje original,
tanto para el estudio como para la devoción privada. (Su
conocimiento del hebreo era mucho menos extenso.)
Frecuentemente nos percatamos de que el texto del Nuevo
Testamento que cita es su propia traducción. Empero no da
indicaciones de ello excepto cuando quiere recalcar algún
punto que el griego aclara. En tal caso, sin alardes,
sencillamente da el griego y explica lo que quiere decir.
El «estilo llano» también lleva a Wesley a ocultar
buena parte de la erudición que se encuentra tras sus
sermones. Wesley fue siempre ávido lector, sobre todo de
temas teológicos y de patrística, y frecuentemente se
encuentran en sus sermones ecos de los escritos de los
antiguos «padres de la iglesia», así como de los
reformadores y de los teólogos anglicanos de tiempos del
propio Wesley. Pero rara vez nos dice Wesley que tal o cual
idea proviene de algún autor antiguo, o que está citando
alguna obra clásica o moderna. Esto no se debía únicamente
a modestia, ni tampoco a una teoría sobre el «estilo llano»,
16 Introducción
sino que tenía también bases teológicas. Wesley estaba
convencido de que toda verdadera sabiduría y belleza
provienen de Dios, y que por tanto deben incorporarse al
mensaje cristiano. Pero estaba también convencido del amor
de Dios hacia el pueblo común. En consecuencia, creía que
era posible y hasta necesario expresar esa sabiduría y esa
belleza en términos tales que ese pueblo común pudiera
recibirlas y apreciarlas. Luego, iba constantemente
acumulando un depósito de ideas y frases que luego
compartía desde el púlpito o en sus escritos, sin sentirse
obligado a declarar a cada paso de qué obra o autor las había
tomado.
IV. La presente edición
En la presente colección de Obras de Wesley nos
proponemos incluir tres tomos de sermones, en los cuales
publicaremos todos los sermones que el propio Wesley
propuso como norma doctrinal para sus predicadores (los
llamados «Sermones normativos»), así como varios otros
que son de valor para quien desee alcanzar una visión más
completa de la predicación de Wesley. En la selección de
estos últimos sermones, en vista de la imposibilidad de
incluir todos los sermones de Wesley, nos hemos dejado
guiar por el principio de escoger aquellos sermones que más
directamente se relacionen con temas que atañen a la vida de
la iglesia de habla hispana, tanto en América Latina como en
España y los Estados Unidos.
Antes de seguir adelante, empero, debemos rendir
homenaje al Rdo. Primitivo Rodríguez, primer traductor al
castellano de los sermones de Wesley. Rodríguez era
sobrino del padre católico Manuel Aguas, una de las
principales figuras en la fundación de la Iglesia Mexicana de
Introducción 17
Jesús--movimiento de protesta dentro de la Iglesia Católica
Romana que por fin se constituyó en iglesia independiente
y estableció nexos con la Iglesia Episcopal de los Estados
Unidos. Como candidato al sacerdocio de la Iglesia
Mexicana de Jesús, Rodríguez estudió teología en Harvard,
y luego regresó a México, donde trabajaba cuando la Iglesia
Metodista Episcopal del Sur lo contrató para que se
ocupara de sus publicaciones en castellano. Radicado a
partir de entonces en Nashville, Rodríguez se dedicó a la
traducción y publicación de materiales en español. Entre
esos materiales se contaban los cincuenta y dos sermones
normativos (los llamados «Standard Sermons») de Wesley.
Esa versión, que Rodríguez completó en 1892, es la que
hasta ahora han utilizado los lectores de habla castellana.
En la preparación de la presente edición, los
traductores han tenido disponible el trabajo de Primitivo
Rodríguez. Cuando les ha parecido que la traducción de
Rodríguez es exacta y feliz, han conservado parte de ella.
Empero, la presente edición es en su casi totalidad una
nueva traducción de los sermones de Wesley, utilizando el
lenguaje de nuestros días. Para ella, nos hemos basado en el
texto de la Bicentennial Edition,7 que a su vez se basa en un
estudio minucioso de las diversas variantes de cada sermón.
Puesto que buena parte de las notas de esa edición trata de
cuestiones técnicas, que le interesarán principalmente al
erudito o al especialista en la vida intelectual inglesa del
siglo 18, hemos omitido tales notas. Sí hemos incluido todas
aquéllas que puedan tener importancia para comprender el
texto, o para relacionarlo con las circunstancias de la iglesia
de habla hispana. Al mismo tiempo, hemos añadido algunas
7 Abingdon, Nashville, 1984-.
18 Introducción
notas que pensamos pueden ser de valor para los lectores de
lengua castellana.
Como hemos indicado más arriba, las alusiones de
Wesley a la Biblia son frecuentes. Al traducir tales
alusiones, hemos tratado de emplear, en la medida de lo
posible, el texto bíblico que se conoce como «Reina-Valera
Revisada» (abreviado en nuestras notas como «RVR»). De
ese modo, el lector reconocerá buena parte de las alusiones
que Wesley hace. Al mismo tiempo, esto nos ha obligado a
tomar algunas decisiones sobre la marcha, de las cuales el
lector debe estar avisado.
En primer lugar, entretejer alusiones y citas bíblicas
con el resto de un sermón resulta mucho más fácil en inglés
que en castellano, pues en castellano las formas verbales
incluyen en sí mismas elementos tales como tiempo y
persona, lo cual no ocurre en inglés. Luego, una alusión que
en inglés encaja perfectamente con lo que Wesley está
diciendo solamente tiene sentido en castellano si se cambia
el tiempo verbal, o la persona a que el verbo se refiere. En
tales casos, hemos optado por seguir el sentido gramatical, a
costa de tornar lo que en Wesley es una cita literal en una
alusión.
En segundo lugar, hemos tenido que decidir entre las
dos formas de segunda persona plural: «vosotros» y
«ustedes». A fin de darles a los sermones de Wesley el tono
de comunicación directa que él mismo empleaba, hamos
optado por el uso más común en América Latina:
«ustedes», con los verbos en la forma correspondiente.
Pero, a fin de mantener la integridad y el tono de RVR, al
citar de ese texto hemos mantenido el «vosotros» y sus
formas verbales correspondientes.
Introducción 19
En tercer lugar, hemos tenido que tomar decisiones
respecto al nombre de «Jehová». Como es sabido, ese
nombre es producto de circunstancias posteriores al texto
mismo.8 Wesley no lo utiliza, y la Biblia que cita dice
normalmente «the Lord» (el Señor). En la presente versión,
unas veces hemos optado por citar el texto tal como aparece
en RVR, diciendo «Jehová», y otras por traducir «the Lord»
por «el Señor». En aquellos casos en que el centro de la
atención en el sermón mismo no cae sobre el nombre de
Dios, normalmente hemos preferido citar sin más la RVR.
Pero en aquellos casos en que Wesley continúa refiriéndose
al texto, y citando la frase «the Lord», hemos optado por
decir «el Señor».
En todas estas decisiones, así como en la tarea toda
de traducir los sermones y prepararlos para su publicación,
nos ha guiado la convicción de que Wesley, con todo y
haber vivido en la lejana Inglaterra en el siglo 18, tiene
mucho que decirnos a nosotros en los siglos 20 y 21.
Nuestro propio trabajo ha confirmado esa convicción, al
menos para nosotros mismos. Esperamos que la lectura de
los sermones que siguen la confirme también para los
lectores.
Justo L. González
Decatur, Georgia, EE.UU.
Abril de 1994
8 Sobre el origen del nombre «Jehová», véase la «Advertencia preliminar» al
comentario sobre Jeremías, por Jorge A. González, en la serie Comentario
Bíblico Hispanoamericano.
19
Prefacio
1. Los sermones que siguen contienen lo esencial de
lo que he predicado durante los últimos ocho o nueve años.
Durante ese tiempo he hablado frecuentemente en público
sobre cada uno de los temas que se encuentran en esta
colección, y no sé de punto doctrinal alguno sobre el cual yo
hable formalmente en público que no se encuentre expuesto
aquí ante todo lector cristiano--si no a propósito, al menos
incidentalmente. Por lo tanto, toda persona seria que estudie
estos sermones verá muy claramente cuáles son las
doctrinas que sostengo y enseño como esenciales para la
verdadera religión.
2. Pero sé perfectamente que no presento estos
asuntos como algunos pudieran desear, pues nada hay aquí
de estilo esmerado, elegante o retórico. Si hubiera deseado o
intentado escribir así, el tiempo no me lo habría permitido.
Pero en verdad he hecho lo que deseaba, pues escribo, y
también hablo, ad populum: a la gran mayoría de la
humanidad, a aquellos que ni gustan ni entienden del arte de
hablar, pero que, a pesar de esto, son jueces competentes de
las verdades que son necesarias para la felicidad presente y
futura. Menciono esto para que los lectores curiosos se
ahorren el trabajo de buscar aquí lo que no encontrarán.
3. Por ello me abstengo a propósito de toda
especulación elevada y filosófica, de todo razonamiento
intrincado y confuso, y en la medida de lo posible hasta de
toda muestra de erudición, excepto cuando he tenido que
citar las Sagradas Escrituras en las lenguas originales. Me
20 Prefacio
esfuerzo por evitar palabras que no se entiendan fácilmente,
o que no sean de uso cotidiano. Especialmente trato de
evitar esos términos técnicos que aparecen con tanta
frecuencia en los tratados de teología, términos que los
letrados conocen, pero que para el pueblo común resultan
ser una lengua extraña. No garantizo que alguna vez no se
me haya pasado alguno de ellos, puesto que resulta tan
natural pensar que una palabra que nos es bien conocida lo
es también para el resto del mundo.
4. Más todavía, mi propósito es en cierto sentido
olvidar cuanto en mi vida he leído. Trato de expresarme
como si nunca hubiese leído a autor alguno, antiguo o
moderno (excepto los inspirados). Estoy persuadido de que,
por una parte, esto puede ayudarme a expresar más
claramente los sentimientos de mi corazón, siguiendo
sencillamente la concatenación de mis propios
pensamientos, sin enredarme con los de otros; y que, por
otra parte, me acercaré con menos predisposiciones, menos
prejuicios e ideas preconcebidas, a la investigación y
comunicación de las verdades eternas del evangelio.
5. No tengo temor alguno de exponer ante personas
cándidas y razonables los pensamientos más íntimos de mi
corazón. Pienso que no soy sino criatura de un solo día, que
pasa por la vida como una flecha que surca el aire. Soy
espíritu que viene de Dios y regresa a Dios, y que entre
tanto flota sobre el gran abismo, hasta que en breve ya no se
me vea. ¡Una gota que cae en la eternidad inmutable! Sólo
una cosa deseo saber: el camino al cielo; cómo llegar a salvo
a esa costa feliz. Dios mismo se ha dignado mostrar el
camino. Para eso fue que vino desde el cielo. Lo ha escrito
en un libro. ¡Dadme ese libro! ¡A cualquier precio, dadme el
Libro de Dios! Lo tengo. Me basta con el conocimiento que
Prefacio 21
hay en él. Quiero ser homo unius libri.1 Heme aquí, lejos del
bullicio humano. Estoy sentado a solas: a solas con Dios.
En su presencia abro y leo su Libro. Lo abro con el
propósito de encontrar el camino al cielo. ¿Hay duda alguna
acerca del sentido de lo que leo? ¿Hay algo oscuro o
intrincado? Elevo mi corazón al Padre de las luces: «Señor,
¿no dice tu Palabra, "si alguno de vosotros tiene falta de
sabiduría, pídala a Dios?" Tú eres quien da a todos
abundantemente y sin reproche.2 Tú has dicho "el que
quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá".3 Estoy
dispuesto a hacer tu voluntad. Házmela conocer.» Busco
entonces y considero pasajes paralelos en la Escritura,
acomodando lo espiritual a lo espiritual.4 En ello medito
con toda la atención y dedicación de que mi mente es capaz.
Si queda todavía alguna duda, consulto con quienes tienen
experiencia en las cosas de Dios, y luego con los escritos
mediante los cuales siguen hablando aún después de
muertos. Y lo que así aprendo, eso enseño.
6. Luego, he asentado en los sermones que siguen lo
que respecto al camino del cielo encuentro en la Biblia, con
el propósito de distinguirlo de las invenciones humanas. Me
he esforzado por describir la religión verdadera, bíblica y de
la experiencia, sin omitir nada que sea parte real de ella, y
sin añadir lo que no lo sea. Mi más ferviente deseo en estas
páginas es guardar del mero formalismo, de la religión
puramente externa, a quienes comienzan a dirigirse hacia el
cielo (quienes, puesto que conocen poco de las cosas de
Dios, corren mayor peligro de descarriarse). Y, en segundo
1 Hombre de un libro.
2 Stg. 1.5.
3 Jn. 7.17.
4 1 Co. 2.13.
22 Prefacio
lugar, deseo también prevenir a quienes conocen la religión
del corazón, la fe que obra en el amor, no sea que,
invalidando la ley por medio de la fe,5 caigan en la red que
les tiende el diablo.
7. Por consejo y a petición de varios amigos, he
antepuesto a los otros discursos contenidos en este tomo,
tres sermones míos y uno de mi hermano, predicados todos
ante la Universidad de Oxford.6 El fin que me había
propuesto requería incluir algunos temas sobre estos
asuntos. He preferido los arriba mencionados, por ser la
mejor contestación que pueda darse a quienes nos acusan de
haber cambiado recientemente nuestra doctrina, y de no
predicar ahora lo mismo que hace unos años. Cualquier
persona de criterio podrá juzgar por sí misma, comparando
mis últimos sermones con los anteriores.
8. Quizás algunos dirán que he errado el camino a
pesar de pretender enseñárselo a otros. Probablemente
muchos piensen esto, y muy posiblemente tengan razón.
Pero confío en que mi mente se muestre dispuesta a la
corrección doquiera haya errado. Sinceramente deseo saber
más, y le digo tanto a Dios como al prójimo: «lo que no sé,
enséñamelo tú».
9. ¿Estás seguro de que ves más claramente que yo?
No sería nada extraño. En tal caso, trátame como quisieras
ser tratado en circunstancias análogas. Muéstrame un
camino mejor que el que conozco. Muéstramelo con
pruebas claras de las Escrituras. Y si acaso me demoro por
algún tiempo en el camino por donde estoy acostumbrado a
andar, y no me muestro dispuesto a dejarlo, ten conmigo un
5 Ro. 3.31.
6 El sermón de Carlos Wesley es el número 3 en la colección que sigue.
Prefacio 23
poco de paciencia. Tómame de la mano, y guíame según la
medida de mi capacidad. No te enojes si te ruego que no me
abrumes a golpes para que apresure el paso. Apenas puedo
caminar lenta y débilmente; y si me maltratas, no podré dar
un solo paso. Te pido además que no me apliques
calificativos duros para traerme al buen camino. Aun cuando
yo esté muy equivocado, no creo que ese método me
llevaría por buen camino. Más bien me haría huir de ti, y
por tanto me apartaría cada vez más del camino.
10. Si te enojas, posiblemente yo también me enoje,
y entonces no habrá gran esperanza de encontrar la verdad.
Si la ira se eleva, «como el humo» (como dice Homero en
cierto lugar),7 ese humo oscurecerá los ojos de mi alma de
tal modo que no podré ver claramente. Por el amor de Dios,
si fuese posible evitarlo, no nos provoquemos a ira los unos
a los otros. No encendamos mutuamente ese fuego del
infierno, y mucho menos alimentemos su llama. Si al calor
de esa terrible luz pudiésemos descubrir la verdad, ¿no sería
más bien pérdida que ganancia? Porque con mucho debe
preferirse el amor, aun mezclado con opiniones erróneas,
que la verdad sin el amor. Bien podemos morir sin conocer
algunas verdades, y sin embargo ser llevados al seno de
Abraham. Pero si morimos sin amor, ¿de qué nos servirá el
conocimiento? ¡De lo mismo que les sirve al diablo y sus
ángeles!
¡No permita el Dios de amor que hagamos jamás la
prueba! Antes, nos prepare Dios para el conocimiento de
toda verdad, llenando nuestros corazones con todo su amor,
y con el gozo y la paz del creyente.
7 En el original esta frase se encuentra en griego. Ver La Ilíada 18.110.
25
Sermón 1
La salvación por la fe1
Efesios 2:8
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe.
1. Todas las bendiciones que Dios le ha conferido al
ser humano vienen únicamente de su gracia, liberalidad y
favor. Vienen de su favor inmerecido, totalmente
inmerecido, puesto que no tenemos derecho alguno a la más
mínima de sus misericordias. Fue por pura y libre gracia que
Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su
nariz aliento de vida,2 y puso sobre esa alma el sello de la
imagen divina, y lo puso todo debajo de sus pies.3 Es la
misma gracia que guarda en nosotros hasta el día de hoy la
vida, el aliento, y todas las cosas. Porque nada que seamos,
o tengamos, o hagamos, merecerá jamás la más mínima
dádiva divina. Porque también hiciste en nosotros todas
nuestras obras.4 Todas estas cosas no son sino otras tantas
pruebas de la gratuita misericordia de Dios. Y cualquier
justicia o rectitud que el humano tenga, eso también es don
de Dios.
2. ¿Con qué, pues, podrá el pecador expiar el menor
de sus pecados? ¿Con sus propias obras? No. Por muchas y
santas que éstas fuesen, no son suyas sino de Dios. Por sí
1 Predicado en la Iglesia de Santa María, Oxford, ante aquella universidad, el
día 11 de junio de 1738. Las ediciones más antiguas dan la fecha como el 18
de junio. Pero sabemos que en esa fecha Wesley se encontraba en Alemania.
2 Gn. 2.7.
3 Sa. 8.6.
4 Is. 26.12.
26 La salvación por la fe
mismas, son inicuas y pecaminosas, y por tanto cada una de
ellas requiere una nueva expiación. El árbol podrido no
puede dar sino frutos podridos. El corazón humano está
completamente corrompido y es cosa abominable; se halla
destituido de la gloria de Dios,5 de esa gloriosa justicia que
fue inicialmente impresa sobre su alma, según la imagen de
su gran Creador. No teniendo pues qué alegar, ni justicia ni
obras, la boca enmudece ante Dios.
3. Ahora pues, si el pecador halla favor ante Dios,
ello es gracia sobre gracia.6 Si Dios se digna todavía
derramar sobre nosotros nuevas bendiciones (sí, y la mayor
de ellas es la salvación) ¿qué hemos de decir sino «¡gracias
a Dios por su don inefable!»?7 En esto Dios muestra su
amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros.8 Así pues, por gracia sois
salvos por medio de la fe.9 La gracia es la fuente, y la fe es
la condición de la salvación.
Nos incumbe por tanto, a fin de alcanzar la gracia de
Dios, investigar cuidadosamente:
I. Mediante qué fe somos salvos.
II. Qué es la salvación que resulta de esa fe.
III. Cómo responder a ciertas objeciones.
I. Mediante qué fe somos salvos.
1. En primer lugar, no es solamente la fe de un
pagano. Dios requiere que el pagano crea que le hay, que es
5 Ro. 3.23.
6 Jn. 1.16. En algunas ediciones de este sermón, Wesley incluía aquí la cita en
griego.
7 2 Co. 9.15.
8 Ro. 5.8.
9 Ef. 2.8.
Sermón 1 27
galardonador de los que le buscan,10 y que hay que
buscarle glorificando y alabando a Dios por todas las
cosas11 y mediante la práctica cuidadosa de la virtud moral,
de la justicia, de la misericordia y de la verdad hacia todas la
criaturas. Un griego o romano, por lo tanto, o un escita o
indio, no tenían excusa si no creían al menos esto: el ser y
los atributos de Dios, un estado futuro de recompensa y
castigo, y el carácter obligatorio de la virtud moral. Porque
esto no es más que la fe de un pagano.
2. Tampoco es, en segundo lugar, la fe de un
demonio, aunque tal fe vaya más lejos que la del pagano.
Porque el demonio cree, no sólo que hay un Dios sabio y
poderoso, quien practica la gracia en la recompensa y la
justicia en el castigo, sino también que Jesús es el Hijo de
Dios, el Cristo, el Salvador del mundo. Así le vemos
declarando explícitamente: yo te conozco quién eres, el
Santo de Dios.12 Tampoco podemos dudar que ese
desgraciado espíritu cree todas las palabras que salieron de
la boca del Santo de Dios, o que cree lo que fue escrito por
los antiguos santos, sobre dos de los cuales se vio obligado a
dar glorioso testimonio al decir: Estos hombres son siervos
del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de
salvación.13 Todo esto lo cree el gran enemigo de Dios y de
los humanos, y tiembla al creer que Dios fue manifestado en
carne,14 que pondrá a todos sus enemigos debajo de sus
10 He. 11.6.
11 Lc. 2.20.
12 Lc. 4.34.
13 Hch. 16.17.
14 1 Ti. 3.16.
28 La salvación por la fe
pies,15 y que toda la Escritura es inspirada por Dios.16
Hasta allí llega la fe del diablo.
3. En tercer lugar, la fe mediante la cual somos
salvos, en el sentido de la palabra que se explicará más
adelante, no es solamente la que los apóstoles tuvieron
mientras Cristo estuvo en la tierra, aunque creyeron en él de
tal modo que lo dejaron todo y le siguieron, y aunque tenían
el poder de hacer milagros y de sanar toda enfermedad y
toda dolencia.17 Sí, aunque tenían poder y autoridad sobre
todos los demonios18 y, lo que es más que todo esto, fueron
enviados por su Señor a predicar el evangelio de Dios.
Empero al regresar de todas estas grandes obras, su Señor
mismo les llama «generación incrédula».19 Y les dice que no
pudieron echar fuera un demonio a causa de su incredulidad.
Más tarde, creyendo que ya tenían alguna fe, le piden:
«aumenta nuestra fe», y él les dice claramente que de esta
clase de fe no tienen ninguna, ni siquiera la de un grano de
mostaza: «Entonces el Señor dijo: "si tuvierais fe como un
grano de mostaza podrías decir a este sicómoro:
Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería."»20
4. ¿Cuál entonces es esta fe mediante la cual somos
salvos? En general y primeramente, podemos responder que
es la fe en Cristo--fe cuyos objetos únicos son Cristo y
Dios por medio de Cristo. En esto se distingue esta fe
absoluta y suficientemente de la fe de los paganos tanto
antiguos como modernos. Y de la fe de un demonio se
15 1 Co. 15.25.
16 2 Ti. 3.16.
17 Mt. 10.1.
18 Lc. 9.1.
19 Lc. 92; Mc. 6.6.
20 Lc. 17.5-6.
Sermón 1 29
distingue completamente por esto: que no se trata
únicamente de un asentimiento especulativo, racional, frío y
sin vida, de una serie de ideas en la cabeza, sino también de
una disposición del corazón. Porque como dice la Escritura
con el corazón se cree para justicia. Y si confesares con tu
boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que
Dios le levantó de los muertos, serás salvo.21
5. Y en esto se distingue de la fe que los apóstoles
tenían mientras nuestro Señor estuvo sobre la tierra: en que
reconoce la necesidad y los méritos de la muerte del Señor,
y el poder de su resurrección. Reconoce su muerte como el
único medio suficiente para salvar al ser humano de la
muerte eterna, y su resurrección como la restauración de
todos nosotros a la vida y la inmortalidad, puesto que fue
entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para
nuestra justificación.22 La fe cristiana, por lo tanto, no es
sólo el asentimiento a todo el Evangelio de Cristo, sino
también una confianza plena en la sangre de Cristo, una
esperanza firme en los méritos de su vida, muerte y
resurrección, un descansar en él como nuestra expiación y
nuestra vida, como quien ha sido dado por nosotros y vive
en nosotros. Es una confianza segura que el ser humano
tiene en Dios, que mediante los méritos de Cristo sus
propios pecados han sido perdonados, y uno ha sido
reconciliado al favor divino. Es, en consecuencia de ello,
acercarse y asirse a él como nuestra sabiduría, justificación,
santificación y redención23 o, en una sola palabra, como
nuestra salvación.
21 Ro. 10.9-10.
22 Ro. 4.25.
23 1 Co. 1.30.
30 La salvación por la fe
II. En segundo lugar, hemos de considerar qué es la
salvación que resulta de esa fe.
1. En primer lugar, aparte de todo lo demás que
pueda implicar, se trata de una salvación presente. Es algo
que puede alcanzarse, sí, que de hecho se alcanza sobre la
tierra, por parte de quienes participan de esta fe. Porque así
les dice el Apóstol a los creyentes en Efeso, y a través de
ellos a los creyentes de todas las edades, no «seréis salvos»
(aunque esto también es verdad), sino «sois salvos por
medio de la fe».
2. Sois salvos (para decirlo en una sola palabra) del
pecado. Tal es la salvación mediante la fe. Esta es la gran
salvación anunciada por el ángel antes de que Dios trajese a
su unigénito al mundo: llamarás su nombre Jesús, porque él
salvará a su pueblo de sus pecados.24 Y ni allí ni en ningún
otro lugar de las Sagradas Escrituras se señala límite o
restricción alguna. El salvará de sus pecados a todo su
pueblo, o como se dice en otro lugar, a todos los que creen
en él. Los salvará del pecado original y actual, pasado y
presente, de la carne y del espíritu. Mediante la fe que es en
él, ellos son salvos de la culpa y del poder del pecado.
3. Primeramente, son salvos de la culpa de todo
pecado pasado. Por cuanto todo el mundo queda bajo el
juicio de Dios,25 ya que si Dios mirase los pecados, ¿quién,
oh Señor, podrá mantenerse?,26 y puesto que, por medio de
la ley es el conocimiento del pecado, pero no la liberación de
su poder, de tal modo que por las obras de la ley ningún ser
humano será justificado delante de él, ahora la justicia de
Dios por medio de la fe en Jesucristo se ha manifestado a
24 Mt. 1.21.
25 Ro. 3.19.
26 Sal. 130.3. Wesley lo cita siguiendo la versión del Libro de oración común.
Sermón 1 31
todos los que creen. Ahora están justificados gratuitamente
por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,
a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en
su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber
pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados.27
Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por
nosotros maldición.28 Esto lo ha hecho anulando el acta de
los decretos que había contra nosotros, que nos era
contraria, quitándola del medio, y clavándola en la cruz.29
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que creen
en Cristo Jesús.30
4. Y estando salvos de la culpa, están libres del
temor. No del temor filial de ofender, sino de todo temor
servil; de ese miedo que atormenta, del miedo al castigo, a la
ira de Dios, a quien ya no consideran como un amo severo,
sino como un Padre indulgente, porque no han recibido el
espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino el
espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
El espíritu mismo da testimonio a su espíritu, de que son
hijos de Dios.31 También están salvos del temor, aunque no
de la posibilidad, de caer de la gracia de Dios y por tanto de
no alcanzar sus grandes y preciosas promesas. Están
sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las
arras de su herencia.32 Por ello tienen paz para con Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo...se glorían en la
esperanza de la gloria de Dios...y el amor de Dios ha sido
27 Ro. 3.20-25.
28 Gá. 3.13.
29 Col. 2.14.
30 Ro. 8.1. Al citar este texto, Wesley ha colocado el verbo «creer» en lugar de
«estar».
31 Ro. 8.15-16.
32 Ef. 1.13.
32 La salvación por la fe
derramado en sus corazones por el Espíritu Santo que les
fue dado.33 Por ello están seguros (aunque no siempre, ni
con la misma seguridad) de que ni la muerte, ni la vida, ni
ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo
porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa
creada les podrá apartar del amor de Dios, que es en
Cristo Jesús Señor nuestro.34
5. Una vez más, mediante esta fe quedan salvos del
poder del pecado, así como de su culpa. Así lo afirma el
Apóstol: Y sabéis que él apareció para quitar nuestros
pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece
en él, no peca. Y dice además: Hijitos, nadie os engañe ... el
que practica el pecado es del diablo.35 Todo aquel que cree
... es nacido de Dios.36 Y todo aquel que es nacido de Dios,
no practica el pecado, porque la simiente de Dios
permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de
Dios.37 Y sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios,
no practica el pecado, pues aquel que fue engendrado por
Dios le guarda, y el maligno no le toca.38
6. Quien por fe ha nacido de Dios, no peca.39 (1) No
peca por pecado habitual, puesto que todo pecado habitual
es el pecado que reina, y el pecado ya no reina en quien
cree. (2) Tampoco peca voluntariamente, puesto que
mientras permanece en la fe su voluntad se opone a todo
pecado, y lo aborrece como a veneno mortífero. (3) Ni peca
33 Ro. 5.1-5.
34 Ro. 8.38-39.
35 1 Jn. 3.5-8.
36 1 Jn. 5.1.
37 1 Jn. 3.9.
38 1 Jn. 5.18.
39 Es decir, no comete pecado voluntario o intencional. Véase al respecto el
sermón número 13.
Sermón 1 33
por deseo pecaminoso, puesto que continuamente desea la
voluntad santa y perfecta de Dios, y por la gracia de Dios
sofoca todo deseo pecaminoso al momento de nacer. (4) Ni
peca por debilidad, en acción, palabra o pensamiento,
porque su voluntad no concuerda en su debilidad, y sin el
asentimiento de la voluntad no hay pecado propiamente
dicho. Luego, todo aquel que es nacido de Dios, no practica
el pecado.40 Y aunque no pueda decir que no ha pecado,
ahora no practica el pecado.
7. Tal es entonces la salvación mediante la fe, que se
da ya en el mundo presente: una salvación del pecado y de
sus consecuencias. Esto es lo que significa la palabra
«justificación», que en su sentido más amplio incluye la
liberación de la culpa y del castigo mediante la expiación de
Cristo aplicada al alma del pecador que cree en él, e incluye
también la liberación del poder del pecado mediante Cristo
formado en el corazón.41 Quien así ha sido justificado o
salvado mediante la fe, verdaderamente ha nacido de nuevo.
Ha nacido de nuevo del Espíritu,42 a una nueva vida que
está escondida con Cristo en Dios.43 Y como niño recién
nacido recibe el ádolon, la leche espiritual no adulterada, y
por ella crece,44 en el poder de la fuerza del Señor,45 por fe y
para fe,46 gracia sobre gracia,47 hasta que llega a un varón
40 1 Jn. 3.9.
41 Gá. 4.19.
42 Jn 3.3-5.
43 Col. 3.3.
44 1 P. 2.2.
45 Ef. 6.10.
46 Ro. 1.17.
47 Jn. 1.16.
34 La salvación por la fe
perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo.48
III. La primera objeción común a todo esto es,
1. Que predicar la salvación o justificación mediante
la fe sola equivale a predicar contra la santidad y las buenas
obras. A esto se puede responder brevemente: tal sería el
caso si predicáramos, como algunos lo hacen, de una fe que
no tiene nada que ver con la santidad y las buenas obras.
Pero no hablamos de tal fe, sino de una fe que
necesariamente lleva a toda santidad y toda buena obra.
2. Empero posiblemente valga la pena considerar
esto con más detenimiento, especialmente por cuanto no se
trata de una objeción nueva, sino de una objeción tan antigua
como los tiempos de San Pablo, cuando ya se decía:
«¿Luego por la fe invalidamos la ley?»49 Respondemos, en
primer lugar, que quienes no predican la fe son los que de
veras invalidan la ley, ya sea directa y abiertamente, con
explicaciones y comentarios que destruyen el sentido del
texto, o indirectamente, al no señalar el único medio que
permite cumplirla. Y, en segundo lugar, respondemos que
nosotros confirmamos la ley mostrando todo su alcance y
sentido espiritual, y llamando a todos a ese camino de la
vida mediante el cual la justicia de la ley se cumple en
ellos.50 Estas personas, confiando únicamente en la sangre
de Cristo, usan de todas las ordenanzas que él ha dado,
hacen buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano
para que anduviésemos en ellas,51 y gozan y manifiestan
48 Ef. 4.13.
49 Ro. 3.31.
50 Ro. 8.4.
51 Ef. 2.10.
Sermón 1 35
un temperamento santo y celestial, el mismo sentir que
hubo en Cristo Jesús.52
3. Pero, ¿no conduce al orgullo tal predicación de la
fe? Respondemos que accidentalmente tal puede ser el caso.
Por ello hay que advertir a todo creyente (en las palabras
del gran Apóstol): «Por su incredulidad [las primeras
ramas] fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No
te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a
las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues,
la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente
para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si
permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también
serás cortado.»53 Y al permanecer en esa bondad, recordará
las otras palabras de San Pablo, que preven y responden a
esta misma objeción: «¿Dónde, pues, está la jactancia?
Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No,
sino por la ley de la fe.54 Si alguien fuera justificado por sus
obras, tendría de qué gloriarse. Mas no tiene de qué gloriarse
quien no obra, sino cree en aquel que justifica al impío.55
Lo mismo indican las palabras que se encuentran antes y
después de nuestro texto: «Pero Dios, que es rico en
misericordia, ... aun estando nosotros muertos en pecado,
nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),
... para mostrar ... las abundantes riquezas de su gracia en
su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por
gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros.»56 De nosotros no viene ni nuestra fe ni nuestra
52 Fil. 2.5.
53 Ro. 11.20-22.
54 Ro. 3.27.
55 Ro. 4.5.
56 Ef. 2.4-5, 7-8.
36 La salvación por la fe
salvación, sino que es don de Dios, don gratuito e
inmerecido--don es tanto la fe que salva como la salvación
que Dios en su bondad une a esa fe. El que creamos es
ejemplo de su gracia; el que, creyendo, seamos salvos, es
otro. No por obras, para que nadie se gloríe.57 Porque
todas nuestras obras y toda la rectitud que tuvimos antes de
creer, nada merecían de Dios sino condenación--tan lejos
estaban de la fe que salva y que por tanto, cuando es dada,
nunca es por obras. Y tampoco se debe la salvación a las
obras que hacemos cuando creemos. Porque es Dios quien
hace todas las cosas en todos.58 Luego, el que Dios
recompense lo que Dios mismo hace sencillamente muestra
las riquezas de su misericordia, y no nos deja de qué
gloriarnos.
4. Empero, ¿no cabe la posibilidad de que tal modo
de hablar de la misericordia de Dios, que salva y justifica
gratuítamente mediante la fe sola, lleve a alguien a pecar?
Tal cosa puede suceder, y sucederá. Muchos perseverarán
en el pecado, para que la gracia abunde.59 Pero su sangre
caerá sobre sus propias cabezas. La bondad de Dios debería
conducirles al arrepentimiento, y lo hará para quienes son
sinceros de corazón. Estos, al saber que todavía hay lugar
para el arrepentimiento, clamarán a Dios para que borre
también los pecados de ellos mediante la fe en Jesús. Y si
claman ardientemente y no desfallecen, si le buscan por
todos los medios que Dios ha dado, si no aceptan consuelo
alguno hasta que él venga, él vendrá, y no tardará.60 Y él
puede hacer mucho en poco tiempo. Hay muchos ejemplos
57 Ef. 2.9.
58 1 Co. 12.6.
59 Ro. 6.1.
60 He. 10.37.
Sermón 1 37
en los Hechos de los Apóstoles en los que Dios obra esta fe
en los corazones humanos con la rapidez de un relámpago.
En la misma hora en que Pablo y Silas empezaron a
predicar, el carcelero se arrepintió, creyó y fue bautizado. Y
lo mismo sucedió con los tres mil que escucharon a San
Pedro el día de Pentecostés, quienes se arrepintieron y
creyeron la primera vez que le escucharon. Y, bendito sea
Dios, muchos en el día de hoy son prueba viviente de que
Dios sigue siendo grande para salvar61
5. Empero desde otra perspectiva se objeta
exactamente lo contrario: «Si es imposible salvarse por todo
lo que uno haga, esto llevará a la desesperanza.»
Ciertamente, llevará a perder la esperanza de salvarse por
las propias obras, méritos o rectitud. Y así debe ser, porque
es imposible confiar en los méritos de Cristo sin antes
renunciar a los propios. Quien procura establecer su propia
justicia62 no puede recibir la justicia de Dios. La justicia que
es por fe no puede serle dada mientras confía en la que es
por la ley.
6. Pero, dicen algunos, tal doctrina carece de
consolación. Al atreverse a sugerir tal cosa, el diablo habló
como quien es, mentiroso y desvergonzado. Al contrario,
ésta es la doctrina consoladora por excelencia, llena de
consuelo para todos los pecadores que están dispuestos a
destruirse y a condenarse a sí mismos. Hay un consuelo alto
como el cielo y más fuerte que la muerte en saber que el que
creyere en él, no será avergonzado,63 y que el mismo que es
Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan.64
61 Is. 63.1.
62 Ro. 10.3.
63 Ro. 9.33.
64 Ro. 10.12.
38 La salvación por la fe
¿Cómo? ¿Misericordia para todos? ¿Para Zaqueo,
abiertamente ladrón? ¿Para María Magdalena, una ramera
común? Me imagino oír a alguien decir: «¡Entonces yo,
hasta yo, tengo esperanza de recibir misericordia!» Y bien
puedes decirlo, tú afligido, a quien nadie ofrece consuelo.
Dios no rechazará tu oración. Quizá muy presto te dirá:
«Confía, tus pecados te son perdonados.»65 Perdonados a
tal punto que ya no se enseñorearán de ti, y el Espíritu
mismo dará testimonio a tu espíritu, de que eres hijo de
Dios.66 ¡Oh, buenas nuevas! Nuevas de gran gozo, que son
para todo el pueblo.67 A todos los sedientos, venid a las
aguas. ... Venid, comprad sin dinero y sin precio.68
Cualesquiera sean tus pecados, aunque sean rojos como la
grana,69 aunque sean más que los cabellos de tu cabeza,70
vuélvete al Señor, el cual tendrá de ti misericordia, y al Dios
nuestro, el cual será amplio en perdonar.71
7. Cuando ya no hay objeción posible, se nos dice
que la salvación por fe no ha de predicarse como doctrina
principal, o que no ha de enseñarse del todo. Pero, ¿qué dice
el Espíritu Santo? Nadie puede poner otro fundamento que
el que está puesto, el cual es Jesucristo.72 Luego, que todo
aquel que crea en él será salvo73 es y ha de ser el
fundamento y el principio de toda nuestra predicación.
«Bueno, pero entonces, no a todos.» ¿A quién no hemos de
65 Mt. 9.2.
66 Ro. 8.16.
67 Lc. 2.10.
68 Is. 55.1.
69 Is. 1.18.
70 Sal. 40.12.
71 Is. 55.7.
72 1 Co. 3.11.
73 Jn. 3.16; Mc. 16.16.
Sermón 1 39
predicárselo? ¿A quién hemos de exceptuar? ¿A los pobres?
Estos tienen un derecho particular a que se les predique el
evangelio. ¿Los indoctos? No, puesto que desde el principio
Dios les ha revelado estas cosas a los indoctos e ignorantes.
¿A los niños? Dejad a los niños venir a mí, y no se lo
impidáis.74 ¿A los pecadores? Menos todavía. Jesús vino a
llamar, no a los justos, sino a los pecadores, al
arrepentimiento.75 Entonces, si hemos de excluir a alguien,
tendrá que ser a los ricos, los letrados, los de buena
reputación, los de alta moral. Y es cierto que los tales
frecuentemente se excluyen a sí mismos para no oír. Pero
tenemos que hablar las palabras de nuestro Señor. Porque
esto dice nuestra comisión: «Id y predicad el evangelio a
toda criatura.»76 Si alguien se opone a este mensaje, o a
parte de él, para su propia destrucción, el tal será
responsable por lo que hace. Pero vive el Señor, que todo lo
que el Señor me hablare, eso diré.77
8. Especialmente ahora proclamaremos que por
gracia sois salvos por medio de la fe, porque nunca ha sido
esto más razonable. Solamente tal predicación puede
prevenir el crecimiento del error romanista entre nosotros.
Atacar uno a uno los errores de esa iglesia no tendría fin.
Pero la salvación por la fe llega a la raíz del asunto, y donde
esta doctrina se establece todo lo demás se viene abajo. Fue
esta doctrina (que nuestra iglesia correctamente llama «la
roca sólida y fundamento de la religión cristiana») la que
primero echó al papismo de estos reinos; y solamente ella
puede mantenerlo fuera. Sólo ella puede detener la
74 Mc. 10.14.
75 Mc. 2.17.
76 Mc. 16.15.
77 1 R. 22.14.
40 La salvación por la fe
inmoralidad que invade la nación. ¿Puedes vaciar el mar gota
a gota? Si puedes, lograrás reformarnos disuadiéndonos de
vicios particulares. Pero al llegar la justicia que es de Dios
por la fe,78 se detendrán las olas impetuosas. Solamente
esto puede tapar las bocas de aquellos cuya gloria es su
vergüenza,79 y que niegan al Señor que les rescató.80
Pueden hablar de la ley con tanta solemnidad como quien la
tiene escrita por Dios en su corazón. Al oírles hablar sobre
el tema, parecería que no están lejos del reino de Dios. Pero
si se les saca de la ley y se les lleva al evangelio,
comenzando con la justicia que es por fe, con Cristo, quien
es el fin de la ley ... para todo aquel que cree,81 y éstos que
hasta ahora parecieron ser, si no completamente, al menos
casi cristianos, resultan ser hijos de perdición, tan distantes
de la salvación como distan las profundidades del infierno
de las alturas celestiales. ¡Dios tenga misericordia de ellos!
9. Es por esto que el enemigo se enfurece tanto
cuando se le anuncia al mundo la salvación por fe. Por ello
movió cielo y tierra para destruir a quienes primero la
predicaron. Por ello, sabiendo que solamente la fe puede
destruir los cimientos de su reino, congregó todas sus
fuerzas, y empleó todas sus artimañas de la mentira y la
calumnia, para amedrentar a aquel glorioso campeón del
Señor de los Ejércitos, Martín Lutero, con el propósito de
que no la reavivara. Lo cual no debe sorprendernos. Porque
como dijo ese varón de Dios, «¡Cómo se enfurecería el
hombre fuerte y armado, al verse detenido y aniquilado por
un niñito, y éste armado con una débil caña!» Se enfurecería
78 Fil. 3.9.
79 Fil. 3.19.
80 2 P. 2.1.
81 Ro. 10.4.
Sermón 1 41
especialmente por cuanto sabía que ese pequeño niño le
derrocaría y pisotearía. Amén, Señor Jesús.82 Es así que tu
poder se perfecciona en la debilidad.83 Sal entonces, tú
pequeño que crees en él, y su diestra te enseñará cosas
terribles.84 Aunque eres débil como un niño recién nacido, el
hombre fuerte no podrá sostenerse ante ti. Tú le vencerás, y
lo dominarás, y lo derrocarás, y lo pisotearás debajo de tus
pies. Marcharás bajo la dirección del gran Capitán de tu
salvación,85 venciendo y para vencer,86 hasta que todos tus
enemigos sean destruidos, y sorbida sea la muerte en
victoria.87
Ahora gracias sean dadas a Dios, quien nos da la
victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo, a quien, con
el Padre y el Espíritu Santo, sea la bendición y la gloria y la
sabiduría y la acción de gracias, y la honra y el poder y la
fortaleza, ... por los siglos de los siglos. Amén.88
82 Ap. 22.20.
83 2 Co. 12.9.
84 Sal. 45.4.
85 He. 2.10.
86 Ap. 6.2.
87 1 Co. 15.54.
88 Ap. 7.12.
43
Sermón 2
El casi cristiano1
Hechos 26:28
Casi me persuades a ser cristiano
Hay muchos que llegan hasta este punto. Desde que
la fe cristiana apareció en el mundo, en todo tiempo y en
toda nación ha habido muchos casi persuadidos a ser
cristianos. Mas viendo que de nada vale ante la presencia de
Dios el llegar tan sólo hasta este punto, es de la mayor
importancia que consideremos:
Primero, lo que significa ser casi cristiano.
Segundo, lo que es ser cristiano por completo.
I.(I).1. El ser casi cristiano implica, en primer lugar,
una «honestidad pagana». No creo que nadie dude esto,
especialmente por cuanto no me refiero únicamente a esa
honestidad que los escritos de sus filósofos recomiendan,
sino también a la que los paganos comunes esperaban unos
de otros, y muchos de hecho practicaban. Esa honestidad
les enseñaba que no debían ser injustos; que no debían robar
ni hurtar los bienes de su vecino; ni oprimir a los pobres, ni
cometer extorsión alguna; ni engañar o defraudar a ricos o a
pobres en cualquier relación que tuviesen con ellos; ni privar
a nadie de su derecho; y en la medida de lo posible no
deberle nada a nadie.
2. Más aún: los paganos comunes reconocían la
necesidad de rendir tributo a la verdad y la justicia. Por
1 Predicado en la iglesia de Santa María, ante la universidad de Oxford, el 25
de julio de 1741.
44 El casi cristiano
tanto, aborrecían no sólo a quien juraba en falso poniendo a
Dios por testigo de una mentira, sino también a quien
calumniaba a su prójimo, acusándole falsamente. Y tampoco
tenían en gran estima a los mentirosos de toda suerte, a
quienes consideraban deshonra del género humano y plaga
de la sociedad.
3. Además, esperaban unos de otros cierta caridad y
auxilio. Esperaban cualquier auxilio que pudieran prestarse
sin daño propio. Y esto incluía, no solamente esos
pequeños favores humanitarios que se hacen sin costo o
dificultad, sino también darle comida al hambriento si les
sobraba, vestir al desnudo con la ropa que no necesitaban, y
en general darles a los necesitados cualquier cosa que ellos
mismos no necesitaran. La honestidad pagana, hasta en su
mínima expresión, incluía todas estas cosas; y ello es lo
primero que se incluye en el ser casi cristiano.
(II).4 La segunda cualidad del casi cristiano es la
apariencia de piedad,2 de esa piedad que se prescribe en el
evangelio de Cristo. Se tiene entonces la forma externa del
verdadero cristiano. Por tanto, el casi cristiano no hace nada
que el evangelio prohíba. No toma el nombre de Dios en
vano. Bendice, y no maldice. No jura, sino que sus palabras
son «Sí, sí; no, no».3 No profana el día del Señor, ni permite
que se le profane, ni siquiera por el extranjero que habita en
su casa. No solamente evita el adulterio, la fornicación y la
impureza, sino toda palabra o mirada que se inclinen en esa
dirección. Más aún, evita toda palabra ociosa, toda clase de
difamación, crítica, murmuración, toda palabra torpe o
burlona (eutrapelia), aunque los moralistas paganos la
2 2 Ti. 3.5.
3 Mt. 5.37.
Sermón 2 45
consideren virtud. En resumen, se abstiene de toda clase de
conversación que no sea buena para la edificación y que
por tanto contriste al Espíritu Santo de Dios, con el cual
fuimos sellados para el día de la redención.4
5. Se abstiene de vino, en lo cual hay disolución,5 así
como de festines y glotonerías. Evita, en la medida de lo
posible, toda disputa y contienda, constantemente
procurando vivir en paz con todos. Si sufre injusticia, no se
venga, ni devuelve mal por mal. No es murmurador, ni
pendenciero, ni se burla de las faltas o debilidades de su
prójimo. No lastima, ni hiere, ni comete injusticia contra
nadie a propósito. Al contrario, en todas las cosas habla y
actúa conforme a la regla explícita: Lo que no quieres que se
haga contigo, no lo hagas a otro.6
6. Y en el hacer el bien no se limita a las obras fáciles
y que cuestan poco, sino que trabaja y sufre en bien de
muchos, para así ayudar al menos a algunos. A pesar de
trabajos y penas, todo lo que le viene a la mano para hacer,
lo hace según sus fuerzas,7 ya sea para sus amigos o para
sus enemigos, para los malos o para los buenos. Porque,
siendo no perezosos8 en éste o en cualquier otro asunto,
según tiene oportunidad, hace el bien a todos,9 tanto a sus
almas como a sus cuerpos. Reprende a los malos, instruye a
los ignorantes, fortifica a los que vacilan, anima a los buenos
y consuela a los afligidos. Procura despertar a los que
duermen, y guiar a aquellos a quienes Dios ya ha despertado
4 Ef. 4.29-30.
5 Ef. 5.18.
6 Mt. 7.12. En Mt., sin embargo, la «Regla de oro» se presenta en forma
positiva. El modo negativo que Wesley usa aquí parece provenir del Talmud.
7 Ec. 9.10.
8 Ro. 12.11.
9 Gá. 6.10.
46 El casi cristiano
hacia la fuente que ha sido abierta para lavar el pecado y la
inmundicia, de modo que puedan lavarse en ella y ser
limpios. Y procura también amonestar a quienes ya son
salvos por la fe a honrar en todas las cosas el evangelio de
Cristo.
7. Quien tiene la forma externa de la piedad usa
también de los medios de gracia --de todos ellos y a cada
oportunidad. Constantemente asiste a la casa de Dios; y no
como algunos, que se presentan ante el Altísimo cargados de
oro y joyería, con vestidos relucientes de vanidad, y
quienes, ya sea por sus mutuas e innecesarias atenciones, o
por su impertinente frivolidad, muestran que no tienen ni la
forma ni el poder de la piedad. Quiera Dios que no haya
tampoco entre nosotros quienes caigan bajo la misma
condenación; que vienen a la casa de Dios mirando a su
derredor y con todas las señales de indiferencia y descuido,
aunque parezcan pedir la bendición de Dios sobre lo que
van a hacer; quienes durante el culto solemne se duermen o
se recuestan del modo más cómodo para dormir; o quienes,
como si se imaginaran que es Dios quien duerme, conversan,
o miran de acá para allá, como si no tuvieran nada que hacer.
Que nadie les acuse de tener siquiera la forma de la piedad.
No. Quien posee al menos esa forma se comporta con
seriedad y atención a cada momento del servicio solemne.
Especialmente cuando se acerca a la mesa del Señor, no lo
hace liviana o descuidadamente, sino con tal aire, modales y
comportamiento, que no parecen sino decir: ¡Dios, ten
misericordia de mí, pecador!10
8. Si a todo esto le añadimos el uso constante de la
oración con la familia por parte de quienes son jefes de
10 Lc. 18.13.
Sermón 2 47
familia, y el consagrar ciertos momentos del día a la
comunión con Dios en lo privado, con una conducta
siempre seria, resulta que quien constantemente practica
esta religiosidad externa tiene la forma de la piedad. Sólo una
cosa le falta para ser casi cristiano: la sinceridad.
(III).9. Por «sinceridad» entiendo un principio real e
interno de la religión, del cual surgen estas acciones externas.
Ciertamente, sin ella no hay siquiera honestidad pagana, ni
aun la suficiente para satisfacer los requisitos de un poeta
pagano y epicúreo. Hasta ese infeliz, en sus momentos
sobrios, puede testificar:
Oderunt peccare boni virtutis amore;
Oderunt peccare mali formidine poenae.11
De modo que si alguien deja de hacer el mal para evitar el
castigo,
Non pasces in cruce corvos,12
dice el pagano, y en esto «tienes tu recompensa».13 Pero ni
siquiera este poeta diría que tal persona es un pagano
honesto. Por lo tanto, si alguien, por el mismo móvil de
evitar el castigo, de no perder sus amistades, de lograr
ganancias o reputación, se abstiene de hacer lo malo y
practica lo bueno, no podemos por ello decir en verdad que
sea casi cristiano. Si no tiene mejores intenciones en su
corazón, es sencillamente un hipócrita.
10. Luego, el ser casi cristiano implica
necesariamente el ser sincero, un verdadero deseo de servir a
Dios, un firme propósito de hacer su voluntad. Se requiere
un deseo sincero de agradar a Dios en todas las cosas: en la
11 «Los buenos dejan de pecar [lit. «odian el pecar»] por amor a la virtud; los
malos dejan de pecar por temor al castigo.» Horacio, Ep. I.xvi.52-53.
12 «No alimentarás a los cuervos colgado de una cruz.» Horacio, Ep. I.xvi.48.
13 Aquí Wesley continúa citando a Horacio, Ep. I.xvi.47: «habes pretium».
48 El casi cristiano
conversación, en las acciones, y en todo lo que se hace o se
deja de hacer. Tal propósito, si se ha de ser casi cristiano,
tiene que afectar el tono de la vida entera. Tal ha de ser el
principio que le impulse a hacer el bien, a abstenerse del
mal, y a usar de las ordenanzas de Dios.
11. Pero probablemente alguien preguntará: ¿Será
posible ir tan lejos, y sin embargo no ser más que casi
cristiano? ¿Qué más puede requerirse para ser
completamente cristiano? Respondo, en primer lugar, que es
tanto por los oráculos divinos como por el testimonio claro
de la experiencia que sé que es posible hacer todo esto y sin
embargo no ser más que casi cristiano.
12. Hermanos, mucha franqueza tengo con
vosotros.14 Y ¡Perdonadme este agravio!15 si declaro mi
locura desde los tejados de las casas, para bien de ustedes y
del evangelio. Permítanme hablarles francamente de mí
mismo, como si hablara de otra persona cualquiera. Estoy
dispuesto a humillarme para que ustedes sean exaltados, y a
ser todavía más vil para que Dios sea glorificado.
13. Por muchos años llegué hasta este punto, como
muchos de ustedes puedes testificar. Diligentemente huí de
todo mal, tratando de tener una conciencia limpia,
redimiendo el tiempo, aprovechando toda oportunidad de
hacer bien a todos, constante y celosamente usando de
todos los medios de gracia, tanto públicos como privados,
buscando una conducta firme y seria en todo tiempo y todo
lugar. Y testigo me es Dios, ante quien ahora estoy, de que
hacía todo esto sinceramente, con un verdadero propósito
de servir a Dios, un firme deseo de hacer su voluntad, de
14 2 Co. 7.4.
15 2 Co. 12.13.
Sermón 2 49
agradar en todo a quien me había llamado a pelear la buena
batalla, y a echar mano de la vida eterna.16 Y sin embargo
mi propia conciencia, por el Espíritu Santo, me es testigo de
que durante todo ese tiempo no era yo sino casi cristiano.
II. Si se pregunta: ¿Qué otra cosa además de todo
esto se requiere para ser completamente cristiano?,
respondo:
(I).1. En primer lugar, amar a Dios. Porque así dice
su Palabra: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y
con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas.17 Tal amor de Dios hinche el corazón, se posesiona
de todos los afectos, llena el alma a plenitud, y emplea
todas sus facultades hasta el máximo. El espíritu de quien
así ama a Dios continuamente se regocija en Dios su
Salvador.18 En el Señor está su delicia;19 en su Señor y su
todo, a quien da gracias en todo.20 El nombre y la memoria
del Señor son el deseo de su alma.21 Su corazón clama
constantemente: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?
Y fuera de ti nada deseo en la tierra».22 Ciertamente, ¿qué
puede desear, sino a Dios? No el mundo, ni las cosas del
mundo. Porque el mundo le ha sido crucificado, y él al
mundo.23 Ha sido crucificado al deseo de la carne, al deseo
de los ojos, y al orgullo de la vida. Sí, está muerto a toda
clase de orgullo, porque el amor no se envanece.24 Al
16 1 Ti. 6.12.
17 Mr. 12:30.
18 Lc. 1.47.
19 Sal. 1.2.
20 1 Ts. 5.18.
21 Is. 26.8.
22 Sal. 73:25.
23 Gá. 6.14.
24 1 Co. 13.4.
50 El casi cristiano
contrario, quien, porque permanece en amor, permanece en
Dios, y Dios en él25 se considera a sí mismo menos que
nada.
(II).2 La segunda señal del verdadero cristiano es el
amor al prójimo. Porque así lo dice el Señor en las siguientes
palabras: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».26 Si
alguien pregunta, «¿quién es mi prójimo?»,27 le
respondemos: «Toda persona en este mundo; todo hijo del
Padre de los espíritus y de toda carne.28 No podemos en
modo alguno exceptuar a nuestros enemigos, ni a los
enemigos de Dios y de sus propias almas. Todo cristiano
ama a los tales como a sí mismo, así como Cristo nos
amó.29 Quien quiera comprender mejor esta clase de amor,
puede considerar cómo San Pablo lo describe.30 Es sufrido,
es benigno; no tiene envidia; no juzga con ligereza; no se
envanece, sino que hace de quien ama siervo de todos. El
amor no hace nada indebido, sino que a todos se hace de
todo. No busca lo suyo, sino el bien de los demás, para que
puedan ser salvos. El amor no se irrita, sino que desecha la
ira, pues quien la tiene carece de amor. El amor no piensa
mal de los demás. El amor no se goza de la injusticia, mas
se goza de la verdad. El amor todo lo sufre, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta.
(III). 3. Hay todavía una cosa más que se requiere
para ser completamente cristiano. Esta merece
consideración aparte, aunque en realidad no puede separarse
25 1 Jn. 4.12-13.
26 Mt. 22.39.
27 Lc. 10.29.
28 He. 12.9.
29 Ef. 5.2.
30 1 Co. 13.
Sermón 2 51
de lo que antecede. Se trata del fundamento de todo, la fe.
Excelentes cosas se dicen de ella en los oráculos de Dios.
Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de
Dios, dice el discípulo amado.31 A todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de
ser hechos hijos de Dios.32 Y, esta es la victoria que vence
al mundo, nuestra fe.33 Sí, nuestro Señor mismo declara que
el que cree en el Hijo tiene vida eterna,34 y no vendrá a
condenación, mas ha pasado de muerte a vida.35
4. En esto, que nadie engañe a su propia alma. Ha de
notarse que la fe que no produce arrepentimiento, amor y
buenas obras no es la fe viva y verdadera de que hablamos
aquí, «sino una fe muerta y diabólica ... Porque hasta los
demonios mismos creen que Cristo nació de una virgen, que
hizo toda suerte de milagros, declarando que era Dios
mismo; que por nosotros sufrió muerte dolorosísima, para
redimirnos de la muerte eterna; que se levantó al tercer día;
que ascendió al cielo y está sentado a la diestra del Padre, y
que al fin del mundo vendrá de nuevo para juzgar a los vivos
y los muertos. Los demonios creen estos artículos de fe, así
como todo lo que está escrito en el Antiguo y en el Nuevo
Testamento. Y a pesar de toda esta fe, siguen siendo
demonios. Permanecen en su estado de condenación, porque
les falta la verdadera fe cristiana.»36
31 1 Jn. 5.1.
32 Jn. 1.12.
33 1 Jn. 5.4.
34 Jn. 3.36.
35 Jn. 5.24.
36 Las mismas palabras, u otras muy parecidas, se encuentran en la Homilía
sobre la salvación, y en el tratado La doctrina de la salvación, la fe, y las
buenas obras, 13.
52 El casi cristiano
5. Utilizando el lenguaje de nuestro propia Iglesia,
«la correcta y verdadera fe cristiana no consiste sólo en
creer que las Sagradas Escrituras y los Artículos de Fe dicen
verdad, sino también en tener una plena seguridad y
completa certeza de que Cristo nos salva de la condenación
eterna». Es la «plena seguridad y completa certeza» que
alguien tiene de «que por los méritos de Cristo sus pecados
son perdonados, y uno es reconciliado con Dios. Y de ello
surge un corazón amante dispuesto a obedecer sus
mandamientos.»37
6. Ahora bien, no es casi, sino completamente
cristiano todo aquel que tenga esta fe que purifica el
corazón38 y que obra por el amor.39 Esta fe purifica el
corazón, mediante el poder de Dios que mora en él, de la
soberbia, de la ira, del deseo impuro, de toda iniquidad, de
toda inmundicia de carne y de espíritu.40 Y por otra parte lo
llena de un amor hacia Dios y hacia toda la humanidad --un
amor que hace las obras de Dios, que se gloría en gastar y
gastarse en pro de todos, que sufre con gozo, no sólo los
reproches por causa de Cristo, el que se burlen de él, lo
desprecien, que todos lo aborrezcan, sino también todo lo
que la sabiduría de Dios permite que la malicia humana y los
demonios inflijan sobre él.
7. Empero, ¿quiénes son los testigos vivientes de
estas cosas? Os ruego, hermanos, delante del Dios ante
quien el infierno y la destrucción quedan descubiertos, y
37 Compárese esto con la Homilía sobre la salvación, parte III, y con el tratado
sobre La salvación, la gracia y las buenas obras, 14.
38 Hch. 15.9.
39 1 Jn. 1.9.
40 2 Co. 7.1.
Sermón 2 53
¡tanto más los corazones de los hombres!,41 que cada uno
de ustedes se pregunte en su propio corazón: «¿Me cuento
yo entre ellos? ¿Practico lo justicia, misericordia y verdad,
tal como lo requieren hasta las reglas de la honestidad
pagana? Si es así, ¿tengo la forma externa de cristiano? ¿La
forma de la piedad? ¿Me abstengo de todo mal, de todo lo
que está prohibido en la Palabra de Dios? ¿Hago con todas
mis fuerzas todo lo que me viene a la mano por hacer?
¿Hago uso serio de todas las ordenanzas de Dios cada vez
que tengo la oportunidad? ¿Y hago todo esto con el sincero
deseo de agradar a Dios en todas las cosas?
8. ¿No tienen muchos de ustedes la conciencia de
nunca haber llegado tan lejos? ¿De no haber llegado siquiera
a la medida de la honestidad pagana? ¿O al menos de no
haber alcanzado la forma externa de la piedad cristiana?
Pues mucho menos ha visto Dios sinceridad en ti, el
verdadero deseo de agradarle en todas las cosas. Ni siquiera
te has hecho el propósito de dedicar a su gloria todas tus
palabras y todas tus obras, tus negocios, tus estudios y tus
diversiones. Ni siquiera te has propuesto ni deseado que
todo lo que hagas sea hecho en el nombre del Señor Jesús,42
de modo que sea sacrificio espiritual, aceptable a Dios por
medio de Jesucristo.43
9. Pero aún suponiendo que lo hayas hecho, ¿bastará
con los buenos propósitos y los buenos deseos para ser
cristiano? Ciertamente no, si no se ponen en práctica. Como
alguien ha dicho, «el infierno está empedrado de buenas
intenciones». Queda todavía pendiente la gran pregunta:
¿Está tu corazón lleno del amor de Dios? ¿Puedes clamar,
41 Pr. 15.11.
42 Col. 3.17.
43 1 P. 2.5.
54 El casi cristiano
«mi Dios y mi todo»? ¿Es él todo tu deseo? ¿Estás feliz en
Dios? ¿Es Dios tu gloria, tu delicia, tu corona de gozo?
¿Tienes escrito en el corazón el mandamiento: «El que ama a
Dios, ame también a su hermano»? ¿Amas entonces a tu
prójimo como a ti mismo? ¿Amas a todos como a tu propia
alma, inclusive a tus enemigos y hasta los enemigos de
Dios? ¿Les amas como Cristo te amó? Sí, ¿crees que Cristo
te amó a ti, y que se entregó a sí mismo por ti? ¿Tienes fe
en su sangre? ¿Crees que el Cordero de Dios ha quitado tus
pecados, y que los ha lanzado como una piedra al fondo de
la mar? ¿Que ha borrado la cédula que te era contraria,
quitándola del camino, clavándola en la cruz? ¿Has recibido
tú la redención mediante su sangre, y el perdón de tus
pecados? ¿Y da testimonio su Espíritu a tu espíritu, de que
eres hijo de Dios?
10. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que
está ahora en medio de nosotros, sabe que si alguien muere
sin esta fe y este amor, mejor le sería no haber nacido.
Despiértate entonces, tú que duermes, y clama a tu Dios.
Llámale en el día en que puede ser hallado. No le dejes
descansar hasta que haga todo su bien delante de tu rostro, y
proclame delante de ti el nombre del Señor: «El Señor, el
Señor, fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y
grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia
a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el
pecado.»44 Que nadie te persuada mediante palabras vanas a
detenerte antes de alcanzar este premio de tu alta vocación.
Al contrario, clama de día y de noche a quien cuando aún
éramos débiles, murió por los impíos.45 Llámale hasta que
44 Ex. 33:19; 34:6-7.
45 Ro. 5.6.
Sermón 2 55
sepas en quién has creído, y puedas decir, «¡mi Señor y mi
Dios!».46 Acuérdate de orar siempre, y no desmayar,47
hasta que puedas alzar las manos al cielo y decirle a quien
vive por siempre, «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te
amo».48
11. ¡Quiera Dios que todos los que aquí estamos
lleguemos a saber lo es que ser, no ya casi, sino
completamente cristiano! ¡Justificados gratuitamente por su
gracia, mediante la redención que es en Jesús! ¡Sabiendo que
tenemos paz para con Dios mediante Jesucristo!
¡Gozándonos en la esperanza de la gloria de Dios! ¡Y
teniendo el amor de Dios en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos es dado!
46 Jn. 20.28.
47 Lc. 18.1.
48 Jn. 21.17.
55
Sermón 3
Despiértate, tú que duermes
Sermón de Carlos Wesley1
Efesios 5:14
Despiértate, tú que duermes, levántate de los muertos,
y te alumbrará Cristo.
Al discurrir sobre estas palabras trataré en primer
lugar, con el favor divino, de describir estos durmientes a
quienes se dirigen. Luego trataré de reforzar la exhortación:
«Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos».
Por último, trataré de explicar la promesa hecha a los que se
despiertan y levantan: «Y te alumbrará Cristo».
I.1. En primer lugar, hablemos de los durmientes a
quienes se refiere el texto. Con la palabra «sueño» se indica
aquí el estado natural del ser humano: ese sueño profundo
del alma en el cual el pecado de Adán ha sumido a cuantos
descienden de él; ese descuido, indolencia, estupidez e
insensibilidad en que todo ser humano viene a este mundo,
y en que permanece hasta que la voz de Dios le despierte.
2. Recordemos que los que duermen, de noche
duermen.2 El estado natural es esa condición de completa
oscuridad, en que las tinieblas cubren la tierra, y oscuridad
las naciones.3 El pobre pecador que duerme todavía, por
mucho que sepa de otras cosas, no se conoce a sí mismo. En
1 Predicado el domingo 4 de abril de 1742 ante la Universidad de Oxford.
2 1 Ts. 5.7.
3 Is. 60.2.
56 Despiértate, tú que duermes
este sentido, no sabe nada como debe saberlo.4 Ignora que
es un espíritu caído, cuyo fin exclusivo en este mundo es
recuperarse de su caída y recuperar la imagen de Dios en
que fue creado. No siente necesidad alguna de la sola cosa
que es necesaria:5 ese cambio interno y radical, ese nacer de
lo alto,6 figurado en el bautismo, que es el principio de la
renovación total, de la santificación del espíritu, alma y
cuerpo, sin la cual nadie verá al Señor.7
3. Plagado de enfermedades como está, se imagina
estar en perfecta salud. Atado en férrea miseria, sueña que
es libre y feliz. Dice, «paz, paz»,8 al tiempo que el diablo,
como hombre fuerte armado,9 es dueño de su alma.
Continúa durmiendo y descansando a la par que el infierno
se mueve a sus pies para atraparle, y aunque el abismo del
cual no hay retorno abre la boca para tragarle. Hay fuego
encendido en derredor suyo, y no lo sabe. El fuego le
quema, y no se cuida de ello.
4. ¡Quiera Dios que podamos entenderlo! Quien
«duerme» es el pecador satisfecho en su pecado, contento
de permanecer en su condición, de vivir y morir sin la
imagen de Dios. Duerme quien no conoce ni su enfermedad
ni el remedio. Quien nunca ha sido advertido, o no ha
escuchado la advertencia de Dios de huir de la ira
venidera.10 Quien no se ha percatado que está en peligro del
4 1 Co. 8.2.
5 Lc. 10.42.
6 Jn. 3.3.
7 He. 12.14.
8 Jer. 6.14; 8.11.
9 Lc. 11.21.
10 Mt. 3.7.
Sermón 3 57
fuego infernal, ni ha clamado con toda la ansiedad del alma:
¿Qué debo hacer para ser salvo?11
5. Si el que duerme no es abiertamente malvado, su
sueño es por lo general más profundo. Puede adoptar el
carácter de los de Laodicea, ni frío ni caliente,12 profesando
la religión de sus antepasados de manera tranquila, racional
y amable. O puede ser celoso y ortodoxo, y conforme a la
más estricta secta de nuestra religión, vivir fariseo13 --es
decir, puede justificarse a sí mismo, como dicen las
Escrituras, procurando establecer su propia justicia14 como
la base para ser aceptado por Dios.
6. Duerme quien tiene apariencia de piedad, pero
niega la eficacia de ella.15 Y hasta probablemente envilece la
piedad dondequiera que la encuentra, como si fuera una
extravagancia o una ilusión. Este desgraciado que se engaña a
sí mismo da gracias a Dios porque no es como los otros
hombres, ladrones, injustos, adúlteros. No, a nadie le hace
mal. Ayuna dos veces a la semana. Usa de todos los medios
de gracia. Asiste frecuentemente a la iglesia y los
sacramentos. Da diezmos de todo lo que posee.16 Hace todo
el bien que puede. En cuanto a la justicia que es en la ley, es
irreprensible.17 Nada le falta de la piedad, sino la eficacia.
Nada le falta de la religión, sino el espíritu. Nada le falta del
cristianismo, sino la verdad y la vida.
11 Hch. 16.30.
12 Ap. 3.15.
13 Hch. 26.5.
14 Ro. 10.3.
15 2 Ti. 3.5.
16 Lc. 18.11-12.
17 Fil. 3.6.
58 Despiértate, tú que duermes
7. Pero sepan bien que, por mucha estima de que tal
cristiano goce, es una abominación ante los ojos de Dios. Es
heredero de todos los males que el Hijo de Dios anuncia
ayer, hoy y para siempre, contra los escribas y fariseos,
hipócritas.18 Limpia lo de fuera del vaso y del plato, pero
por dentro está lleno de robo y de injusticia.19 Cosa
pestilencial se ha apoderado de él,20 porque sus entrañas
son maldad.21 Nuestro Señor le compara justamente con
sepulcros pintados, que por fuera, a la verdad, se muestran
hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de
muertos y de toda inmundicia.22 Ciertamente, lo huesos ya
no están secos. La carne subió, y la piel cubrió por encima
de ellos; pero no hay en ellos espíritu.23 No tienen el
Espíritu del Dios viviente. Y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de él.24 Vosotros sois de Cristo,25 si es que el
Espíritu de Dios mora en vosotros.26 Pero si no es así, Dios
mismo sabe que sigues estando muerto, hasta ahora mismo.
8. Otra característica de quien duerme es que habita
en la muerte, y no lo sabe. Está muerto para con Dios.
Muerto en sus delitos y pecados.27 Porque el ocuparse de la
carne es muerte.28 Como está escrito: como el pecado entró
en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así
18 Mt. 23.13.
19 Mt. 23.35.
20 Sal. 41.8.
21 Sal. 5.9.
22 Mt. 23.27. Wesley dice «pintados» en lugar de «blanqueados», porque así
decían varias de las traducciones inglesas de entonces.
23 Ez. 37:8.
24 Ro. 8.9.
25 1 Co. 3.23.
26 Ro. 8.9.
27 Ef. 2.1.
28 Ro. 8.6.
Sermón 3 59
la muerte pasó a todos los hombres.29 Y no sólo la muerte
temporal, sino también la espiritual y eterna. El día que de
él comieres, le dijo Dios a Adán, ciertamente morirás.30
Esto no se refiere al cuerpo, como si entonces se volviera
mortal, sino al espíritu: perderás la vida de tu alma; morirás
ante Dios; quedarás separado de él, quien es la esencia de tu
vida y felicidad.
9. Así se disolvió la unión vital de nuestra alma con
Dios, de modo que en medio de la vida natural estamos en
muerte espiritual.31 Y en ella permanecemos hasta que el
Segundo Adán sea para nosotros espíritu vivificante; hasta
que él levante a los muertos --a los muertos en el pecado,
los placeres, las riquezas y los honores. Pero para que un
alma muerta pueda vivir, tiene que oír la voz de Dios.32
Tiene que percatarse de su estado de perdición, y escuchar
su propia sentencia de muerte. Tiene que saber que viviendo
está muerta33--muerta a todo lo que es de Dios. Que el alma
muerta no es más capaz de actuar como si fuera un cristiano
viviente que un cadáver es capaz de actuar como si fuera
una persona viva.
10. Ciertamente, quien está muerto en pecado no
tiene los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y
del mal espiritual.34 Teniendo ojos, no ve; y teniendo oídos,
no oye.35 No gusta y ve que es bueno el Señor.36 No ha
29 Ro. 5.12.
30 Gn. 2.17.
31 Alusiones al servicio fúnebre del Libro de Oración Común.
32 Jn. 5.25.
33 1 Ti. 5.6.
34 He. 5.14.
35 Mc. 8.18.
36 Sal. 34.8.
60 Despiértate, tú que duermes
visto jamás a Dios,37 ni ha oído su voz,38 ni palpado el
Verbo de vida.39 En vano es como ungüento derramado40 el
nombre de Cristo, y en vano mirra, áloe y casia exhalan
todos sus vestidos.41 El alma que duerme el sueño de la
muerte no percibe estas cosas. Ha perdido toda
sensibilidad,42 y nada de esto entiende.
11. De aquí que, no teniendo sentidos espirituales,
ni medio de percibir el conocimiento espiritual, el ser
humano natural no acepte las cosas del Espíritu de Dios.
Tan lejos está de poderlas recibir que todo lo que es
discernimiento espiritual le parece locura. No le basta con
ignorar las cosas espirituales, sino que niega su existencia
misma. La percepción espiritual le parece locura de locuras.
«¿Cómo puede hacerse esto?», dice.43 ¿Cómo puede alguien
saber que vive en Dios? De igual modo que sabes que tu
cuerpo vive. La fe es la vida del alma. No necesitas de señal
que te lo pruebe a ti mismo, más que esa prueba del
Espíritu,44 ese discernimiento divino, ese testimonio de
Dios,45 que es más y mejor que diez mil testigos humanos.
12. Si Dios no da testimonio dentro de tu espíritu de
que eres hijo de Dios, ¡quiera al menos convencerte
mediante su demostración y poder, pobre pecador que aún
37 1 Jn. 4.12.
38 Jn. 5.37.
39 1 Jn. 1.1.
40 Cnt. 1.3.
41 Sal. 45.8.
42 Ef. 4.19.
43 Jn. 3.9.
44 La referencia es a He. 11.1. Carlos Wesley cita aquí el griego: élenjos
pneúmatos, y esto es lo que traducimos arriba. Pero el texto griego de Hebreos
dice: pragmáton élenjos (lo que RVR traduce como convicción).
45 1 Jn. 5.9.
Sermón 3 61
duermes, de que eres hijo del diablo! Ojalá al profetizar yo,
ahora mismo, hubiera un ruido y un temblor, y los huesos se
juntaran cada hueso con su hueso.46 Y entonces, Espíritu,
ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y
vivirán.47 No endurezcas tu corazón ni resistas al Espíritu
Santo, quien ha venido en este momento a redargüirte de
pecado,48 porque no has creído en el nombre del unigénito
Hijo de Dios.49
II.1. Por tanto, «Despiértate, tú que duermes, y
levántate de los muertos». El Señor te está llamando por mi
boca y te exhorta a conocerte a ti mismo, espíritu caído; a
conocer tu verdadero estado y condición. ¿Qué tienes,
dormilón? Levántate, y clama a tu Dios; quizá él tendrá
compasión de ti, y no perecerás.50 Una gran tempestad se
levanta en tu derredor, y te estás hundiendo en las
profundidades de la perdición, en el océano de los juicios
divinos. Si quieres escapar de esos juicios, arrójate a ellos.
Júzgate a ti mismo, para que el Señor no te juzgue.
2. ¡Despierta! ¡Despierta! Levántate ahora mismo,
no sea que bebas de la mano del Señor el cáliz de su ira.51
Sacúdete y abraza al Señor, el Señor de justicia, grande para
salvar.52 Sacúdete del polvo.53 Al menos, deja que los
terremotos de las amenazas divinas te sacudan. Despierta y
clama con el carcelero trémulo: «¿Qué debo hacer para ser
46 Ez. 37.7.
47 Ez. 37.9.
48 Jn. 8.46.
49 Jn. 3.18.
50 Jon. 1.6.
51 Is. 51.17.
52 Is. 63.1.
53 Is. 52.2.
62 Despiértate, tú que duermes
salvo?»54 Y no descanses hasta creer en el Señor Jesús, con
esa fe que es un don, por obra de su Espíritu.
3. Si a alguien me dirijo más especialmente que a
otros, es a ti, que no te consideras aludido en esta
exhortación. Tengo palabra de Dios para ti.55 En su nombre
te amonesto a huir de la ira venidera.56 Mira, pues, tu
retrato, alma indigna, viendo a Pedro en el oscuro calabozo,
atado con dos cadenas entre los soldados, y vigilado por los
guardias ante la puerta. La noche casi ha pasado, y se acerca
la mañana cuando has de ser llevada al patíbulo. Y en tan
terribles circunstancias todavía duermes. Estás
profundamente dormida en brazos del demonio, al borde del
abismo, en las fauces de la destrucción eterna.
4. ¡Que el ángel del Señor se presente ante ti, y en tu
cárcel resplandezca la luz!57 ¡Que puedas sentir el toque de
una mano fuerte que te sacude y dice: «Levántate pronto.
Cíñete, y átate las sandalias. Envuélvete en tu manto, y
sígueme»!58
5. Despierta, espíritu inmortal, de tu sueño de
felicidad mundana. ¿No te hizo Dios para sí? Por tanto, no
has de descansar hasta tanto no descanses en él.59 Regresa,
peregrino. Vuela de nuevo a tu arca.60 Este no es tu hogar.
No pienses edificar tabernáculos aquí. No eres sino
extranjero y advenedizo sobre la tierra, criatura de un solo
día, que se precipita a un estado inalterable. Apresúrate, que
54 Hch. 16.30.
55 Jue. 3.20.
56 Mt. 3.7.
57 Hch. 12.7.
58 Hch. 12.7-8.
59 Alusión a la conocida frase de San Agustín: Confesiones, I.1.
60 La alusión es a la paloma que Noé envió desde el arca, para ver si había tierra
seca. Gn. 8.9.
Sermón 3 63
la eternidad se aproxima. La eternidad depende de este
momento. ¡Una eternidad de gozo, o una eternidad de
sufrimiento!
6. ¿En qué estado se encuentra tu alma? Si Dios te lo
requiriese ahora mismo, mientras estoy hablando, ¿estaría
lista para enfrentarse a la muerte y al juicio? ¿Puedes
presentarte ante quien es muy limpio de ojos para ver el
mal, y no puede ver el agravio?61 ¿Estás apto para
participar en la herencia de los santos en luz?62 ¿Has
peleado la buena batalla, y guardado la fe?63 Te has
asegurado de la única cosa que es necesaria?64 ¿Has
recobrado la imagen de Dios, en la justicia y santidad de la
verdad?65 ¿Te has despojado del viejo hombre, y vestido
del nuevo?66 ¿Estás revestido de Cristo?67
7. ¿Tienes aceite en tu lámpara? ¿Gracia en el
corazón? ¿Amas al Señor con todo tu corazón, y con toda tu
alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas?68 ¿Hay
en ti el sentir que hubo también en Cristo Jesús?69 ¿Eres
verdaderamente cristiano, es decir, criatura nueva? ¿Han
pasado las cosas viejas, y he aquí todas son hechas
nuevas?70
61 Hab. 1.13.
62 Col. 1.12.
63 2 Ti. 4.7.
64 Lc. 10.42.
65 Ef. 4.24.
66 Ef. 4.22,24.
67 Gá. 3.27.
68 Mr. 12.30.
69 Fil. 2.5.
70 2 Co. 5.17.
64 Despiértate, tú que duermes
8. ¿Eres participante de la naturaleza divina?71 ¿No
sabes que Jesucristo está en ti, a menos que estés
reprobado?72 ¿Sabes que permaneces en Dios, y Dios en ti,
por el Espíritu que te ha dado?73 ¿Sabes que tu cuerpo es
templo del Espíritu Santo, el cual tienes de Dios?74 ¿Tienes
el testimonio en ti mismo,75 las arras de tu herencia?76 ¿Has
sido sellado con el Espíritu Santo de la promesa, hasta el
día de la redención?77¿Has recibido el Espíritu Santo? ¿O te
sorprende mi pregunta, pues ni siquiera sabes si hay
Espíritu Santo?
9. Si esto te ofende, ten por seguro que ni eres
cristiano ni deseas serlo. Hasta tu oración se convierte en
pecado, y hoy mismo te has burlado solemnemente de Dios,
cuando pediste la inspiración de su Santo Espíritu,78 sin
creer siquiera que haya tal cosa.
10. Sin embargo, con la autoridad de la Palabra de
Dios y de nuestra Iglesia debo repetir la pregunta: ¿Has
recibido el Espíritu Santo? Si no le has recibido no eres
todavía cristiano, pues cristiano es quien ha sido ungido con
el Espíritu Santo y con poder.79 Todavía no eres partícipe de
la religión pura y sin mácula.80 ¿Sabes lo que es la religión?
Es participar de la naturaleza divina, de la vida de Dios en el
71 2 P. 1.4.
72 2 Co. 13.5.
73 1 Jn. 3.24.
74 1 Co. 6.19.
75 1 Jn. 5.10.
76 Ef. 1.14.
77 Ef. 1.13-14.
78 Carlos Wesley se refiere aquí a la oración que es parte del servicio de
comunión en el Libro de Oración Común. Puesto que es domingo, da por
sentado que sus oyentes han asistido a la comunión.
79 Hch. 10.38.
80 Stg. 1.27.
Sermón 3 65
alma humana. Es Cristo formado en el corazón;81 es Cristo
en ti, la esperanza de gloria;82 es felicidad y santidad; es el
cielo que comienza en la tierra; es el Reino de Dios dentro de
ti.83 No es comida ni bebida, ni cosa externa alguna, sino
justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.84 Es un reino
eterno que penetra tu alma; es una paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento;85 es gozo inefable y
glorioso.86
11. ¿Sabes tú que en Cristo Jesús ni la circuncisión
vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el
amor,87 la nueva creación?88 ¿Ves la necesidad de ese
cambio interior, de ese nacimiento espiritual, de esa vida de
los que antes estaban muertos, de esa santidad? ¿Estás
plenamente persuadido de que sin esa santidad nadie verá
al Señor?89 ¿Te esfuerzas por obtenerla? ¿Procuras hacer
firme tu vocación y elección,90 ocupándote de tu salvación
con temor y temblor,91 y esforzándote a entrar por la
puerta angosta?92 ¿Te ocupas fervientemente de tu alma?
¿Puedes decirle a quien escudriña los corazones: «Tú, oh
81 Gá. 4.19.
82 Col. 1.27.
83 Lc. 17.21.
84 Ro. 14.17.
85 Fil. 4.7.
86 1 P. 1.8.
87 Gá. 5.6.
88 Gá. 6.15.
89 He. 12.14.
90 2 P. 1.10.
91 Fil. 2.12.
92 Lc. 13.24.
66 Despiértate, tú que duermes
Dios, eres lo que mi corazón desea.93 Tú sabes todas las
cosas. Tú sabes que quiero amarte»?94
12. Abrigas la esperanza de ser salvo. Pero, ¿qué
razón puedes dar de la esperanza que hay en ti? ¿Que no
has hecho ningún mal? ¿Que has hecho mucho bien? ¿Que
no eres como los demás, sino sabio, instruido, honesto,
moral, estimado de todos, y de buena reputación? ¡Ay!
Nada de esto te acercará a Dios, ante quien todo ello vale
menos que nada. ¿Conoces a Jesucristo, a quien él ha
enviado?95 ¿Te ha enseñado él que por gracia eres salvo
por medio de la fe; y esto no de ti mismo, pues es don de
Dios; no por obras, para que nadie se gloríe?96 ¿Has
recibido como base de tu esperanza esta palabra fiel, que
Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores?97
¿Has aprendido lo que quiere decir: «No he venido a llamar
a justos, sino pecadores, a arrepentimiento»?98 «No soy
enviado sino a las ovejas perdidas.»99 ¿Estás ya perdido,
muerto, condenado? (Quien tiene oídos para oír, oiga.)
¿Sabes lo que mereces? ¿Percibes lo que te falta? ¿Eres
pobre de espíritu, doliéndote por Dios y al mismo tiempo
negándote a recibir consolación?100 ¿Eres como el hijo
pródigo que vuelve en sí, y a quien los que siguen
alimentándose de algarrobas tienen por loco? ¿Quieres vivir
piadosamente en Cristo Jesús, y sufres por ello
93 Alude aquí a una versión antigua de Job 6.8.
94 Jn. 21.17.
95 Jn. 17.3.
96 Ef. 2.8-9.
97 1 Ti. 1.15.
98 Mc. 2.17.
99 Mt. 15.24.
100 Mt. 5.3-4.
Sermón 3 67
persecución?101 ¿Te vituperan, y dicen toda clase de mal
contra ti, mintiendo, a causa del Hijo del Hombre?102
13. Ojalá escuches en todo esto la voz que despierta
a los muertos, y sientas el golpe de su Palabra, como
martillo que quebranta la piedra.103 Si oyeres hoy su voz,
no endurezcas tu corazón.104 Despiértate, tú que duermes
en sueño espiritual, no sea que duermas la muerte eterna.
Considera lo desesperado de tu condición y levántate de los
muertos. Deja a tus antiguos compañeros de pecado y
muerte. Sigue tú a Jesús, y deja que los muertos entierren a
sus muertos.105 Sé salvo de esta perversa generación.106
Sal de en medio de ellos, dice el Señor, y no toques lo
inmundo, y yo te recibiré.107 Y te alumbrará Cristo.
III.1. Paso, por último, a explicar esta promesa. ¡Y
qué pensamiento tan consolador es éste, que cualquiera que
responde a su llamado y le busca, no lo hará en vano! Si
ahora mismo te despiertas y levantas de entre los muertos,
él se ha comprometido a alumbrarte. Gloria y gracia te
dará el Señor:108 la luz de su gracia aquí, y la luz de su
gloria cuando recibas la corona incorruptible.109 Entonces
nacerá tu luz como el alba ... y tu oscuridad será como el
mediodía.110 Porque Dios, que mandó que de las tinieblas
resplandeciese la luz, resplandecerá en tu corazón, para
101 2 Ti. 3.12.
102 Mt. 5.11.
103 Jer. 23.29.
104 He. 3.7-8.
105 Mt. 8.22.
106 Hch. 2.40.
107 2 Co. 6.17.
108 Sal. 84.11.
109 1 P. 5.4.
110 Is. 58.8,10.
68 Despiértate, tú que duermes
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz
de Jesucristo.111 Para quienes temen al Señor, nacerá el Sol
de justicia, y en sus alas traerá salvación.112 Entonces se te
dirá: Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la
gloria del Señor ha nacido sobre ti.113 Porque Cristo se
revelará en ti. Y él es la luz verdadera.114
2. Dios es luz, y se revela a todo pecador que se
despierta y le busca. Serás, pues, templo del Dios viviente,
y habitará Cristo por la fe en tu corazón. Y arraigado y
cimentado en amor, serás plenamente capaz de comprender
con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la
profundidad y la altura de ese amor de Cristo, que excede a
todo conocimiento, para que seas lleno de la plenitud de
Dios.115
3. Vean entonces su llamamiento, hermanos.
Estamos llamados a ser morada de Dios en el Espíritu,116
para de ese modo ser santos y partícipes de la herencia de
los santos en luz.117 Tales son las preciosas y grandísimas
promesas118 dadas a quienes creemos. Porque mediante la fe
no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu
que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos
ha concedido.119
4. El Espíritu de Cristo es el gran don de Dios que,
de distintas maneras y en diferentes lugares, le ha prometido
111 2 Co. 5.6.
112 Mal. 4.2.
113 Is. 60.1.
114 Jn. 1.9.
115 Ef. 3.17-19.
116 Ef. 2.22.
117 Col. 1.12.
118 2 P. 1.4.
119 1 Co. 2.12.
Sermón 3 69
al ser humano, y dado abundantemente desde que Cristo fue
glorificado. Esas promesas hechas a los antepasados, Dios
las ha cumplido: «Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu,
y haré que andéis en mis estatutos».120 «Derramaré aguas
sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu
derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus
renuevos».121
5. Todos ustedes pueden ser testigos vivientes de
estas cosas, de la remisión de los pecados y del don del
Espíritu Santo. Si puedes creer, al que cree todo le es
posible.122 ¿Quién hay entre vosotros que teme la voz del
Señor, y sin embargo anda en tinieblas y carece de luz?123
Te pregunto en el nombre de Jesús: ¿Crees tú que no se ha
acortado su mano?124 ¿Que sigue siendo grande para
salvar?125 ¿Que es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos?126
¿Que tiene potestad en la tierra para perdonar pecados?127
Entonces, ten ánimo, hijo, tus pecados te son
perdonados.128 Dios, por el amor de Cristo, te ha
perdonado. Recibe este mensaje, no como palabra de
hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios.129
Serás justificado gratuitamente por la fe. Y también por la fe
120 Ez. 36.27.
121 Is. 44.3.
122 Mc. 9.23.
123 Is. 50.10.
124 Is. 50.2.
125 Is. 63.1.
126 He. 13.8.
127 Mt. 9.6.
128 Mt. 9.2.
129 1 Ts. 2.13.
70 Despiértate, tú que duermes
serás santificado, y sellado en él, porque Dios nos ha dado
vida eterna, y esta vida está en su Hijo.130
6. Hermanos y señores, permítanme que les hable
con llaneza, y soporten la palabra de exhortación,131 aun de
uno que es de poca estima en la iglesia. Movidas por el
Espíritu Santo, sus conciencias les dan testimonio de que
estas cosas son ciertas, si es que habéis gustado la
benignidad del Señor.132 Y ésta es la vida eterna: que
conozcan al único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien él
ha enviado.133 Este conocimiento por experiencia personal,
y sólo esto, es el verdadero cristianismo. Es cristiano quien
ha recibido el Espíritu de Cristo. Quien no lo ha recibido, no
lo es. Y no es posible haberlo recibido sin saberlo. Porque
en aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre,
y vosotros en mí, y yo en vosotros.134 Y éste es el Espíritu
de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le
ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora en
vosotros, y estará en vosotros.135
7. El mundo no lo puede recibir, sino que por
completo rechaza la promesa del Padre, contradiciendo y
blasfemando. Todo espíritu que no confiesa esto, no es de
Dios. Este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros
habéis oído que viene, y que ahora está en el mundo.136 El
anticristo es quienquiera que niegue la inspiración del
Espíritu Santo, o que la posesión de ese Espíritu es la
130 1 Jn. 5.11.
131 He. 13.22.
132 1 P. 2.3.
133 Jn. 17.3.
134 Jn. 14.20.
135 Jn. 14.17.
136 1 Jn. 4.3.
Sermón 3 71
herencia común de todos los creyentes, la bendición del
Evangelio, el don inestimable, la promesa universal, la
piedra de toque de todo verdadero cristiano.
8. De nada sirve decir: «No niego la ayuda del
Espíritu de Dios, sino su inspiración, ese recibirle y tener
conciencia de ello. Lo que niego es ese sentir el Espíritu, el
ser movido o estar lleno de él.» El hecho es que con sólo
negar esto ya niegas todas las Escrituras, toda la verdad,
promesa y testimonio de Dios.
9. Nuestra excelente Iglesia desconoce esa distinción
infernal. Al contrario, habla claramente de «sentir el Espíritu
de Cristo», de ser «movido por el Espíritu Santo», y de
«sentir que no hay otro nombre que el de Jesús en que
podamos ser salvos.»137 Esa Iglesia nos enseña a pedir por
«la inspiración del Espíritu Santo», y «que seamos llenos
del Espíritu Santo». Cada uno de sus presbíteros cree
«recibir el Espíritu Santo por la imposición de manos».138
Por consiguiente, negar cualquiera de estas cosas es
renunciar a la Iglesia Anglicana y a toda la revelación
cristiana.
10. Pero la sabiduría de Dios ha sido siempre
necedad ante los humanos.139 Por tanto, no hay que
admirarse de que el gran misterio del Evangelio esté
escondido de los sabios y de los entendidos,140 como lo
estuvo también en tiempos remotos. Ni tampoco hay que
admirarse de que casi todos lo nieguen, ridiculicen, y
137 Hch. 4.12.
138 Palabras tomadas del Servicio de Ordenación de la Iglesia de Inglaterra. En
todo este párrafo, lo que aparece entre comillas alude a varios servicios del
Libro de Oración Común.
139 1 Co. 1.21-25.
140 Mt. 11.25.
72 Despiértate, tú que duermes
rechacen como mera locura, o de que los que lo acepten sean
tenidos por locos entusiastas. Esta es la apostasía que
habría de venir,141 esa apostasía general de gentes de toda
clase y condición, que hoy día se difunde por toda la faz de
la tierra. Recorred las calles de Jerusalén, y mirad ahora, e
informaos; buscad en sus plazas a ver si halláis142 quien
ame al Señor de todo su corazón y que lo sirva con toda su
inteligencia. Nuestra patria, sin ir más lejos, está inundada
de iniquidad. ¡Cuántas villanías cometen diariamente y con
toda impunidad quienes hacen alarde y se glorían de sus
crímenes! ¿Quién podrá contar las blasfemias, juramentos,
mentiras, calumnias, detracciones, conversaciones mordaces;
las veces que se quebranta el día del Señor; la gula, la
embriaguez, las venganzas, la lujuria, los adulterios, las
inmundicias, los fraudes, la injusticia, la opresión, y la
extorsión que inundan el país como un diluvio?
11. Y aun entre quienes están libres de estas
abominaciones, ¡cuánto no hay de ira y orgullo, de pereza y
ociosidad, de modales afectados y afeminados, de amor a las
comodidades y a sí mismo, de codicia y ambición! ¡Cuánta
sed de elogios, qué apego al mundo, qué miedo a los demás!
Y por otra parte, ¡cuán pocos son verdaderamente
religiosos! Porque, ¿quién ama a Dios y a su prójimo como
el Señor nos lo ha mandado? Por una parte vemos a unos
que no tienen siquiera la apariencia externa de la religión;
por otra, a los que tan sólo ostentan esa apariencia. De un
lado, el sepulcro abierto; del otro, el blanqueado. De manera
que cualquiera que observase alguna asamblea pública (sin
exceptuar nuestras congregaciones) fácilmente vería que una
141 2 Ts. 2.3.
142 Jer. 5.1.
Sermón 3 73
parte era de saduceos y otra de fariseos.143 Los primeros se
ocupan tan poco de la religión como si no hubiera
resurrección, ni ángel, ni espíritu.144 Los otros la convierten
en una forma inerte, en una serie de actuaciones externas sin
la verdadera fe, sin el amor de Dios y sin el gozo del
Espíritu Santo.
12. Ojalá esto no fuese cierto de los que estamos
aquí presentes. Hermanos, ciertamente el anhelo de mi
corazón y mi oración a Dios son para salvación;145 para
que sean ustedes salvos de este diluvio de iniquidades; que
sus olas orgullosas se detengan aquí. Pero, ¿será así? Dios
sabe, y nuestras conciencias saben, que no es así. No nos
hemos guardado limpios. Somos corruptos y abominables.
Pocos hay que tengan ya entendimiento; y pocos que
adoren a Dios en espíritu y verdad. Somos generación que
no dispuso su corazón, ni fue fiel para con Dios su
espíritu.146 El nos ha puesto para que seamos sal de la
tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?
No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y
hollada por los hombres.147
13. ¿No castigaré esto? dice el Señor; ¿y de tal gente
no se vengará mi alma?.148 No sabemos cuán presto dirá:
«Espada, pasa por la tierra».149 Tiempo sobrado nos ha
dado para arrepentirnos. Y esta sazón también nos da. Pero
ahora nos despierta y amonesta con el trueno. Sus juicios
143 Hch. 23.6.
144 Hch. 23.8.
145 Ro. 10.1.
146 Sal. 78.8.
147 Mt. 5.13.
148 Jer. 5.29.
149 Ez. 14.17.
74 Despiértate, tú que duermes
caen sobre la tierra. Con toda razón hemos de esperar que
sobre nosotros caiga el peor de ellos, y que venga a
nosotros pronto, y quite nuestro candelero de su lugar, si no
nos arrepentimos,150 y hacemos las primeras obras, y
volvemos a los principios de la Reforma, a la verdad y
sencillez del Evangelio. Quién sabe si estaremos resistiendo
el último esfuerzo de la gracia divina por salvarnos. Quizá
hayamos colmado la medida de nuestros pecados151 al
rechazar el mensaje de Dios contra nosotros, y al despedir a
sus mensajeros.
14. ¡Oh Señor, en la ira acuérdate de tu
misericordia!152 Glorifícate en nuestra enmienda, y no en
nuestra destrucción. Haznos prestar atención al castigo, y a
quien lo establece.153 Ahora que tus juicios están en toda la
tierra,154 haz que los moradores del mundo aprendan
justicia.155
15. Hermanos, ya es hora de que despertemos de
nuestro sueño, antes que toque la gran trompeta156 del
Señor y nuestra tierra se convierta en campo de sangre.
Ojalá y veamos las cosas que son necesarias para nuestra
paz antes de que se escondan de nuestra vista. «Apártate de
nosotros, oh buen Señor, y haz cesar tu ira sobre
nosotros.»157 Mira desde el cielo, y considera, y visita esta
150 Ap. 2.5.
151 1 Ts. 2.16.
152 Hab. 3.2.
153 Mi. 6.9.
154 1 Cr. 16.14.
155 Is. 26.9.
156 Is. 27.13.
157 Sal. 85.4. Wesley cita el Salmo según la traducción del Libro de Oración
Común.
Sermón 3 75
viña,158 y haznos saber el día de tu visitación. Ayúdanos, oh
Dios de nuestra salvación, por la gloria de tu nombre; y
líbranos, y perdona nuestros pecados por amor de tu
nombre.159 Así no nos apartaremos de ti; vida nos darás, e
invocaremos tu nombre. Restáuranos, oh Señor Dios de los
ejércitos. Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.160
Y a aquel que es poderoso para hacer todas las
cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea
gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades,
por los siglos de los siglos. Amén.161
158 Sal. 80.14.
159 Sal. 79.9.
160 Sal. 80.18-19.
161 Ef. 3.20-21.
75
Sermón 4
El cristianismo bíblico1
Al lector:
No fue mi intención, al escribirla, que la última parte
del siguiente sermón fuese publicada. Sin embargo, las falsas
y vulgares descripciones de lo ocurrido que se han
publicado en casi todos los rincones de la nación me obligan
a publicarlo en su totalidad, tal como fue predicado, para
que las personas sensatas juzguen por sí mismas.
Juan Wesley. 20 de octubre de 1744.
Hechos 4:31
Y todos fueron llenos del Espíritu Santo.
1. La frase anterior ocurre también en el capítulo
segundo, donde se lee: «Cuando llegó el día de Pentecostés,
estaban todos unánimes juntos.» (es decir, los apóstoles, las
mujeres, la madre y los hermanos de Jesús). «Y de repente
vino del cielo un estruendo como de un viento recio que
soplaba...y se les aparecieron lenguas repartidas como de
fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos
llenos del Espíritu Santo.»2 Uno de los efectos inmediatos
fue: que comenzaron a hablar en otras lenguas, de modo
que los partos, medos, elamitas y otros extranjeros que se
juntaron a causa del estruendo les oían hablar en sus propias
lenguas las maravillas de Dios.
1 Sermón predicado en Santa María, Oxford, ante la Universidad, el 24 de
agosto de 1744.
2 Hch. 2.1-4.
76 El cristianismo bíblico
2. En este capítulo leemos que habiendo estado los
apóstoles y los hermanos orando y alabando a Dios, el
lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron
llenos del Espíritu Santo. En esta ocasión no hay ninguna
señal visible semejante a la anterior; ni se nos dice que los
dones extraordinarios del Espíritu Santo fuesen dados a
todos o a algunos de los apóstoles--dones tales como
sanidades, el hacer milagros, profecía, discernimiento de
espíritus, diversos géneros de lenguas o interpretación de
lenguas.3
3. Si estos dones del Espíritu Santo han de
permanecer en la Iglesia a través de las edades, y si serán
devueltos o no al aproximarse los tiempos de la
restauración de todas las cosas,4 son asuntos que no es
necesario que decidamos. Lo que sí es necesario observar,
sin embargo, es que, aun en la época en que la iglesia estaba
comenzando, Dios repartió estos dones con mesura. ¿Eran,
en esa época, todos profetas? ¿Obraban todos milagros?
¿Tenían todos el don de sanidad? ¿Hablaban todos en
diversas lenguas? Ciertamente que no. Tal vez no había ni
uno entre cada mil personas que poseyera uno de estos
dones. Probablemente nadie excepto los maestros de la
iglesia, y aun entre estos sólo algunos poseían los dones.
Fue, por lo tanto, para un fin más excelente que todos
fueron llenos del Espíritu Santo.
4. Fue para darles (lo que nadie puede negar que es
esencial a los cristianos de todas las épocas) el sentir que
hubo también en Cristo Jesús,5 esos santos frutos del
3 1 Co. 12.28-30.
4 Hch. 3.21.
5 Fil. 2.5.
Sermón 4 77
Espíritu6 sin los cuales nadie puede llamarse parte de su
pueblo; para llenarlos de amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad; para llenarlos de fe (lo cual podría
también traducirse como «fidelidad»), de mansedumbre y
templanza; capacitándolos para crucificar la carne con sus
pasiones y deseos;7 y como consecuencia de este cambio
interior, cumplir toda santidad exterior, para andar como
Cristo anduvo en la obra de la fe, el trabajo del amor y la
constancia en la esperanza.8
5. Sin detenernos en especulaciones curiosas e
innecesarias acerca de estos dones extraordinarios del
Espíritu, examinemos detenidamente este fruto ordinario
que, se nos asegura, permanecerá a través de las edades: esa
gran obra de Dios entre los seres humanos que conocemos
bajo el nombre de «cristianismo»; no como una serie de
opiniones o un sistema de doctrinas, sino en lo que se
refiere a los corazones y las vidas humanas. Sería útil
considerar este cristianismo desde tres puntos de vista:
I. En sus comienzos en cada ser humano.
II. En su extensión de una persona a otra.
III. Como algo que se extiende por toda la tierra.
Mi intención es concluir estas observaciones con
una aplicación sencilla y práctica.
I. Consideremos, primero, el cristianismo en sus
comienzos, al empezar a existir entre los seres humanos.
[1.]Supongamos que una de aquellas personas que
oyeron al apóstol Pedro predicar el arrepentimiento y el
perdón de los pecados9 se sintió compungida en su corazón,
6 Gá. 5.22.
7 Gá. 5.22-24.
8 1 Ts. 1.3.
9 Lc. 24.47.
78 El cristianismo bíblico
se convenció de su pecado, se arrepintió, y creyó en Jesús.
Mediante esa fe en el poder de Dios, la cual es la certeza de
lo que se espera, la convicción de lo que no se ve,10 esa
persona recibe inmediatamente el espíritu de adopción, por
el cual clamamos: «!Abba, Padre»!.11 Entonces puede por
primera vez llamar a Jesús «Señor» por medio del Espíritu
Santo, dando el mismo Espíritu testimonio a nuestro
espíritu, de que es hijo de Dios. Ahora puede decir
verdaderamente: lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la
fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo
por mí.12
2. Esta es, por tanto, la esencia de la fe para el
pecador, la evidencia13 divina del amor de Dios el Padre, a
través del Hijo de su amor, que ahora le hace acepto en el
Amado. Justificado, pues, por la fe, tiene paz para con
Dios.14 Sí, la paz de Dios gobierna en su corazón; una paz
que sobrepasa todo entendimiento (pánta noun, es decir,
toda concepción puramente racional) guarda su corazón y
su mente15 de toda duda y temor, por medio del
conocimiento de aquél en quien ha creído.16 Por lo tanto, no
tiene temor de malas noticias, porque su corazón está firme,
creyendo en el Señor. No tiene temor de lo que los otros
seres humanos puedan hacerle, porque sabe que hasta los
cabellos de su cabeza están contados. No teme a los poderes
de la obscuridad, a los cuales Jesús holla bajo sus plantas
10 He. 11.1.
11 Ro. 8.15.
12 Gá. 2.20.
13 En el original, esta palabra está en griego: élegjos.
14 Ro. 5.1.
15 Fil. 4.7.
16 2 Ti. 1.12.
Sermón 4 79
diariamente. Teme el morir menos que nada; no, esta
persona desea partir y estar con Cristo17, quien destruyó
por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte,
esto es, al diablo, y libró a todos los que por el temor de la
muerte estaban durante toda la vida sujetos a
servidumbre.18
3. Su alma, por tanto, engrandece al Señor y su
espíritu se regocija en Dios su Salvador.19 Se regocija en su
Salvador inefable,20 el Salvador que lo ha reconciliado con
Dios, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón
de pecados.21 Se regocija de tener el testimonio del Espíritu
en su espíritu de que es hijo de Dios,22 y se regocija más aún
en la esperanza de la gloria de Dios,23 en la esperanza de la
sublime imagen de Dios, y en la renovación de su alma en
la justicia y santidad de la verdad;24 anticipando la corona
de gloria, esa herencia incorruptible, incontaminada e
inmarcesible.25
4. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.26 Y por
cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el
Espíritu de su Hijo el cual clama: «¡Abba, Padre!».27 Ese
amor filial que tiene en su corazón por Dios aumenta
17 Fil. 1.23.
18 He. 2.14-15.
19 Lc. 1.46-47.
20 1 P. 1.8.
21 Col. 1.14.
22 Ro. 8.16.
23 Ro. 5.2.
24 Ef. 4.23-24.
25 1 P. 1.4.
26 Ro. 5.5.
27 Gá. 4.6.
80 El cristianismo bíblico
constantemente por causa del testimonio que tiene en sí
mismo del amor perdonador de Dios hacia él, contemplando
cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos
llamados hijos de Dios.28 De modo que Dios es el deseo de
sus ojos, y el gozo de su corazón; su porción en este
momento y en la eternidad.
5. Quien ama a Dios de esta manera no puede sino
amar a su hermano también,29 no sólo de palabra ni de
lengua, sino de hecho y en verdad.30 Esta persona dice: «Si
Dios nos ha amado así, debemos también nosotros
amarnos unos a otros»;31 ciertamente, a todo ser humano,
por cuanto las misericordias de Dios están sobre todas sus
obras. De acuerdo con todo lo anterior, el afecto de esta
persona amante de Dios incluye a toda la humanidad por
amor de su Dios; sin exceptuar a quienes nunca ha visto en
la carne, de quienes sólo sabe que son linaje de Dios, por
quienes su Hijo murió; sin exceptuar a los malos o ingratos,
y menos aún a sus enemigos, aquéllos que le han maldecido,
aborrecido, ultrajado o perseguido a causa de su Señor. Esas
personas tienen un lugar especial en su corazón y en sus
oraciones. El cristiano las ama como Cristo nos amó a
nosotros.
6. El amor no se envanece.32 Humilla hasta el polvo
a las almas en que habita. Por lo tanto, la persona que
hemos venido mencionando es humilde de corazón.33 Se
considera a sí misma pequeña, despreciable y vil. Ni busca
28 1 Jn. 1.3.
29 1 Jn. 4.21.
30 1 Jn. 3.14.
31 1 Jn. 4.11.
32 1 Co. 13.4.
33 Mt. 11.29.
Sermón 4 81
ni recibe las alabanzas de otras personas, sino la que viene
de Dios. Es humilde y sufrida, amable y compasiva con
todo el mundo. La fidelidad y la verdad no le abandonan,
sino que están atadas a su cuello y escritas en la tabla de su
corazón.34 Por el mismo Espíritu es capaz de abstenerse de
todo, acallando su alma como se acalla a un niño. Esta
persona ha sido crucificada al mundo, y el mundo ha sido
crucificado para ella35--superando así los deseos de la
carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida.36
El mismo amor omnipotente de Dios le salvó tanto de la
pasión como del orgullo, de la lujuria como de la vanidad, de
la ambición como de la avaricia, y de toda disposición
contraria a la de Cristo.
7. Es fácil creer que quien tiene este amor en su
corazón no puede hacer mal a su prójimo. Le es imposible
hacerle daño a otro ser humano a sabiendas. Está muy lejos
de la crueldad y del mal, de la injusticia o de la acción
depravada. Con el mismo cuidado, pone guarda a su boca y
guarda la puerta de sus labios,37 por temor a ofender de
palabra en contra de la justicia, la misericordia o la verdad.
Ha echado a un lado toda mentira, falsedad o fraude; ni se
halló engaño en su boca.38 No difama a nadie, ni salen de su
boca palabras duras.
8. Tal persona está convencida de la verdad de la
palabra que dice que «separados de mí nada podéis
hacer»39 y, por consiguiente de la necesidad de recibir el
34 Pr. 3.3.
35 Gá. 6.14.
36 1 Jn. 2.16.
37 Sal. 141.3.
38 1 P. 2.22.
39 Jn. 15.5.
82 El cristianismo bíblico
riego de Dios a cada momento;40 por lo cual persevera cada
día en las ordenanzas de Dios, los medios establecidos por
Dios para derramar su gracia a los seres humanos: en la
doctrina de los apóstoles o sea, sus enseñanzas, recibiendo
alimento en su alma con su voluntad bien dispuesta a
recibir; en el partimiento del pan, que esta persona
comprende es la comunión del cuerpo de Cristo; y en las
oraciones y alabanzas que se levantan en la gran
congregación.41 Así crece diariamente en gracia, aumentando
en fortaleza, en el conocimiento y el amor de Dios.
9. Empero el cristiano no se satisface solamente con
abstenerse del mal. Su alma está sedienta de hacer el bien. La
palabra continua en su corazón es: «Mi Padre hasta ahora
trabaja, y yo trabajo.42 Mi Señor anduvo haciendo el bien;
¿y no voy yo a seguir sus pisadas?» Así que, según tiene
oportunidad, si no puede hacer bienes mayores, alimenta a
los hambrientos, viste a los desnudos, protege a los
huérfanos y a los extranjeros, visita y ayuda a quienes están
enfermos o en prisión.43 Reparte todos sus bienes para dar
de comer a los pobres.44 Se regocija en trabajar o en sufrir
por ellos; y en cualquier circunstancia en que pueda ser de
beneficio para otra persona, está especialmente dispuesto a
negarse a sí mismo. No existe para el cristiano nada tan
valioso que no esté dispuesto a sacrificar por ayudar a los
pobres, recordando la palabra del Señor: «En cuanto lo
40 Is. 27.3.
41 Hch. 2.42-46.
42 Jn. 5.17.
43 Mt. 25.35-39.
44 1 Co. 13.3.
Sermón 4 83
hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí
lo hicisteis.»45
10. Así era el cristianismo en sus comienzos. Así era
el cristiano en días antiguos. Así eran todos aquellos que,
habiendo escuchado las amenazas de los principales
sacerdotes y los ancianos, alzaron unánimes la voz a
Dios,.....y todos fueron llenos del Espíritu Santo....Y la
multitud de los que habían creído era de un corazón y un
alma (pues de tal manera el amor de aquél en que habían
creído los movía a amarse mutuamente). Y ninguno decía ser
suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las
cosas en común.46 Tan profundamente los cristianos habían
crucificado al mundo y el mundo había sido crucificado para
ellos. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la
comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las
oraciones. Y abundante gracia era sobre todos ellos. Así
que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos
los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el
precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles;
y se repartía a cada uno según su necesidad.47
II. 1. Echemos una mirada, en segundo lugar, a la
propagación de este cristianismo de una persona a otra, y
cómo va extendiéndose por toda la tierra. Esta fue la
voluntad de Dios desde el principio, quien no enciende una
luz para ponerla debajo de un almud, sino sobre el
candelero para que alumbre a todos los que están en casa.
Esto fue lo que había declarado Jesús a sus primeros
discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra, .... la luz del
mundo», a la misma vez que les daba aquel mandato general:
45 Mt. 25.40.
46 Hch. 4.23-24.
47 Hch. 2.1,42; 4.31-35.
84 El cristianismo bíblico
«Así alumbre nuestra luz delante de los hombres, para que
vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre
que está en los cielos.»48
2. Y si suponemos que algunas de estas personas
amantes del género humano ven al mundo entero sumergido
en la maldad, ¿podríamos creer que serían indiferentes ante
la visión de la miseria de aquéllos por quienes su Señor
murió? ¿No se conmoverían sus entrañas por ellos, y sus
corazones a causa de tanto mal? ¿Podrían permanecer
ociosas todo el día, aun si no hubieran recibido ningún
mandamiento de aquél a quien aman? ¿No se esforzarían,
usando todos los medios en su poder, para arrebatar algunos
de estos tizones del fuego?49 Sin duda alguna que lo harían
así. No escatimarían esfuerzos para traer a cualquiera de
estas pobres ovejas que se han extraviado, para volverlas al
gran Pastor y Obispo de sus almas.50
3. Así se comportaban los cristianos antiguos. Trabajaban,
siempre que tenían la oportunidad, haciendo bien a otros,
advirtiéndoles que huyeran de la ira venidera; que escaparan
de la condenación del infierno. Proclamaban: «Dios,
habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia,
ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se
arrepientan».51 Clamaban en voz alta: «Volvéos, volvéos de
vuestros malos caminos»;52 «y no os será la iniquidad
causa de ruina».53 Los cristianos discutían con los demás
48 Mt. 5.13-14.
49 Hay aquí una alusión autobiográfica, pues Wesley se consideraba a sí
mismo un «tizón arrancado del fuego» desde que, en 1709, fue rescatado de un
incendio en su hogar.
50 1 P. 2.25.
51 Hch. 17.30.
52 Ez. 33.11.
53 Ez. 18.30.
Sermón 4 85
acerca del dominio propio y de la rectitud o justicia, acerca
de las virtudes opuestas a los pecados que los dominaban, y
acerca del juicio venidero, de la ira de Dios que sin duda
vendrá sobre los obradores de maldad en aquel día en que
Dios juzgará a toda la humanidad.
4. Procuraban hablarle a cada persona según su
necesidad. Ante las personas descuidadas, que no se
preocupaban por su obscuridad y sombra de muerte,
tronaban: «Despiértate tú que duermes, y levántate de los
muertos, y te alumbrará Cristo.»54 Pero para aquellas
personas que ya estaban despiertas, y padeciendo bajo la
conciencia de la ira de Dios, sus palabras eran: «Abogado
tenemos para con el Padre,.....él es la propiciación por
nuestros pecados.»55 Mientras tanto, a quienes habían
creído, les exhortaban al amor y a las buenas obras; a
perseverar en el bien hacer; y a abundar más y más en
aquella santidad sin la cual nadie verá al Señor.56
5. Y su trabajo en el Señor no fue en vano. Su
palabra se diseminó y fue glorificada. Creció y prevaleció.57
Por otra parte, las ofensas prevalecieron también. El mundo
en general se sintió ofendido, porque los cristianos
testificaban de que las obras del mundo eran malas. Quienes
vivían para complacerse a sí mismos se sintieron ofendidos,
no sólo porque estos cristianos les criticaban sus
pensamientos («Dice que conoce a Dios,» dicen, «y se
llama a sí mismo hijo del Señor....su vida es distinta a la de
los demás, y su proceder es diferente.... se aparta de
nuestra compañía como sí fuéramos impuros....se siente
54 Ef. 5.14.
55 1 Jn. 2.1-2.
56 He. 12.14.
57 Hch. 19.20.
86 El cristianismo bíblico
orgulloso de tener a Dios por Padre.»)58 sino más aún
porque muchos de sus compañeros les fueron arrebatados y
ya no corrían con ellos con el mismo desenfreno de
disolución.59 Quienes eran personas de reputación se
sintieron ofendidas porque, a medida que se extendía el
evangelio, bajaban en estima a los ojos de los demás; y
porque muchos dejaron de adularlos con títulos y de darles
el honor que sólo Dios merece. Los comerciantes se
reunieron y dijeron: «Varones, sabéis que de este oficio
obtenemos nuestra riqueza; pero veis y oís que [estos han]
apartado a muchas gentes con persuasión...hay peligro de
que este nuestro negocio venga a desacreditarse». Sobre
todo, las llamadas personas religiosas, las de religión
externa, los santos de este mundo,60 se sintieron ofendidas y
listas en todo momento para clamar: «¡Varones israelitas,
ayudad! Porque hemos hallado que esos hombres son una
plaga, y promotores de sediciones por todo el mundo. Estos
son los hombres que por todas partes enseñan a todos
contra el pueblo y contra la ley.»61
6. Fue así que los cielos se obscurecieron con nubes,
y la tormenta comenzó. Mientras más se extendía el
cristianismo, más daño se hacía, a la vista de aquéllos que no
lo recibieron; y creció el número de aquéllos que se enojaron
más y más contra «estos que trastornan el mundo
entero»;62 por lo cual gritaban una y otra vez: «Quiten de la
tierra a tales hombres, porque no conviene que vivan».63 Y
58 Sabiduría, 2.13-16.
59 1 P. 4.4.
60 Frase que Wesley tomó prestada del reformador español Juan de Valdés.
Véase su carta a su padre del 10 de diciembre de 1734.
61 Hch. 21.28 y 24.5.
62 Hch. 17.6.
63 Hch. 22.22.
Sermón 4 87
creían firmemente que quienes los mataran estarían
rindiendo un servicio a Dios.64
7. Mientras tanto no dejaban de desechar su nombre
como malo;65 por lo cual se hablaba contra esta secta en
todas partes.66 La humanidad hablaba toda clase de mal
contra ellos, tal como hacía con los profetas que habían
vivido antes que ellos.67 Y todo lo que alguno afirmaba, los
demás lo creían; por lo cual las ofensas crecían en número
como las estrellas de los cielos. De esa forma, en el tiempo
ordenado por el Padre, surgió la persecución por todas
partes. Algunos sufrieron, durante un tiempo, la vergüenza
y el reproche; algunos, el despojo de sus bienes; algunos
experimentaron vituperios y azotes; algunos prisiones y
cárceles;68 y otros resistieron hasta la sangre.69
8. Fue entonces que las columnas del infierno se
estremecieron y que el reino de Dios se extendió más y más.
Los pecadores en todas partes se convertían de las tinieblas
a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios.70 Dios les dio a
sus hijos palabra y sabiduría, la cual no podrán resistir ni
contradecir todos los que se opongan.71 Y sus vidas tenían
tanta autoridad como sus palabras. Sobre todo, sus
sufrimientos daban testimonio al mundo entero. Fueron
aprobados como siervos de Dios en tribulaciones, en
necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en
tumultos, en trabajos; en peligros en el mar, peligros en el
64 Jn. 16.2.
65 Lc. 6.22.
66 Hch. 28.22.
67 Mt. 5.11-12.
68 He. 11.36
69 He. 12.4.
70 Hch. 26.18.
71 Lc. 21.15.
88 El cristianismo bíblico
desierto; en trabajo y fatiga, en hambre y sed, en frío y en
desnudez.72 Y después de haber peleado la buena batalla,
haber sido llevados como ovejas al matadero, y haberse
ofrecido en libación en el sacrificio y el servicio de su fe, su
sangre clamaba a una voz; por lo cual los paganos pudieron
decir que hasta muertos, su sangre aún hablaba.
9. Así se extendió el cristianismo por el mundo.
¡Mas cuán rápidamente apareció la cizaña entre el trigo!
¡Cuán pronto el misterio de la iniquidad se manifestó junto
al misterio de la justicia!73 ¡Cuán rápidamente encontró
Satanás un asiento en el templo de Dios! Hasta que la mujer
huyó al desierto,74 y los creyentes desaparecieron de entre
los hijos de los hombres. Aquí estamos siguiendo un camino
muy trillado: la siempre creciente corrupción de las
generaciones sucesivas ha sido descrita abundantemente de
tiempo en tiempo, por aquellos testigos que Dios levantó,
para mostrar que había construido su Iglesia sobre la roca, y
que las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.75
III. 1. Y ¿no veremos cosas aun más asombrosas que
éstas, y aun más admirables que las que han sido desde la
fundación del mundo? ¿Puede Satanás hacer que falle la
verdad de Dios? ¿Puede hacer que las promesas de Dios no
tengan cumplimiento? Si no puede, llegará el día en que el
cristianismo prevalecerá y cubrirá la tierra. Detengámonos
por un momento, y examinemos (el tercer punto prometido)
esta visión extraña: la de un mundo cristiano. Los profetas
antiguos inquirieron y buscaron diligentemente acerca de
esta salvación, el Espíritu que estaba en ellos les daba
72 2 Co. 6.4-5; 11.26-27.
73 2 Ts. 2.7; 1 Ti. 3.16.
74 Ap. 12.6.
75 Mt. 16.18.
Sermón 4 89
testimonio:76 «Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que
será confirmado el monte de la casa de Jehová como
cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y
correrán a él todas las naciones ... y volverán sus espadas
en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada
nación contra nación, ni se adiestrarán más para la
guerra.»77 «Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí,
la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será
buscada por las gentes; y su habitación será gloriosa.
Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que Jehová alzará
otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo.
... Y levantara pendón a las naciones, y juntará los
desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de
los cuatro confines de la tierra.»78 «Morará el lobo con el
cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro
y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los
pastoreará. ... No harán mal ni dañarán en todo mi santo
monte; porque la tierra será llena del conocimiento de
Jehová, como las aguas cubren el mar.»79
2. Las palabras del gran Apóstol tienen el mismo
significado, las cuales es evidente que no se han cumplido:
«¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. ...
Pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles ...
y [si] su defección es la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más
su plena restauración? ... Porque no quiero, hermanos, que
ignoréis este misterio, ... que ha acontecido a Israel
76 1 P. 1.10-11.
77 Is. 2.2,4.
78 Is. 11.10-12.
79 Is. 11.6,9.
90 El cristianismo bíblico
endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud
de los gentiles; y luego todo Israel será salvo.»80
3. Supongamos ahora que el tiempo ha llegado y que
las profecías se han cumplido. ¡Qué espectáculo tan
sublime! Todo es paz, reposo y seguridad para siempre.81
No se escucha el estruendo de las armas, ni confusión de
voces, ni se ven mantos revolcados en sangre.82 La
destrucción ha terminado: las guerras han cesado en la tierra.
No hay ninguna guerra interna: ningún hermano se levanta
contra su hermano; ni hay nación o ciudad divida contra sí
misma, destrozándose interiormente. La discordia civil ha
concluido para siempre, y no queda nadie para destruir o
herir a su prójimo. No hay opresión que haga entontecer al
sabio;83 ni extorsión que muela a los pobres;84 ni robos ni
hurtos; ni rapiña ni injusticias; porque todo el mundo está
satisfecho con las cosas que ahora posee. Así que la justicia
y la paz se besaron;85 han echado raíces y llenado la tierra;
la justicia florece en la tierra, y la paz mira desde el cielo.86
4. Y junto a la santidad y la justicia, se encuentra también la
misericordia. La tierra ya no está llena de habitaciones de
molestia.87 El Señor ha destruido a los sanguinarios, a los
que están llenos de malicia, a los envidiosos y vengativos. Si
hay provocación alguna, no hay quien sepa devolver mal
por mal; de hecho, no hay nadie que haga el mal, ni siquiera
uno. Todas las personas se han vuelto mansas como
80 Ro. 11.1,11-12,25-26.
81 Is. 32.17.
82 Is. 32.17.
83 Ec. 7.7.
84 Is. 3.15.
85 Sal. 85.10.
86 Sal. 80.14.
87 Sal. 74.21.
Sermón 4 91
palomas,88 y se han llenado de paz y gozo en el creer,89
unidos en un solo cuerpo, por un Espíritu, se aman
fraternalmente. Todos son de un corazón y un alma; y
ninguno dice ser suyo propio nada de lo que posee.90 No
hay entre ellos quien tenga necesidad; porque cada persona
ama a su prójimo como a sí misma. Y todos siguen una
misma regla: «todas las cosas que queráis que los hombres
hagan con vosotros, así también haced vosotros con
ellos.»91
5. De lo anterior se desprende que ninguna palabra
cruel se escucha entre ellos--ni contención de lenguas, ni de
ninguna otra clase, ni murmuración, ni difamación--sino que
cada cual abre su boca con sabiduría, y la clemencia está en
su lengua.92 Son igualmente incapaces de cometer fraude o
engaño. Su amor es sin fingimiento. Sus palabras son
siempre expresión justa de sus pensamientos, que abren una
ventana a sus pechos, de modo que cualquiera que lo desee
puede mirar en sus corazones y ver que en ellos sólo hay
amor y Dios.
6. Así que cuando el Señor Dios omnipotente toma
su poder y reina,93 y sujeta a sí mismo todas las cosas,94
Dios hace que todo corazón rebose de amor, y que toda
boca se llene de alabanza. Bienaventurado el pueblo que
tiene esto; Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es Jehová.95
«Levántate» (dice el Señor) «resplandece; porque ha venido
88 Mt. 10.16.
89 Ro. 15.13.
90 Hch. 4.32.
91 Mt. 4.32.
92 Pr. 31.26.
93 Ap. 19.6.
94 Fil. 3.21.
95 Sal. 144.5.
92 El cristianismo bíblico
tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti ... y
conocerás que yo Jehová soy el Salvador tuyo y Redentor
tuyo, el Fuerte de Jacob ... y pondré paz por tu tributo, y
justicia por tus opresores. Nunca más se oirá en tu tierra
violencia, destrucción ni quebrantamiento en tu territorio,
sino que a tus muros llamarás Salvación, y a tus puertas
Alabanza. ... Y tu pueblo, todos ellos serán justos, para
siempre heredarán la tierra; renuevos de mi plantío, obra
de mis manos, para glorificarme.»96 «El sol nunca más te
servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te
alumbrará, sino que Jehová te será por luz perpetua, y el
Dios tuyo por tu gloria.»97
IV. Habiendo considerado el cristianismo en sus
comienzos, en su desarrollo y en su extensión por toda la
tierra, sólo me queda concluir este asunto con una sencilla
aplicación práctica.
1. Primeramente quisiera preguntar: ¿Dónde existe
esta clase de cristianismo? ¿Dónde viven los cristianos?
¿Qué país es ése cuyos habitantes están todos llenos del
Espíritu Santo, son todos de un corazón y un alma98?
¿Dónde no se permite que ninguna persona entre ellas
carezca de nada, sino que constantemente se reparte a cada
uno según su necesidad?99 ¿Un lugar en donde todos y cada
uno tienen el amor de Dios llenando sus corazones, y
moviéndolos a amar a sus prójimos como a sí mismos?
¿Dónde están llenos de entrañable misericordia, de
benignidad, de humildad, de mansedumbre, de
96 Is. 60.1,16-18,21.
97 Is. 60.19.
98 Hch. 4.32.
99 Hch. 4.35.
Sermón 4 93
paciencia100? ¿Quiénes no ofenden en ninguna forma, ni en
palabra ni en hecho, en contra de la justicia, la misericordia
y la verdad, sino que en todo tratan a las demás personas
como ellas quisieran ser tratadas? ¿Podemos llamar cristiana
con propiedad a alguna nación que no responda a dicha
descripción? Entonces, confesemos que no hemos visto
hasta la fecha a ninguna nación cristiana sobre la tierra.
2. Os ruego, hermanos, por las misericordias de
Dios, aunque me consideren loco o tonto, que me escuchen
todavía un poco más, con paciencia. Es necesario que
alguien les hable con claridad. Es particularmente necesario
en este tiempo; porque, ¿quién sabe si será el último?
¿Quién sabe cuán pronto el juez justo dirá: «No voy a sufrir
más a este pueblo»?101 De modo que si aun Noé, Daniel y
Job estuvieran en la tierra, ellos apenas salvarían sus
propias almas. ¿Quién les hablará con esta franqueza si yo
no lo hago? Por lo tanto, me he decidido y hablaré. Y les
conjuro, por el Dios viviente, que no se opongan a recibir
una bendición de mi mano. No digan en sus corazones:
«Non persuadebis, etiamsi persuaseris» (No me has
persuadido, aunque has sido muy persuasivo); o, en otras
palabras, «Señor, no recibiré nada por medio del que has
enviado. ¡Permíteme mejor perecer en mi sangre que ser
salvado por medio de este hombre!»
3. Hermanos, aunque hablo así, estoy persuadido de
cosas mejores102 en cuanto a ustedes. Permítanme
preguntarles, entonces, con amor tierno, y en espíritu de
humildad: ¿Es ésta una ciudad cristiana? ¿Se encuentra aquí
el cristianismo según las Sagradas Escrituras? ¿Estamos
100 Col. 3.12.
101 Ex. 8.8,9,29-31; Jer. 7.16.
102 He. 6.9.
94 El cristianismo bíblico
nosotros, como comunidad, tan llenos del Espíritu Santo
como para disfrutar en nuestros corazones, y mostrar en
nuestras vidas los frutos genuinos del Espíritu? ¿Son todos
los dignatarios, los jefes y directores de colegios e
instituciones, y sus respectivas sociedades (sin hablar de los
habitantes del pueblo), de un corazón y un alma? ¿Ha sido
el amor de Dios derramado en nuestros corazones?103
¿Tenemos el mismo sentir que él tenía? ¿Y están nuestras
vidas en conformidad con ello? ¿Somos santos en nuestra
manera de hablar, así como aquél que nos llamó es
santo?104
4. Espero que tomen ustedes en consideración que
no se trata aquí de asuntos extraños; que la cuestión aquí no
tiene que ver con opiniones dudosas de un tipo o de otro;
sino que se trata de las consecuencias fundamentales e
indiscutibles de nuestro cristianismo común. Para su
decisión, apelo a sus propias conciencias, guiadas por la
Palabra de Dios. Quien no se sienta condenado por su
propio corazón, que vaya en paz.
5. Entonces, en el temor y ante la presencia del gran
Dios ante quien todos hemos de comparecer, pido a quienes
tienen autoridad sobre nosotros, a quienes respeto por
razón de su dignidad, que consideren (y no a la manera de
hipócritas delante de Dios): ¿Están llenos del Espíritu
Santo? ¿Son ustedes representantes dignos de aquél a quien
están llamados a representar entre los seres humanos? «Yo
dije: Vosotros sois dioses».105 ¡Ustedes los magistrados y
autoridades son, por razón de su dignidad, aliados del Dios
del cielo! En sus respectivos puestos y empleos están
103 Ro. 5.5.
104 1 P. 1.15.
105 Sal. 82.6.
Sermón 4 95
llamados a mostrarnos al Señor nuestro gobernante. ¿Son
todos los pensamientos de sus corazones, todos sus anhelos
y deseos, dignos de su llamado? ¿Son todas sus palabras
como aquéllas que vienen de la boca de Dios? ¿Hay dignidad
y amor en todas sus acciones? ¿Hay esa grandeza que las
palabras no pueden expresar, que sólo puede emanar de
un corazón lleno de Dios--y que, a la vez, es consistente
con el carácter del ser humano que es un gusano, y con el
hijo de hombre, también gusano?106
6. Ustedes, hombres venerables que han sido
especialmente llamados a formar las mentes tiernas de la
juventud, a disipar las tinieblas de la ignorancia y del error,
y a enseñarles a ser sabios para salvación, ¿están llenos del
Espíritu Santo? ¿Están llenos de todos esos frutos del
Espíritu107 que requiere el desempeño de sus funciones?
¿Están sus corazones consagrados a Dios? ¿Están llenos de
amor y de celo por establecer su reino en este mundo? ¿Les
recuerdan a aquellos que tienen bajo su cuidado que el fin
razonable de todos sus estudios es el conocer, amar y servir
al único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Dios ha
enviado?108 ¿Les inculcan día a día ese amor que es lo único
que no perece? Porque cesarán las lenguas, y la ciencia
filosófica acabará,109 y sin amor todo conocimiento es sólo
una espléndida ignorancia, vana pompa, aflicción de
espíritu. ¿Hay en todo lo que enseñan una tendencia al amor
a Dios y a toda la humanidad por amor de su nombre?
¿Piensan en esto en relación al tipo, modo y medida de los
estudios que les prescriben; deseando y trabajando para que
106 Job 25.6.
107 Gá. 5.22.
108 Jn. 17.3.
109 1 Co. 13.8.
96 El cristianismo bíblico
dondequiera que les toque ir a estos jóvenes soldados de
Cristo puedan ser antorchas que ardan y alumbren,
honrando en todo el evangelio de Cristo? Y permítanme
preguntarles: ¿desempeñan con todas sus fuerzas el gran
trabajo que han emprendido? ¿Ejercitan, en el cumplimiento
de sus deberes, todas las facultades de su alma, usando todo
el talento que Dios les ha dado, al máximo de sus fuerzas?
7. No quiero que se diga que estoy hablando aquí
como si todos los que están a su cargo tuvieran intención de
dedicarse al ministerio. De ninguna manera: hablo desde el
punto de vista que todos deben ser cristianos. ¿Pero qué
ejemplo les estamos dando nosotros los que gozamos de la
beneficencia de nuestros antepasados, los que somos
estudiantes, tutores o eruditos, en especial los que tenemos
cierto rango y eminencia? ¿Abundan ustedes en los frutos
del Espíritu, en humildad, abnegación, mortificación,
seriedad y compostura de espíritu, en paciencia, sobriedad
y templanza, y se esfuerzan, por otra parte, en hacer el bien
a todos los seres humanos, en aliviar las necesidades
externas y en encaminar las almas al verdadero conocimiento
y amor de Dios? ¿Es éste el carácter de la mayoría de los
estudiantes en los colegios? Me temo que no lo sea. Por el
contrario, ¿no nos echan en cara nuestros enemigos, y
quizás con buenas razones, que el orgullo y la soberbia de
espíritu, la impaciencia y la inquietud, la morosidad y la
indolencia, la gula y la sensualidad, y aun una proverbial
inutilidad, prevalecen entre nosotros? ¡Ojalá Dios borrara de
nosotros este reproche; de modo que aun su memoria
pereciera para siempre!
8. Muchos de nosotros estamos más directamente
consagrados a Dios, llamados a trabajar en las cosas
Sermón 4 97
sagradas.110 ¿Somos, entonces, modelos para los demás en
palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza?111 ¿Está
escrito en nuestra frente y en nuestro corazón: «Santidad al
Señor»?112 ¿Qué motivos nos impulsaron a entrar al santo
ministerio? ¿Fue verdaderamente con el solo propósito «de
servir a Dios, confiando en que fuimos verdaderamente
movidos por el Espíritu Santo para tomar sobre nosotros
este cargo y ministerio, con el fin de promover su gloria y
para la edificación de su pueblo»? ¿Estamos «decididos a
entregarnos por completo y con el auxilio de Dios a este
santo oficio? ¿Hemos abandonado, hasta donde ha sido
posible, los cuidados y estudios mundanos? ¿Nos hemos
dedicado exclusivamente a este bendito trabajo,
subordinando a él todos nuestros esfuerzos y estudios»?113
¿Somos aptos para enseñar?114 ¿Recibimos nuestra
enseñanza de Dios a fin de poder enseñar a otras personas?
¿Conocemos a Dios? ¿Conocemos a Jesucristo? ¿Ha
revelado Dios a su Hijo en nosotros?115 ¿Nos ha hecho
ministros competentes del Nuevo Pacto?116 ¿Dónde está
entonces el sello de nuestro apostolado?117 ¿Qué personas
muertas en sus pecados y maldades118 han resucitado por
nuestra palabra? ¿Tenemos celo ardiente de salvar a las
almas de la muerte, de modo que nos olvidamos hasta de
110 1 Co. 9.13.
111 1 Ti. 4.12.
112 Ex. 28.36.
113 Estas oraciones aluden a los servicios de ordenación para diáconos y para
presbíteros en el Libro de Oración Común.
114 2 Ti. 2.24.
115 Gá. 1.16.
116 2 Co. 3.6.
117 1 Co. 9.2.
118 Ef. 2.1.
98 El cristianismo bíblico
comer? ¿Hablamos claramente por la manifestación de la
verdad recomendándonos a toda conciencia humana
delante de Dios?119 ¿Estamos muertos al mundo y a las
cosas del mundo, haciendo tesoros en el cielo?120 ¿Nos
enseñoreamos sobre la grey del Señor, o somos los últimos,
los siervos de todos? ¿Se nos hace pesado sufrir reproches
por Cristo, o nos regocijamos con ello? ¿Cuando nos
golpean en una mejilla, nos sentimos resentidos? ¿Nos
impacientamos con las afrentas? ¿O volvemos la otra
mejilla; sin dejarnos vencer por el malo, sino venciendo con
el bien el mal?121 ¿Tenemos un celo fanático que nos hace
aborrecer a los que no piensan como nosotros, o estamos
inflamados de un amor que nos hace hablar con
mansedumbre, humildad y sabiduría?
9. Una vez más: ¿qué diremos respecto a la juventud
en este lugar? ¿Tienen la forma o el poder de la santidad
cristiana? ¿Son ustedes dóciles, humildes, dispuestos a
recibir consejo; o son tercos, voluntariosos, sabelotodos y
soberbios? ¿Son obedientes a sus superiores tanto como a
sus padres; o desprecian a aquéllos a quienes deben la mas
profunda reverencia? ¿Son diligentes en su fácil trabajo,
prosiguiendo sus estudios con toda fidelidad? ¿Redimen
ustedes el tiempo, haciendo durante el día todo el trabajo
que puedan? ¿O están conscientes de que están malgastando
cada día, ya sea en leer lo que no tiene nada de cristiano, o
en jugar, o en quién sabe que otra cosa? ¿Son mejores
administradores de su fortuna que de su tiempo? ¿Procuran
ustedes, por principio, no deber nada a nadie? ¿Recuerdan el
día de descanso para santificarlo; para pasar tiempo en la
119 2 Co. 4.2.
120 Mt. 6.20.
121 Ro. 12.21.
Sermón 4 99
adoración a Dios? Cuando están en su casa, ¿consideran que
Dios está allí? ¿Se comportan como quien ve al Invisible?
¿Saben cómo guardar sus cuerpos con santificación y
dignidad? ¿No se encuentran entre ustedes la borrachera y la
corrupción? ¿No hay entre ustedes quienes se gloríen en lo
que debe ser su vergüenza? ¿No toman muchos de ustedes
el nombre de Dios en vano; quizás ya por hábito, sin
remordimiento ni temor? ¿No son muchos de ustedes
perjuros? Me temo que su número cada vez se acrecienta
más. No se sorprendan, hermanos: ante Dios y ante esta
congregación confieso que he estado entre su número,
jurando solemnemente observar muchas cosas que entonces
no comprendía, y aquellos estatutos que ni siquiera había
leído en ese momento ni muchos años después. ¿Qué es
esto sino perjurio? Pero si lo es, ¡qué gran pecado, pecado
poco común, pesa sobre nosotros! ¿Y no verá todo esto el
Señor?
10. ¿No será una de las consecuencias de esto el que
ésta sea una generación frívola; frívola con respecto a Dios,
en las relaciones unos con los otros, y en relación con sus
propias almas? Porque, ¿cuántos entre ustedes dedican, de
una semana a otra, una sola hora a la oración privada?
¿Cuántos piensan en Dios en sus conversaciones? ¿Quién
de ustedes conoce la obra del Espíritu, su obra en los
corazones humanos? ¿Pueden soportar, siempre que sea
sólo de vez en cuando en la iglesia, alguna plática sobre el
Espíritu Santo? ¿No darían ustedes por sentado, si alguien
comenzara este tipo de conversación, que debe tratarse de
un «hipócrita» o de un «entusiasta»? En el nombre de
nuestro Señor todopoderoso les pregunto: ¿Qué clase de
religión es la suya? No quieren ni pueden siquiera soportar
100 El cristianismo bíblico
que se les hable del cristianismo. ¡Oh, mis hermanos! ¿Qué
ciudad cristiana es ésta? ¡Tiempo es de actuar, oh Señor!122
11. Porque, a la verdad, ¿qué probabilidad, o, mejor
dicho, qué posibilidad, humanamente hablando, hay de que
vuelva a este lugar el verdadero cristianismo, el que se rige
según las Sagradas Escrituras? ¿Qué posibilidad de que toda
clase de personas que moran entre nosotros pueda hablar y
vivir como personas llenas del Espíritu Santo? ¿Quién debe
restaurar este cristianismo? ¿Aquéllos que tienen autoridad?
¿Están ustedes convencidos, entonces, de que éste es el
cristianismo según las Escrituras? ¿Desean que sea
restablecido? ¿Están dispuestos a perder su libertad, su
fortuna, y aun la vida, lo que más precian, con tal de ser
instrumentos de la restauración de este cristianismo?
Supongamos que tienen este deseo, ¿quién tiene un poder en
proporción a la tarea? Quizás alguno de ustedes ha hecho
algún esfuerzo débil, pero sin mayor éxito. Entonces, ¿debe
ser restaurado este cristianismo por personas jóvenes,
desconocidas, de poca importancia? No sé si ustedes están
dispuestos a soportarlo. Algunos de ustedes dirán: «Joven,
al decir esto nos haces un reproche.» Mas no hay peligro de
que tal cosa ocurra, de tal forma está la nación llena de
iniquidad. ¿Qué debe enviar Dios? ¿Hambre, pestilencia (los
últimos mensajeros de Dios a una tierra rebelde) o espada?
¿Enviará el ejército de extranjeros romanistas a reformarnos
y volvernos al primer amor? Caigamos mejor en la mano de
Dios antes que caer en la mano de otros seres humanos.123
Señor, sálvanos, que perecemos. ¡Sácanos del
pantano, que nos hundimos! ¡Defiéndenos de estos
122 Sal. 119.126.
123 Alude a 2 S. 24.14.
Sermón 4 101
enemigos! Porque vana es la ayuda humana. Para ti todo es
posible. Conforme a la grandeza de tu poder, preserva a
aquéllos que han de morir. Y defiéndenos según te plazca.
¡Mas no conforme a nuestra voluntad sino a la tuya!
101
Sermón 5
La justificación por la fe
Romanos 4:5
Mas al que no obra, sino que cree en aquel que justifica al
impío, su fe le es contada por justicia.
1. Cómo puede una persona pecadora justificarse
delante de Dios, el Señor y Juez de todos, es una pregunta de
gran importancia para todos los seres humanos. Contiene el
fundamento de toda nuestra esperanza, pues mientras estamos
en enemistad con Dios no puede haber verdadera paz, ni
verdadero gozo en esta vida ni en la eternidad. ¿Cómo puede
haber paz cuando nuestro corazón nos condena? ¿Y mucho más
aquél que es mayor que nuestro corazón, y conoce todas las
cosas?1 ¿Qué gozo verdadero puede haber en este mundo o en
el otro, mientras la ira de Dios permanezca en nosotros?2
2. Y sin embargo, ¡cuán poco se ha entendido un asunto
tan importante! ¡Cuántas ideas confusas tienen muchos sobre
este asunto! A la verdad, no sólo confusas, sino a menudo
erróneas y tan contrarias a la verdad como la luz lo es a las
tinieblas; nociones absolutamente inconsistentes con los
oráculos de Dios, y con toda la analogía de la fe. Por lo cual, al
errar con respecto al fundamento, no pueden construir nada
después; al menos, no con oro, ni con plata, ni con piedras
preciosas que resistan la prueba de fuego, sino con heno y
1 1 Jn. 3.20.
2 Jn. 3.36.
102 La justificación por la fe
hojarasca,3 que ni son aceptables a Dios ni útiles a los seres
humanos.
3. A fin de hacer justicia, en cuanto de mí dependa, al
asunto de tan gran importancia que vamos a tratar; de evitar que
aquéllos que con toda sinceridad buscan la verdad, se distraigan
con vanas pláticas y contiendas de palabras;4 de aclarar la
confusión a que algunas personas han sido conducidas, y de
presentarles grandes y verdaderas concepciones de este gran
misterio de la piedad,5 me esforzaré en demostrar:
Primero, cuál es la base general de toda esta doctrina de
la justificación;
Segundo, qué es la justificación;
Tercero, quiénes son justificados;
Cuarto, bajo qué condiciones son justificados.
I. En primer lugar, debo presentar la base general de toda
esta doctrina de la justificación.
1. El ser humano fue creado a imagen de Dios;6 santo
como aquél que lo creó es santo;7 misericordioso como el
Creador de todo es misericordioso, perfecto como el Padre del
cielo es perfecto. Así como Dios es amor, el humano, quien
vivía en amor, vivía en Dios y Dios en él.8 Dios creó al ser
humano para que fuese imagen de su propia eternidad,
semejanza incorruptible del Dios de gloria. Era por consiguiente
puro como Dios es puro, sin mancha de pecado. No conocía el
pecado en ningún grado o manera, sino que estaba interior y
3 1 Co. 3.12-13.
4 1 Ti. 6.4.
5 1 Ti. 3.16.
6 Gn. 1.27.
7 Mt. 5.48.
8 1 Jn. 4.16.
Sermón 5 103
exteriormente limpio y libre de pecado. Amaba al Señor su Dios
con todo su corazón, con toda su alma, y con toda su mente y
con todas sus fuerzas.9
2. Dios le dio a este ser humano justo y perfecto una ley
perfecta, en la que esperaba obediencia plena y perfecta. Dios
requirió total obediencia en todo punto; obediencia que debía
ser observada sin interrupción desde el momento en que el ser
humano fue alma viviente hasta el momento en que terminara su
prueba. No había disculpa para falta alguna. No tenía que
haberla por cuanto el ser humano era capaz de llevar a cabo la
tarea asignada, y estaba totalmente equipado para toda buena
palabra y obra.10
3. Pareció bien a Dios, en su infinita sabiduría, añadir a
la ley del amor que estaba grabada en el corazón del ser humano
(contra la cual, quizás, no podía pecar directamente), otra ley
positiva: «Mas del fruto del árbol que está en medio del huerto
dijo Dios: no comeréis»; añadiendo la siguiente pena: «para que
no muráis.»11
4. Tal era el estado del ser humano en el paraíso. Debido
al amor infinito e inmerecido de Dios, el ser humano era puro y
feliz; conocía, amaba y disfrutaba de Dios, lo cual es (en
substancia) la vida eterna. Y podía vivir en esta vida de amor
para siempre si continuaba obedeciendo a Dios en todas las
cosas. Pero si lo desobedecía en alguna lo perdería todo. «El día
que de él comieres», dijo Dios, «ciertamente morirás».
5. El ser humano desobedeció a Dios; comió del árbol
que Dios le había mandado diciendo: «no comerás de él». En
9 Mc. 12.13.
10 1 Ti. 3.17.
11 Gn. 2.17; 3.3.
104 La justificación por la fe
ese día fue condenado por el justo juicio de Dios. Desde ese
momento también comenzó a cumplirse en él la sentencia que se
le había advertido. Desde el momento en que probó el fruto,
murió. Su alma murió, se separó de Dios; separado del cual el
alma no tiene más vida que el cuerpo cuando está separado del
alma. Su cuerpo asimismo se volvió corruptible y mortal, de
manera que la muerte se posesionó también de esta parte del ser
humano. Estando ya muerto en espíritu, muerto para con Dios,
muerto en pecado, se precipitaba hacia la muerte eterna, hacia la
destrucción tanto de su cuerpo como de su alma en el fuego que
nunca se apagará.12
6. Así que, por un hombre entró el pecado en el mundo
y, por el pecado, la muerte. Así que la muerte pasó a todos los
seres humanos13 que estaban contenidos en él, como padre y
representante de todos nosotros. Así que por la ofensa de una
persona todos están muertos, muertos para Dios, muertos en
pecado, viviendo en un cuerpo corruptible, mortal, que pronto
se disolverá, y bajo sentencia de muerte eterna. Por la
desobediencia de uno los muchos fueron constituidos
pecadores. Por la ofensa de uno, vino la culpa a todos los seres
humanos para condenación.
7. En esta condición se encontraba la raza humana
cuando de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna.14 En la plenitud de los tiempos,15 fue
hecho Hombre, segunda cabeza de la humanidad, un segundo
padre y representante de toda la raza humana. Y de esta forma
12 Mc. 9.34.
13 Ro. 5.12.
14 Jn. 3.16.
15 Gá. 4.4.
Sermón 5 105
fue que llevó él nuestras enfermedades y Jehová cargó en él el
pecado de todos nosotros. Entonces él herido fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados. El puso su vida en
expiación por el pecado.16 El derramó su sangre por los
transgresores. El llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo
sobre el madero,17 de modo que por sus llagas fuimos nosotros
curados. Y por esa oblación de si mismo ofrecida una vez, nos
redimió a mí y a toda la humanidad; habiendo hecho «un
completo, perfecto y suficiente sacrificio ... y satisfacción por
los pecados de todo el mundo.»18
8. Debido pues a que el Hijo de Dios gustó la muerte
por todos,19 Dios reconcilió consigo al mundo, no tomándoles
en cuenta sus pecados.20 Así que, como por la transgresión de
uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma
manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la
justificación de vida.21 De manera que, por amor de su amado
Hijo, por lo que ha hecho y sufrido por nosotros, Dios ahora
promete, bajo una sola condición (en el cumplimiento de la cual
él mismo nos ayuda) tanto perdonarnos el castigo que nuestros
pecados merecen, como volvernos su gracia, y dar a nuestras
almas muertas la vida espiritual perdida como arras de la vida
eterna.
9. Esta es pues la base general de la doctrina de la
justificación. Por el pecado del primer Adán, que era no sólo el
padre sino también el representante de la raza humana,
16 Is. 53.4-10.
17 1 P. 2.24.
18 Libro de Oración Común, Oración de consagración en el servicio de comunión.
19 He. 2.9.
20 2 Co. 5.19.
21 Ro. 5.18.
106 La justificación por la fe
perdimos el favor de Dios; nos convertimos en hijos de la ira, o,
como dice el apóstol: por la transgresión de uno vino la
condenación a todos los hombres. De la misma manera, por
medio del sacrificio por el pecado que el segundo Adán ofreció
como representante de todos nosotros, Dios se reconcilió a
todo el mundo de tal modo que le dio un nuevo pacto. Una vez
cumplida la condición de éste, ya no hay condenación para los
que están en Cristo Jesús, siendo justificados gratuitamente por
su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.22
II. 1. Pero, ¿qué significa ser justificado? ¿Qué cosa es la
justificación? Esta es la segunda proposición que prometí
desarrollar. De lo anteriormente observado se desprende que no
se trata de ser justo o recto en sentido literal. Eso es
santificación; lo cual es en cierto grado el fruto inmediato de la
justificación, pero es aun así un don de Dios distinto y de una
naturaleza diferente. La justificación implica lo que Dios hace
por nosotros por medio de su Hijo; la santificación es lo que
Dios obra en nosotros por medio de su Espíritu. Así que,
aunque en algunas raras ocasiones el término «justificado» o
«justificación» se usa en un sentido amplio que incluye la
santificación también, sin embargo en su uso general tanto San
Pablo como los otros escritores inspirados distinguen un
concepto del otro.
2. No se puede probar con ningún texto específico de las
Sagradas Escrituras la doctrina aventurada de que la justificación
nos libra de toda acusación, especialmente de la que Satanás
hace en nuestra contra. En toda la exposición bíblica sobre este
tema, no se toma en cuenta ni al acusador ni a su acusación. No
se puede negar que él es el acusador de los seres humanos,
22 Ro. 3.24.
Sermón 5 107
llamado así en forma enfática. Pero no parece que el gran
Apóstol haya hecho referencias a ello en forma mayor o menor,
en todo lo que escribió a los romanos y a los gálatas acerca de la
justificación.
3. Es mucho más fácil, además, suponer que la
justificación significa quedar libre de la acusación que la ley
presenta en contra nuestra, que probarlo claramente con el
testimonio de la Escritura. Especialmente si esta manera de
expresarse, tan forzada y poco natural, quiere decir otra cosa
que lo siguiente: que si bien hemos quebrantado la ley de Dios y
merecido por ello la condenación del infierno, Dios no aplica el
merecido castigo a las personas que han sido justificadas.
4. Menos aún que lo anterior, la justificación significa
que Dios se engañe con aquéllos a quienes justifica; que los crea
ser lo que en verdad no son; que los considere diferentes de lo
que son. No significa que Dios se forme de nosotros una idea
contraria a la verdadera naturaleza de las cosas; que nos crea
mejores de lo que realmente somos, o que nos crea justos
cuando en realidad somos injustos. Ciertamente que no. El
juicio de Dios, que es todo sabiduría, es siempre conforme a la
verdad. No puede tampoco ser consistente con su infalible
sabiduría pensar que soy inocente, juzgar que soy justo o santo,
porque otra persona lo sea. No puede de esta manera
confundirme más con Cristo que con David o con Abraham. A
quien Dios haya dado inteligencia, pese estas cosas sin prejuicio
y no dejará de comprobar que tal concepto de la justificación es
contrario a la razón y a la Escritura.23
23 Aquí Wesley está rechazando la doctrina de algunos puritanos que decían que la
«justicia imputada» de Cristo consiste en que el pecador se reviste de Cristo, de
modo que al juzgarle, lo que Dios ve es a Cristo, y no al pecador.
108 La justificación por la fe
5. La enseñanza simple y clara de la Escritura respecto a
la justificación es el perdón, el perdón de los pecados. Es ese
acto de Dios el Padre mediante el cual, por medio de la
propiciación hecha por la sangre de su Hijo, manifestó su
justicia (o misericordia) a causa de haber pasado por alto, en
su paciencia, los pecados pasados.24 Esta es la sencilla y
natural explicación que da San Pablo a través de toda su
epístola. De esta manera lo explica él mismo, particularmente en
éste y en el siguiente capítulo. Uno de los versículos que siguen
al texto dice: «Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son
perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el
varón a quien el Señor no inculpa de pecado.»25
A quien está justificado o perdonado, Dios no le
imputará pecado para condenación. Por esta causa no lo
condenará ni en este mundo ni en el otro. Todos sus pecados
pasados, de pensamiento, palabra y obra, son cubiertos, son
borrados; no serán recordados ni mencionados en su contra; son
como si nunca hubieran sido. Dios no aplicará a este pecador lo
que merece, porque el Hijo de su amor sufrió por él. Desde el
momento en que somos aceptos en el Amado»,26 justificados en
su sangre,27 Dios nos ama, nos bendice, y vela por nosotros
para bien, como si nunca hubiéramos pecado.
De hecho el Apóstol en un lugar parece extender el
sentido de la palabra mucho más, cuando dice: «porque no son
los oidores de la ley los justos... sino los hacedores de la ley
serán justificados».28 Aquí parece referir nuestra justificación a
24 Ro. 3.25.
25 Ro. 4.7-8.
26 Ef. 1.6.
27 Ro. 5.9.
28 Ro. 2.13.
Sermón 5 109
la sentencia del gran día del juicio. Lo mismo dice nuestro Señor
Jesucristo: «Porque por tus palabras serás justificado»;
probando así que «de toda palabra ociosa que hablen los
hombres, de ella darán fruto en el día del juicio».29 Difícilmente
encontraremos otro pasaje en que San Pablo use la palabra en
este sentido. En sus escritos en general es evidente que no lo
hace; al menos en todo el texto ante nosotros, el cual habla sin
duda, no de aquéllos que han acabado la carrera,30 sino de
quienes la están comenzando, apenas empezando la carrera
que les ha sido propuesta.31
III. 1. Mas éste es el tercer asunto que hemos de
considerar, a saber: ¿Quiénes son los justificados? Y el Apóstol
nos contesta claramente: «los injustos.» Dios «justifica al
impío», a las personas impías de toda clase y grado, y a nadie
más que a los impíos. Los justos no tienen necesidad de
arrepentimiento,32 por lo cual no necesitan perdón. Son los
pecadores los que necesitan del perdón: sólo el pecado puede
ser perdonado. El perdón, por consiguiente, tiene una relación
directa y única con el pecado. Nuestra iniquidad es el objeto del
perdón misericordioso de Dios; es nuestra iniquidad la que Dios
no vuelve a recordar.33
2. Los que arguyen con vehemencia que el ser humano
tiene que estar santificado antes de ser justificado parecen
olvidar por completo todo lo anterior; especialmente los que
dicen que debe haber primero una santidad universal u
obediencia que debe preceder a la justificación (a menos que
29 Mt. 12.36-37.
30 2 Ti.4.7.
31 He. 12.1.
32 Lc. 5.32.
33 He. 8.12.
110 La justificación por la fe
estén refiriéndose a la justificación en el día final, lo cual está
fuera de toda consideración). Tan lejos de la verdad está
semejante proposición, que no sólo es imposible, (porque
donde no hay amor de Dios no puede haber santidad, y no hay
amor de Dios fuera del que resulta de la conciencia de su amor
para con nosotros), sino que es un absurdo, una contradicción.
No es el santo sino el pecador quien es perdonado, y bajo el
título de pecador. Dios justifica a los impíos, no a los justos; no
a los que ya son santos, sino a los que necesitan santificación.
Vamos muy pronto a considerar bajo qué condiciones lleva a
cabo esta justificación; pero es evidente que la base de dicha
justificación no es la santidad. El hacer esta declaración sería
como decir que el Cordero de Dios quita sólo aquellos pecados
que ya habían sido borrados.
3. ¿Busca el buen Pastor sólo a los que ya se encuentran
en el redil? No. Busca y salva a las ovejas perdidas.34 Perdona a
quienes necesitan de su perdón misericordioso. Salva del
sentido de culpa a causa del pecado (y de su poder al mismo
tiempo) a pecadores de todo tipo, de todo grado: seres humanos
que hasta ese momento eran impíos por completo; en los cuales
no existía el amor del Padre; y en quienes, por tanto, nada
bueno existía, ninguna disposición buena o verdaderamente
cristiana, sino por el contrario, sólo la que era mala y
abominable: orgullo, ira, amor al mundo, los frutos naturales de
una mente carnal que es enemiga de Dios.35
4. Los «enfermos», a quienes el peso de sus pecados
abruma y resulta intolerable, son quienes tienen necesidad de
34 Lc. 19.10.
35 Ro. 8.7.
Sermón 5 111
médico;36 quienes se sienten culpables, y gimen bajo el peso de
la ira de Dios, son quienes necesitan perdón. Quienes que se
sienten ya condenados, no sólo por Dios sino también por su
propia conciencia, como por mil testigos, de su iniquidad y
transgresiones de pensamiento, palabra y obra, son los que
claman por «aquel que justifica al impío» mediante la redención
que es en Cristo Jesús;37 los impíos, quienes no hacen el bien,
no hacen nada bueno, verdadero o santo antes de ser
justificados, sino que constantemente hacen iniquidad. Sus
corazones son por necesidad perversos, hasta que el amor de
Dios se derrama sobre ellos.38 Mientras el árbol esté
corrompido, el fruto también lo estará; el árbol malo no puede
dar frutos buenos.39
5. Mas si alguien levanta la objeción: «Una persona
antes de ser justificada, puede dar de beber a las personas
sedientas, vestir a las desnudas, y éstas son buenas obras.» La
respuesta es sencilla. Esa persona puede hacer estas cosas, aun
antes de ser justificada. Y en cierto sentido son buenas obras;
son buenas y provechosas para los seres humanos. Esto no
quiere decir que sean buenas intrínsecamente, o que sean buenas
a los ojos de Dios. Todas las obras verdaderamente buenas
(para usar el lenguaje de nuestra iglesia) siguen a la justificación,
y son, por lo tanto, buenas y aceptables a Dios en Cristo,
porque nacen de una fe viva y verdadera. Usando las mismas
razones podemos decir que todas las obras hechas antes de la
justificación no son buenas en el sentido cristiano, pues no son
el resultado de la fe en Jesucristo (aunque pueden surgir de
36 Mt. 9.12.
37 Ro. 3.24.
38 Ro. 5.5.
39 Mt. 7.18.
112 La justificación por la fe
cierto grado de fe en Dios), puesto que no son hechas de
acuerdo a la voluntad de Dios ni a sus mandamientos (aunque
esto nos parezca extraño) sino que tienen la naturaleza del
pecado.
6. Tal vez los que dudan de esto no hayan considerado
en todo su peso la razón que aquí se aduce por la cual no deben
considerarse como buenas las obras hechas antes de la
justificación. El argumento es el siguiente:
Ninguna obra es buena a menos que se haya hecho según
Dios lo desea y manda.
Ninguna obra hecha antes de la justificación es hecha
según Dios lo desea y manda.
Luego: Ninguna obra hecha antes de la justificación es
buena.
La primera proposición es evidente por sí misma. Y la
segunda, que ninguna obra hecha antes de la justificación es
hecha en conformidad con la voluntad y el mandato de Dios,
aparecerá clara y evidente si consideramos el mandato de Dios
de hacer todas las cosas en amor (en agápee);40 en ese amor a
Dios que produce amor hacia todos los seres humanos. Pero
ninguna de estas obras puede ser hecha en amor mientras el
amor del Padre (de Dios como nuestro Padre) no está en
nosotros. Y este amor no puede estar en nosotros hasta que no
recibamos el espíritu de adopción, por el cual clamamos:
¡Abba, Padre!41 Por lo tanto, si Dios no justifica a los impíos y
a los que en este sentido no hacen obras buenas, entonces
Cristo ha muerto en vano; entonces, a pesar de su muerte,
ninguna carne será justificada.
40 1 Co. 16.14.
41 Ro. 8.15.
Sermón 5 113
IV. 1. Entonces, ¿bajo qué condiciones son justificados
los injustos y aquellas personas que hasta ese momento no
hacen buenas obras? Bajo una sola condición: la fe. Dicha
persona cree en aquél que justifica al impío, y el que en él cree,
no es condenado;42 mas ha pasado de muerte a vida.43 La
justicia de Dios es por medio de la fe en Jesucristo, para todos
los que creen en él ... a quien Dios puso como propiciación por
medio de la fe en su sangre, de manera que él sea el justo, y
(consecuente con su justicia) el que justifica al que es de la fe de
Jesús... Concluimos, pues, pues que el hombre es justificado
por fe sin las obras de la ley.44 (es decir, sin previa obediencia a
la ley moral, que ciertamente no podía obedecer hasta ahora). Es
evidente que se refiere a la ley moral solamente, a juzgar por las
palabras que siguen: «¿Luego por la fe invalidamos la ley? En
ninguna manera, sino que confirmamos la ley.»45 ¿Qué ley
establecemos por la fe? ¿La ley del ritual? No. ¿La ley
ceremonial de Moisés? No. En manera alguna; sino más bien la
gran ley del amor, que nunca cambia, del amor santo a Dios y a
nuestro prójimo.
2. La fe en general es una prueba o persuación divina y
sobrenatural, una convicción de lo que no se ve,46 que los
sentidos de nuestro cuerpo no pueden descubrir porque
pertenece a lo pasado, a lo futuro o a lo espiritual. La fe
justificadora significa no sólo la evidencia o convicción divina de
que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo,47
42 Jn. 3.18.
43 Jn. 5.24.
44 Ro. 3.22,25-26,28.
45 Ro. 3.31.
46 He. 11.1.
47 2 Co. 5.19.
114 La justificación por la fe
sino una confianza y seguridad de que Cristo murió por mis
pecados, de que me amó, y se dio a sí mismo por mí. Cualquiera
que sea la edad de la persona pecadora que así cree, sea en la
infancia, en la plena madurez, o cuando ha llegado a la
ancianidad, Dios justifica a esa persona; Dios por amor de su
Hijo perdona y absuelve a quien hasta entonces no tenía en sí
nada bueno. Dios le había dado antes el arrepentimiento. Pero
dicho arrepentimiento no era nada más que una convicción
íntima de la falta de todo bien, y la presencia de todo mal.
Cualquier cosa buena que se encuentre en esta persona desde
ese momento en que cree en Dios por medio de Cristo, no es
algo que la fe encuentre en la persona, sino más bien algo que la
fe produce en ella. Es fruto de la fe. Primeramente el árbol es
bueno, y entonces el fruto también es bueno.
3. No puedo describir esta fe mejor que en el lenguaje de
nuestra iglesia:48
«El único medio de salvación (de la cual la justificación
es una parte) es la fe; es decir: la seguridad y certeza de que
Dios nos ha perdonado y perdonará nuestros pecados, que nos
ha devuelto su gracia, por los méritos de la pasión y muerte de
Cristo. En este punto debemos estar seguros de no vacilar en
nuestra fe en Dios. Al acercarse Pedro al Señor sobre el agua,
vaciló y estuvo en peligro de ahogarse. De la misma manera, si
vacilamos o empezamos a dudar, debemos con razón temer
hundirnos como Pedro, mas no en el agua, sino en las
profundidades del infierno».
«Ten, por consiguiente, una fe segura y constante no
sólo en la muerte de Cristo que es aplicable a todo el mundo,
sino en el hecho de que ofreció un sacrificio completo y
48 Lo que sigue son dos citas de las Homilías oficiales de la Iglesia de Inglaterra.
Sermón 5 115
suficiente por ti, un perfecto lavacro de tus pecados de manera
que puedes decir con el Apóstol, que te amó y se dio a sí
mismo por ti. Esto es hacer tuyo al Cristo, apropiarte sus
méritos».
4. Al afirmar que esta fe es la condición para la
justificación, quiero decir ante todo que sin ella no existe la
justificación. El que no cree, ya ha sido condenado,49 y en tanto
no puede creer, su condenación permanece, y la ira de Dios
está sobre él.50 No hay otro nombre debajo el cielo51 sino el del
Señor Jesús de Nazaret, ni otros méritos aparte de los suyos,
por medio de los cuales el pecador pueda salvarse del sentido de
culpa por el pecado; de modo que, el único medio de tener parte
en estos méritos es por la fe en su nombre.52 Así que mientras
estemos sin esa fe somos ajenos a los pactos de la promesa,
alejados de la ciudadanía de Israel y sin Dios en el mundo.53
Cualquier virtud que el ser humano pueda tener (hablo de
aquéllos a quienes el evangelio se les ha predicado, porque ¿qué
razón tendría yo para juzgar a los que están fuera?54) de nada
le vale: sigue siendo hijo de ira,55 todavía está bajo la maldición,
hasta que crea en Jesús.
5. La fe es, por lo tanto, la condición necesaria para la
justificación. La única condición necesaria. Este es el segundo
punto que debemos examinar con cuidado. Desde el mismo
momento en que Dios da esta fe (porque es un don de Dios), al
49 Jn. 3.18.
50 Jn. 3.36.
51 Hch. 4.10.
52 Hch. 3.16.
53 Ef. 2.12.
54 1 Co. 5.12.
55 Ef. 2.3.
116 La justificación por la fe
injusto que no hace buenas obras, «su fe le es contada por
justicia». Antes de este momento no tenía ninguna justicia, ni
siquiera la justicia pasiva de la inocencia. Empero «su fe le es
imputada por justicia» desde el mismo momento que creyó. No
es que Dios crea que el creyente sea de naturaleza diferente a la
que en realidad es. Es que Dios hizo a Cristo pecado por
nosotros56 (esto es, lo trató como a pecador, lo castigó por
nuestros pecados), así que Dios nos cuenta como justos desde
el momento en que creemos en él (esto es, no nos castiga por
nuestros pecados, sino que nos trata como si fuésemos
inocentes y justos).
6. Sin duda alguna la dificultad de aceptar esta
proposición de que la fe es la única condición de la justificación
se debe a que no se entiende bien. Esto es lo queremos decir: es
la única condición sin la cual nadie es justificado, la única cosa
que es requisito inmediatamente, absolutamente indispensable
para obtener el perdón. Así como por una parte, aunque el ser
humano tenga todos los demás requisitos, si no tiene fe no
puede ser justificado; de la misma manera, y por otra parte,
aunque le falten las demás condiciones, si tiene fe, esta
justificado. Supongamos que un pecador de cualquier clase o
condición, consciente de su completa iniquidad, de su falta de
habilidad para pensar, hablar o hacer el bien, y de su total
aptitud para el infierno de fuego--supongamos, como digo, que
este pecador sin ayuda y sin esperanza se rinde por completo a
la misericordia de Dios en Cristo (lo cual no sería posible sino
por la gracia de Dios)--¿quien puede dudar de que será
perdonado en este momento? ¿Quién podría afirmar que es
56 2 Co. 5.21.
Sermón 5 117
indispensable cumplir con alguna otra cosa antes de que el
pecador pueda ser justificado?
Si desde el principio del mundo se ha dado semejante
caso (y deben haberse dado millares de millares) claramente se
desprende que la fe, en el sentido antes mencionado, es la única
condición de la justificación.
7. No corresponde a las pobres criaturas pecaminosas
que diariamente recibimos tantas bendiciones (desde la más
pequeña gota de agua que refresca nuestra lengua hasta las
inmensas riquezas en gloria en la eternidad) de gracia, por puro
favor, y no en pago de alguna deuda, pedir a Dios las razones de
su conducta. No nos corresponde preguntar a quien no da
cuenta de ninguna de sus razones;57 reclamar: «¿Por qué hiciste
que la fe fuese la única condición de la justificación? ¿Por qué
decretaste: el que cree, y solamente el que cree, será salvo?»
Este el punto en que San Pablo insiste firmemente en el capítulo
nueve de esta epístola; que los términos del perdón y la
aceptación no dependen de nosotros sino de aquél que nos
llama. Dios no es injusto cuando establece sus propias
condiciones, no según nuestra voluntad, sino conforme a la
suya. Dios es quien puede decir: «Tendré misericordia del que
tendré misericordia», a saber: de aquel que creyere en Jesús. Así
que no es del que quiere ni del que corre el escoger la condición
con la cual será aceptado, sino de Dios que tiene misericordia,
que no acepta a nadie sino por su amor infinito y su bondad sin
límites. Por lo tanto, tiene misericordia de quien tiene
misericordia; esto es, de aquéllos que creen en el Hijo de su
57 Job 33.13.
118 La justificación por la fe
amor; y al que quiere, esto es, al que no cree, endurece, lo
abandona a la dureza de su corazón.58
8. Podemos, sin embargo, pensar humildemente en una
razón por la cual Dios ha fijado esta condición para la
justificación: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo».59 Lo
ha hecho con la intención de apartar al ser humano de la
soberbia. La soberbia había destruido a los mismos ángeles de
Dios; había hecho caer a una tercera parte de las estrellas del
cielo.60 Fue en gran medida debido a esta soberbia que cuando el
tentador dijo: «Seréis como Dios»,61 Adán violó su fidelidad y
trajo el pecado y la muerte al mundo. Fue, por lo tanto, un
ejemplo de sabiduría por parte de Dios el imponer tal condición
de reconciliación para él y su posteridad, para que quedásemos
humillados y abatidos hasta el polvo. Tal es la fe. Está
especialmente adaptada para este propósito. Quien se acerca a
Dios por la fe debe fijarse en su propia iniquidad, su culpa y
miseria, sin tomar en cuenta que haya algo bueno en sí mismo,
ninguna virtud o justicia. Debe acercarse como pecador que es,
interior y exteriormente, que ha consumado su propia
destrucción y condenación, que no tiene nada que presentar
ante Dios sino iniquidad, ni otra cosa que reclamar fuera de su
pecado y miseria. Solamente así, cuando enmudece y se
reconoce culpable ante la presencia de Dios, es cuando puede
mirar a Jesús como la única y perfecta propiciación por sus
pecados. Sólo de esta manera puede ser hallado en él, y recibir
la justicia de Dios por medio de la fe.62
58 Ro. 9.11-18.
59 Hch. 16.31.
60 Ap. 8.12.
61 Gn. 3.5.
62 Ro. 3.22.
Sermón 5 119
9. Tú, inicuo que oyes o lees estas palabras; tú, vil,
desgraciado, miserable pecador, te amonesto ante Dios, el juez
de todos, a que te acojas a él con todas tus iniquidades. Cuidado
con destruir para siempre tu alma al querer alegar tu justicia
poco más o menos. Preséntate como pecador perdido, culpable
y merecedor que eres del infierno, y hallarás favor ante su
presencia, y reconoce que justifica al impío. Tal como ahora
eres, serás llevado a la sangre rociada,63 como un desgraciado,
miserable y pecador condenado. Así que mira a Jesús. He allí el
Cordero de Dios que quita tu pecado. No alegues obras ni
bondad propias; humildad, arrepentimiento, ni sinceridad. De
ninguna manera. El hacer tal cosa sería negar al Señor que te ha
comprado con su sangre. Sencillamente no. Alega solamente la
sangre del pacto, el precio que ha sido pagado por tu alma
orgullosa, soberbia y llena de pecado. ¿Quién eres tú que ahora
mismo ves tu injusticia interior y exteriormente? Eres tú mismo
de quien se trata. Yo te reclamo para mi Señor. Te amonesto a
que, por medio de la fe, te conviertas en hijo de Dios. El Señor
te necesita.64 Tú que sientes en tu corazón que no mereces otra
cosa sino ir al infierno, eres digno de proclamar sus glorias; la
gloria de su gracia que libremente justifica al impío y a quien
«no obra» el bien. ¡Oh ven pronto! Cree en el Señor Jesús y tú,
tú mismo, te reconcilias con Dios.
63 He. 12.24.
64 Mt. 21.3.
119
Sermón 6
La justicia que es por fe1
Romanos 10.5-8
Porque de la justicia que es por la ley Moisés
escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por
ellas. Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en
tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (Esto es, para traer
abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es,
para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué
dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu
corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos.
1. El Apóstol no contrapone el pacto dado por
Moisés al que Cristo dio. Si alguna vez nos hemos figurado
semejante cosa, ha sido por falta de meditación, pues tanto
la primera como la última parte de estas palabras fueron
dichas por Moisés mismo al pueblo de Israel, respecto al
pacto que existía en aquel tiempo. Dios estableció el pacto
de la gracia con los seres humanos a través de todas las
edades por medio de Jesucristo (tanto antes, bajo la
dispensación judía, como desde que Dios se manifestó en la
carne), el cual San Pablo contrasta al pacto de las obras,
hecho con Adán mientras estaba en el paraíso. Dicho pacto
de obras generalmente se considera, particularmente por los
judíos a quienes el Apóstol escribe, como el único pacto que
hizo Dios con la humanidad.
1 Wesley predicó varias veces sobre este tema, y sobre el mismo texto. El
sermón que sigue, empero, parece haber sido escrito con el propósito
específico de publicarlo en forma impresa.
120 La justicia que es por fe
2. De ellos habla cariñosamente al comienzo de este
capítulo: «hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y
mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo
les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no
conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios»
(de la justificación que procede de su pura gracia y de su
misericordia, perdonando gratuitamente nuestros pecados
por medio del Hijo de su amor, por medio de la redención
que hay en Jesús), «y procurando establecer la suya
propia» (su propia santidad, antecedente de la fe en aquel
que justifica al impío, como el fundamento de su perdón y
aceptación) «no se han sujetado a la justicia de Dios»2 y,
por consiguiente, buscan la muerte a causa del error de su
vida.
3. Ignoraban que el fin de la ley es Cristo, para
justicia a todo aquel que cree;3 que por medio de la oblación
de sí mismo ofrecida una vez, él puso fin a la primera ley o
pacto (la cual no fue dada por Dios a Moisés, sino a Adán
en su estado de inocencia). Como consecuencia de lo cual,
sin duda alguna se desprende «Haz esto y vivirás». A la
misma vez él compró para nosotros un mejor pacto: «Cree
y vivirás,» cree y serás salvo, salvo desde ahora de la culpa
y del poder del pecado y, por consiguiente, de sus
consecuencias.
4. ¿Y cuántos ignoran igualmente esto ahora, aun
entre aquellas personas que se llaman cristianas? ¿Cuántos
hay que tienen celo de Dios, pero que aun así procuran
establecer su propia justicia como la base para su perdón y
aceptación, y por lo tanto rehúsan con vehemencia sujetarse
2 Ro. 10.1-3.
3 Ro. 10.4.
Sermón 6 121
a la justicia de Dios? Ciertamente el deseo de mi corazón y
mi oración a Dios, hermanos míos, es que puedan ser
salvos. Y para quitar de en medio esta piedra en el camino,
voy a tratar de demostrar: Primero, cuál es la justicia que es
por la ley, y cuál la justicia que es por la fe. Segundo: la
torpeza de confiar en la justicia que es por la ley, y la
sabiduría de someterse a la justicia que es por la fe.
I. 1. La justicia que es por la ley dice que «el hombre
que hiciere estas cosas vivirá por ellas». Haz estas cosas
constante y perfectamente, y vivirás para siempre. Esta ley
o pacto (llamado generalmente el pacto de obras), dado por
Dios al ser humano en el paraíso, exigía una obediencia
perfecta en todas sus partes, completa, como la condición
para que pudiese continuar por siempre en la santidad y
felicidad en que fue creado.
2. Exigía del ser humano el cumplimiento de toda
justicia, tanto interior como exterior, negativa y positiva; no
sólo que se abstuviese de toda palabra ociosa y evitase toda
mala obra, sino que tuviese cada afecto, cada deseo, cada
pensamiento, en obediencia con la voluntad de Dios; que
continuase siendo santo, como aquél que lo creó es santo,
tanto de corazón como en sus costumbres; que fuese puro
de corazón, como Dios es puro, perfecto como su Padre en
los cielos es perfecto;4 que amara al Señor su Dios con todo
su corazón, con toda su alma, con toda su mente, y con
todas sus fuerzas;5 que amara a todas las almas a quienes
Dios había creado como Dios la amaba a él; de manera que
por medio de esta perfecta benevolencia, pudiese vivir en
4 Mt. 5.48.
5 Mt. 22.37.
122 La justicia que es por fe
Dios (quien es amor) y Dios en él;6 que sirviese al Señor su
Dios con todas sus fuerzas, y en todo procurase su gloria.
3. Esto es lo que exige la justicia que es por la ley, de
modo que quien lo cumpla pueda vivir por ellas. Exigía
además que esta completa obediencia a Dios, esta santidad
interior y exterior, esta conformidad de corazón y de vida
con su voluntad, fuese perfecta en grado sumo. No podía
admitirse ninguna excusa, ni hacerse ninguna concesión por
haber faltado en algún grado a una jota o una tilde de la ley
interior o exterior. No bastaba obedecer todos los
mandamientos que se referían a las cosas exteriores, a no ser
que se obedeciese cada uno de dichos mandamientos con
todas las fuerzas del alma, del modo más completo y la
manera más perfecta. Según las exigencias de este pacto, no
bastaba amar a Dios con todas las facultades, seno que era
necesario amarle con la plenitud de cada una de ellas.
4. Otra cosa exigía irremisiblemente la justicia que es
por la ley, y era que esta plena obediencia, esta perfecta
santidad de corazón y de vida, no debería interrumpirse
jamás, sino continuar desde el momento en que Dios creó al
ser humano y sopló en él aliento de vida, hasta el día en que
concluyese su prueba y fuese sellado para la vida eterna.
5. La justicia, pues, que es por la fe dice así: «Oh tú,
hombre de Dios, permanece firme en el amor, en la imagen
del Dios en que fuiste creado. Si quieres permanecer en vida,
guarda los mandamiento que están escritos en tu corazón,
ama al Señor tu Dios con todo tu corazón. Ama a todas sus
criaturas como te amas a ti mismo. No desees otra cosa sino
a Dios. Busca a Dios en cada pensamiento, cada palabra,
cada obra. No te apartes de Dios con ningún movimiento del
6 1 Jn. 4.16.
Sermón 6 123
cuerpo o del alma, de aquél que es la señal y el premio de tu
gran llamamiento. Y permite que todo tu ser, cada poder y
facultad de tu alma, de todo tipo y en toda medida, en todo
grado, y en cada momento de tu existencia, alaben su santo
nombre. Haz esto y vivirás, tu luz alumbrará, tu amor
aumentará más aun, hasta que seas recibido en la casa de
Dios en los cielos, para reinar con El por la eternidad.»
6. «Pero la justicia que es por la fe dice así: No
digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para
traer abajo a Cristo)» [como si Dios nos exigiese alguna
cosa imposible antes de aceptarnos] «o, ¿quién descenderá
al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los
muertos)» [como si quedase aún por hacer alguna cosa para
poder ser aceptados]. «Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la
palabra» [según la cual puede ahora ser aceptado como
heredero de la vida eterna], «en tu boca y en tu corazón.
Esta es la palabra de fe que predicamos», el nuevo pacto
que Dios ha establecido ahora con el ser humano pecador
por medio de Jesucristo.
7. La «justicia que es por la fe» significa ese estado
de justificación (y en consecuencia la salvación presente y
final, si permanecemos fieles hasta el fin) que Dios le ha
dado al ser humano caído por medio de los méritos y la
mediación de su unigénito Hijo. Esto fue revelado en parte a
Adán poco después de su caída, en la promesa original que
se le hizo a él y a su simiente, respecto de la simiente de la
mujer que había de herir la cabeza de la serpiente.7 Fue
revelado un poco más claramente a Abraham por el ángel de
Dios desde el cielo, diciendo: «Por mí mismo he jurado»,
dice el Señor, «en tu simiente serán benditas todas las
7 Gn. 3.15.
124 La justicia que es por fe
naciones de la tierra».8 Fue revelado aun más claramente a
Moisés, a David, y a lo profetas que lo siguieron; y por
medio de ellos al pueblo de Dios en sus respectivas
generaciones. Aun así, la mayoría de estas generaciones
ignoraba la promesa; y muy pocos la entendían claramente.
A pesar de esto, la vida y la inmortalidad no salieron a la luz
para los judíos de la antigüedad, como lo son para nosotros
por medio del evangelio.9
8. Este pacto no dice al ser humano pecador: sé
obediente hasta la perfección y vivirás. Si tal fuera la
condición, de nada le aprovecharía todo lo que Cristo hizo y
sufrió por él; sería como si se le exigiese que subiera al cielo
para traer a Cristo abajo, o que descendiera al abismo, es
decir, al mundo invisible, para volver a traer a Cristo de
entre los muertos. No se requiere que se haga ninguna cosa
imposible (aunque sería imposible para el ser humano por sí
mismo, pero no para el ser humano con la ayuda del
Espíritu de Dios); eso sería como burlarse de la debilidad
humana. Hablando en forma estricta, el pacto de la gracia no
nos exige que hagamos nada como cosa indispensable o
absolutamente necesaria para nuestra justificación;
sencillamente que creamos en aquél que por amor a su Hijo
y la propiciación que éste hizo justifica al impío que no
obra, y su fe le es contada por justicia.10 Aun así Abraham
creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. Y recibió la
circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe...
para que fuese padre de todos los creyentes... a fin de que
también a ellos la fe les sea contada por justicia. Y no
solamente con respecto a él se escribió que le fue contada
8 Gn. 22.16-18.
9 1 Ti. 1.10.
10 Ro. 4.5.
Sermón 6 125
(la fe), sino que también con respecto a nosotros a quienes
ha de ser contada (a quienes la fe le será imputada por
justicia, en lugar de la perfecta obediencia, para ser
aceptados por Dios) esto es, a los que creemos en el que
levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue
entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para
nuestra justificación,11 para asegurarnos la remisión de
nuestros pecados y la vida eterna, a todos aquellos que
creemos.
9. ¿Qué dice, pues, el pacto del perdón, del amor no
merecido, de la misericordia que perdona? «Cree en el Señor
Jesucristo y serás salvo.»12 El día en que creyeres,
ciertamente vivirás. Dios te restaurará su favor; y en
agradarle encontrarás la verdadera vida. Serás salvo de
la maldición y de la ira de Dios. Resucitarás de la muerte del
pecado a la vida de justicia. Y si permaneces fiel hasta el fin,
creyendo en Jesús, no probarás la muerte segunda, sino que,
habiendo sufrido con el Señor, vivirás y reinarás con él por
los siglos de los siglos.
10. Ahora está cerca de ti la palabra. La condición
para obtener la vida es clara, sencilla, y está a la mano. Está
«en tu boca y en tu corazón» a través de la obra del Espíritu
de Dios. En el momento en que confesares con tu boca que
Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios lo
levantó de los muertos, serás salvo13 de la condenación, de
la culpa y del castigo por los pecados pasados, y podrás
servir a Dios en verdadera santidad todos los restantes días
de tu vida.
11 Ro. 4.23-25.
12 Hch. 16.31.
13 Ro. 10.8-9.
126 La justicia que es por fe
11. ¿Qué diferencia hay, pues, entre «la justicia que
es por la ley» y «la justicia que es por la fe»; entre el primer
pacto, de la obras y el segundo, de la gracia? La diferencia
esencial, inmutable, es ésta: el primer pacto supone que la
persona que lo recibe es ya pura y feliz, creada a imagen de
Dios y en disfrute su favor; y señala la condición mediante
la cual puede continuar en amor y felicidad, en vida e
inmortalidad. El otro pacto supone la supone pecaminosa y
desgraciada, por haber perdido la imagen gloriosa de Dios,
constantemente bajo la ira de Dios y en rápida marcha, por
medio del pecado que ha causado la muerte de su alma, a la
muerte tanto del cuerpo como eterna. Al ser humano en este
estado, la justicia que es por la fe le señala la condición para
poder obtener de nuevo la perla que ha perdido; el favor y la
imagen de Dios, la vida de Dios en su alma, y ser restaurado
al conocimiento y el amor de Dios, que es el principio de la
vida eterna.
12. Además, para que el ser humano pudiese
continuar en el favor de Dios, en su conocimiento y amor,
en santidad y felicidad, el pacto de obras requería una
obediencia ininterrumpida y perfecta a todos y cada uno de
los detalles de la ley de Dios; mientras que el pacto de la
gracia, para que el ser humano pueda obtener otra vez el
favor y la vida de Dios, sólo exige la fe; una fe viva en aquél
a través del cual Dios justifica a quienes no han sido
obedientes.
13. Más aun: el pacto de las obras exigía de Adán y
de sus descendientes que ellos mismos pagasen el precio, en
consideración de lo cual recibirían todas las futuras
bendiciones de Dios. Pero en el pacto de la gracia, viendo
Dios que no tenemos nada con qué pagar, nos perdona todo,
con la única condición de que creamos en aquél que pagó el
Sermón 6 127
precio por nosotros; que se dio a sí mismo como
propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo.14
14. El primer pacto, por consiguiente, exigía lo que
los seres humanos no tenían ni podían remotamente tener, a
saber: la obediencia perfecta, que está muy lejos de quienes
son concebidos y nacidos en pecado. Mientras que el nuevo
pacto exige algo que está al alcance de la mano, como si
quisiera decir: «¡Tú eres pecador! ¡Dios es amor! Tú, a
causa de tu pecado, has caído del favor de Dios; sin
embargo, en él hay misericordia. Trae, pues, a Dios todos
tus pecados y se desvanecerán como la nube que se
evapora. Si no fueras pecador no habría necesidad de que
Dios te justificara. Acércate, pues, lleno de confianza, con
toda la certeza de la fe. Dios habla y ya es hecho. No temas,
cree solamente. Dios es justo y justifica a todos los que
creen en Jesús.»
II. 1. Después de considerar todo lo anterior, será
fácil demostrar, tal como me propuse en segundo lugar, la
torpeza de confiar en la justicia por la fe, y la sabiduría de
someterse a la justicia que es por la fe.
La torpeza de quienes confían en «la justicia que es
por la ley», cuya condición es: «haz esto y vivirás», se hace
muy patente por lo que sigue: su principio es erróneo. Su
primer paso es una gran equivocación. Mucho antes de
poder alegar derecho a estas bendiciones, hay que estar en el
mismo estado de pureza de aquél con quien se hizo pacto.
Pero ¡qué vana es esta suposición! El pacto fue hecho con
Adán, mientras éste se encontraba en un estado de
inocencia. ¡Cuán débil debe ser el edificio fabricado sobre
14 1 Jn. 2.2.
128 La justicia que es por fe
una base tan movible! ¡Qué torpes son los que edifican en la
arena, quienes nunca han considerado, según parece, que el
pacto de las obras no fue dado al ser humano muerto en
transgresiones y pecados, sino a ese ser cuando vivía en
Dios, cuando estaba sin conocimiento del pecado, en estado
de pureza así como Dios es puro! ¡Se olvidan de que ese
pacto no fue dado para recobrar el favor de Dios y la
inmortalidad perdidos, sino para que continuasen y
aumentasen hasta entrar en la vida eterna!
2. Tampoco consideran quienes de tal modo tratan
de establecer su propia justicia según la ley, qué clase de
obediencia o de justicia requiere la ley como indispensables.
Deben ser plenas y perfectas en cada detalle, o no satisfacen
las demandas de la ley. ¿Pero quién es capaz de tener esa
obediencia o de vivir en armonía con ella? ¿Quién de ustedes
cumple con todos las tildes y las jotas aun de los
mandamientos externos de Dios? ¿Quién de ustedes no hace
algo de lo que Dios prohíbe hacer, grande o pequeño?
¿Quién no deja sin hacer algo de lo que Dios manda? ¿O no
habla palabras ociosas? ¿Quién no conversa sino a fin de
dar gracia a los creyentes?15 ¿Quién, sea que coma o que
beba, o que haga cualquier otra cosa, hace todo para la gloria
de Dios?16 ¿Cuánto menos son capaces de cumplir todos
los mandamientos interiores de Dios? Aquéllos que
requieren que cada impulso y movimiento del alma sea
santo ante Dios. ¿Eres capaz de amar a Dios con todo tu
corazón? ¿De amar a la humanidad con toda tu alma?
¿Quién es capaz de orar sin cesar y de dar gracias por
todo?17 ¿Eres capaz de tener siempre a Dios delante de ti?
15 Ef. 4.29.
16 1 Co. 10.31.
17 1 Ts. 5.17-18.
Sermón 6 129
¿Puedes sujetar todos tus afectos, tus deseos, y tus
pensamientos en obediencia a la ley de Dios?
3. Debes considerar además, que la justicia que la ley
exige consiste no sólo en obedecer todos los mandamientos
de Dios, negativos o positivos, interiores o exteriores, sino
que este cumplimiento debe ser en grado sumo. En toda
circunstancia la voz de la ley es: «Amarás al Señor tu Dios
con todas tus fuerzas».18 No hay disculpas para el
cansancio, ni perdona defecto. Condena cualquier
imperfección en la obediencia plena, y pronuncia
inmediatamente una maldición sobre el ofensor. Su único
criterio son las leyes inmutables de la justicia, y dice: No sé
mostrar justicia.
4. ¿Quién, pues, podrá comparecer ante tal Juez,
severo al señalar lo que está mal hecho? ¡Cuán débiles son
quienes pretenden presentarse ante el tribunal en que no
puede justificarse ningún ser humano, ningún miembro de la
raza de Adán! Porque, supongamos que pudiéramos
obedecer cada mandamiento con toda nuestras fuerzas; aun
así una sola falta que cometiéramos destruiría todo reclamo
de vida. Si alguna vez hemos ofendido en un solo punto, la
justicia concluye. Porque la ley condena a todos los que no
practican la obediencia sin interrupción y de una manera
perfecta. Así que, según esta sentencia, para la persona que
ha pecado alguna vez, en cualquier grado ya no queda sino
una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego
que ha de devorar a los adversarios de Dios.19
5. ¿No comete entonces la mayor de las locuras el
ser humano caído que busca la vida por su propia justicia?
18 Mc. 12.30.
19 He. 10.26-27.
130 La justicia que es por fe
El ser humano que ha sido formado en maldad y concebido
en pecado;20 un ser humano que es de naturaleza terrenal,
animal, diabólica;21 un ser humano corrompido y
abominable; en el cual, hasta que no encuentre la gracia no
mora el bien;22 que no puede pensar nada bueno. Un ser
humano que es en verdad todo pecado, una masa de
iniquidad, y quien comete pecado cada vez que respira;
cuyas transgresiones, en palabra y hecho, son más que los
cabellos de su cabeza. ¡Qué torpeza, qué falta de sentido
puede ser la de este gusano impuro, culpable, indefenso, el
soñar en buscar ser aceptado por medio de su propia
santidad, querer vivir por «la justicia que es por la ley»!
6. Al mismo tiempo, las mismas razones que
demuestran la torpeza de confiar en la justicia que es por la
ley, prueba igualmente la sabiduría de someterse a la justicia
de Dios por medio de la fe. Esto sería fácil de demostrar con
respecto a cada una de las consideraciones anteriores. Mas
sin tener que hacerlo, vemos claramente que al rechazar el
reclamo de la propia justicia, obramos conforme a la verdad
y a la naturaleza real de las cosas. Porque, ¿qué es sino
reconocer con nuestro corazón así como con nuestros labios
el verdadero estado en que estamos? ¿Reconocer que
venimos al mundo con una naturaleza corrompida y
pecaminosa; más corrompida de lo que se puede concebir o
expresar en palabras. Es aceptar que estamos propensos a
todo lo malo y opuestos a todo lo bueno; que estamos
llenos de orgullo, de soberbia, de pasiones desordenadas, de
deseos torpes; de afectos viles y sin control; amantes del
mundo y de sus placeres más que de Dios. Es reconocer que
20 Sal. 51.5.
21 Stg. 3.15.
22 Ro. 7.18.
Sermón 6 131
nuestras vidas no han sido mejores que nuestros corazones,
sino impías y faltas de santidad, tanto en pensamiento
como en hecho, tan numerosas como las estrellas de los
cielos. Es aceptar que por todas estas razones desagradamos
a aquél cuya pureza no le permite ver la iniquidad, y que no
merecemos sino su indignación, su ira, la paga del pecado,
que es la muerte. Es declarar que no podemos con nuestra
propia justicia (la que verdaderamente no tenemos), ni con
nuestras obras (que son como el árbol del cual crecen),
aplacar la ira de Dios, o evitar el castigo que tan justamente
merecemos. Es afirmar que si quedamos abandonados a
nosotros mismos, solamente nos volveremos peores, nos
sumergiremos más y más en el pecado, ofendiendo a Dios
tanto con nuestras obras malas como con las expresiones de
nuestra mente carnal, hasta que, habiendo llenado la medida
de nuestras iniquidades, atraigamos sobre nosotros
completa destrucción. ¿No es esta nuestra verdadera
naturaleza? El reconocer, pues, todo esto tanto en nuestro
corazón como con nuestros labios, esto es, el no pretender
que tenemos santidad, «la justicia que es por la ley», es
actuar de acuerdo con la naturaleza real de las cosas y, por
consiguiente, con verdadera sabiduría.
7. La sabiduría de someternos a «la justicia que es
por la fe» se muestra todavía más al recordar que se trata de
la justicia de Dios. Quiero con esto decir que éste es el
método de reconciliación con Dios que ha sido escogido y
establecido por Dios mismo, no sólo como el Dios de
sabiduría, sino como el Dios que es soberano del cielo y de
la tierra, y de todas las criaturas que ha creado. ¿Será justo
que el ser humano le diga a Dios: «¿Por qué haces esto?»
Sólo un loco, falto de todo juicio, podría entrar en contienda
con quien es más poderoso que él, con aquél cuyo reino
132 La justicia que es por fe
gobierna todas las cosas. Por consiguiente, la verdadera
sabiduría consiste en someterse en todo a Dios, en decir en
esto como en todas las demás cosas: «El Señor es; hágase
su voluntad.»23
8. También puede considerarse el hecho de que el
ofrecer Dios al ser humano algún medio de reconciliación es
pura gracia, amor gratuito, misericordia inmerecida; cuando
pudo habernos abandonado a nuestra suerte, y habernos
olvidado completamente. Por lo cual, mostramos sabiduría
al aceptar cualquier método que Dios tenga a bien
establecer, movido por su tierna misericordia, por su favor
inmerecido, para que quienes son sus enemigos, quienes se
han separado de él, y por tanto tiempo han sido rebeldes,
puedan aún encontrar el remedio.
9. Debemos mencionar un punto más. Hay sabiduría
en tratar de lograr el mejor fin con los mejores medios. El
mejor fin que una criatura puede procurar es la felicidad en
Dios. Y el mejor fin que una criatura caída puede procurar
es recobrar el favor y la imagen de Dios. Pero el mejor, de
hecho, el único medio, bajo el cielo, dado al ser humano
mediante el cual pueda volver a tener el favor de Dios (el
cual es mejor que la vida misma); o la imagen de Dios (la
cual es la verdadera vida del alma) es someterse a «la justicia
que es por la fe», el creer en el unigénito Hijo de Dios.24
III. 1. Quienquiera que seas, oh alma, ansiosa de
salvarte, de ser perdonada y reconciliarte con Dios, no digas
en tu corazón: «Primero tengo que hacer tal o cual cosa:
debo dominar el pecado; evitar toda palabra u obra mala y
hacer bien a todos los seres humanos; o primero tengo que ir
23 Stg. 3.18.
24 Jn. 3.18.
Sermón 6 133
a la iglesia, y recibir la Cena del Señor, escuchar más
sermones, y orar más.» ¡Hermano mío, te has apartado
totalmente del camino! Todavía ignoras la justicia de Dios y
estás tratando de establecer tu propia justicia como la base
de tu reconciliación. ¿No sabes que no puedes hacer nada
sino pecar mientras no te reconcilies con Dios? ¿Por qué
entonces dices: Primero debo hacer esto y aquello otro, y
entonces creeré? No, cree primeramente. Cree en el Señor
Jesucristo, la propiciación por tus pecados. Echa primero
este buen cimiento, y entonces podrás hacer todas las cosas
bien.
2. Tampoco digas en tu corazón: «No puedo ser
aceptado todavía pues no soy suficientemente bueno.»
¿Quién es o ha sido suficientemente bueno para merecer la
aceptación de Dios? ¿Ha existido alguna vez un
descendiente de Adán suficientemente bueno para merecer
esta aprobación? ¿O lo habrá antes de la consumación de los
tiempos? Respecto a ti, no eres bueno, ni jamás lo serás; no
existe en ti nada bueno. Y no existirá nada bueno hasta que
no creas en Jesús. Más bien te encontrarás siendo peor y
peor. ¿Pero, piensas que es necesario volverse peor antes de
poder ser aceptado? ¿No eres ya suficientemente malo? De
hecho, lo eres, y Dios lo sabe; tú mismo no lo puedes negar.
Entonces, no tardes; todo está listo. Levántate, lava tus
pecados. La fuente está abierta. Este es el tiempo de lavarte
en la sangre del Cordero hasta que quedes limpio. Ahora,
Dios te purificará con hisopo, y serás limpio; Dios te lavará,
y serás más blanco que la nieve.25
3. No digas: «Pero no me siento suficientemente
arrepentido; no siento mis pecados suficientemente.» Lo sé.
25 Sal. 51.7.
134 La justicia que es por fe
Desearía que tuvieras más sensibilidad, que estuvieras mil
veces más arrepentido de lo que ahora estás. Pero, no te
demores por esto. Dios puede darte esta sensibilidad, no
antes de creer, sino al creer. Puede ser que no llores mucho
sino cuando ames mucho, porque has sido grandemente
perdonado. Mientras tanto, mira a Jesús. ¡Ve cuánto te ama!
¿Qué más puede hacer por ti de lo que ya hizo?
Oh Cordero de Dios
¿Qué pena ha habido
Como tu pena?
¿Qué amor ha existido
Como tu amor?
Míralo, fija en él tu mirada, hasta que te mire y
ablande tu endurecido corazón. Entonces se abrirán las
fuentes y tus ojos derramarán aguas en abundancia.
4. No digas: «Debo hacer algo más antes de
acercarme a Cristo.» Supongamos que, puesto que el Señor
se tarda en regresar, estaría bien esperar su venida, haciendo
lo que él te manda según tus fuerzas. Pero no hay necesidad
de esperar. ¿Cómo sabes que el Señor tardará en venir? Tal
vez aparecerá repentinamente en lo alto, como la aurora. No
le impongas una fecha. Espéralo en cualquier momento. Ya
se acerca. Ya está llamando a la puerta.
5. ¿Y por qué necesitas esperar hasta que sientas
más sinceridad en tu corazón para que tus pecados sean
borrados? ¿Estás tratando de ser más digno de la gracia de
Dios? ¿Estás todavía tratando de establecer tu propia
justicia? Dios tendrá misericordia de ti, no porque lo
merezcas, sino porque su compasión nunca falla; no porque
seas justo, sino porque Jesucristo se sacrificó por tus
pecados.
Sermón 6 135
Además, si hay algo bueno en la sinceridad, ¿por qué
esperas tener más antes de tener fe, sabiendo que la fe es la
raíz de la que brota todo lo bueno y santo?
Sobre todo, ¿hasta cuándo olvidarás que todo lo que
haces, todo lo que tienes, antes de que tus pecados te sean
perdonados, de nada te sirve en la presencia de Dios para
obtener el perdón? ¿No sabes que, por el contrario, debes
desechar, que debes hollar, que debes dejar de tomar en
cuenta todas tus obras, o no podrás recibir el favor de Dios?
Hasta que hagas estas cosas no podrás rogar como mero
pecador, culpable, perdido, desgraciado, sin nada que alegar,
sin nada que ofrecer a Dios sino los méritos de su
bienamado Hijo, quien te amó y se entregó a sí mismo por
ti.26
6. Para concluir. Quienquiera que seas, oh humano,
que vives bajo sentencia de muerte, que te sientes como un
pecador condenado, y tienes la ira de Dios sobre ti, a ti te
dice el Señor, no que hagas esto; no que obedezcas todos los
mandamientos y vivas, sino: Cree en el Señor Jesucristo, y
serás salvo, tú y tu casa.27 La palabra de fe está cerca de ti.
Ahora mismo, en este preciso momento, en el estado en que
te encuentras, pecador como eres, tal como eres, cree en el
evangelio, y Dios será propicio a tus injusticias, y nunca
más se acordará de tus pecados ni de tus iniquidades.
26 Gá. 2.20.
27 Hch. 16.31.
135
Sermón 7
El camino del reino1
Marcos 1.15
El reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el
evangelio.
Estas palabras naturalmente nos mueven a
considerar: primero, la naturaleza de la verdadera religión,
llamada aquí por el Señor «el reino de Dios», y que dice él
«está cerca»; segundo, el camino que él ha señalado en estas
palabras: «Arrepentíos, y creed en el evangelio.»
I. 1. Debemos considerar, en primer lugar, la
naturaleza de la verdadera religión, llamada por nuestro
Señor «el reino de Dios.» El gran Apóstol usa la misma
expresión en la Epístola a los Romanos, cuando explica las
palabras del Señor, diciendo: Porque el reino de Dios no es
comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu
Santo.2
2. El reino de Dios, o sea, la verdadera religión no es
comida ni bebida. Es cosa bien sabida que no sólo los judíos
inconversos, sino gran número de aquéllos que habían
aceptado la fe en Cristo, eran, sin embargo, celosos de la
ley,3 aun de la ley ceremonial de Moisés. Por lo tanto,
1 Wesley no indica cuándo ni dónde predicó este sermón. Sí sabemos que
predicó sobre el texto de Marcos 1.15 por lo menos 17 veces. Además, este
sermón tiene un texto secundario, al cual Wesley hace referencia
repetidamente. Se trata de Ro. 14.17. Wesley predicó casi doscientas veces
sobre este segundo texto.
2 Ro. 14.17.
3 Hch. 21.20.
136 El camino del reino
observaban todo lo que encontraban escrito en ella, tanto
sobre las ofrendas de carne o bebida, como sobre la
distinción entre carnes puras e impuras. Y no sólo lo
observaban ellos mismos sino que lo exigían también a los
gentiles que se habían convertido a Dios. A tal grado lo
exigían que algunos de ellos enseñaban, a cualquiera que se
unía a ellos: Si no os circuncidáis conforme al rito de
Moisés, y guardáis toda la ley, no podéis ser salvos.4
3. En oposición a esto declara el Apóstol, tanto aquí
como en otros lugares, que la verdadera religión no consiste
en comida ni bebida, ni en la observación de rituales; ni en
ninguna cosa exterior, en nada fuera del corazón; la sustancia
de la verdadera religión consiste en justicia, paz y gozo en el
Espíritu Santo.5
4. No en alguna forma exterior tal como rituales o
ceremonias, aun del tipo más excelente. Supongamos que
sean tan dignas y significativas, que sean expresiones de
cosas interiores; suponiendo que sean tan útiles, no sólo
para el vulgo, cuya inteligencia sólo se funda en lo que ve;
sino también para personas de entendimiento, personas de
buenas capacidades, como sin duda hay. Supongamos que
estas ceremonias, tal como en el caso de los judíos, fueron
establecidas por Dios mismo. Aun durante el período de
tiempo en el cual estas leyes estuvieron vigentes, la
verdadera religión no consistió principalmente en esto. No
si hablamos en el sentido más estricto. ¡Cuánto más se
aplica esto a los ritos y formas cuyo origen es estrictamente
humano! La religión de Cristo es mucho más elevada y más
profunda que todo esto. Estas cosas externas son buenas en
4 Hch. 15.1,24.
5 Ro. 14.17.
Sermón 7 137
su lugar mientras permanecen subordinadas a la verdadera
religión. Y sería superstición oponerse a ellas si se aplicaran
sólo ocasionalmente como ayudas a la necesidad humana.
Pero no deben ser llevadas más lejos de la cuenta. Que no
sueñe nadie que tienen un valor intrínseco; o que la religión
no podría subsistir sin ellas. Esto las haría abominables ante
Dios.
5. La naturaleza de la religión está tan lejos de
consistir en esto, en formas de adoración, en rituales y
ceremonias, que no consiste propiamente en acciones
exteriores de ninguna clase. Es cierto que nadie puede
llamarse religioso si es culpable de acciones viciosas o
inmorales; o si les hace a las demás personas lo que no le
gustaría que le hicieran bajo las mismas circunstancias.
Tampoco puede llamarse religiosa la persona que sabe
hacer el bien y no lo hace.6 Sin embargo, es posible
abstenerse de hacer mal y practicar lo bueno, sin por ello
tener religión. Sí, dos personas pueden hacer la misma obra
exterior--por ejemplo, alimentar al hambriento o vestir al
desnudo--y al mismo tiempo una ser verdaderamente
religiosa, y la otra no tener religión alguna. Una puede actuar
por amor de Dios, y la otra por amor a la alabanza. Tan
manifiesto es que, a pesar de que la verdadera religión
conduce naturalmente a toda buena palabra y obra, sin
embargo su verdadera naturaleza tiene mayor profundidad,
pues reside en el corazón humano.
6. Digo del corazón, porque la religión no consiste
en la ortodoxia o las opiniones correctas; las cuales, aunque
no son propiamente exteriores, no están en el corazón sino
en el entendimiento. Se puede ser ortodoxo en cada punto;
6 Stg. 4.17.
138 El camino del reino
se puede apoyar no sólo las opiniones correctas sino
también defenderlas celosamente de sus opositores; se
puede tener creencias correctas acerca de la encarnación de
nuestro Señor, acerca de la bendita Trinidad, y acerca de
cada doctrina contenida en los oráculos de Dios; se puede
afirmar cada uno de los tres credos (el llamado de los
Apóstoles, el Niceno, y el de Atanasio) y aun así se puede
no tener más religión que la de una persona judía, turca o
pagana. Se puede incluso ser tan ortodoxo como el diablo
(aunque quizás no tanto; pues cada persona yerra en algún
punto, mientras que no podemos concebir que el diablo
tenga ninguna opinión errónea), y sin embargo estar tan
lejos de la religión del corazón como lo está él.
7. La religión consiste en esto: sólo esto es ante Dios
de gran precio. El Apóstol lo resume en estas tres
manifestaciones: justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.7
Primero está la justicia. No podemos dejar de comprender lo
que esto significa si recordamos las palabras de nuestro
Señor describiendo los fundamentos de los cuales dependen
la ley y los profetas: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas
tus fuerzas. Este es el principal mandamiento»,8 la primera
y gran manifestación de la justicia cristiana. Te deleitarás en
el Señor tu Dios, lo buscarás y encontrarás felicidad en él.
Dios será tu escudo, y tu galardón será sobremanera
grande,9 en el tiempo presente y en la eternidad. Todos tus
huesos dirán: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y
fuera de ti nada deseo en la tierra.»10 Y habiéndole
7 Ro. 14.17.
8 Mt. 22.37-38.
9 Gn. 15.1.
10 Sal. 73.25.
Sermón 7 139
entregado tu corazón, lo más profundo de tu alma, para que
en ella reine sin rival, puedes clamar con todo tu corazón:
«Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y
castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él
confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto
refugio.»11
8. El segundo mandamiento es semejante a éste; la
segunda manifestación de la santidad cristiana está
íntimamente relacionada con él: «Amarás a tu prójimo como
a tí mismo.»12 Amarás (tendrás la mejor buena voluntad, el
afecto más sincero y cordial, los deseos más fervientes de
evitarle o eliminar todo mal y de procurar todo el bien
posible) a tu prójimo: no sólo a tus amigos, a tus parientes
o conocidos; no sólo a las personas virtuosas, a las
amistosas, a las que te aman, a las que preveen o devuelven
tu bondad; sino también a cada criatura de Dios, a cada ser
humano, a cada alma creada por Dios. No se debe hacer
excepción con aquellos que nunca has visto en la carne, los
que no conoces ni por vista ni de nombre; sin exceptuar a
quien sabes que es malo o ingrato, aun aquella persona que
te calumnia y te persigue. A cada una de estas personas
debes amar como a ti mismo; con la misma sed por su
felicidad de todo tipo, el mismo cuidado incansable por
cuidarla y protegerla en contra de todo mal y sufrimiento de
cuerpo y alma.
9. ¿No es este amor el cumplimiento de la ley,13 la
suma total de la santidad cristiana? Cumple toda justicia
interior, pues implica entrañable misericordia, humildad,
11 Sal. 18.1.
12 Mt. 22.39.
13 Ro. 13.10.
140 El camino del reino
(sabiendo que el amor no se envanece14), benignidad,
mansedumbre, paciencia (sabiendo que el amor no se irrita,
sino que cree, espera, soporta todas las cosas15). Cumple
toda justicia exterior porque el amor no hace mal al
prójimo16 ni en palabra ni en hecho. El amor no hace
voluntariamente daño ni ofensa a nadie. Además, es celoso
de toda buena obra. Toda persona amante del género
humano hace bien a todo el mundo, siempre que tiene la
oportunidad, sin parcialidad ni hipocresía, y está llena de
misericordia y de buenas obras.17
10. La verdadera religión, o el corazón recto delante
de Dios y de los seres humanos, significa tanto felicidad
como santidad. No se trata sólo de justicia, sino también de
paz y gozo en el Espíritu Santo.18 ¿Qué paz? La paz de
Dios, la cual sólo Dios puede dar, y que el mundo no puede
quitar; la paz que sobrepasa todo entendimiento,19 toda
concepción puramente racional; por ser una concepción
sobrenatural, un gustar divino de los poderes del mundo por
venir. Paz que el ser natural no conoce, no importa lo
versado que sea en las cosas de este mundo; ni tampoco
puede conocer en su estado presente, porque se tiene que
discernir espiritualmente. Es una paz que hace desvanecer
toda duda, toda incertidumbre dolorosa; puesto que el
Espíritu Santo da testimonio al espíritu de la persona
cristiana de que es hija de Dios.20 Y desvanece el miedo,
14 1 Co. 13.4.
15 1 Co. 13.5,7.
16 Ro. 13.10.
17 Stg. 3.17.
18 Ro. 14.17.
19 1 Co. 2.14.
20 Ro. 8.16.
Sermón 7 141
todo temor que produzca tormento; el temor a la ira de
Dios; el temor al infierno; y, en particular, el temor a la
muerte. Quien tiene la paz de Dios desea partir (si es la
voluntad de Dios) y estar con el Señor.21
11. Junto con esta paz de Dios, cuando reina en el
alma, existe también el gozo en el Espíritu Santo; un gozo
que obra en el corazón por el Espíritu Santo, por el siempre
bendito Espíritu de Dios. El Espíritu es quien imparte en
nosotros ese regocijo suave, humilde, en Dios por medio de
Cristo Jesús, por quien hemos recibido ahora la
reconciliación con Dios.22 Esto nos permite ahora confirmar
la declaración del salmista real: «Bienaventurado [o feliz]
aquél cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su
pecado.»23 El Espíritu es quien inspira al alma cristiana con
este gozo firme y sólido que surge del testimonio del
Espíritu de que se es hijo de Dios; y eso le da al ser humano
el poder alegrarse con gozo inefable,24 en la esperanza de
la gloria de Dios25 (esperanza tanto de la gloriosa imagen de
Dios, la cual es en parte, y será plenamente revelada en él,
como de la corona incorruptible de gloria, reservada en los
cielos).26
12. Esta santidad y felicidad, unidas en una, a veces
son llamadas en los escritos sagrados «el reino de Dios»
(como lo hace el Señor en el texto), y a veces, «el reino de
los cielos». Se llama «reino de Dios» porque es el fruto
inmediato del reinado de Dios en el alma. Tan pronto como,
21 Fil. 1.23.
22 Ro. 5.11.
23 Sal. 32.1.
24 1 P. 1.8.
25 Ro. 5.2.
26 1 P. 1.4;5.4.
142 El camino del reino
usando de su infinito poder, establece su trono en nuestros
corazones, inmediatamente son llenos con la justicia, la paz
y el gozo en el Espíritu Santo. Se llama «reino de los cielos»
porque es (en cierta medida) como si se abriera el cielo en el
alma. Cualquiera que goza de esta experiencia, puede
confesar ante los ángeles y los seres humanos
«La vida eterna se ha ganado,
Gloria en la tierra ha empezado»;27
según el tenor constante de la Sagrada Escritura, que declara
repetidamente que Dios nos ha dado vida eterna, y esta
vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo [reinando en su
corazón] tiene la vida. Porque esta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a
quien has enviado.28 Quienes han recibido este don, aunque
estén en el horno encendido, pueden dirigirse a Dios con
toda confianza, diciendo:
Defendidos por tu poder,
Oh, Hijo de Dios, Jehová,
Que en forma humana
Quisiste descender,
Te adoramos.
Incesantes aleluyas
A ti sean ofrecidas;
Alabanzas te ofrecemos aquí,
Como en tu trono en el cielo,
Aquí te rendimos.
Porque donde está tu presencia
Allí está el cielo.29
27 Himno de Carlos Wesley en Hymns and Sacred Poems (1739).
28 Jn. 17.3.
29 Cita de Mark de la Pla, A Paraphrase of the Song of the Three Children
(1724), última estrofa.
Sermón 7 143
13. Este reino de los cielos o de Dios se ha acercado.
El sentido en que estas palabras fueron dichas originalmente
significaba que el tiempo había llegado, que Dios se había
manifestado en la carne y había venido a reinar en los
corazones de su pueblo. ¿Y no se ha cumplido ahora el
tiempo? Porque he aquí yo estoy con vosotros todos los
días, con quienes predican la remisión de pecados en mi
nombre, hasta el fin del mundo.30 Dondequiera que el
evangelio de Cristo se predica, allí el reino se ha acercado.
No está lejos de ninguno de nosotros. Puedes entrar ahora
mismo si lo deseas, si has escuchado su voz que te dice:
«Arrepiéntete y cree en el evangelio.»
II. 1. Este es el camino: caminen por él. Ante todo,
arrepiéntanse, esto es, conózcanse a sí mismos. Este es el
primer arrepentimiento, antes de la fe, la convicción o
conocimiento propio. Despiértate, entonces, tú que
duermes.31 Reconoce que eres pecador, acepta qué clase de
pecador eres. Reconoce la corrupción de tu naturaleza
interior, por la cual te encuentras más allá de la justicia
original, por cuanto la carne desea lo que es contrario al
Espíritu,32 por causa de la mente carnal que es enemistad
contra Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios, ni
tampoco puede.33 Comprende que te has corrompido en
todo tu poder, en toda facultad de tu alma, que eres
completamente corrupto en todas ellas, por estar los
fundamentos totalmente torcidos. Los ojos de tu
entendimiento están tan obscurecidos que no pueden
discernir a Dios ni las cosas de Dios. Las nubes de la
30 Mt. 28.20.
31 Ef. 5.14.
32 Gá. 5.17.
33 Ro. 8.7.
144 El camino del reino
ignorancia y del error descansan sobre ti, y te cubren con la
sombra de muerte. No sabes nada como debes saberlo, ni
sobre Dios, ni sobre el mundo, ni sobre ti mismo. Tu
voluntad no es la voluntad de Dios, sino que está totalmente
perversa y torcida, opuesta a todo lo bueno, a todo lo que
Dios ama, y dispuesta a todo mal, a toda abominación que
Dios detesta. Tus afectos están separados de Dios, y
desparramados por el mundo entero. Todas tus pasiones,
tanto tus deseos como tus odios, tus gozos y tus tristezas,
tus esperanzas y temores, están fuera de foco, son
exagerados en extremo o colocados en objetos indignos. Así
que no hay nada sano en tu alma, sino que desde la planta
del pie hasta la cabeza (para usar una fuerte expresión del
profeta) sólo hay herida, hinchazón y podrida llaga.34
2. Tal es la corrupción interior de tu corazón, de lo
más íntimo de tu naturaleza. ¿Y qué clase de ramas esperas
que crezcan de raíces tan podridas? De ellas nace la
incredulidad, siempre tratando de separarse del Dios
viviente; diciendo: «¿Quién es el Todopoderoso, para que le
sirvamos? ¿Y de qué nos aprovechará que oremos a él?»35
De aquí la independencia, pretendiendo ser igual al
Omnipotente; de aquí el orgullo, en todas sus formas, que te
enseña a decir: «Yo soy rico, y me he enriquecido, y de
ninguna cosa tengo necesidad.»36 De esta fuente de maldad
brotan las corrientes amargas de la vanidad, del deseo de
alabanza, de la ambición, de la codicia, de los deseos de la
carne, los deseos de los ojos y el orgullo de la vida. De esa
fuente brotan la ira, el odio, la malicia, la venganza, la
envidia, los celos, las sospechas; de tal vienen los deseos
34 Is. 1.6.
35 Sal. 10.14.
36 Ap. 3.17.
Sermón 7 145
malos y pecaminosos que te traspasan con muchos dolores
y que, si no pones remedio a tiempo, acabarán por hundir tu
alma en la perdición eterna.
3. ¿Y qué frutos pueden esperarse de ramas como
éstas? Sólo frutos amargos e indefetciblemente malos. Del
orgullo surgen la contienda, la alabanza de sí mismo, la
búsqueda y el deseo constante de recibir alabanzas de los
otros, y de robar así a Dios la gloria que él no comparte con
otro. De los deseos de la carne vienen la glotonería, las
borracheras, la lujuria o sensualidad, la fornicación, la
inmundicia, todo lo cual mancha de diversas formas el
cuerpo que fue hecho para ser templo del Espíritu Santo.
De la incredulidad vienen toda palabra y obra mala.
Faltaría tiempo si fueras a reconocer todas las faltas; todas
las palabras ociosas que has pronunciado: provocando al
Altísimo, entristeciendo al Santo de Israel; todas las obras
malas que has hecho, sean totalmente malas en sí mismas, o
al menos que no hiciste para la gloria de Dios. Porque tus
pecados reales son más numerosos de lo que puedas
expresar, más que los cabellos de tu cabeza. ¿Quién puede
contar la arena del mar, o las gotas de lluvia, o las
iniquidades?
4. Y ¿no sabes que la paga del pecado es la
muerte,37 muerte no sólo temporal sino también eterna? «El
alma que pecare, esa morirá»38 ha dicho el Señor. Morirá la
segunda muerte. Esta es la sentencia: «sufrirán pena de
eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la
gloria de su poder.»39 ¿No sabes que todo pecador está en
37 Ro. 6.23.
38 Ez. 18.4.
39 2 Ts. 1.9.
146 El camino del reino
peligro del fuego del infierno,40 o mucho más, que está ya
condenado y en camino a ser ejecutado? Mereces la muerte
eterna. Esta el la justa recompensa por tu maldad tanto
interior como exterior. ¿Comprendes esto, lo sientes? ¿Estás
totalmente convencido de que mereces la ira de Dios y la
condenación eterna? ¿Sería Dios injusto si ahora mismo
mandase que la tierra se abriera y te tragase, si en este
momento cayeses en el abismo y en el fuego que nunca se
apagará? Si Dios te ha permitido tener un verdadero
arrepentimiento, sientes profundamente que estas cosas son
así; y que sólo su misericordia permite que no seas
consumido, aniquilado por completo de la faz de la tierra.
5. ¿Qué harás para aplacar la ira de Dios, para expiar
todos tus pecados, y para escapar del castigo que
justamente mereces? ¡Ay de ti, porque nada puedes hacer!
No puedes hacer nada que pueda en ninguna medida hacer
reparación ante Dios por una obra, palabra o pensamiento
malos. Si desde este momento pudieras obrar bien en todo,
si desde esta hora hasta el momento en que debas volver a
Dios pudieras vivir en forma perfecta, en obediencia
ininterrumpida, aun esto no repararía lo pasado. Aunque no
aumentes la deuda, no podrías saldarla tampoco. Todavía
permanecería tan grande como siempre. Sí, la obediencia
presente y futura de toda la humanidad, y de todos los
ángeles del cielo, no podría dar satisfacción a la justicia de
Dios por un solo pecado. ¡Cuán vana es entonces la idea de
ofrecer satisfacción por tus propios pecados mediante
alguna obra que pudieras hacer! Cuesta mucho más redimir
una sola alma de lo que la humanidad entera podría pagar.
40 Mt. 5.22. Wesley cita el texto en griego.
Sermón 7 147
De manera que, si no hubiera ninguna otra ayuda para un
pecador culpable, sin duda que perecería eternamente.
6. Supongamos que la obediencia perfecta en el
futuro pudiera dar satisfacción por los pecados pasados.
Esto no te aprovecharía de nada; puesto que no podrías
lograr tal obediencia ni siquiera en un punto. Comienza
ahora. Haz la prueba. Sacude de ti ese pecado que ahora te
domina. Comprobarás que no puedes. ¿Cómo podrías
entonces cambiar tu vida y convertirte de malo en bueno?
De hecho, es imposible a menos que tu corazón cambie.
Mientras el árbol sea malo, no puede dar buen fruto. ¿Pero
eres capaz de cambiar tu propio corazón del pecado a la
santidad? ¿De despertar al alma muerta en pecado, muerta
para Dios y viva para el mundo? Tan imposible es como
resucitar un cuerpo muerto, volver a la vida a quien está en
la tumba. Eres tan capaz de despertar el alma como de darle
vida a un cuerpo muerto. No puedes hacer nada, ni más ni
menos, en este asunto. Te encuentras totalmente
imposibilitado. El entender esto, que eres completamente
inútil, así como culpable y pecador, de eso se trata el
arrepentimiento verdadero, el cual es precursor del reino de
Dios.
7. Si a esta convicción íntima de tus pecados
interiores y exteriores, de tu completa pecaminosidad y
desvalimiento, añades sentimientos puros: tristeza de
corazón por haber despreciado la misericordia que te han
ofrecido; remordimiento y condenación propia, sin hablar
palabra, teniendo vergüenza aun de levantar los ojos al cielo;
temor de la ira de Dios que aún sientes sobre ti, de su
maldición pesando sobre tu cabeza, y de la indignación
terrible que está lista para devorar a aquellas personas que
olvidan a Dios y desobedecen a nuestro Señor Jesucristo;
148 El camino del reino
deseo ardiente de escapar de tal indignación, de cesar de
hace mal y aprender a hacer bien; si todo esto sientes,
entonces te digo, en el nombre del Señor: «No estás lejos del
reino de Dios.»41 Un paso más y entrarás. Te has
arrepentido. Ahora, cree en el evangelio.
8. El evangelio (esto es, las buenas nuevas para los
culpables, los inútiles pecadores) en el más amplio sentido
de la palabra significa la revelación total de Dios a la
humanidad por medio de Jesucristo; y, a veces, el relato de
lo que nuestro Señor hizo y sufrió mientras vivió entre los
seres humanos. La substancia del evangelio es: que Cristo
Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores;42 o
porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel que él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna,43 o mas él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el
castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos
nosotros curados.44
9. Cree esto y el reino de Dios es tuyo. Por medio
de la fe alcanzas la promesa: Dios perdona y absuelve a
todos los que verdaderamente se arrepienten y creen en su
santo evangelio. Tan pronto como Dios te habla al corazón:
«Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados»,45 su
reino viene; tú tienes la justicia, la paz y el gozo en el
Espíritu Santo.46
41 Mc. 12.13.
42 1 Ti. 1.15.
43 Jn. 3.16.
44 Is. 53.3.
45 Mt. 9.2.
46 Ro. 14.17.
Sermón 7 149
10. Cuídate, sin embargo, de no engañar a tu alma
con respecto a la naturaleza de esta fe. No es (como algunas
personas han concebido vanamente) un mero asentimiento a
la verdad de la Biblia, a los artículos de nuestro credo, o a
todo lo que está contenido en el Antiguo y Nuevo
Testamentos. Los demonios también creen esto, tan bien
como tú o yo; sin embargo, siguen siendo demonios. Pero la
fe está por encima y más allá que todo lo anterior. Es una
segura confianza en la misericordia de Dios a través de
Jesucristo. Es una confianza en el Dios perdonador. Es una
prueba o convicción divina de que Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a
los hombres sus pecados;47 y sobre todo que el Hijo de
Dios me ha amado y se ha entregado por mí; y que ahora yo
estoy reconciliado con Dios por la sangre de la cruz.48
11. ¿Crees esto? Entonces, la paz de Dios está en tu
corazón, y la tristeza y el dolor huirán para siempre. Ya no
tienes dudas sobre el amor de Dios; es tan claro como la luz
del mediodía. Puedes decir en voz alta: «Tu amor, oh Señor,
cantaré perpetuamente; de generación en generación
anunciará mi boca tu fidelidad».49 Ya no tienes temor al
infierno, o a la muerte, o a quien antes tenía el imperio de la
muerte, el diablo; ni estás ya temeroso de Dios mismo; sólo
tienes un temor tierno, de hijo, de ofenderle. ¿Crees esto?
Entonces tu alma engrandece al Señor; y tu espíritu se
regocija en Dios tu Salvador.50 Te regocijas porque tienes
redención por su sangre, el perdón de pecados.51 Te
47 2 Co. 5.19.
48 Ro. 5.10 y Col. 1.20.
49 Is. 35.10.
50 Lc. 1.46-47.
51 Col. 1.14.
150 El camino del reino
regocijas con el espíritu de adopción por medio del cual
puedes decir en tu corazón: ¡Abba, Padre!52 Te regocijas en
la plena esperanza de inmortalidad, en proseguir al blanco al
premio del supremo llamamiento;53 en anticipar todas las
bendiciones que Dios tiene preparadas para todos los que le
aman.
12. ¿Crees esto? Entonces el amor de Dios se ha
derramado en tu corazón,54 y le amas porque él te amó
primero. Y por cuanto amas a Dios, amas también a tu
hermano.55 Y por cuanto estás lleno de amor, paz y gozo,
también estás lleno de paciencia, benignidad, fidelidad,
bondad, humildad y dominio propio, así como todos los
demás frutos del Espíritu56--en una palabra, con toda
disposición santa, angelical o divina. Por tanto, mirando a
cara descubierta (porque el velo ha sido quitado) como en
un espejo la gloria del Señor, su glorioso amor, y la gloriosa
imagen en la que has sido creado, tú eres transformado de
gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu
del Señor.57
13. Este arrepentimiento, esta fe, esta paz, gozo,
amor, este cambio de gloria en gloria, es lo que la sabiduría
del mundo ha calificado de locura, de entusiasmo,58 de
distracción. Pero tú, seguidor de Dios, no hagas caso a esto:
no seas movido por ninguna de estas cosas. Tú sabes en
quién has creído. Procura que nadie tome tu premio.
52 Ro. 8.15.
53 Fil. 3.14.
54 Ro. 5.5.
55 1 Jn. 4.21.
56 Gá. 5.22-23.
57 2 Co. 3.18.
58 Palabra que en tiempos de Wesley se usaba frecuentemente en el sentido
de «fanatismo».
Sermón 7 151
Conserva todo aquello que has alcanzado. Manténte firme,
y prosigue el camino, hasta que hayas alcanzado todas las
grandes y preciosas promesas. Y tú, que aún no conoces al
Salvador, no dejes que otros te hagan sentir avergonzado del
evangelio de Cristo. No te dejes atemorizar por quienes
hablan mal de las cosas de las cuales no saben nada. Dios
volverá pronto tu tristeza en gozo. No te desesperes, ten un
poco de paciencia, y él te quitará tus temores, y te dará un
espíritu recto. Cercano está el que te salva. ¿Quién es que
condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que
también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el
que también intercede por nosotros.59 Refúgiate en los
brazos del Cordero de Dios, con todos tus pecados, no
importa cuántos sean; porque de esta manera os será
otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo.60
59 Ro. 8.34.
60 2 P. 1.11.
151
Sermón 8
Las primicias del Espíritu
Romanos 8.1
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están
en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino
conforme al Espíritu.
1. Con la frase «los que están en Cristo Jesús» San
Pablo sin duda alguna se refiere a los que verdaderamente
creen en él; a quienes, justificados por la fe, tienen paz con
Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.1 Quienes creen
de esa manera ya «no andan conforme a la carne», ya no
siguen los impulsos de la naturaleza corrompida, sino que
andan «conforme al Espíritu». Tanto sus pensamientos
como sus palabras y sus obras están bajo la dirección del
bendito Espíritu de Dios.
2. No hay «ninguna condenación» para éstos. No
hay condenación por parte de Dios, por cuando han sido
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la
redención que es en Cristo Jesús.2 Dios ha perdonado todas
sus iniquidades, y ha borrado todos sus pecados. Y
tampoco hay condenación por parte de su conciencia,
porque no han recibido el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que proviene de Dios, para que sepan lo que Dios
les ha concedido, el Espíritu que da testimonio a su espíritu
de que son hijos de Dios.3 A esto se añade el testimonio de
1 Ro. 5.1.
2 Ro. 3.24.
3 Ro. 8.6.
152 Las primicias del Espíritu
su conciencia, de que con sencillez y sinceridad de Dios, no
con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, se han
conducido en el mundo.4
3. Pero, debido a que esta doctrina ha sido mal
interpretada con frecuencia y en forma tan peligrosa; debido
a que hay infinidad de personas indoctas e inconstantes,5
personas que no han sido enseñadas por Dios, y que, por
tanto, no están arraigadas en la verdad que es según la
piedad,6 la cual han torcido para su propia destrucción,7 me
propongo demostrar tan claramente como pueda, primero,
quiénes «están en Cristo Jesús» y «no andan conforme a la
carne sino conforme al Espíritu»; y segundo, cómo «no hay
condenación» para estas personas. Concluiré con algunas
deducciones prácticas.
I. 1. Primeramente, voy a mostrar quiénes «están en
Cristo Jesús». ¿No son los que creen en su nombre?
¿Quienes son hallados en él, no teniendo justicia propia por
la ley, sino la justicia que es de Dios por fe?8 Los que han
alcanzado redención por su sangre son los que están en él,
porque moran en Cristo y Cristo mora en ellos.9 Esas
personas están unidas al Señor, siendo un Espíritu con él.
Han sido injertadas como ramas a la vid;10 están unidas
como los miembros a la cabeza, de una manera tal que las
4 1 Co. 1.12.
5 2 P. 3.16. Wesley cita el texto griego.
6 Tit. 1.1.
7 2 P. 3.16.
8 Fil. 3.9.
9 1 Jn. 4.13.
10 Jn. 15.4-5.
Sermón 8 153
palabras no llegan a expresar, ni podían sus corazones
concebir antes de la regeneración.
2. Todo aquel que permanece en él, no peca;11 no
anda según la carne. La carne, en el lenguaje común de San
Pablo, significa la naturaleza corrompida. En este sentido
usa la palabra, cuando les escribe a los gálatas: «manifiestas
son las obras de la carne»12 y también al decir: «Andad en
el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.»13 Para
probar que los que andan en el Espíritu no satisfacen los
deseos de la carne, añade inmediatamente: «Porque el deseo
de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra
la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo
que quisiereis.» Las palabras se traducen literalmente no
como «para que no podáis hacer lo que quisiereis», como si
la carne hubiera conquistado al espíritu. Dicha traducción no
tiene nada que ver con el texto original del Apóstol, lo
cual haría su argumento inútil, pues de hecho afirmaría lo
opuesto de lo que él quiere probar.14
3. Los que «están en Cristo», los que permanecen en
él,15 han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Se
abstienen de todas estas obras de la carne: adulterio,
fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras contiendas, disensiones,
11 1 Jn. 3.6.
12 Gá. 5.19.
13 Gá. 5.16.
14 Wesley cita el griego, y luego argumenta que no debe traducirse «de modo
que no podéis hacer lo que quisierais», sino «de modo que no hagáis lo que
quisierais». El problema exegético se complica, porque hay variantes
textuales. Pero la mayoría de los eruditos modernos no le da la razón a Wesley
en este punto.
15 1 Jn. 2.27.
154 Las primicias del Espíritu
herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías16--de
cualquier designio, palabra y obra a los cuales nos guía la
corrupción de nuestra naturaleza. Si bien sienten en sí
mismos la raíz amarga, sin embargo, son investidos con
poder de lo alto para hollarla ésta bajo sus pies
constantemente, de modo que no pueda levantarse para
molestarlos. Así cada nuevo asalto es una nueva ocasión
para la alabanza, para exclamar: «Mas gracias sean dadas a
Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo.»17
4. Andan «conforme al Espíritu tanto» en sus
corazones como en sus vidas. El Espíritu les enseña a amar
a Dios y a su prójimo con un amor que es como fuente de
agua que salta para vida eterna.18 Y por el Espíritu son
guiados a cada deseo santo, a cada sentimiento divino y
celestial, hasta que cada pensamiento que nace de sus
corazones es santidad al Señor.
5. Los que andan «conforme al Espíritu» son
guiados por él hacia toda santidad en la conversación. Su
palabra es siempre con gracia, sazonada con sal,19 con el
amor y el temor de Dios. Ninguna palabra corrompida sale
de su boca, sino la que es buena para la necesaria
edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.20 En esto
también se ejercitan de noche y de día, para hacer solamente
lo que agrada a Dios; para seguir en toda su conducta
exterior a aquél que nos dejó un ejemplo para que sigamos
16 Gá. 5.2-24.
17 1 Co. 15.57.
18 Jn. 4.14.
19 Col. 4.6.
20 Ef. 4.29.
Sermón 8 155
sus pisadas;21 para andar en justicia, misericordia y verdad
en todos sus tratos con sus prójimos, y para hacer todo, en
todas las circunstancias y detalles de la vida diaria, para la
gloria de Dios.22
6. Estos son los que en verdad andan en el Espíritu.
Estando llenos de fe y del Espíritu Santo, poseen en sus
corazones y muestran en sus vidas, en todo el curso de sus
palabras y acciones, los frutos genuinos del Espíritu de
Dios, es decir, amor, gozo, paz paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza,23 y cualquier otra
cosa que es buena y digna de alabanza. Adornan en todas
las cosas el evangelio de Dios nuestro Salvador;24 y dan
prueba total a toda la humanidad de que están
verdaderamente movidos del mismo Espíritu que levantó de
los muertos a Jesús.25
II. 1. Me propongo demostrar, en segundo lugar,
cómo no hay condenación para quienes están en Cristo
Jesús y, por tanto, andan, «no conforme a la carne, sino
conforme al Espíritu».
Primeramente, para los creyentes en Cristo que
andan de esta manera «no hay condenación» por sus
pecados pasados. Dios no los condena por ninguno de
éstos; son como si no hubiesen sido; son echados en lo
profundo del mar, y ya Dios no los recuerda más. Dios,
habiendo dado a su Hijo como propiciación por ellos, por
medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a
21 1 P. 2.21.
22 1 Co. 10.31.
23 Gá. 5.22-23.
24 Tit. 2.10.
25 Ro. 8.11.
156 Las primicias del Espíritu
causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los
pecados pasados,26 no les imputa ninguna de sus
iniquidades, cuya memoria misma ha desaparecido.
2. No hay condenación para ellos en su corazón, ni
conciencia de pecado, ni temor a la ira de Dios. Tienen el
testimonio en sí mismos; están conscientes de su interés en
la sangre rociada. No han recibido el espíritu de esclavitud
para estar otra vez en temor, en duda e incertidumbre; sino
que han recibido el espíritu de adopción, por el cual
clamamos: ¡Abba, Padre!27 Justificados por la fe, la paz de
Dios reina en sus corazones, pues fluye de un constante
experimentar la misericordia perdonadora y una buena
conciencia hacia Dios.28
3. Quizá alguien diga: «Pero a veces el creyente en
Cristo puede perder de vista la misericordia de Dios; a veces
la obscuridad le rodea de tal manera que no logra ver a aquél
que es invisible, no logra sentir el testimonio en sí mismo de
su participación en la sangre redentora; y entonces se
condena interiormente, tiene la sentencia de muerte sobre sí
mismo.» Yo respondo que, suponiendo que así sea,
suponiendo que esa persona no vea la misericordia de Dios,
entonces no es creyente; porque la fe implica luz, la luz de
Dios que brilla en el corazón. De modo que quien
temporeramente pierde esta luz, pierde la fe. Y sin duda
alguna un creyente verdadero en Cristo puede perder la luz
de la fe. Mientras ésta fe está perdida, la persona puede caer
otra vez en condenación. Este no es el caso de quienes están
en Cristo Jesús, quienes creen en su nombre. Porque
26 Ro. 3.25.
27 Ro. 8.15.
28 1 P. 3.21.
Sermón 8 157
mientras crean y anden en el Espíritu, ni Dios ni su propio
corazón los condenan.
4. En segundo lugar, no son condenados por pecados
presentes, por violar ahora los mandamientos de Dios. No
los violan; «no andan conforme a la carne sino conforme al
Espíritu». Esta es la prueba constante de su amor a Dios,
que guardan sus mandamientos.29 Así lo afirma San Juan:
«Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado,
porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede
pecar porque es nacido de Dios».30 No puede hacerlo
mientras la simiente de Dios, esta fe amorosa, santa,
permanezca en él. Mientras permanezca, el maligno no
puede tocarlo.31 Es evidente que no es condenado por los
pecados que no ha cometido. Quienes son así guiados por el
Espíritu no están bajo la ley.32 No están bajo su maldición o
condenación, porque la ley no condena sino a quienes la
desobedecen. La ley de Dios que dice «No robarás» no
condena sino a quienes roban. «Acuérdate del día de reposo
para santificarlo» condena sólo a quienes no lo santifican.
Pero contra los frutos del Espíritu no hay ley.33 El Apóstol
más extensamente lo declara en estas memorables palabras
de su Epístola a Timoteo: «Sabemos que la ley es buena, si
uno la usa legítimamente; conociendo esto [si mientras usa
la ley de Dios, para convencer o dirigir, conoce y recuerda
esto] que la ley no fue dada para el justo [no tiene fuerza
29 1 Jn. 5.3.
30 1 Jn. 5.18.
31 1 Jn. 5.18.
32 Gá. 5.18.
33 Gá. 5.23.
158 Las primicias del Espíritu
contra él, ni poder para condenarle],34 sino para los
transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores,
para los irreverentes y profanos ... según el glorioso
evangelio del Dios bendito.»
5. En tercer lugar, no son condenados por ningún
pecado interior, aun cuando éste permanece. Que permanece
la corrupción de la naturaleza aun en quienes son hijos de
Dios por la fe; quienes tienen en sí mismos la simiente del
orgullo y la vanidad, de la cólera y la gula, de los deseos
depravados y de toda clase de pecado, es un hecho
demasiado obvio para negarse, por ser experiencia diaria. Y
es por esto que San Pablo, hablando a quienes un poco
antes había afirmado que estaban en Cristo Jesús, como
llamados por Dios a la comunión con su Hijo Jesucristo
nuestro Señor,35 sin embargo les dice: «no pude hablaros
como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en
Cristo».36 Como a niños en Cristo, es decir, que están en
Cristo, pero son creyentes en grado mínimo. ¡Cuánto
pecado había todavía en ellos, en esa mente carnal que no se
sujeta a la ley de Dios!37
6. A pesar de todo esto, no están condenados.
Aunque sienten la carne, su naturaleza pecaminosa, y
aunque cada día se persuaden más y más de que su corazón
es engañoso y perverso.38 Sin embargo, mientras no cedan a
sus instintos, mientras no den lugar al demonio, mientras
34 1 Ti. 1.8-9,11. Una traducción literal del griego sería: «la ley no se recuesta
sobre el justo». Wesley cita el griego y luego ofrece una traducción semejante.
35 1 Co. 1.9.
36 1 Co. 3.1.
37 Ro. 8.7.
38 Jer. 17..9.
Sermón 8 159
continúen luchando con el pecado, con el orgullo, la ira, los
malos deseos, de manera que la carne no se enseñoree de
ellos, sino que anden «conforme al Espíritu, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús.» Dios
se complace con su sincera aunque imperfecta obediencia; y
ellos tienen confianza en Dios, sabiendo que son suyos por
el Espíritu Santo que les ha dado.39
7. En cuarto lugar, aunque están plenamente
convencidos de que el pecado se adhiere a todo lo que
hacen; a pesar de que se dan cuenta de que no pueden
cumplir con la perfecta ley, ni en pensamiento, ni en
palabras, ni en obras; aunque saben que no aman al Señor su
Dios con todo su corazón, su mente, su alma y sus fuerzas;
aunque sienten más o menos orgullo o vanidad mezclarse
con sus más altos deberes; aunque en su más íntima
comunión con Dios, cuando se reúnen con la congregación,
y cuando derraman su corazón en secreto ante aquél que
conoce todos los pensamientos y las intenciones del
corazón, sienten vergüenza de la vaguedad de sus
pensamientos, o de la torpeza e insensibilidad de sus
afectos--aun así no hay condenación para ellos, ni por parte
de Dios ni de su propio corazón. El considerar estos varios
defectos les hace sentir aun más profundamente la necesidad
de la sangre rociada40 que habla por ellos al oído de Dios, y
de ese Abogado para con el Padre que vive siempre para
interceder por ellos.41 Lejos de separarles de aquél en quien
han creído, estas debilidades les hacen acercarse más al que
satisface sus necesidades. Al mismo tiempo, mientras más
39 1 Jn. 3.24.
40 He. 12.24.
41 He. 7.25.
160 Las primicias del Espíritu
profundamente sienten la necesidad, más sincero es su
deseo y más firmes sus esfuerzos para, de la manera que
han recibido al Señor Jesucristo, andar así en él.42
8. No son condenados, en quinto lugar, por pecados
de debilidad, como generalmente se les llama. (Quizás sería
mejor llamarles flaquezas, a fin de no parecer que atenuamos
o disculpamos el pecado como una debilidad.) Pero si
hemos de emplear tan ambigua y peligrosa expresión, los
pecados de debilidad son esas caídas involuntarias tales
como el decir de buena fe que tal o cual cosa es cierta,
cuando en realidad se prueba que es falsa; o el herir a
nuestro vecino sin saberlo o sin tener tal intención, quizás
cuando queríamos hacerle bien. Aunque éstas son
desviaciones de la santa, aceptable y perfecta voluntad de
Dios, sin embargo no son pecados propiamente dichos, ni
traen ninguna culpa a la conciencia de quienes están en
Cristo Jesús. No se interponen entre Dios y ellos, ni
obscurecen la luz de su rostro; puesto que estas flaquezas
no son inconsecuentes con el hecho de que andan «no
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu».
9. Por último, no hay condenación para ellos por
causa de cosa cualquiera que no esté en su poder evitar; ya
sea de naturaleza interna o externa, ya sea haciendo lo que
no deben hacer o dejando de hacer lo que deberían hacer. Por
ejemplo, se administra la Santa Cena, pero algunos no
participan. ¿Por qué no lo hacen? Están confinados debido a
la enfermedad; por lo tanto no pueden asistir al culto. Tal
razón no estás te condena. No hay culpa por cuanto no hay
oportunidad de escoger. Porque si primero está la voluntad
42 Col. 2.6.
Sermón 8 161
dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo
que no tiene.43
10. Algunas veces el creyente se aflige porque no
puede hacer lo que desea. Puede exclamar, cuando se ve
impedido de adorar a Dios en medio de la gran congregación:
«Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así
clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de
Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré, y me presentaré
delante de Dios?»44 Puede desear ardientemente (aunque
diciendo en su interior al mismo tiempo, «pero no sea como
yo quiero, sino como tú»45) ir con la multitud y conducirla
hasta la casa de Dios.46 Sin embargo, si no puede ir, no
siente la condenación, ni la culpa, ni siente el desagrado de
Dios, sino que puede con alegría someter sus deseos
diciendo: «Espera en Dios, porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío.»47
11. Es más difícil determinar lo que tiene que ver con
los «pecados de sorpresa», tal como cuando una persona
que generalmente tiene dominio propio cede a una violenta
y repentina tentación de hablar o actuar en forma que no es
consistente con la ley: «Amarás a tu prójimo como a ti
mismo.» No es fácil fijar una regla general respecto a las
transgresiones de esta naturaleza. No podemos decir si las
personas son o no son condenadas por los pecados de
sorpresa en general. Pero parece que cada vez que un
creyente es dominado por una falta hay mayor o menor
43 2 Co. 8.12.
44 Sal. 42.1-2.
45 Mt. 26.39.
46 Sal. 42.4.
47 Sal. 42.11.
162 Las primicias del Espíritu
condenación de acuerdo al mayor o menor consentimiento
de su voluntad. En proporción al modo en que el deseo
pecaminoso, palabra o acción sea más o menos voluntario,
así podemos concebir a Dios como más o menos molesto, y
hay mayor o menor culpa en el alma.
12. Si esto es cierto, entonces debe haber algunos
pecados de sorpresa que acarrean mucha culpabilidad y
condenación. Esto es así debido a que hemos sido
sorprendidos en una negligencia voluntaria y culpable; o
debido a la pereza del alma que podría haberse prevenido o
sacudido antes de que la tentación llegara. Se puede haber
recibido aviso, sea de Dios o de otra persona, de que se
avecinan pruebas y peligros, y aun así decir: «Un poco de
sueño, un poco de dormitar, y cruzar por un poco las
manos para reposo.»48 Si alguno cae en tales circunstancias,
aunque sea por sorpresa, en la tentación que muy bien pudo
haber evitado, no tiene disculpa; debió haber previsto y
evitado el peligro. La caída en el pecado, aun cuando sea por
sorpresa, como en el ejemplo anterior, es en realidad un
pecado de la voluntad; y como tal, debe exponer al pecador
a ser condenado por Dios y por su conciencia.
13. Por otro lado, pueden venir asaltos repentinos
sea del mundo o del dios de este mundo, y frecuentemente
de nuestro corazón perverso, que ni previmos ni pudimos
anticipar. Estas tentaciones pueden sumergir a un cristiano,
por ser débil en la fe, en una tentación peligrosa, como por
ejemplo, la ira o pensar mal del prójimo, sin que participe
su libre albedrío. En tal caso un Dios celoso sin duda le
mostrará que ha actuado con necedad. El cristiano quedará
48 Pr. 6.10.
Sermón 8 163
convencido de haberse separado de la ley perfecta, de la
mente que hubo también en Cristo,49 y por consiguiente se
apesadumbrará con gran dolor, y se avergonzará ante la
presencia de Dios. Sin embargo, no tiene que caer en
condenación. Dios no le culpa, sino que le compadece, como
el padre se compadece de sus hijos.50 Su corazón no le
condena; en medio de su dolor y vergüenza puede decir:
«Me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi
canción es el Señor, quien ha sido salvación para mí.»51
III. 1. Sólo resta deducir algunas conclusiones
prácticas de las consideraciones anteriores.
Y, primeramente, si «ninguna condenación hay» por
sus pecados pasados «para los que están en Cristo Jesús,
los que no andan conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu», entonces, ¿por qué temes, hombre de poca fe?52
Aunque tus pecados sean más numerosos que la arena del
mar, qué importa eso ahora que estás en Cristo Jesús?
¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que
justifica. ¿Quién es el que condenará?53 Todos los pecados
que has cometido desde tu niñez hasta la hora en que fuiste
aceptado en el Amado, han sido esparcidos como la paja,
han desaparecido, se han perdido, han sido tragados, ya no
existen en la memoria. Ahora has nacido en el Espíritu. ¿Te
preocuparás o temerás lo que haya pasado antes de haber
nacido? No has sido llamado para tener espíritu de temor
sino de amor y de dominio propio. Conoce tu llamamiento.
49 Fil. 2.5.
50 Sal. 103.13.
51 Is. 12.2.
52 Mt. 8.26.
53 Ro. 8.33-34.
164 Las primicias del Espíritu
Regocíjate en Dios tu Salvador, y da gracias a Dios tu Padre
por medio de él.
2. ¿Dirás pues: «pero he pecado después de haber
sido redimido por medio de su sangre; y por tanto me
aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza»?54 Es justo
que te aborrezcas; es Dios mismo el que te ha traído a este
punto. Pero, ¿no crees? ¿Te ha permitido decir nuevamente:
«Yo sé que mi Redentor vive»55 «y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios.»?56 Entonces, esa fe
cancela todo lo pasado, y no hay ninguna condenación para
ti. En el momento mismo en que creas verdaderamente en el
Hijo de Dios, todos tus pecados pasados se desvanecerán
como el rocío de la mañana. Ahora, estad, pues, firmes en la
libertad con que Cristo nos hizo libres.57 Te ha librado una
vez más del poder del pecado, así como de la culpa y el
castigo. No estéis otra vez sujetos al yugo de
esclavitud.58 Ni al vil y diabólico yugo del pecado, de los
malos deseos, del mal genio, malas palabras u obras que
constituyen el yugo más pesado que fuera del infierno
puede haber, ni tampoco al yugo del temor servil y
torturador de la culpa y condenación de sí mismo.
3. Pero, en segundo lugar, si los que están «en Cristo
Jesús ... no andan conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu», podemos deducir que quienquiera que comete
pecado no tiene parte en esta bendición, sino que ahora
mismo está condenado por su propio corazón. Pero si
54 Ef. 1.7; Col. 1.14; Job 42.6.
55 Job 12.25.
56 Gá. 2.20.
57 Gá. 5.1.
58 Gá. 2.20.
Sermón 8 165
nuestro corazón nos reprende, si nuestra conciencia nos da
testimonio de que somos culpables, sin duda que Dios
también lo hará; pues mayor que nuestro corazón es Dios, y
él sabe todas las cosas;59 así que no podemos engañarle,
aun si nos engañásemos a nosotros mismos. No pienses
decir: «Fui justificado una vez; mis pecados fueron
perdonados en una ocasión.» Yo no sé sobre esto; ni puedo
discutir si lo fueron o no. Quizás, al cabo de un tiempo, es
prácticamente imposible saber con certeza si fue una obra
verdadera y genuina de Dios, o si sólo engañaste a tu propia
alma. Pero esto sé con la más absoluta certeza: El que
practica el pecado es del diablo.60 Por lo tanto eres de tu
padre el diablo. No puedes negarlo, porque haces las obras
de tu padre. No te llenes de falsas esperanzas. No le digas a
tu alma: «Paz, paz; y no hay paz.»61 Grita, clama a Dios
desde lo profundo, por si tal vez tengas la fortuna de que te
escuche. Ven hasta Dios como al principio, como pobre,
indigno, como lleno de pecado, miserable, ciego y desnudo.
Y cuídate de dar descanso a tu alma hasta que no te revele
su amor perdonador, hasta que haya sanado tus rebeliones y
te haya llenado nuevamente con la fe que obra por el
amor.62
4. En tercer lugar, puesto que no hay condenación
para quienes andan conforme al Espíritu a causa de algún
pecado interior que aún permanezca, ni a causa del pecado
que se adhiere a todo lo que hacen, no te llenes de
pesadumbre a causa de la maldad, aun cuando ésta
59 1 Jn. 3.20.
60 1 Jn. 3.8.
61 Jer. 6.14.
62 Gá. 5.6
166 Las primicias del Espíritu
permanezca en tu corazón. No te entristezcas porque
todavía te encuentres lejos de la gloriosa imagen de Dios; ni
porque el orgullo, la soberbia o la incredulidad se aferren a
todas tus palabras y acciones. Y no te atemorices de
conocer toda la maldad de tu corazón, de conocerte a ti
mismo tal como eres conocido. Sí, pídele a Dios que no
tengas de ti una opinión más alta de la que debes tener. Que
tu continua plegaria sea:
Muéstrame, oh Señor,
Hasta donde pueda soportar
Lo profundo de mi pecado innato;
Declara toda la incredulidad,
La soberbia que se oculta en mí.63
Cuando escuche tu oración y te revele tu corazón,
cuando te muestre qué clase de espíritu tienes; cuida de que
no te falte la fe, de que no te arrebaten tu escudo. Humíllate,
póstrate en el polvo; mira que no eres sino miseria y
vanidad. A pesar de esto, no se turbe vuestro corazón, ni
tenga miedo.64 Persevera, afirma que tienes un abogado
para con el Padre, a Jesucristo el Justo.65 Como la altura
de los cielos sobre la tierra, así es más grande su
misericordia que mis mismos66 Dios es misericordioso
contigo, pecador, aun siendo el pecador que eres. Dios es
amor; y Cristo ha muerto. Por lo tanto, el Padre mismo te
ama. Tú eres su hijo. Por lo tanto, no te negará ninguna cosa
buena.67 ¿Crees que será bueno que todo el cuerpo de
63 Himno de Carlos Wesley en Hymns and Sacred Poems (1742), p. 209.
64 1 Jn. 14.27.
65 1 Jn. 2.1.
66 Sal. 103.11.
67 Mt. 7.11.
Sermón 8 167
pecado que ahora es crucificado en ti sea destruido? Será
hecho. Serás limpio de toda contaminación de carne y de
espíritu. ¿Convendrá que no quede nada en tu corazón sino
el amor de Dios? Anímate. Amarás al Señor tu Dios con
todo tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas.68 Fiel es el que prometió, el cual también lo hará.69
Por tu parte, debes continuar con paciencia en el trabajo de
la fe, del amor y de la paz con alegría; con humilde
confianza, con esperanza resignada y al mismo tiempo
sincera, hasta que el celo del Señor haga esto.70
5. En cuarto lugar, si están en Cristo y andan en el
Espíritu no son condenados por pecados de debilidad, ni
por caídas voluntarias, ni por transgresiones que no pueden
evitar. Ten cuidado, entonces, ya que tienes fe en su sangre,
para que Satanás no gane ventaja de esto. Todavía eres necio
y débil, ciego e ignorante; más débil de lo que las palabras
pueden expresar, más necio de lo que pueda tu corazón
concebir, pues todavía no sabes nada como lo deberías
saber. No permitas, sin embargo, que tu debilidad o torpeza,
ni ningún fruto que no has podido evitar, haga vacilar tu fe,
tu esperanza filial en Dios, o que interrumpa tu paz y gozo
en el Señor. La regla que algunos dan respecto a los pecados
de la voluntad y que, en tal caso, puede ser peligrosa, es
indudablemente buena y segura, si sólo se aplica a las
debilidades humanas. ¿Has caído, seguidor de Dios? No
permanezcas postrado, lamentándote y desesperado por tu
debilidad, sino di con humildad: «Señor, caeré a cada
instante a no ser que tú me sostengas y me des la mano.»
68 Mc. 12.30.
69 He. 10.23.
70 Is. 9.7.
168 Las primicias del Espíritu
Levántate, enderézate y anda. Camina pues, corre con
paciencia la carrera que te es propuesta.71
6. Finalmente, puesto que un creyente no viene a
condenación, aunque sea sorprendido en aquello que su alma
aborrece (suponiendo que esta sorpresa no se deba a su
descuido o negligencia voluntaria); si tú que crees, caes en
alguna falta, apesadúmbrate en el Señor; esto será para ti un
bálsamo. Derrama tu corazón delante de él, y preséntale tu
problema. Y ruega con todo tu corazón a aquél que puede
compadecerse de nuestras debilidades72 para que afirme,
fortifique y establezca tu alma, y no permita que vuelvas a
caer. Aun así, no te condena. ¿Por qué has de temer? No
tienes necesidad de ningún temor que lleve en sí castigo.
Amarás al que te ama, y esto basta; más amor traerá
mayores fuerzas. Y tan pronto como le ames con todo tu
corazón serás perfecto y cabal, sin que te falte nada. Espera
en paz por esa hora en la cual el mismo Dios de paz os
santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y
cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de
nuestro Señor Jesucristo.73
71 He. 12.1.
72 He. 4.15.
73 1 Ts. 5.23.
169
Sermón 9
El espíritu de esclavitud y el espíritu de
adopción
Romanos 8.15
Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar
otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de
adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
1. San Pablo se dirige a quienes son hijos de Dios
por la fe.1 Ustedes los que son verdaderamente sus hijos,
han bebido de su Espíritu. No han recibido un espíritu de
esclavitud para estar nuevamente en temor, sino que, por
cuanto son sus hijos, Dios les ha enviado el Espíritu de su
Hijo a morar en sus corazones.2 «Habéis recibido el espíritu
de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!»
2. El espíritu de esclavitud y de temor está muy
lejos de este espíritu amoroso de adopción. Quienes están
únicamente bajo la influencia de temor servil no pueden ser
llamados hijos de Dios. Sin embargo, algunos pueden ser
siervos y no estar lejos del reino de Dios.3
3. Me temo que la mayoría de la humanidad, de lo
que se llama «mundo cristiano», ni siquiera ha alcanzado
este nivel; sino que están alejados, no hay Dios en ninguno
de sus pensamientos.4 Se encontrarán que aman a Dios;
habrá unos cuantos más que le temen. Pero la mayoría de la
1 Gá. 3.26.
2 Gá. 4.6.
3 Mc. 12.34.
4 Sal. 10.4.
170 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción
humanidad ni tiene temor de Dios, ni hay amor a Dios en
sus corazones.
4. Quizás la mayoría de ustedes, los que por la
misericordia de Dios participan de un mejor espíritu,
recordarán el tiempo en que estaban en la misma situación,
cuando estaban bajo la misma condenación. Al principio no
lo sabían, aunque estaban sumergidos diariamente en sus
pecados y en su propia sangre; hasta que llegó el tiempo
oportuno en que recibieron el espíritu de temor (lo
recibieron, puesto que esto también es regalo de Dios); y
después el temor desapareció, y el espíritu de amor llenó
sus corazones.
5. Quien está en aquel primer estado de ánimo, sin
temor ni amor, se llama en la Escritura un hombre natural.5
Quien se encuentra bajo el poder del espíritu de esclavitud y
temor se dice a veces que está bajo la ley (aunque esta
expresión se refiere más comúnmente a quien está bajo la
dispensación judía, quien se considera obligado a observar
todos los ritos y ceremonias de la ley judía). Pero quien ha
cambiado el espíritu de temor por el de amor se dice con
razón que está bajo la gracia.6
Ahora, por cuanto nos interesa mucho conocer de
qué espíritu somos, trataré de señalar claramente, primero,
lo que es el estado natural; segundo, el estado de quien está
bajo la ley; y tercero, de quien está bajo la gracia.
I. 1. En primer lugar, el estado del ser humano
natural. La Escritura representa este estado como de sueño.
La voz de Dios a tal persona es : «Despiértate, tú que
duermes.»7 Porque su alma se encuentra en un sueño
5 1 Co. 2.14.
6 Ro. 6.14,15.
7 Ef. 1.18.
Sermón 9 171
profundo. Sus sentidos espirituales no están despiertos; no
distingue ni el bien ni el mal espiritual. Los ojos de su
entendimiento están cerrados; están sellados y no ven nada.
Nubes y obscuridad descansan constantemente sobre ellos;
porque esa persona anda en valle de sombra de muerte.8
Por lo tanto, no teniendo entrada para el conocimiento de
los asuntos espirituales, estando cerradas todas las avenidas
de su alma, tal persona está en ignorancia burda y torpe de
respecto de todas aquellas cosas que debería saber. Es
totalmente ignorante del sentido verdadero, interior,
espiritual de la ley de Dios. No tiene idea de lo que es la
santidad evangélica sin la cual nadie verá al Señor; ni de la
felicidad de la cual sólo gozan aquellas personas cuya vida
está escondida con Cristo en Dios.9
2. Por esta misma razón, por estar dormida, está en
cierta forma en descanso. Por estar ciega, se siente segura.
Dice «no seré movido jamás».10 La obscuridad que le cubre
por todas partes le mantiene en un cierto estado de paz
(tanta paz como puede existir juntamente con las obras del
diablo y con la mente terrenal, diabólica). No ve que está al
borde del abismo; por tanto, no teme. No puede temblar
ante el peligro que desconoce. No entiende lo suficiente para
temer. ¿Por qué no tiene esta persona temor de Dios?
Porque es totalmente ignorante de quién es Dios; si no es
que dice en su corazón: »No hay Dios»,11 o que Dios está
sentado sobre el círculo de la tierra,12 y no se humilla
ocupándose de las cosas que suceden en la tierra. A la
8 Sal. 23.4.
9 Col. 3.3.
10 Sal. 10.6.
11 Sal. 14.1.
12 Is. 40.22.
172 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción
misma vez se convence a sí mismo con los conceptos
epicúreos, diciendo: «Dios es misericordioso»;13
confundiendo y ocultando a la misma vez en esta idea
equivocada de la misericordia de Dios toda su santidad y
odio esencial al pecado, toda su justicia, sabiduría y verdad.
No tiene temor de la venganza que amenaza a quienes no
obedecen la bendita ley de Dios, porque no la entiende. Se
imagina que el punto principal es hacer tal o cual cosa y
estar exteriormente sin culpa, sin darse cuenta de que la
culpa se extiende a cada disposición, deseo, pensamiento y
movimiento del corazón. O se imagina que la obligación de
la ley ha cesado, que Cristo vino a destruir la ley y los
profetas, para salvar al pueblo en, no de sus pecados, para
llevarlos al cielo sin santidad; a pesar de sus propias
palabras: «ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta
que todo se haya cumplido»,14 y «No todo el que dice:
Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que
hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.»15
3. Se cree seguro, porque está en la más completa
ignorancia de sí mismo. Por eso dice que se arrepentirá a su
debido tiempo; no sabe aún cuándo exactamente; pero en
algún momento tarde o temprano antes de morir, como si tal
cosa estuviera en su poder. ¿Qué podrá impedir que se
arrepienta si así lo desea? Si alguna vez se decide, sin duda
alguna que se arrepentirá.
4. En ninguna otra persona se hace tan clara esta
ignorancia como en las llamadas «personas de saber.» Si el
13 Sal. 116.5. Wesley emplea aquí el término «epicúreo» en el sentido que
comúnmente se le daba en el siglo XVIII, a saber, como «hedonista» o
«dedicado exclusivamente al placer».
14 Mt. 5.18.
15 Mt. 7.21.
Sermón 9 173
ser humano natural es uno de tales, puede hablar
extensamente sobre sus facultades racionales, sobre su libre
albedrío y la absoluta necesidad de tener esta libertad para
poder ser un agente moral. Tal persona lee y discute, y
prueba casi en forma concluyente que cada cual hace como
quiere, que puede disponerse a hacer lo bueno o lo malo que
hay en su propio corazón según le parezca. Es así cómo el
dios de este mundo cubre con un doble velo de ceguera su
corazón, no sea que «les resplandezca la luz del evangelio
de la gloria de Cristo.»16
5. Como resultado de la misma ignorancia de sí
mismo y de Dios puede surgir en la persona natural un
cierto grado de gozo al felicitarse a sí misma por su
sabiduría y bondad. Puede incluso a veces poseer lo que el
mundo llama gozo. Puede disfrutar de varios placeres,
satisfaciendo los deseos de la carne, o el deseo de los ojos, o
las vanidades de la vida, especialmente si tiene muchas
posesiones, si disfruta de fortuna. En ese caso se puede
vestir de púrpura y de lino fino, hacer banquetes suntuosos
cada día.17 Mientras prospere, sin duda que las gentes
hablarán bien de tal persona. Dirán que es feliz; porque de
hecho ésta es la suma de la felicidad humana: vestirse,
visitar, hablar, comer, beber y levantarse a jugar.
6. No hay nada de extraño si alguien en tales
circunstancias, embriagado con el opio de la adulación y el
pecado, llaga a imaginarse, en su soñar despierto, que
camina en gran libertad. ¡Cuán fácilmente puede
convencerse de que está libre de todo error vulgar y del
prejuicio de una educación atrasada, creyendo que puede
16 2 Co. 4.4.
17 Lc. 16.19.
174 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción
ejercer un juicio justo y mantenerse lejos de todos los
extremos. Puede decir: «Estoy libre de todo el entusiasmo
de las almas débiles y limitadas, de la superstición,
enfermedad de los tontos y cobardes, siempre demasiado
justos; y del fanatismo, condición constante de aquellas
personas que no tienen una manera libre y generosa de
pensar.» Con seguridad que tal persona está libre de la
sabiduría que viene de lo alto,18 de la santidad, de la religión
del corazón, del sentir que hubo en Cristo.19
7. Mientras tanto, tal persona es esclava del pecado.
Comete pecado, más o menos diariamente. Pero no siente
remordimiento; no está «bajo servidumbre» (como dicen
algunos), no siente ninguna condenación. Se contenta
(aunque confiesa creer que la revelación cristiana viene de
Dios) con decir: «El ser humano es frágil. Toda la
humanidad es débil. Cada persona tiene su lado flaco.» Tal
vez cita la Escritura: «¿No dice Salomón acaso: Porque siete
veces cae el justo?» Y sin duda que no son nada más que
hipócritas o entusiastas los que pretenden ser mejores que
sus vecinos. Si algún pensamiento serio cruza su mente, esta
persona lo ahoga tan pronto como le resulta posible, con las
palabras: «¿Por qué debo temer, si Dios es misericordioso,
y Cristo murió por los pecadores?» Así que permanece
como esclava voluntaria del pecado, contenta con mantener
las cadenas de la iniquidad; interior y exteriormente impura,
y satisfecha con serlo; sigue no sólo sin conquistar el
pecado, sino también sin conquistar el pecado particular que
la domina fácilmente.
18 Stg. 3.17.
19 Fil. 2.5.
Sermón 9 175
8. Ese es el estado del humano en su estado natural,
sea transgresor descarado y escandaloso, o pecador
respetable y decente. ¿Cómo puede tal persona convencerse
de pecado? ¿Cómo puede llegar al arrepentimiento? ¿Cómo
quedará bajo la ley, sintiendo en sí misma el espíritu de
temor? Esto es lo que consideraremos a continuación.
II. 1. Por medio de algún acto inescrutable de la
providencia o por medio de su Palabra aplicada con la
demostración de su Espíritu, Dios toca el corazón de quien
duerme en las tinieblas y en la sombra de muerte. Tal
persona es sacudida violentamente de su sueño, y al
despertar comprende el peligro en que se encuentra. Tal vez
en un momento, quizás poco a poco, los ojos de su
entendimiento se abren, y ahora discierne (pues el velo ha
sido parcialmente quitado) el estado real en que se
encuentra. Una luz aterradora alumbra de lleno su alma, una
luz como la que nos imaginamos que sale del abismo sin
fondo, de lo profundo, del lago de fuego que arde con
azufre. Puede al fin ver que el Dios amoroso y
misericordioso es también un fuego consumidor; que es un
Dios justo y terrible, que paga a cada uno conforme a sus
obras, que entra en juicio con el injusto por cada palabra
ociosa, y aun por las imaginaciones del corazón. Ahora se
da cuenta claramente que el grande y santo Dios es muy
limpio de ojos para ver el mal;20 que es vengador de
cualquier persona que se rebele contra él, y paga a cada
inicuo según lo que se merece; y que horrenda cosa es caer
en manos del Dios vivo.21
20 Hab. 1.13.
21 He. 10.31.
176 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción
2. El sentido interior, espiritual, de la ley de Dios
comienza a manifestársele. Percibe que amplio sobremanera
es tu mandamiento22 y no hay nada que se esconda de su
calor.23 Se convence de que todas y cada una de sus partes
se refieren no solamente al pecado exterior y a la
desobediencia, sino a lo que pasa en lo más recóndito del
corazón, donde sólo el ojo de Dios puede penetrar. Si ahora
oye: «No matarás», Dios le habla con voz tronante: «todo
aquel que aborrece a su hermano es homicida»;24 y
cualquiera que le diga a su hermano: «fatuo, quedará
expuesto al infierno de fuego.»25 Si la ley dice: «no
cometerás adulterio», la voz de Dios suena en sus oídos
diciendo: «cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.»26 Así que
tal persona siente la Palabra de Dios viva y eficaz, y más
cortante que toda espada de dos filos. Penetra hasta partir
el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos.27
Escucha con tanto más temor, por cuanto tiene la conciencia
de haber despreciado esta gran salvación;28 de haber
pisoteado al Hijo de Dios, quien le habría salvado de sus
pecados; y de haber tenido por inmunda la sangre del
pacto.29
3. Sabiendo que todas las cosas están desnudas y
abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar
22 Sal. 119.96.
23 Sal. 19.6.
24 1 Jn. 3.15.
25 Mt. 5.22.
26 Mt. 5.28.
27 He. 4.12.
28 He. 2.3.
29 He. 10.29.
Sermón 9 177
cuenta,30 se ve enteramente desnudo, no teniendo siquiera
las hojas de higuera que había cosido para cubrir su
desnudez; desnudo de todas sus pobres pretensiones de
religión o virtud, y de sus excusas miserables por haber
pecado contra Dios. Se ve ahora como los antiguos
sacrificios, partido por la mitad, desde el cuello hacia abajo,
de manera que todo lo que hay en él queda expuesto. Su
corazón está descubierto, y ve que es todo pecado,
engañoso ... más que todas las cosas, y perverso,31 esto es,
totalmente corrupto y abominable, mucho más de lo que es
posible expresar con palabras; que no existe en él nada
bueno, sino por el contrario está lleno de toda clase de
injusticia e impureza, siendo todos sus pensamientos e
impulsos malos y perversos.
4. No sólo ve sino que siente en sí mismo, por cierta
emoción de su alma que no logra describir, que debido a los
pecados de su corazón, aun cuando su propia vida fuese
inmaculada (lo que no es ni puede ser, puesto que el árbol
malo no puede dar buen fruto), merece ser echado en el
fuego que nunca se apagará.32 Comprende que la paga, la
justa recompensa del pecado, de su pecado sobre todo, es la
muerte,33 la segunda muerte, la muerte que nunca se acabará,
la destrucción del cuerpo y del alma en el infierno.
5. Así concluyen sus agradables sueños, su descanso
ilusorio, su paz imaginaria, su falsa seguridad. Su regocijo se
desvanece como una nube; los placeres que antes le
gustaban, ya no le deleitan. No tienen sabor al probarlos; le
asquea su dulzor nauseabundo; le cansan. Las sombras de la
30 He. 4.13.
31 Jer. 17.9.
32 Mc. 9.43.
33 Ro. 6.23.
178 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción
felicidad han huido, y caído en el olvido; de tal modo que se
encuentra destituido de todo, buscando descanso de aquí
para allá, sin encontrarlo.
6. Al esfumarse la embriaguez, siente la angustia de
un corazón herido. Ve claramente que cuando el pecado
domina el alma (sea por el orgullo, la ira, o los malos deseos;
sea por la soberbia, la malicia, la envidia, la venganza o
cualquier cosa semejante) produce la más completa miseria.
Siente tristeza de corazón por las bendiciones que ha
perdido, y por la maldición que ha venido sobre él;
remordimiento por haberse destruido a sí mismo, y haber
despreciado las misericordias que le hubieran salvado;
temor, por un vivo sentido de la ira de Dios, y de las
consecuencias de su ira; del castigo que justamente merece,
y que ve colgar sobre su cabeza; temor de la muerte, como
puerta al infierno, entrada a la muerte eterna; temor del
diablo, el verdugo de la ira y la justa venganza de Dios;
temor de los seres humanos, quienes si mataran su cuerpo,
echarían su cuerpo y su alma al infierno; temor, a veces
tanto que la pobre alma pecadora y culpable se aterroriza
con todo, con nada, con las sombras, con una hoja movida
por el viento. Algunas veces casi llega a perder el juicio,
haciendo al ser humano borracho, aunque no de vino,
suspendiendo el ejercicio de la memoria, del entendimiento,
de las facultades naturales. A veces puede llegar al borde
mismo de la desesperación; de modo que quien tiembla a la
mención de la muerte se siente dispuesto a entregarse a ella
en cualquier momento, prefiriendo la estrangulación antes
que la vida. Bien puede el ser humano, como el de la
antigüedad, gemir a causa del lamento de su corazón. Puede
en verdad clamar: «El ánimo del hombre soportará su
Sermón 9 179
enfermedad; mas ¿quién soportará al ánimo
angustiado?»34
7. Con toda sinceridad desea verse libre del pecado,
y empieza a luchar con ello. Pero aunque trata con todo su
poder, no logra vencer; el pecado es mayor que él. Desea
escaparse; pero está en tal prisión que no puede huir.
Decide no pecar más, pero continúa pecando; ve la red, que
aborrece, pero corre hacia ella. Sus capacidades racionales,
de las que tanto alardeaba, sólo sirven para acrecentar su
culpa y aumentar su miseria. Tal es su libre albedrío, libre
sólo para el mal; libre para beber la iniquidad como agua;
para alejarse más y más del Dios viviente, y despreciar más
el Espíritu de gracia.
8. Mientras más se esfuerza, desea, lucha por verse
libre, más siente sus cadenas, las pesadas cadenas del
pecado, con las cuales le ata Satanás y con las que le lleva
cautivo según su voluntad. Es su esclavo, aunque le pese;
aunque se rebele, no prevalecerá. Está todavía en esclavitud
y temor a causa del pecado: generalmente de algún pecado
exterior, al cual está particularmente dispuesto ya sea por
naturaleza, costumbre o circunstancias exteriores; pero
siempre de alguna transgresión interior, del mal genio o de
alguna inclinación impura. Mientras más se molesta a causa
de dicho pecado, más prevalece éste. Puede morder pero no
puede romper su cadena. Trabaja sin cesar, arrepintiéndose
y pecando, arrepintiéndose y pecando otra vez, hasta que
por fin el pobre, desgraciado y miserable pecador no sabe
qué hacer y sólo puede exclamar: «¡Miserable de mí! ¿quién
me librará de este cuerpo de muerte?»35
34 Pr. 18.14.
35 Ro. 7.24.
180 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción
9. Esta lucha de quien está bajo la ley, bajo el
espíritu de temor y de esclavitud, la describe bellamente el
Apóstol en el capítulo anterior, al hablar como quien ha
despertado. «Y yo» (dice Pablo) «sin la ley vivía en un
tiempo.» Tenía mucha sabiduría, fuerza y virtud, según
pensaba. «Pero venido el mandamiento, el pecado revivió y
yo morí.» Cuando el mandamiento, en su sentido espiritual,
vino a mi corazón con el poder de Dios, mi pecado más
escondido se conmovió, se rebeló, y todas mis virtudes
murieron. «Y hallé que el mismo mandamiento que era para
vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado,
tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él
me mató.» Me sorprendió, destruyó mis esperanzas y
claramente me demostró que, en medio de la vida, estaba
muerto. De manera que la ley a la verdad es santa, y el
mandamiento santo, justo y bueno. Ya no puedo echar la
culpa a la ley, sino a la corrupción de mi propio corazón.
Reconozco que la ley es espiritual; mas yo soy carnal,
vendido al pecado. Ahora veo con claridad la naturaleza
espiritual de la ley y mi corazón débil y diabólico, vendido
al pecado, esclavizado por completo (como los esclavos que
se compran con dinero y están totalmente a la merced de
sus amos). Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no
hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Este
es el yugo con el cual gimo; tal es la tiranía de mi cruel
dueño. Porque el querer hacer el bien está en mí, pero no el
hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que
no quiero, eso hago. Hallo esta ley, un poder que me
constriñe, que queriendo yo hacer el bien ... el mal está en
mí. Porque según el hombre interior, me deleito (consiento)
en la ley de Dios [entiendo que éste es el sentido de las
palabras del apóstol, ho esoo ánthroopos, el hombre
Sermón 9 181
interior, como se interpreta en otros escritores griegos].
Pero veo otra ley en mis miembros, otro poder que me
constriñe, que se rebela contra la ley de mi mente o del
hombre interior, y que me lleva cautivo a la ley del pecado,
arrastrándome, como quien dice, hacia aquello que mi alma
aborrece. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este
cuerpo de muerte? ¿Quién me librará de esta vida
desamparada, moribunda; de este yugo de pecado y de
miseria? Hasta que alguien me libere yo mismo (o mejor
dicho, ése yo que ahora represento36), con la mente sirvo a
la ley de Dios; mi mente, mi conciencia está de parte de
Dios; mas con la carne, con mi cuerpo, a la ley del pecado,
impulsado por una fuerza que no puedo resistir.37
10. ¡Qué descripción tan viva de quien está bajo la
ley! De quien siente una carga de la cual no se puede librar;
quien jadea por tener libertad, poder y amor; pero aún
permanece en la servidumbre y el temor, hasta el día en que
Dios escuche a ese desgraciado que grita: «¿Quién me
librará de este cuerpo de muerte?» y le conteste: «La gracia
de Dios por medio de Jesucristo tu Señor».
III. 1. Se acaba entonces esa mísera servidumbre y el
pecador deja de estar bajo la ley para estar bajo la gracia.
Vamos a considerar en tercer lugar este estado: el de quien
ha hallado la gracia o el favor de Dios el Padre, y tiene la
gracia o el poder del Espíritu Santo reinando en su corazón;
36 Wesley se aboca aquí a la cuestión, todavía discutida, de si en este pasaje
Pablo se refiere a sus propias luchas, aun después de su conversión, o si está
hablando más bien de un personaje hipotético (o de sí mismo antes de la
conversión. Wesley sostiene esto último, mientras la mayoría de los teólogos
luteranos y calvinistas ortodoxos sostienen que se trata de Pablo mismo al
tiempo de escribir la epístola, y que es por tando prueba de que el cristiano es
«a la vez justo y pecador».
37 Ro. 7.9-25.
182 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción
de quien ha recibido, usando los términos del Apóstol: «el
espíritu de adopción, por el cual clamamos: !Abba,
Padre!»38
2. Clamó a Dios en su angustia, y Dios le libró de
sus aflicciones.39 Sus ojos están abiertos de una manera
diferente a la de antes, aun para poder contemplar al Dios
de amor y misericordia. No bien exclama: «Te ruego que me
muestres tu gloria», cuando en lo más íntimo de su corazón
oye una voz que le dice: «Yo haré pasar todo mi bien
delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová
delante de ti; y tendré misericordia del que tendré
misericordia, y seré clemente con el que seré clemente.»40 Y
no pasa mucho tiempo antes de que Dios descienda en una
nube, y proclame el nombre del Señor. «¡Jehová! ¡Jehová!
fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y
grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia
a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el
pecado.»41
3. Una luz celestial y consoladora inunda su
corazón; ve a aquél al cual había traspasado; y Dios, que
mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz,
resplandece en su corazón. Ahora puede ver la iluminación
del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Jesucristo.42 Tiene evidencia divina de las cosas que no se
ven por los sentidos, aun de las profundidades de Dios,
especialmente del amor de Dios, de su amor perdonador
hacia todo aquel que cree en Jesús. Abrumada con tal visión,
38 Ro. 8.15.
39 Sal. 109.6.
40 Ex. 33.18-19.
41 Ex. 34.6-7.
42 2 Co. 4.6.
Sermón 9 183
su alma exclama: «¡Señor mío, y Dios mío!»43 Ahora ve
todas sus iniquidades pesando sobre aquél que las llevó en
su cuerpo sobre el madero;44 ve al Cordero de Dios
borrando sus pecados. ¡Cuán claramente discierne ahora que
Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, ... Al
que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para
que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él,45 y
que él mismo está reconciliado con Dios por la sangre del
pacto!
4. En este punto terminan tanto la culpa como el
poder del pecado. Ahora puede decir: «Con Cristo estoy
juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en
mí; y lo que ahora vivo en la carne», en este cuerpo mortal,
«lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí.»46 Desaparecen el
remordimiento, el dolor del corazón, y la angustia de un
espíritu herido. Dios convierte su tristeza en gozo. Dios es
«quien hace la llaga, y él la vendará.»47 Concluye la
esclavitud del temor, porque su corazón está firme, confiado
en el Señor. Ya no teme la ira de Dios, porque sabe que no
que Dios ya no lo mira como un juez enojado sino como un
Padre amoroso. No puede temer al diablo, pues sabe que no
tiene poder, si no le fuere dado de lo alto.48 No le teme al
infierno, por ser heredero del reino de los cielos. En
consecuencia, no tiene temor de la muerte, la cual por
muchos años le tuvo sujeto a esclavitud. Por el contrario,
43 Jn. 20.28.
44 1 P. 2.24.
45 2 Co. 5.19,21.
46 Gá. 2.20.
47 Job. 5.18.
48 Jn. 19.11.
184 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción
sabe que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se
deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha
de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también
gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra
habitación celestial. Gime deseando desprenderse de su
habitación terrestre, para que su mortalidad sea absorbida
por la vida, sabiendo que el que nos hizo para esto mismo
es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu.49
5. Y donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad;50 no sólo libertad de la culpa y el temor, sino
también del pecado, del más pesado de todos los yugos, de
la más degradada esclavitud. Su trabajo ya no es en vano. Ha
roto la red, y está libre. No sólo se esfuerza sino que vence;
no sólo pelea, sino que triunfa. No sirve más al pecado, sino
que está vivo para Dios. El pecado ya no reina más en su
cuerpo mortal, ni le obedece en sus deseos. No presenta sus
miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino a
Dios como instrumentos de justicia.51 Después de haber
sido libertado del pecado, ha venido a ser siervo de la
justicia.52
6. Así que, teniendo paz con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo, regocijándose en la esperanza de
la gloria de Dios,53 y teniendo el poder de dominar toda
clase de pecados, deseos impuros, mal genio, malas palabras
y obras, todo esto es un testimonio viviente de la gloriosa
libertad de los hijos de Dios54 quienes, partícipes de esta fe
49 2 Co. 5.1-5.
50 2 Co. 3.17.
51 Ro. 6.13.
52 Ro. 6.18.
53 Ro. 5.1-2.
54 Ro. 8.21.
Sermón 9 185
tan preciosa, testifican a una voz que han recibido el espíritu
de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!55
7. Es este Espíritu el que constantemente obra en
ellos tanto el desear como el hacer su buena voluntad.56 Es
el que derrama el amor de Dios en sus corazones, así como
el amor hacia toda la humanidad; purificando sus corazones
de todo deseo mundano, de todo deseo de la carne, y de la
soberbia y vanidad de vida. Es él quien los libra de la cólera
y del orgullo, de todos los apetitos viles y desordenados.
Están, por lo tanto, libres de palabras y obras malas, libres
de inmundicia en su conversación; sin hacer mal a ningún
otro hijo de Dios, y celosos en hacer el bien.
8. Para resumirlo todo: el ser humano en su
condición natural ni teme ni ama a Dios; quien está bajo la
ley, le teme; quien está bajo la gracia, le ama. El primero no
tiene la menor luz acerca de las cosas de Dios, sino que
camina en la más profunda obscuridad. El segundo ve la luz
terrible del infierno. El tercero, la luz sublime del cielo.
Quien duerme el sueño de la muerte espiritual tiene una
falsa paz. Quien despierta de ese sueño, no tiene paz
ninguna. Quien cree tiene paz verdadera, la paz de Dios, que
llena y gobierna su corazón. Los paganos, bautizados o sin
bautizar, tienen una libertad aparente, que es en realidad
libertinaje; los judíos (o quienes están bajo la dispensación
judía) están en una pesada esclavitud. Los cristianos gozan
de la gloriosa libertad de hijos de Dios. Un hijo del diablo
que no ha despertado de su sueño peca voluntariamente;
uno que ha despertado, peca contra su voluntad; un hijo de
Dios no practica el pecado, pues aquél que fue engendrado
55 Ro. 8.15.
56 Fil. 2.13.
186 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción
por Dios le guarda, y el maligno no le toca.57 Para concluir:
el ser humano natural ni conquista ni pelea; el ser humano
bajo la ley pelea contra el pecado, sin conquistarlo; el ser
humano bajo la gracia lucha y conquista; de hecho, es más
que vencedor por medio de aquél que le amó.58
IV. 1. Según podemos deducir de la descripción de
los tres estados del ser humano (el natural, el legal y el
evangélico) parece que no es suficiente dividir la humanidad
en dos clases: las personas sinceras y las insinceras. Una
persona puede ser sincera en cualquiera de estos estados; no
sólo cuando tiene el espíritu de adopción, sino cuando tiene
el espíritu de temor. Aun cuando no tiene ni temor ni amor.
Sin duda alguna puede haber tanto paganos sinceros como
judíos y cristianos sinceros. La sinceridad, entonces, no
prueba de ningún modo que alguien haya sido aceptado por
Dios.
Examínese cada uno, entonces, no sólo acerca de si
es sincero, sino sobre si está en fe. Examínense con cuidado,
pues es de suma importancia. ¿Cuál es el principio que
gobierna tu alma? ¿Es el amor de Dios? ¿Es el temor de
Dios? ¿O ni uno ni otro? ¿No es más bien el amor al mundo,
el amor al placer, al lucro, a la comodidad, a la fama? En ese
caso, no has llegado siquiera a la condición de judío. No eres
nada más que un pagano. ¿Tienes al cielo en tu corazón?
¿Tienes el espíritu de adopción por medio del cual clamas:
Abba, Padre? ¿O clamas a Dios como desde lo profundo del
infierno, abrumado por el dolor y el temor? ¿O eres de las
personas para quienes todo esto suena extraño, y no puedes
comprender lo que quiero decir? Pagano, quítate la máscara.
57 1 Jn. 5.18.
58 Ro. 8.37.
Sermón 9 187
Nunca has sido revestido por Cristo. Descubre tu rostro.
Mira al cielo; y confiesa a aquél que vive por siempre, pues
no tienes parte ni entre los hijos ni entre los siervos de
Dios.
Quienquiera que seas, oh alma que me escuchas,
dime: ¿cometes pecado o no? Si lo cometes, ¿lo haces
voluntaria o involuntariamente? En cualquiera de estos
casos Dios te ha dicho a quien perteneces: El que practica el
pecado es del diablo.59 Si pecas voluntariamente, eres su
esclavo fiel. El no dejará de recompensar tus trabajos. Si
pecas involuntariamente, también eres su esclavo. ¡Qué
Dios te libre de sus manos!
¿Estás luchando cada día contra todo pecado y
siendo cada día más que vencedor? Te reconozco entonces
como hijo de Dios. Mantente firme en tu gloriosa libertad.
¿Estás luchando sin que logres vencer; tratando de lograr el
dominio sin alcanzarlo? Entonces todavía no eres un
verdadero creyente en Cristo. Pero continúa, persevera y
conocerás al Señor. ¿No estás ni siquiera luchando, sino
llevando un vida fácil, indolente y mundana? ¿Cómo te
atreves pronunciar el nombre del Señor Jesús? ¿Para hacerlo
un reproche entre los paganos? ¡Despiértate, tú que
duermes! ¡Clama a Dios antes de que vayas a hundirte en el
abismo!
2. Tal vez una de las razones por las cuales algunas
personas tienen más alto concepto de sí del que deben tener,
la razón por la cual no disciernen en qué estado están, es
porque estos estados diversos del alma se mezclan, y de
algún modo se reúnen en una misma persona. La experiencia
nos enseña que muy frecuentemente el estado legal o de
59 Jn. 3.8.
188 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción
temor se mezcla con el natural. Hay muy pocas personas
tan dormidas en el pecado que no despierten de uno u otro
modo. Por cuanto el Espíritu de Dios no espera a que el ser
humano llame, puede dejarse oír de vez en cuando. El
Espíritu los pone en temor, de modo que por un tiempo al
menos los paganos reconocen que no son nada más que
mortales. Sienten el peso del pecado, y desean huir de la ira
que vendrá, pero no lo sienten por mucho tiempo. Muy rara
vez permiten que las flechas de la convicción penetren
profundamente en su alma; rápidamente rechazan la gracia
de Dios, y regresan a revolcarse en el fango.
Del mismo modo, el estado evangélico o de amor
está frecuentemente mezclado con el legal. Esto es así
porque muy pocos de quienes tienen el espíritu de
esclavitud y temor se encuentran sin esperanzas por mucho
tiempo. El Dios sabio y amoroso rara vez permite esto,
pues se acuerda de que somos polvo. Dios no desea que el
espíritu humano decaiga, ni las almas que ha creado. Por lo
tanto, en el momento que Dios cree apropiado les da un
rayo de su luz a quienes están en las tinieblas. Dios hace
que una parte de su gloria pase ante ellos, y les muestra que
es un Dios que escucha la oración. Ellos ven la promesa que
viene por la fe en Cristo Jesús, aunque a la distancia; y
cobran con ello ánimo para correr con paciencia la carrera
que les ha sido propuesta.60
3. Otra razón por la que muchos se engañan, es que
no reflexionan debidamente acerca de cuán lejos puede un
ser humano llegar y todavía estar en un estado natural o al
menos legal. Se puede ser benévolo y compasivo, amable,
cortés, generoso, amistoso; se puede tener cierto grado de
60 He. 12.1.
Sermón 9 189
humildad, de paciencia, de dominio propio, y de muchas
otras virtudes morales; se pueden sentir muchos deseos de
sacudirse todo vicio y de alcanzar más altos grados de
virtud; se puede abstenerse del mal (quizás de todo lo que
constituye un falta crasa de justicia, misericordia o verdad);
se puede hacer mucho bien, alimentar a los hambrientos,
vestir a los desnudos, ayudar a las viudas y a los huérfanos;
se puede asistir al culto público, orar en privado, leer
muchos libros de devoción; y a pesar de esto se puede
permanecer en el estado natural, sin conocerse a sí mismo ni
a Dios. Se puede ser igualmente extraño al espíritu de temor
como al del amor, sin haberse arrepentido ni creído en el
evangelio.
Pero supongamos que a todo lo arriba expresado se
añade una profunda convicción de pecado, con temor de la
ira de Dios, deseos vehementes de abandonar todo pecado,
y de cumplir con la justicia. Supongamos que se siente
frecuentemente regocijo en la esperanza y toques de amor
que rozan el alma. Aun esto no significa que se esté bajo la
gracia, ni que se tenga una fe cristiana verdadera y viva, a
menos que el espíritu de adopción more en el corazón, y le
mueva a clamar constantemente: «¡Abba, Padre!»
4. Cuídate entonces, tú que llevas el nombre de
Cristo, de que no te quedes lejos de la meta de tu supremo
llamamiento. Cuídate de descansar, sea en tu estado natural,
junto a muchos que se llaman buenos cristianos, o en un
estado legal, donde muchos que están en alta estima entre la
humanidad se contentan con permanecer. No, Dios ha
preparado mejores cosas para ti, si perseveras hasta
alcanzarlas. No has sido llamado a temer y temblar, como
los demonios, sino a regocijarte y a amar, como los ángeles
de Dios. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y
190 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción
con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas.»61 Debes estar siempre gozoso. Debes orar sin
cesar. Debes dar gracias en todo. Debes hacer la voluntad de
Dios en la tierra como se hace en el cielo. Prueba cuán
buena, agradable y perfecta es la voluntad de Dios.
Preséntate como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios.62
Retén todo lo que has alcanzado, extendiéndote a lo que está
delante, hasta que «el Dios de paz ... os haga aptos en toda
obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en
vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al
cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.»63
61 Mc. 12.30.
62 Ro. 12.1-2.
63 He. 13.20-21.
189
Sermón 10
El testimonio del Espíritu, I
Romanos 8:16
El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que
somos hijos de Dios.
1. ¡Cuántas personas vanidosas, sin comprender lo
que dicen ni lo que afirman, han torcido el sentido de este
pasaje de las Escrituras, con gran pérdida y peligro de sus
almas! ¡Cuántos han tomado la voz de su imaginación como
el testimonio del Espíritu de Dios, creyendo vanamente que
eran los hijos de Dios al mismo tiempo que hacían las obras
del demonio!1 Estos son verdaderos fanáticos2 en el más
completo sentido de la palabra. ¡Que trabajo cuesta
convencerlos cuando están aferrados en este abominable
error!3 Consideran todos los esfuerzos que se hagan para
sacarlos de su error como tentaciones del demonio que lucha
contra Dios.4 Ese ardor y vehemencia de espíritu, que se
complacen en llamar «contender ardientemente por la fe»,5
los afirma en su convicción a tal grado que podemos decir:
«Para los hombres es imposible».6
1 1 Jn. 3.8.
2 Wesley usa aquí la palabra entusiasta, que era una palabra denigrante
aplicada a los metodistas por el fervor que usaban en sus servicios. Wesley
mismo presentó un modo positivo de entender el entusiasmo. Véase el sermón
No. 37: «La naturaleza del entusiasmo».
3 1 Jn. 4.6.
4 Hch. 5.39.
5 Jud. 3.
6 Mr. 10.27; Mt. 19.26.
190 El testimonio del Espíritu, I
2. ¿Quién puede sorprenderse, entonces, de que
muchas personas sensatas al ver los terribles efectos de este
engaño, procurando mantenerse a la mayor distancia posible
de él, caigan algunas veces en el error opuesto? ¿Si no
pueden aceptar a los que dicen tener este testimonio, viendo
que otros se han equivocado tan lamentablemente, que
califican de fanáticos7 a todos los que usan estas palabras,
que han sido tan abusadas? Sí, ¿si ellos dudan que el
testimonio que mencionamos aquí sea el privilegio de los
cristianos ordinarios y no uno de esos dones
extraordinarios que ellos suponen pertenecieron
únicamente a la era apostólica?
3. Pero ¿estamos obligados a aceptar uno u otro de
estos extremos? ¿No podemos tomar un término medio y
caminar a una distancia conveniente de ese espíritu de error
y fanatismo,8 sin negar, por otra parte, que existe ese don
de Dios y sin renunciar al privilegio de ser sus hijos?
Ciertamente, podemos. Con este fin, consideremos en la
presencia y en el temor de Dios,
Primero: ¿Cuál es el testimonio de nuestro espíritu?
¿Cuál es el testimonio del Espíritu de Dios? Y ¿cómo es que
él da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de
Dios?
Segundo: ¿Cómo este testimonio unido del Espíritu
de Dios y nuestro espíritu puede distinguir clara y
sólidamente, entre la presunción de una mente natural y el
engaño del diablo?
I.1. Consideremos primero: ¿Qué es el testimonio de
nuestro espíritu? Antes de pasar adelante, quisiera decir a
7 Aquí Wesley vuelve a usar la palabra «entusiasmo».
8 Nuevamente, Wesley usa aquí la palabra «entusiasmo».
Sermón 10 191
todos aquéllos que confunden el testimonio del Espíritu de
Dios con el testimonio racional de nuestro espíritu, que en
este texto, lejos de referirse el Apóstol solamente al
testimonio de nuestro espíritu, usa tal lenguaje, que parece
no mencionarlo siquiera, sino concretarse al testimonio del
Espíritu de Dios. El texto puede entenderse en el original
como sigue: El Apóstol acaba de decir en el versículo
anterior: «Habéis recibido el espíritu de adopción, por el
cual clamamos: ¡Abba, Padre!». E inmediatamente añade:
«El mismo espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que
somos los hijos de Dios».9 (La preposición griega syn, que
indica dar testimonio juntamente, denota sólo igualdad de
tiempo: en el mismo momento en que clamamos ¡Abba,
Padre!, el Espíritu da testimonio de que somos hijos de
Dios). Pero, tomando en consideración muchos textos y la
experiencia de todos los verdaderos cristianos, no pretendo
negar que todos los creyentes tengan el testimonio del
Espíritu de Dios, además del de su propio espíritu, de que
son hijos de Dios.
2. Respecto a esto último, el fundamento descansa
en los numerosos textos de la Escritura que describen las
señales de los hijos de Dios tan claramente que aun el que
corre puede leerlos.10 Estos también han sido reunidos y
presentados con toda su fuerza por mucho escritores, tanto
antiguos como modernos. Si alguien necesita más luz, puede
recibirla estudiando la Palabra de Dios, meditando en ella
delante de Dios, en secreto, y conversando con aquéllos que
9 Wesley cita este pasaje en griego, y luego ofrece su propia traducción. En el
griego, el verbo «testificar» se halla precedido del prefijo syn, que indica hacer
algo juntamente. Luego, el pasaje podría traducirse con el neologismo
«cotestifica». Es a esto que se refiere Wesley en lo que sigue entre paréntesis.
(Nota del editor castellano.)
10 Hab. 2.2.
192 El testimonio del Espíritu, I
tienen más experiencia. Además, utilizando la razón y el
entendimiento que Dios le ha dado y que la religión no debe
extinguir sino perfeccionar, de acuerdo con la palabra del
Apóstol: Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar,
sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de
pensar.11 Cualquier persona puede saber si es hijo de Dios
aplicándose estas señales de las Escrituras. De esta manera,
si sabe, primero, que los que son guiados por el Espíritu de
Dios a una vida santa y piadosa, estos son hijos de Dios (de
lo que tiene el testimonio infalible de las Escrituras).12 En
segundo lugar, si es guiado por el Espíritu de Dios llegará
fácilmente a la conclusión: «Por lo tanto, yo soy un hijo de
Dios».
3. Todas las claras declaraciones de San Juan, en su
Primera Epístola, están de acuerdo con lo que hemos dicho
Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si
guardamos sus mandamientos.13 El que guarda su palabra,
en éste verdaderamente el amor de Dios se ha
perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él,14 es
decir, que en verdad somos hijos de Dios. Si sabéis que él es
justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido
de él.15 Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a
vida, en que amamos a los hermanos.16 En esto conocemos
que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros
corazones delante de él;17 es decir: en que «nos amamos»
11 1 Co. 14.20.
12 Ro. 8.14.
13 1 Jn. 2.3.
14 1 Jn. 2.5.
15 1 Jn. 2.29.
16 1 Jn. 3.14.
17 1 Jn. 3.19.
Sermón 10 193
los unos a los otros, no de lengua, sino de hecho y en
realidad18. En esto conocemos que permanecemos en él, ...
en que nos ha dado de su espíritu (de amor).19 Y en esto
sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu (de
obediencia) que nos ha dado.20
4. Es muy probable que, del principio del mundo
hasta nuestros días, no haya existido hijo de Dios más
avanzado en la gracia y conocimiento de Dios y nuestro
Señor Jesucristo, que el Apóstol Juan, cuando escribió estas
palabras y que aquellos padres en Cristo21 a quienes
escribía. Sin embargo, es evidente que tanto el Apóstol
como aquellas columnas del templo de Dios,22 estuvieron
muy lejos de despreciar las señales que los identificaban
como hijos de Dios y que las aplicaban a sus vidas para la
confirmación de su fe. Sin embargo, todo esto es únicamente
evidencia racional, la evidencia de nuestro espíritu, nuestra
razón o entendimiento. Todo se resuelve así: Los que tienen
estas señales son hijos de Dios. Nosotros tenemos estas
señales. Luego somos hijos de Dios.
5. Pero, ¿Cómo sabemos que tenemos estas señales?
Esta es una cuestión todavía por resolverse. ¿Cómo
sabemos que amamos a Dios y a nuestro prójimo y que
guardamos sus mandamientos? Fijémonos que la pregunta
es: ¿Cómo sabemos nosotros? y no ¿cómo lo saben otros?
Yo le diría al que presentara esta pregunta: ¿Cómo sabes que
estás vivo , en buena salud y libre de dolores? ¿No eres
inmediatamente consciente de ello? De la misma manera, tu
18 1 Jn. 3.18.
19 1 Jn. 4.13.
20 1 Jn. 3.24.
21 1 Jn. 2:13-14.
22 Ap. 3.12.
194 El testimonio del Espíritu, I
conciencia te puede decir inmediatamente si tu alma está
viva delante de Dios, si eres libre de soberbia y gozas de la
bendición de un espíritu calmado y humilde. Por el mismo
medio puedes percibir si amas, te gozas y te deleitas en
Dios. En la misma manera puedes cerciorarte si amas a tu
prójimo como a ti mismo,23 si abrigas sentimientos
fraternales para todos24 y si tienes mansedumbre y
paciencia. En cuanto a la señal exterior de los hijos de Dios
que, de acuerdo con San Juan, son el guardar sus
mandamientos, tú sabes en tu propio corazón si, por la
gracia de Dios, la posees. Tu conciencia te indica de día en
día si mencionas el nombre de Dios con tus labios, excepto
con seriedad y devoción, con reverencia y santo temor;25 si
recuerdas el día de descanso para santificarlo;26 si honras a
tu padre y a tu madre;27 si tratas a los demás como quisieras
que ellos te trataran;28 si guardas tu cuerpo en santidad y
honor;29 si eres sobrio en tu comida y bebida y si en todo
das gloria a Dios.30
6. Este es, pues, el testimonio de nuestro espíritu, el
testimonio de nuestra conciencia que Dios nos ha dado, para
que seamos limpios de corazón y santos en nuestra
conducta. Es la conciencia de haber recibido, por medio del
Espíritu de adopción, los dones mencionados en la Palabra
de Dios y que pertenecen a sus hijos adoptivos: un corazón
amante de Dios y del género humano, con la fe de un niño
23 Mt. 19.19.
24 Ro. 12.10.
25 Ex. 20.7.
26 Ex. 20.8.
27 Ex. 20.12.
28 Mt. 7.12; Lc. 6.31.
29 1 Ts. 4.4.
30 1 Co. 10.31.
Sermón 10 195
en Dios nuestro Padre, sin desear nada sino su comunión,
depositando todos nuestros cuidados sobre él,31 abriendo
nuestros brazos para recibir a toda la humanidad con
sinceridad y amor fraternal, dispuestos a dar nuestra vida
por nuestro hermano, como Cristo puso su vida por
nosotros;32 la conciencia de que, interiormente, somos
conformados por el Espíritu de Dios a la imagen de su Hijo
y de que caminamos ante su presencia en justicia,
misericordia y verdad, haciendo las cosas que son agradables
ante su presencia.33
7. Pero, ¿qué testimonio es ése que se añade y
supera a éste? ¿Cómo da testimonio a nuestro espíritu de
que somos hijos de Dios? Es difícil encontrar palabras en el
lenguaje humano para explicar lo profundo de Dios.34
Ciertamente, no hay palabras que puedan expresar
adecuadamente la experiencia de los hijos de Dios. Pero tal
vez uno pudiera decir (deseando que alguien, inspirado por
Dios, corrija, dulcifique o fortalezca la expresión), que el
testimonio del Espíritu es una impresión interna en el alma
por medio de la cual el Espíritu de Dios directamente da
testimonio a mi espíritu de que yo soy un hijo de Dios; que
Jesús me amó y se dio a sí mismo por mí;35 que todos mis
pecados han sido borrados;36 y que, aun yo mismo, estoy
reconciliado con Dios.37
31 1 Pe. 5.7.
32 1 Jn. 3.16.
33 1 Jn. 3.22.
34 1 Co. 2.10.
35 Ga. 2.20.
36 Hch. 3.19.
37 2 Co. 5.20.
196 El testimonio del Espíritu, I
8. Que este testimonio del Espíritu de Dios debe,
como es natural, anteceder al testimonio de nuestro espíritu,
se desprende de la siguiente consideración: debemos ser
santos en nuestro corazón y en nuestra vida antes de que
podamos ser conscientes de que lo somos, antes de que
podamos tener el testimonio de nuestro espíritu de que
somos santos en nuestro interior y en nuestro exterior. Pero
debemos amar a Dios antes de que podamos ser santos: ésta
es la raíz de toda santidad. Pero no podemos amar a Dios
hasta que sepamos que él nos ama a nosotros: Nosotros le
amamos a él, porque él nos amó primero.38 Y no podemos
conocer su amor perdonador hacia nosotros hasta que su
Espíritu lo testifique a nuestro espíritu, puesto que el
testimonio del Espíritu al amor de Dios y a toda santidad,
debe preceder también a nuestra conciencia interior, o sea al
testimonio de nuestro espíritu.
9. Cuando el Espíritu de Dios da testimonio a
nuestro espíritu de que Dios nos ha amado y dado a su
Hijo en propiciación por nuestros pecados;39 que el Hijo de
Dios nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su
sangre;40 entonces, y sólo entonces, nosotros lo amamos a
él porque él nos amó primero y, por amor de él, amamos
también a nuestro hermano.41 Y no podemos menos que ser
conscientes de lo que Dios nos ha concedido.42 Sabemos
que amamos a Dios y guardamos sus mandamientos y que
somos de Dios.43 Este es el testimonio de nuestro espíritu
38 1 Jn. 4.19.
39 1 Jn. 4.10.
40 Ap. 1.5.
41 1 Jn. 4.19,21.
42 1 Co. 2.12.
43 1 Jn.5.19.
Sermón 10 197
y, mientras continuemos amando a Dios y guardando sus
mandamientos, continúa uniéndonos con el testimonio del
Espíritu de Dios, que somos hijos de Dios.
10. No se crea, de ninguna manera, que lo que he
dicho hasta ahora excluye la obra del Espíritu de Dios del
testimonio de nuestro espíritu. De ninguna manera. El no
sólo obra en nosotros toda buena obra, sino que también
nos ilumina y nos hace ver que no somos nosotros quienes
las llevamos a cabo. A ésto se refiere San Pablo cuando
habla de las señales de aquellos que han recibido el Espíritu:
Para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, por medio
de las cuales Dios fortalece el testimonio de «nuestra
conciencia» respecto a nuestra sencillez y sinceridad,44 y
nos permite discernir, con una luz más plena y abundante,
que ahora hacemos las cosas que le agradan.
11. Si todavía alguien preguntara: ¿Cómo da
testimonio el Espíritu de Dios a nuestro espíritu de que
somos hijos de Dios, excluyendo absolutamente toda duda
y dando pruebas evidentes de que tenemos derecho al título
de hijos?, diríamos que la respuesta es tan fácil como clara.
Primero, en relación con el testimonio de nuestro espíritu.
El alma humana percibe clara e íntimamente cuando ama, se
deleita y regocija en Dios, de la misma manera que cuando
ama y se deleita en las cosas terrenales, y no puede dudar si
ama, se deleita y regocija, como no puede dudar de su
existencia. Si esto es cierto, el siguiente silogismo es
verdadero:
Todos los que aman a Dios, y se regocijan y deleitan
en él con un gozo puro y un amor obediente, son hijos de
Dios.
44 2 Co. 1.12.
198 El testimonio del Espíritu, I
Yo amo a Dios, me regocijo y deleito en él.
Luego, soy hijo de Dios.
Un verdadero cristiano no puede dudar que es hijo
de Dios. Está tan seguro de la primera proposición como de
la veracidad de las Sagradas Escrituras. Y de su amor a Dios
tiene una prueba interna, evidente en sí misma. De esta
manera el testimonio de nuestro espíritu se manifiesta en
nuestros corazones con una convicción tan íntima que no
deja lugar a la menor duda de que somos hijos de Dios.
12. Yo no pretendo explicar la manera en que el
testimonio divino se manifiesta en el corazón. Más
maravillosa es la ciencia que mi capacidad; alta es, no
puedo comprenderla.45 El viento sopla y oigo su sonido,
pero yo no puedo decir de dónde viene y a dónde va.46 Así
como nadie sabe lo que anida en el corazón del ser humano
sino el espíritu del ser humano, así las cosas de Dios no las
conoce nadie, excepto el Espíritu de Dios.47 Nos consta el
hecho, sin embargo, que el Espíritu de Dios da al creyente
tal testimonio de su adopción que, mientras permanece en
su alma, no puede dudar de su calidad de hijo, así como no
puede dudar de la luz del sol mientras está de pie recibiendo
el calor de sus rayos.
II.1. A continuación, consideremos cómo puede
distinguirse clara y fielmente el testimonio del Espíritu de
Dios y nuestro espíritu de la suposición de nuestra mente
natural y del engaño del diablo. Es importante a los que
desean la salvación de Dios, considerarla con la mayor
atención para no engañarse a sí mismos. Un error en asunto
45 Sal. 139.6. Wesley cita el salmo según la traducción del Libro de Oración
Común.
46 Jn. 3.8.
47 1 Co. 2.11.
Sermón 10 199
como éste es de fatales consecuencias; tanto más, porque el
que lo comete no lo descubre hasta que ya es demasiado
tarde para corregirlo.
2. Primero, ¿cómo podemos distinguir este
testimonio de la suposición de una mente natural?
Ciertamente, uno que nunca ha sido convencido de su
pecado está siempre listo para halagarse y para pensar de sí
mismo, especialmente en asuntos espirituales, más
altamente de lo que debe pensar.48 De la misma manera, no
es extraño si uno que se vanagloría de su mente carnal,
cuando oye acerca de este privilegio de los verdaderos
cristianos, entre los que indudablemente se cuenta él mismo,
se persuada a sí mismo, y esto con la mayor facilidad, de
que él lo posee. Tales ejemplos abundan ahora en el mundo,
como han abundado en todas las edades. Entonces, ¿cómo
podemos distinguir el testimonio verdadero del Espíritu en
nuestro espíritu de esta peligrosa presunción?
3. Mi respuesta es que en las Santas Escrituras hay
abundantes marcas y señales que nos ayudan a distinguir
entre el testimonio del Espíritu y las presunciones de
nuestra mente natural. Ellas describen de la manera más
clara las circunstancias que anteceden, que siguen y que
acompañan, al verdadero y genuino testimonio del Espíritu
de Dios unido al espíritu del creyente. Cualquiera que
estudie y considere estas señales podrá descubrir la gran
diferencia entre el verdadero y el pretendido testimonio del
Espíritu. No habrá ningún peligro-–yo diría, ninguna
posibilidad-– de confundir el uno con el otro.
4. Por medio de estas señales, quien presume
vanamente de poseer el don de Dios puede saber con
48 Ro. 12.3.
200 El testimonio del Espíritu, I
seguridad, si realmente lo desea, que, hasta ahora, ha vivido
bajo un poder engañoso y creído una mentira.49 Las
Escrituras presentan esas marcas que preceden, acompañan
y siguen el don, tan claramente, que un poco de reflexión
podría convencerle de cualquier duda que pudiera existir en
su alma. Por ejemplo, la Escritura describe el
arrepentimiento, o la convicción de pecado, como una de las
señales que se presentan constantemente antes de recibir el
testimonio del perdón. Arrepentíos, porque el reino de los
cielos se ha acercado.50 Arrepentíos, y creed en el
evangelio.51 Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros
... para perdón de los pecados.52 Arrepentíos y convertíos,
para que sean borrados vuestros pecados.53 De acuerdo
con estas palabras, nuestra iglesia predica constantemente
que el arrepentimiento viene antes que el perdón o el
testimonio de haber sido perdonado. El perdona y absuelve
a todos los que verdaderamente se arrepienten y
sinceramente creen en su santo Evangelio.54 Dios
Omnipotente ... ha prometido el perdón de los pecados de
todos los que con sincero arrepentimiento y verdadera fe se
convierten a El.55 Pero para el que no tiene el verdadero
testimonio, este arrepentimiento es enteramente extraño.
Nunca ha conocido un corazón contrito y humillado.56 El
recuerdo de sus pecados, nunca ha sido motivo de aflicción,
49 2 Ts. 2.11.
50 Mt. 3.2.
51 Mr. 1.15.
52 Hch. 2.38.
53 Hch. 3.19.
54 Wesley cita del Libro de Oración Común.
55 De nuevo, Wesley cita del Libro de Oración Común.
56 Sal. 51.17.
Sermón 10 201
ni un peso intolerable sobre ellos.57 Al repetir estas
palabras nunca siente lo que dice. Simplemente quiere
agradar a Dios con palabras vacías. Considerando la falta de
la previa obra de Dios en su corazón, tiene mucha razón en
creer que sólo tiene una sombra y no el verdadero privilegio
de los hijos de Dios.
5. Además, las Escrituras describen el nuevo
nacimiento como un cambio que debe preceder al testimonio
de que somos hijos de Dios, como un cambio grande y
poderoso, un cambio de las tinieblas a la luz y del poder de
Satanás a Dios;58 como pasar de muerte a vida,59 una
verdadera resurrección de los muertos. El Apóstol escribe a
los Efesios: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais
muertos en vuestros delitos y pecados.»60 Y añade: «Aun
estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida
juntamente con Cristo ... y juntamente con él nos resucitó, y
asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con
Cristo Jesús.61 Pero ¿qué sabe esta persona de que hemos
venido hablando acerca de un cambio como éste? Ignora
completamente todo lo relacionado con este asunto. Este es
un idioma que no puede comprender. Dice que siempre ha
sido cristiano y no siente necesidad de ningún cambio. Pero,
si se detuviera a pensar un poco, llegaría a la conclusión de
que no ha nacido del Espíritu,62 que nunca ha conocido a
Dios y que ha tomado, equivocadamente, la voz de la
naturaleza como la voz de Dios.
57 Citas del Libro de Oración Común.
58 Hch. 26.18.
59 Jn. 5.24; 1 Jn. 3.14.
60 Ef. 2.1.
61 Ef. 2.5-6.
62 Jn. 3.6,8.
202 El testimonio del Espíritu, I
6. Pero aun haciendo a una lado la consideración de
lo que haya experimentado o dejado de experimentar,
podemos distinguir fácilmente, por sus marcas, a un hijo de
Dios de uno que presume serlo, engañándose a sí mismo.
Las Escrituras describen el gozo en el Señor que acompaña
al testimonio de su Espíritu como un gozo humilde; un gozo
que se humilla hasta el polvo de la tierra; que hace exclamar
al pecador perdonado: «¡Yo soy vil!»63 ¿Qué soy yo o la
casa de mi padre? De oídas te había oído, mas ahora mis
ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en
polvo y ceniza.64 En dondequiera que hay humildad, allí
también se encuentran la mansedumbre, paciencia,
amabilidad y templanza.65 Hay cierta ternura y sencillez de
espíritu, una templanza y dulzura, una ternura del alma, que
no puede expresarse con palabras. Pero surge la pregunta:
¿Se presentan estos frutos en aquéllos que carecen del
testimonio del Espíritu? Todo lo contrario. Mientras uno
tiene más fe en el favor de Dios, más ayuda recibe. Mientras
más se exalta uno mismo, más altivo y arrogante aparece.
Mientras más poderoso cree que es su testimonio, con
mayor orgullo se comporta con los que lo rodean. No es
capaz de recibir ningún reproche y se disgusta con los que le
contradicen. En lugar de ser más humilde, amable y
dispuesto a ser enseñado, en lugar de ser pronto para oír,
tardo para hablar,66 es más lento para oír y más rápido
para hablar, no está dispuesto a aprender de nadie. Tiene un
temperamento belicoso y violento y es atraído por su
propia conversación. Algunas veces obra con tal fiereza y
63 Job 40.4.
64 Job 42.5-6.
65 Gá. 2.22-23.
66 Stg. 1.19
Sermón 10 203
enojo que parece que va a hacer a Dios a un lado y que va a
devorar a los adversarios.67
7. Además, las Escrituras nos enseñan que la
verdadera marca del verdadero hijo de Dios es el amor: Este
es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos.68
Nuestro mismo Señor dijo: El que tiene mis mandamientos,
y los guarda, ése es el que me ama.69 El amor se regocija en
la obediencia, en cumplir en todos sus detalles lo que es
agradable al Amado.70 El que ama verdaderamente a Dios se
apresura a hacer su voluntad en la tierra como es hecha en
los cielos.71 Pero, ¿es éste el carácter del que presume amar
a Dios? No. Por el contrario, su amor le da libertad para
desobedecer y romper los mandamientos de Dios, no para
guardarlos. Probablemente, cuando tenía temor de la ira de
Dios, se esforzó en hacer su voluntad. Pero ahora,
considerándose libre de la ley,72 piensa que no está obligado
a observarla. Es menos diligente en hacer buenas obras,73
menos cuidadoso en abstenerse de la maldad, menos
esmerado en dominar las malas inclinaciones de su corazón,
menos celoso en dominar su lengua. Ya no tiene deseos de
negarse a sí mismo ni de tomar su cruz cada día.74 En una
palabra, su estilo de vida ha cambiado desde que se
consideró ser libre. Ya no se ejercita para la piedad,75
porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra
67 He. 10.27.
68 1 Jn. 5.3.
69 Jn. 14.21.
70 Ef. 1.6.
71 Mt. 6.10; Lc. 11.2.
72 Ro. 6.14-15.
73 Tit. 2.14.
74 Lc.9.23.
75 1 Ti. 4.7.
204 El testimonio del Espíritu, I
principados, contra potestades,76 sufriendo penalidades,77
esforzándose a entrar por la puerta angosta.78 No. Ha
encontrado un camino más fácil para ir al cielo: un camino
ancho, llano, lleno de flores, en el cual puede decirle a su
alma: repósate, come, bebe, regocíjate.79 De esto se
desprende, con una evidencia incontrastable, que esta
persona carece del testimonio de su propio espíritu. No
puede ser consciente de las marcas de que carece:
mansedumbre, humildad y obediencia. Tampoco el Espíritu
de Dios, que es espíritu de verdad, puede ser testigo de una
mentira, o testificar que es hijo de Dios quien
manifiestamente es hijo del diablo.80
8. ¡Desengáñate por ti mismo! Tú, que confías en
ser hijo de Dios; tú, que dices: «tengo el testimonio de mí
mismo», y desprecias a tus enemigos. Has sido pesado en la
balanza y has sido hallado falto,81 aun en la balanza del
santuario.82 La Palabra de Dios ha examinado tu vida y la ha
encontrado falsa.83 No eres humilde de corazón, lo que
prueba que no has recibido el Espíritu de Jesús. No eres
benigno y humilde, y tu gozo es falso, no es el gozo en el
Señor.84 No guardas sus mandamientos, por lo tanto no lo
amas ni tienes el Espíritu Santo en tu corazón.85 Por lo
76 Ef.6.12.
77 2 Ti. 2.3.
78 Lc. 13.24.
79 Lc. 12.19.
80 Hch. 13.10.
81 Dn. 5.27.
82 Esta era una metáfora familiar en tiempos de Wesley. Indicaba una seria
reflección sobre algún problema a la luz de las Santas Escrituras y ante la
presencia de Dios.
83 Jr. 6.30.
84 Flm. 20.
85 He. 6.4-6.
Sermón 10 205
tanto, es tan cierto y tan evidente como la Palabra de Dios
lo puede mostrar, que su Espíritu no da testimonio a tu
espíritu que eres hijo de Dios. Clama al Señor, para que las
escamas caigan de tus ojos;86 para que lo puedas conocer
como eres conocido;87 para que sientas que recibes la
sentencia de muerte, hasta que oigas la voz que resucita a
los muertos, diciendo: «Ten ánimo, hijo; tus pecados te son
perdonados; tu fe te ha salvado».88
9. Pero, ¿cómo podrá un alma que tiene el verdadero
testimonio del Espíritu distinguir entre éste y el falso?
¿Cómo, te pregunto, distingues entre el día y la noche, entre
la luz y las tinieblas o ente el brillo de una estrella o el titilar
de una vela y la luz del sol en pleno medio día? ¿No hay una
inherente, obvia y esencial diferencia entre lo uno y lo otro?
¿Y no percibes inmediata y directamente la diferencia por
medio de tus sentidos? De la misma manera, hay una
diferencia inherente y esencial entre la luz espiritual y la
tiniebla espiritual; y entre la luz con que el sol de justicia89
alumbra nuestros corazones y la luz vacilante de las chispas
que se levantan de nuestras teas.90 Esta diferencia se
percibe inmediatamente si nuestros sentidos espirituales
están dispuestos.
10. Exigir una descripción más detallada de estas
señales y del criterio que usamos para conocer la voz de
Dios, es pedir lo que no se puede obtener. No, ni siquiera
por quienes tienen el más profundo conocimiento de Dios.
86 Hch. 9. 18.
87 1 Co. 13.12.
88 Mt. 9.2, 22.
89 Mal. 4.2.
90 Is. 50.11.
206 El testimonio del Espíritu, I
Supongamos que, cuando Pablo fue llevado ante Agripa,91 el
sabio romano le hubiera dicho: «Tú pretendes haber oído la
voz del Hijo de Dios. ¿Cómo sabes que fue su voz? ¿Qué
criterio usas, qué señales intrínsecas usas para saber que fue
la voz de Dios? Explícame la manera de distinguir ésta de
una voz humana o angélica.» ¿Te imaginas que el Apóstol
hubiera intentado contestar una pregunta tan ociosa? Sin
embargo, no dudamos por un momento que él oyó la voz y
que, inmediatamente, supo que era la voz de Dios. Pero
cómo lo supo, nadie lo puede explicar, probablemente ni los
humanos ni los ángeles.
11. Para traer el asunto más cerca. Supongamos que
Dios le dijera a alguien: «Tus pecados te son perdonados».92
Indudablemente hará que esa alma reconozca su voz, pues
de otra manera hablaría en vano. Y él puede hacerlo, porque
lo que Dios desea se realiza.93 El alma estará completamente
segura de que lo que ha escuchado es la voz de Dios. Sin
embargo, quien tiene este testimonio en sí mismo no lo
puede explicar a quien no lo tiene, ni se espera que pueda
hacerlo. Si hubiera algún método natural para probar o
explicar las cosas de Dios a personas carentes de esta
experiencia, entonces el ser humano natural podría discernir
y conocer las cosas del Espíritu de Dios. Pero esto es
completamente contrario a la afirmación del Apóstol: «El
hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de
Dios, porque para él son locura, y no las puede
entender».94 Estas se han de discernir por medio de los
91 Hch. 26.
92 Mt. 9.2, 5.
93 Un eco de Ro. 7.18-19. Aquí Wesley establece un contraste entre la
esclavitud humana que se describe en ese texto y la absoluta libertad de Dios.
94 1 Co. 2.14.
Sermón 10 207
sentidos espirituales, de los que carece el ser humano
natural.
12. Pero, ¿cómo puedo saber si mis sentidos
espirituales me guían a juzgar rectamente? Este es también
asunto de suma importancia, porque si una persona se
equivoca en este punto, puede caer constantemente en el
error y en el engaño. ¿Cómo puedo saber, entonces, que éste
no es mi caso y que no me engaño al creer que escucho la
voz de Dios? Por el testimonio de tu propio espíritu,95 y
por el testimonio de una buena conciencia delante de
Dios.96 Por los frutos que Dios haya producido en tu
espíritu conocerás el testimonio del Espíritu de Dios.97 De
esta manera sabrás que no has caído en un error y que no
has engañado a tu propia alma. Los frutos inmediatos del
Espíritu que gobiernan el corazón son: amor, gozo, paz,98
entrañable misericordia, benignidad, humildad,
mansedumbre, paciencia.99 Y los frutos exteriores son:
hacer bien a todos, no hacer mal a nadie y caminar en la luz-
–obedecer fiel y completamente los mandamientos de Dios.
13. Por medio de los mismos frutos podrás
distinguir la voz de Dios de cualquier engaño del diablo. Ese
espíritu altivo no puede humillarte delante de Dios.
Tampoco ablandará tu corazón y lo fundirá, primero, en un
sincero lamento delante de Dios y, luego, en amor filial. No
es el adversario de Dios y de la humanidad el que te capacita
para amar a tu prójimo o vestirte de humildad, benignidad,
95 Ro. 8.16.
96 1 Pe. 3.21.
97 Ro. 8.16.
98 Gá. 5.22.
99 Col. 3.12.
208 El testimonio del Espíritu, I
paciencia, templanza y toda la armadura de Dios.100 El no
está dividido contra sí mismo,101 ni es el destructor del
pecado, su propia obra. ¡No! Es solamente el Hijo de Dios
quien vino a deshacer las obras del diablo.102 Con la misma
seguridad que la santidad es de Dios y el pecado es la obra
del diablo, así también el testimonio que tienes en tu
corazón no es de Satanás, sino de Dios.
14. Entonces podemos exclamar: «¡Gracias a Dios
por su don inefable!»103 Gracias a Dios que me ha
permitido saber en quién he creído,104 quién envió al
Espíritu de su Hijo a mi corazón, clamando «¡Abba,
Padre!»,105 y aún ahora da testimonio a mi espíritu de que
soy hijo de Dios.106 Procura ahora alabar a Dios no
únicamente con tus labios, sino con toda tu vida.107 Te ha
sellado como su propiedad, glorificad, pues, a Dios en
vuestro cuerpo y en vuestro espíritu,108 los cuales le
pertenecen. Si tienes en tu corazón esta esperanza,
purifícate a ti mismo, como él es puro.109 Mientras miras
cuál amor te ha dado el Padre, para que seas llamado hijo
de Dios,110 límpiate de toda contaminación de carne y de
espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.111
100 Ef. 6.11,13.
101 Mt. 12.26.
102 1 Jn.3.8.
103 2 Co. 9.15.
104 2 Ti. 1.12.
105 Ga. 4.6.
106 Ro. 8.16.
107 Sal. 51.15.
108 1 Co. 6.20.
109 1 Jn. 3.3.
110 1 Jn.3.1.
111 2 Co. 7.1.
Sermón 10 209
Permite que todos tus pensamientos, palabras y obras sean
un sacrificio espiritual, santo, agradable a Dios por medio
de nuestro Señor Jesucristo.112
112 Ro. 12.1; 1 Pe.2.5.
209
Sermón 11
El testimonio del Espíritu, II
Romanos 8:16
El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu,
de que somos hijos de Dios.
I.1. Nadie que crea que las Escrituras son la Palabra
de Dios puede dudar de la importancia de una verdad como
ésta. Una verdad revelada no una vez solamente o de una
manera obscura o incidental, sino frecuentemente, en
términos claros y con un propósito específico, pues se
refiere a uno de los privilegios especiales de los hijos de
Dios.
2. Y se hace más necesario explicar y defender esta
verdad, porque hay peligro a derecha e izquierda. Si la
negamos, existe el peligro de que nuestra religión degenere
en mera formalidad; de que «teniendo la apariencia de
piedad», descuidemos y aun neguemos su eficacia.1 Si
aceptamos esta verdad sin entenderla, nos exponemos a caer
en un fanatismo2 exagerado. Por lo tanto, es sumamente
necesario prevenir de ambos peligros a quienes temen a
Dios, por medio de una instrucción racional de las
Escrituras y una confirmación de esta importante verdad.
3. Esto se hace todavía más necesario, porque se ha
escrito muy poco con claridad sobre el asunto, excepto
algunos discursos que lo hacen de una manera errónea y que
en lugar de explicar esta verdad parecen destruirla. No hay
1 2 Ti. 3.5.
2 Aquí Wesley usa la palabra entusiasmo.
210 El testimonio del Espíritu, II
duda de que esto se debe, en gran medida, a las explicaciones
crudas, contrarias a las Escrituras e irracionales de aquéllos
que quieren ser doctores de la ley, sin entender ni lo que
hablan ni lo que afirman.3
4. Muy especialmente atañe a los metodistas, así
llamados, entender claramente, explicar y defender esta
doctrina, porque constituye una gran parte del testimonio
que Dios les ha dado para presentar a toda la humanidad. Es
debido a la bendición peculiar de Dios sobre ellos en el
estudio de las Escrituras, confirmada por la experiencia de
sus hijos, que esta gran verdad evangélica ha sido recobrada,
después de que por muchos años había estado perdida y
olvidada.
II.1. ¿En qué consiste el testimonio del Espíritu? La
palabra original martyría puede traducirse como
«testimonio», «atestación» o «ratificación». Así, por
ejemplo, leemos: «Este testimonio», es decir, el resumen de
lo que Dios testifica en los escritos inspirados, «que Dios
nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su hijo».4 El
testimonio que ahora estamos considerando es dado por el
Espíritu de Dios a y con nuestro espíritu. El es la persona
que testifica. Lo que nos testifica es que somos hijos de
Dios. El resultado inmediato de este testimonio son los
frutos del Espíritu, es decir: amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe.5 Sin éstos, el testimonio no puede
permanecer porque es destruido inevitablemente, por la
presencia de algún pecado, o por pretender olvidar un deber
conocido, o por rendirnos ante algún pecado-—en una
3 1 Ti. 1.7.
4 1 Jn. 5.11.
5 Gá. 5.22.
Sermón 11 211
palabra, por cualquier cosa que contriste al Santo Espíritu
de Dios.
2. Hace algunos años hice esta afirmación:6 «Es
difícil encontrar palabras en el lenguaje humano para
explicar lo profundo de Dios.7 Ciertamente, no hay palabras
que puedan expresar adecuadamente la experiencia de los
hijos de Dios. Pero tal vez uno pudiera decir (deseando que
alguien, inspirado por Dios, corrija, dulcifique o fortalezca
la expresión), que el testimonio del Espíritu es una
impresión interna en el alma por medio de la cual el Espíritu
de Dios directamente da testimonio a mi espíritu de que yo
soy un hijo de Dios; que Jesús me amó y se dio a sí mismo
por mí;8 que todos mis pecados han sido borrados;9 y que,
aun yo mismo, estoy reconciliado con Dios.10»
3. Después de veinte años de estudiar este texto, no
veo ninguna razón para cambiar mi punto de vista.
Tampoco puedo encontrar la manera de cambiar o alterar
estas expresiones para hacerlas más comprensibles. Sin
embargo, si algún hijo de Dios me indica alguna expresión
que sea más clara y más de acuerdo a la Palabra de Dios, de
buena gana cambiaré las mías.
4. Tómese nota, mientras tanto, de que no he dicho
que el Espíritu de Dios testifique usando una voz audible.
No, y tampoco siempre usando una voz interior, aunque lo
puede hacer algunas veces. Tampoco supongo (aunque
frecuentemente lo puede hacer) que toque el corazón de
alguien con uno o más textos de la Escritura. El trabaja en el
6 En el sermón que ahora lleva el número 10, I.7.
7 1 Co. 2.10.
8 Ga. 2.20.
9 Hch. 3.19.
10 2 Co. 5.20.
212 El testimonio del Espíritu, II
alma por medio de su influencia cercana y por una
operación poderosa, aunque inexplicable, de manera que los
vientos tempestuosos y las olas turbulentas se calman y
viene una dulce paz. El corazón descansa en los brazos de
Jesús y el pecador se convence completamente de que está
reconciliado con Dios y que sus iniquidades han sido
perdonadas y cubiertos sus pecados.11
5. ¿Cuál es el punto que se discute en relación con
este asunto? ¿Si existe el testimonio del Espíritu? ¿Si el
Espíritu testifica a nuestro espíritu que somos hijos de
Dios? Nadie puede negar esto sin negar abiertamente las
Escrituras y sin imputar una mentira al Dios de verdad. Por
esta razón, la existencia del testimonio del Espíritu es
reconocida por todos.
6. Tampoco se duda que existe un testimonio
indirecto de que somos hijos de Dios. Este es casi igual, si
no lo mismo, que el testimonio de una buena conciencia
hacia Dios,12 y es el resultado del razonamiento o la
reflexión sobre lo que sentimos en nuestras almas.
Estrictamente hablando, es el resultado obtenido en parte
por la Palabra de Dios y en parte por nuestra propia
experiencia. La Palabra de Dios le dice a todo aquél que
tiene el fruto del Espíritu que es hijo de Dios. Mi
experiencia, o mi conciencia interna, me dice que tengo los
frutos del Espíritu. Por lo que racionalmente concluyo: Soy
hijo de Dios. Esto es aceptado por todos, por lo que no es
asunto de controversia.
7. Tampoco afirmamos que pueda haber un
testimonio real del Espíritu sin los frutos del Espíritu. Por
11 Ro. 4.7; Sal. 32.1.
12 1 Pe. 3.21.
Sermón 11 213
lo contrario, afirmamos que el fruto del Espíritu
inmediatamente brota de este testimonio. No siempre, por
cierto, en el mismo grado, aun cuando el testimonio se da
por primera vez, y mucho menos posteriormente. Tampoco
el gozo y la paz están al mismo nivel. No, ni tampoco el
amor. El testimonio mismo no es siempre poderoso y claro.
8. Pero el punto en discusión es si hay un testimonio
claro del Espíritu. Si hay algún otro testimonio del Espíritu
además del que resulta de la conciencia de tener sus frutos.
III. 1. Creo que existe, porque tal es el sentido claro
y natural del texto: «El Espíritu mismo da testimonio a
nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios». Claramente,
aquí se mencionan dos testimonios que, unidos, testifican
del mismo asunto —el Espíritu de Dios y nuestro propio
espíritu. El finado obispo de Londres, en su sermón sobre
este texto, parece asombrarse de que alguien pueda dudar de
esta verdad, que brilla en cada una de sus palabras. «El
testimonio de nuestro propio espíritu», dice el obispo de
Londres, es «la conciencia de nuestra sinceridad»;13 o, para
expresar la misma idea un poco más claramente, la
conciencia de tener los frutos del Espíritu. Cuando nuestro
espíritu está consciente de poseer amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fácilmente se infiere de estas
premisas que somos hijos de Dios.
2. Es cierto, ese gran hombre supone que el otro
testimonio consiste en la conciencia que tenemos de
nuestras buenas obras. Esto, afirmaba, es el testimonio del
Espíritu de Dios. Pero la conciencia de las buenas obras está
incluida en el testimonio de nuestro propio espíritu. Sí, y
sinceramente, aun de acuerdo al sentido común de la
13 Wesley se refiere a Thomas Sherlock, que fue obispo de Londres (1748-61),
y que predicó un sermón sobre el mismo texto.
214 El testimonio del Espíritu, II
palabra. Lo afirmó el Apóstol: «nuestra gloria es ésta: el
testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y
sinceridad de Dios ... nos hemos conducido en el mundo».14
Aquí se descubre fácilmente que la sinceridad se refiere a
nuestras palabras y a nuestras acciones, lo mismo que a las
disposiciones y actitudes de la mente. Por lo tanto, éste no
es otro testimonio, sino el mismo que mencionó
anteriormente, siendo la conciencia de nuestras buenas obras
una de las manifestaciones o expresiones de la conciencia de
nuestra sinceridad y, por lo tanto, éste no es sino un solo
testimonio. Ahora bien, el texto habla de dos testimonios:
uno de los cuales no es la conciencia de nuestras buenas
obras ni de nuestra sinceridad, lo que, como claramente se
ha demostrado, está contenido en el testimonio de nuestro
espíritu.
3. ¿Cuál es, pues, el otro testimonio? La respuesta
se podría encontrar, si el texto mismo no fuera tan claro, en
el versículo anterior: «Pues no habéis recibido el espíritu de
esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis
recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos:
¡Abba, Padre!». Y continúa: «El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de
Dios».15
4. El texto paralelo aclara todavía más el sentido de
estas palabras: «Por cuanto sois hijos, Dios envió a
vuestros corazones el Espíritu de su hijo, el cual clama:
¡Abba, Padre!».16 ¿No es esto algo inmediato y directo,
diferente del resultado de la reflexión y la argumentación?
¿No clama el Espíritu en nuestros corazones: ¡Abba, Padre!
14 2 Co. 8.16.
15 Ro. 8.15-16.
16 Gá. 4.6.
Sermón 11 215
en el momento en que nos es dado, antes de que podamos
reflexionar o razonar acerca de nuestra sinceridad? Y ¿no es
éste el sentido claro y comprensible de las palabras que llega
al corazón de cualquiera, en el momento que las escucha?
Todos estos textos, entonces, en su significado más obvio,
describen el testimonio directo del Espíritu.
5. Que, por la naturaleza misma de las cosas, el
testimonio del Espíritu de Dios debe preceder al testimonio
de nuestro espíritu, se hace evidente por esta sencilla
consideración: tenemos que ser santos en nuestro corazón y
en nuestra vida antes de que podamos estar conscientes de
que lo somos. Tenemos que amar a Dios antes de que
podamos ser santos, pues ésta es la raíz de toda santidad.
Pero no podemos amar a Dios hasta que sepamos que él nos
ama: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó
primero».17 Y no podemos reconocer su amor hacia
nosotros hasta que su Espíritu testifica a nuestro espíritu.
Hasta entonces no lo podremos creer y hasta entonces no
podremos decir: «Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en
la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí».18
Entonces, solamente entonces, nos sentiremos
Atraídos por su sangre,
Y clamaremos, con un gozo indescriptible,
Tú eres mi Señor, mi Dios.19
Por consiguiente, si el testimonio del Espíritu
precede al amor de Dios y a toda santidad, debe
naturalmente anteceder a la conciencia que de ese amor y
santidad podamos tener.
17 1 Jn. 4.19.
18 Gá. 2.20.
19 Tomado del himno Spirit of Faith, Come Down, (1746).
216 El testimonio del Espíritu, II
6. Conviene mencionar ahora, para confirmar esta
doctrina bíblica, la experiencia de los hijos de Dios—no la
experiencia de dos o tres, o de unos cuantos, sino la de una
gran multitud que nadie puede contar.20 Ha sido confirmada,
tanto en ésta como en todas las edades, por una gran
multitud de testigos, unos vivos y otros muertos.21 También
es confirmada por tu experiencia y la mía. El Espíritu
mismo ha dado testimonio a mi espíritu de que soy hijo de
Dios, me lo hizo evidente e inmediatamente clamé: «¡Abba,
Padre!» Yo hice tal cosa, y tú también la hiciste, antes de
que pudiéramos reflexionar sobre ella, o que estuviéramos
conscientes de ningún fruto del Espíritu. De este testimonio
recibido brotaron el amor, el gozo, la paz y todos los frutos
del Espíritu. Primero escuché estas palabras:
«¡Tus pecados son perdonados! ¡Tú eres
aceptado!»
Oí estas palabras y la gloria brotó en mi corazón.22
7. Tal cosa se confirma, no únicamente por la
experiencia de los hijos de Dios— que por millares pueden
declarar que no sabían que estaban gozando del favor divino,
hasta que les fue confirmado por el testimonio del
Espíritu—sino por todos aquéllos que han sido convencidos
de su pecado y que sienten la ira de Dios en sus
corazones.23 Estas personas no pueden quedar satisfechas
con nada menos que el testimonio directo del Espíritu de
que Dios será propicio a sus injusticias y nunca más se
acordará de sus pecados y de sus iniquidades.24 Dile a
20 Ap. 7.9.
21 He. 12.1.
22 Tomado de un himno de Carlos Wesley.
23 Jn. 3.36.
24 He. 8.12.
Sermón 11 217
cualquiera de ellos: «Tú sabes que eres un hijo de Dios
reflexionando sobre lo que él ha puesto en tu corazón: amor,
gozo y paz.» Inmediatamente te contestará: «Por la pura
reflexión yo sé que soy hijo del diablo. No tengo más amor
hacia Dios que el que tiene el diablo. Mi mente carnal está
en enemistad contra Dios.25 No me gozo en el Espíritu
Santo,26 mi alma está triste hasta la muerte.27 No tengo paz;
mi corazón es un mar tormentoso; estoy en medio del
huracán y la tempestad.» ¿Qué podrá consolar a estas almas
sino el testimonio (no de que son buenos, o sinceros, o de
que caminan de acuerdo con las Escrituras) de que Dios
justifica al impío,28 a aquél que hasta el momento de su
justificación es impío y no tiene traza de santidad? Al que
no obra,29 es decir, que no hace nada verdaderamente bueno
hasta que es consciente de ser aceptado, no por obras de
justicia que nosotros hubiéramos hecho,30 sino por la pura
gracia de Dios. Única y solamente por lo que el Hijo de
Dios ha hecho y sufrido por él. Y ¿puede ser de otra manera
si el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley?31 Si
esto es así, ¿qué conciencia de bondad, interna o externa,
puede tener antes de ser justificado? No. ¿No es la
conciencia de que no podemos pagar,32 es decir, la
conciencia de que en nosotros no mora el bien,33 ni una
bondad interna o externa, lo que es indispensable antes de
25 Ro. 8.7.
26 Ro. 14.17.
27 Mt. 26.38.
28 Ro. 4.5.
29 Ibid.
30 Tit. 3.5.
31 Ro. 3.28.
32 Lc. 7.42.
33 Ro. 7.18.
218 El testimonio del Espíritu, II
que podamos ser justificados gratuitamente por su gracia,
mediante la redención que es en Jesucristo?34 ¿Se ha
justificado alguien desde que el Redentor vino al mundo, o
podrá alguien justificarse antes de poder decir con toda
sinceridad de corazón:
Señor, renuncio a toda pretensión,
Estoy condenado, ¡pero tú has muerto!35?
8. Por lo tanto, cualquiera que niega la existencia de
tal testimonio, en efecto niega la justificación por la fe.36
Quiere decir que nunca ha tenido esta experiencia, que no ha
sido justificado, o que ha olvidado, como dice San Pedro, la
purificación de sus antiguos pecados,37 la experiencia que
tuvo entonces, la forma en que Dios obró en su alma,
cuando sus antiguos pecados fueron borrados.
9. La experiencia de los hijos del mundo confirma la
de los hijos de Dios. Muchos de ellos tienen el deseo de
agradar a Dios, y algunos se esfuerzan sobremanera por
complacerle. ¿Pero no consideran ellos, todos y cada uno,
cosa absurda hablar acerca de saber que sus pecados han
sido perdonados? ¿Quién de ellos procura alcanzar esta
experiencia? Varios de ellos están conscientes de su
sinceridad. Varios de ellos tienen sin duda, en algún grado, el
testimonio de su propio espíritu, una conciencia de su
propia rectitud. Pero esto no los hace conscientes de que
han sido perdonados ni de que son hijos de Dios. Sí,
mientras más sinceros son, más inquietos se muestran por el
34 Ro. 3.24.
35 Wesley cita uno de sus himnos favoritos. Véase también: Gá. 3.22.
36 Este es el propósito de Wesley en este sermón: reafirmar el concepto fe sola,
pero ahora como condición previa a la vida santa.
37 2 Pe. 1.9. En el sermón, Wesley primero cita el texto en griego y luego ofrece
su propia traducción.
Sermón 11 219
deseo de saberlo, demostrando claramente que no es posible
adquirir este conocimiento basándonos únicamente en el
testimonio de nuestro propio espíritu, sin el testimonio
directo de Dios de que somos sus hijos.
IV. Se han planteado muchas objeciones a esta
verdad, y haríamos bien en contestar a las principales de
ellas.
1. Se objeta, primero, que «la experiencia no es
suficiente para probar una doctrina que no está fundada en
las Escrituras». Tal cosa es indudablemente cierta y es una
verdad importante. Pero no afecta el asunto que estamos
considerando, porque ha sido demostrado que esta doctrina
se basa en las Escrituras, por lo que puede afirmarse
correctamente que la experiencia la confirma.
2. «Pero locos, profetas franceses,38 y fanáticos de
todas clases se han imaginado que han experimentado este
testimonio». Lo han hecho y, probablemente, no pocos de
ellos lo han tenido, aunque les dura muy poco de tiempo.
Pero si no lo han tenido, esto no prueba que los demás no lo
hayan experimentado, así como un loco que se imagina ser
rey no prueba que no existan los reyes verdaderos.
«Muchos que han abogado poderosamente por esta
doctrina han negado completamente la Biblia».
Probablemente, pero tal no fue su consecuencia necesaria.
Millares, que tienen la Biblia en la más alta estima, abogan
por ella.
38 Apodo que en Inglaterra se les daba a los Camisards, que habían sufrido
una cruel persecución en el sur de Francia en la primera década del Siglo XVIII.
El apodo Camisard se refería a la costumbre de estas personas de usar camisas
blancas (camisae) como símbolo de su celo por la pureza. Algunos eran
visionarios y fanáticos.
220 El testimonio del Espíritu, II
«Sí, pero muchos se han engañado fatalmente a sí
mismos, de tal manera que ahora es imposible convencerlos
de su error.»
Y, sin embargo, lo mismo puede decirse de cualquier
doctrina de las Sagradas Escrituras, las que los humanos a
veces tuercen para su propia destrucción.
3. «Pero yo siento que esta verdad es indudable: el
fruto del Espíritu es el testimonio del Espíritu». No es una
verdad indudable. Millares la dudan y hasta la niegan
rotundamente. Pero pasemos esto por alto. «Si este
testimonio es suficiente no hay necesidad de ninguno otro.
Pero sí es suficiente, salvo en uno de estos dos casos: (1) La
ausencia total de los frutos del Espíritu.» Y éste es el caso
cuando el testimonio directo es dado por primera vez. «(2).
El no percibirlo. En este caso defenderlo es pretender que se
puede gozar de la gracia de Dios, sin tener la conciencia de
ese favor.» Cierto, sin saberlo en ese momento de ninguna
otra manera sino por el testimonio que es dado con ese fin.
Esto es lo que sostenemos: El testimonio directo puede
brillar claramente, aun cuando el indirecto se encuentre bajo
una nube.
4. Se objeta, en segundo lugar: «El propósito del
testimonio en cuestión es probar lo legítimo de nuestra
profesión, pero no lo prueba.» Yo contesto: No es esto lo
que nos proponemos, puesto que el testimonio es anterior a
toda profesión que hacemos, excepto la que se refiere a
nuestro estado de pecadores perdidos, culpables,
desgraciados y desamparados. El fin de este testimonio es
asegurar a quienes les es dado que son hijos de Dios y que
han sido justificados gratuitamente por su gracia, mediante
Sermón 11 221
la redención que es en Jesucristo.39 Esto no quiere decir que
sus pensamientos, palabras y acciones anteriores
concordaran con las Escrituras. Quiere decir todo lo
contrario, es decir, que son pecadores cabales, pecadores
tanto en el corazón como en la vida diaria. Si fuera de otra
manera Dios justificaría al piadoso y sus propias obras le
serían contadas por justicia.40 No puedo menos que temer
que la suposición de que somos justificados por obras es la
raíz de todas estas objeciones. Porque cualquiera que cree en
su corazón que Dios imputa a todos los que son justificados
justicia sin obras,41 no tendrá dificultad en aceptar que el
testimonio del Espíritu viene antes que los frutos.
5. Algunos objetan, en tercer lugar: «Un evangelista
dice: "Tu Padre celestial dará el Espíritu Santo al que se lo
pida".42 Otro, llama a lo mismo "buenas dádivas",43
demostrando con esto claramente que la forma de testificar
del Espíritu es dando buenas dádivas.» No hay ninguna
referencia a dar testimonio en ninguno de estos dos textos,
por lo que, si esta objeción no tiene otras pruebas, la pasaré
por alto.
6. Se objeta, en cuarto lugar: «La Escritura dice: "El
árbol es conocido por sus frutos",44 "examinadlo todo",45
"probad los espíritus"46 y "examinaos a vosotros
mismos".»47 Muy cierto. Por esta razón cada persona que
39 Ro. 3.24.
40 Ro. 4.5.
41 Ro. 4.6.
42 Lc. 11.13.
43 Lc. 7.11.
44 Mt. 12.33.
45 1 Ts, 5.21.
46 1 Jn. 4.1.
47 2 Co. 13.5.
222 El testimonio del Espíritu, II
cree que tiene el Espíritu en sí mismo pruebe si éste es de
Dios. Si los frutos siguen, lo es, si no, no lo es. Porque es
muy cierto: el árbol es conocido por sus frutos. Así
probamos si el espíritu es de Dios. Algunos agregan: «La
Biblia nunca se refiere al testimonio directo». De una
manera aislada, o como el único testimonio, ciertamente que
no; pero sí lo menciona unido a otro, como dando un
testimonio unido, testificando con nuestro espíritu que
somos hijos de Dios. Y ¿quién puede probar que no sucede
así en este texto de la Escritura?: «Examinaos vosotros
mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O
no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en
vosotros»?48 Resulta bien claro que supieron tal cosa por
medio de un testimonio directo, a la vez que remoto. Si no,
¿cómo podrá probarse que no lo supieron primeramente por
medio de la conciencia y luego por el amor, el gozo y la
paz?
7. «Las Sagradas Escrituras mencionan
constantemente el testimonio que resulta de ese cambio
interior y exterior.» Es un hecho al cual nos referimos
frecuentemente para probar que existe el testimonio del
Espíritu.
«A pesar de todo, todas las señales que usted ha
dado para distinguir la operación del Espíritu de Dios de
una ilusión o engaño, se refieren al cambio que se obra en
nosotros.» Indudablemente, esto es igualmente cierto.
8. Se objeta, en quinto lugar que «el testimonio
directo del Espíritu no nos evita el peligro de caer en el más
craso engaño. ¿Es justo aceptar un testimonio que no ofrece
ninguna seguridad, que tiene que apelar a otras fuentes para
48 Ibid.
Sermón 11 223
probar sus aserciones?» A lo que contesto: Para evitar que
caigamos en el engaño Dios nos da dos testimonio de que
somos sus hijos. Ellos testifican unidos. Por lo tanto: «Lo
que Dios juntó, no lo separe el hombre».49 Mientras estos
dos testimonios estén unidos, no podemos engañarnos, su
testimonio es verdadero. Podemos confiar en ellos
absolutamente y no necesitan nada más para probar lo que
afirman.
«Pero el testimonio directo sólo afirma, mas no
prueba nada.» El testimonio será probado por dos
testigos.50 Cuando el Espíritu da testimonio a nuestro
espíritu, como Dios lo indica, prueba completamente que
somos hijos de Dios.
9. Se objeta, en sexto lugar: «Admite usted que
cierto cambio es suficiente testimonio, excepto en casos de
cruentos sufrimientos, como los que sufrió nuestro Salvador
en la cruz. Pero ninguno de nosotros puede ser probado de
esa manera.» Pero usted y yo sí podemos ser probados de
esa manera, lo mismo que cualquier otro hijo de Dios, por lo
que sería imposible para nosotros conservar nuestra
confianza filial en Dios sin el testimonio directo de su
Espíritu.
10. Se objeta, finalmente: «Entre los defensores más
denodados de esta doctrina se encuentran personas muy
soberbias y poco caritativas.» Probablemente algunos de los
más celosos de sus defensores son orgullosos y egoístas,
pero muchos de sus más valientes defensores son
profundamente mansos y humildes de corazón51 y,
ciertamente, en otros respectos también,
49 Mt. 19.6; Mr.10.9.
50 Mt. 18.16.
51 Mt. 11.29.
224 El testimonio del Espíritu, II
Verdaderos seguidores del Señor de apariencia de
cordero.52
Estas son las objeciones más importantes que he
escuchado y que creo tienen cierta fuerza. Sin embargo creo
que cualquiera que considere con calma e imparcialmente
estas objeciones y las respuestas ofrecidas, verá fácilmente
que no destruyen, no, ni aun debilitan, la evidencia de la
gran verdad: que el Espíritu de Dios directa e indirectamente
testifica que somos hijos de Dios.
V.1. Resumiendo: el testimonio del Espíritu es una
impresión profunda en el alma de los creyentes, por medio
de la cual el Espíritu de Dios testifica directamente a sus
espíritus que son hijos de Dios. No se discute si hay un
testimonio del Espíritu, sino si hay un testimonio directo,
aparte del ser conscientes de tener los frutos del Espíritu.
Creemos que lo hay, porque éste es el claro y natural
sentido del texto, demostrado tanto por las palabras
anteriores como por el pasaje paralelo en la epístola a los
Gálatas. En el curso natural de las cosas, el testimonio debe
preceder al fruto que brota de él. Además, el sentido claro
de la Palabra de Dios se confirma en la experiencia de
innumerables hijos de Dios, y en la de las personas
convencidas de su pecado, quienes no encuentran descanso
hasta que tienen el testimonio directo. Aun los hijos del
mundo que no tienen el testimonio en sí mismos, todos
declaran que no pueden saber que sus pecados han sido
perdonados.
2. Se nos objeta que la experiencia no es suficiente
para probar una doctrina que no está confirmada por las
Escrituras; que locos y fanáticos de todas clases han
52 Cita de un himno en la colección Hymns on the Lord's Supper (1745), p.
139.
Sermón 11 225
imaginado tener tal testimonio; que el objeto del testimonio
es probar que nuestra creencia es genuina, lo cual no
consigue; que la Escritura dice: «El árbol es conocido por
sus frutos»53 y «Examinaos a vosotros mismos...probaos a
vosotros mismos»,54 mientras el testimonio directo nunca
se menciona en el Libro de Dios; que no nos evita caer en
los engaños más crasos y, finalmente, que el cambio
producido en nosotros es un testimonio suficiente, excepto
en tales pruebas como las que sólo Cristo sufrió.
Respondemos: (1) La experiencia es suficiente para
confirmar una doctrina basada en las Escrituras. (2) Aunque
muchos pretenden tener una experiencia de que carecen,
esto no evita la existencia de la experiencia verdadera. (3) El
motivo del testimonio es asegurarnos que somos hijos de
Dios, cuyo motivo cumple. (4) El verdadero testimonio del
Espíritu es conocido por sus frutos, amor, paz, y gozo que
no preceden a ese testimonio, sino lo siguen. (5) No puede
probarse que el testimonio directo, tanto como el indirecto,
no se mencione en el texto: «¿no os conocéis a vosotros
mismos...que Jesucristo está en vosotros?»55 (6) El Espíritu
de Dios testificando a nuestro espíritu nos protege de todo
engaño. Y, finalmente, todos podemos caer en pruebas de
las cuales el testimonio de nuestro propio espíritu no es
suficiente para salvarnos. Lo único que puede hacerlo es el
testimonio directo del Espíritu de Dios que nos asegura que
somos sus hijos.
3. De todo esto podemos inferir dos cosas. Primero:
que nadie presuma nunca descansar en un supuesto
testimonio del Espíritu separado de sus frutos. Si el
53 Mt. 12.33.
54 2 Co. 13.5.
55 Ibid.
226 El testimonio del Espíritu, II
Espíritu de Dios realmente testifica que somos hijos de
Dios, la consecuencia inmediata serán los frutos del
Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,
fe, mansedumbre, templanza.56 Por más que la tentación
obscurezca estos frutos de manera que el alma no los pueda
discernir, mientras Satanás la zarandea como a trigo,57 la
substancia de dichos frutos permanece aun en medio de la
más espesa nube. Cierto, el gozo en el Espíritu Santo58
puede desaparecer durante la hora de prueba. Cierto, el alma
puede estar triste hasta la muerte59 mientras la hora de la
potestad de las tinieblas60 continúa. Pero el gozo retorna a
nosotros con creces y el alma se alegra con gozo inefable y
glorioso.61
4. La segunda inferencia es: que nadie confíe en que
tiene los frutos del Espíritu, sin el testimonio de éste. Puede
haber manifestaciones de gozo, de paz, de amor (no
ilusorias, sino de Dios) mucho antes de tener el testimonio
del Espíritu en nuestros corazones, antes que el Espíritu de
Dios testifique a nuestro espíritu que tenemos redención
por su sangre, el perdón de nuestros pecados.62 Sí, puede
haber cierto grado de benignidad, de bondad, de fe, de
mansedumbre y templanza (no simplemente una sombra de
ellos, sino en verdad, por la gracia anticipante de Dios),
antes de ser aceptos en el Amado,63 y por consiguiente,
antes de tener el testimonio de nuestra aceptación. Pero no
56 Gá. 5.22-23.
57 Lc.22.31.
58 Ro. 14.17.
59 Mt. 26.22, 38.
60 Lc. 22.53.
61 1 Pe. 1.8.
62 Ef. 1.7; Col. 1.14.
63 Ef. 1.6.
Sermón 11 227
debemos detenernos aquí. Nuestras almas peligran si lo
hacemos. Si somos sabios, estaremos constantemente
clamando a Dios, hasta que su Espíritu clame en nuestro
corazón: «¡Abba, Padre!»64 Este es el privilegio de todos
los hijos de Dios, y sin él nunca podremos estar seguros de
que somos sus hijos. Sin este testimonio no podemos tener
paz, ni evitar las dudas y temores. Pero una vez que hemos
recibido el Espíritu de adopción,65 la paz que sobrepasa
todo entendimiento, y que echa fuera toda duda y temor
guardará nuestros corazones y mentes en Cristo Jesús.66
Cuando ese Espíritu ha producido en nosotros el fruto
genuino y toda santidad interior y exterior, se hace evidente
que la voluntad de aquél que nos llama es darnos siempre lo
que una vez le plugo conceder. De manera que no hay el
menor temor de que jamás nos falte el testimonio del
Espíritu de Dios o el de nuestro propio espíritu: la
conciencia de que andamos en toda justicia y santidad.
Newry, 4 de abril de 1767
64 Gá. 4.6.
65 Ro. 8.15.
66 Fil. 4.7.
227
Sermón 12
El testimonio de nuestro propio espíritu
2 Corintios 1:12
Nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia,
que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría
humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido
en el mundo, y mucho más con vosotros.
1. Tal es la voz de cada verdadero creyente en
Cristo, mientras permanezca en la fe y en el amor. «El que
me sigue», dijo el Señor, «no andará en tinieblas».1 Y
mientras el creyente tenga la luz se regocija en ella.2 De la
manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en
él.3 Y mientras que el ser humano anda en él, la exhortación
del Apóstol se lleva a cabo día a día...«gozaos en el Señor
siempre, otra vez digo que os gocéis.»4
2. Pero para que no edifiquemos nuestra casa sobre
la arena (no sea que las lluvias desciendan y los vientos
soplen y las inundaciones lleguen y la casa se caiga y la
pérdida sea grande)5 es mi intención demostrar, en el
siguiente discurso, lo que es la naturaleza y el fundamento
del gozo del cristiano. Por lo general sabemos que es la paz
que trae feliz satisfacción al espíritu, lo cual resulta del
testimonio de la conciencia tal y como lo describe el
1 Jn. 8.12.
2 Jn. 5.35.
3 Col. 2.6.
4 Fil. 4.4.
5 Mt. 7.26-27.
228 El testimonio de nuestro propio espíritu
Apóstol. Pero para poder entender esto mejor, será
necesario naturalmente pesar todas sus palabras por las
cuales comprenderemos fácilmente el significado de
«conciencia» y de «testimonio». Así como el que tiene este
testimonio se regocija para siempre.
3. Primero, ¿qué entendemos por conciencia? Cuál
es el significado de esta palabra que todos usan? Cuando
consideramos todos los grandes y numerosos volúmenes
que se han escrito de cuando en cuando sobre este tema, nos
imaginamos que es un asunto muy difícil de entender; al
igual que los tesoros del conocimiento antiguo y moderno
que han sido escudriñados. Sin embargo, es de temerse que
estas investigaciones no han producido mucha luz al
respecto. Por el contrario, ¿no han oscurecido estos
escritores el consejo con palabras sin sabiduría,6 haciendo
el tema más complejo y difícil de entender? Porque, al hacer
a un lado las palabras difíciles, toda persona sincera
entenderá de qué se trata.
4. Dios nos ha hecho seres pensantes, capaces de
percibir lo presente, y de reflexionar o de mirar hacia el
pasado. Particularmente somos capaces de percibir
cualquier cosa que pase por nuestros corazones o vidas; de
conocer lo que sentimos o hacemos y cuándo pasa o cuándo
ha sucedido. Por eso decimos que el ser humano es un ser
«consciente». Tiene una conciencia o una percepción interna
tanto de las cosas presentes como de las pasadas en relación
con sí mismo, de su temperamento y comportamiento
externos. Pero lo que generalmente llamamos «conciencia»
implica algo más que esto. No es simplemente el
conocimiento de nuestro presente o el recuerdo de nuestra
6 Job 38.2.
Sermón 12 229
vida pasada. Recordar, ser testigo de las cosas presentes o
pasadas es solamente una de las funciones, y de las
menores, de la conciencia. Su papel principal es el de
excusar o acusar, aprobar o desaprobar, absolver o condenar.
5. Algunos escritores contemporáneos le han dado
un nuevo nombre a esto. Le llaman «sentido moral». Pero la
palabra antigua debe preferirse a la nueva, aunque sea sólo
en esto, que es más común y familiar y por lo tanto más
fácil de entender. Y para los cristianos es innegablemente
preferible por la razón adicional de que es bíblica, pues es la
palabra que la sabiduría de Dios escogió para usar en los
escritos inspirados.
Y de acuerdo con el significado que por lo general se
usa en esos escritos, especialmente en las epístolas de
Pablo, podemos entender por conciencia una facultad o
poder implantada por Dios en cada alma que viene a este
mundo, de percibir lo correcto e incorrecto en el corazón y
la vida del individuo, en su temperamento, pensamientos,
palabras y acciones.
6. Pero ¿cuál es la regla que el ser humano debe usar
para juzgar lo bueno y lo malo? ¿Hacia cuál de los dos se
debe inclinar su conciencia? La regla de los paganos (como el
Apóstol lo enseña en otra parte), es la ley escrita en sus
corazones.7 Dice él que éstos, «aunque no tengan ley
[externa], son ley para sí mismos; mostrando la obra de la
ley», es decir, lo que la ley externa prescribe, gracias a la ley
escrita en sus corazones por el dedo de Dios. Su conciencia
también da testimonio, si andan o no de acuerdo con esta
7 Ro. 2.15.
230 El testimonio de nuestro propio espíritu
regla, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos.8
Pero la regla cristiana para determinar el bien y el mal es la
Palabra de Dios, los escritos del Antiguo y Nuevo
Testamentos. Todo lo que los profetas y santos hombres de
Dios escribieron inspirados por el Espíritu Santo,9 esa
Escritura que es inspirada por Dios, y que es ciertamente
útil para enseñar la voluntad toda de Dios, para redargüir
lo que es contrario, para corregir del error y para instruir
en la justicia.10
Esta es una lámpara a los pies del cristiano y
lumbrera a su camino.11 Esto, y solamente esto, es lo que
el cristiano acepta como regla para medir lo recto y lo
torcido; para todo lo que es verdaderamente bueno o malo.
No considera nada bueno sino lo que aquí se indica, ya sea
directamente o por implicación. No califica nada como malo
sino lo que allí se prohíbe, ya sea explícitamente o por
inferencia innegable. Todo lo que la Escritura no condena ni
ordena, ya sea directa o indirectamente, lo toma como
indiferente, como sí no es ni bueno ni malo. Esta es la única
regla externa por la cual la conciencia se debe regir en todas
las cosas.
7. Y si en realidad el individuo es guiado de esta
manera, entonces tiene una buena conciencia hacia Dios.12
Una buena conciencia es lo que en otra parte de la Escritura
el Apóstol llama «una conciencia sin ofensa».13 En cierta
8 Ro. 2.14-15. En el texto inglés, Wesley cita el griego para mostrar que la
traducción común en su tiempo, que decía «excusándoles» debía corregirse en
el sentido de «defendiéndoles» o «exonerándoles».
9 2 P. 1.21.
10 2 Ti. 3.16.
11 Sal. 119.105.
12 1 P. 3.21.
13 Hch. 24.16.
Sermón 12 231
ocasión lo expresa diciendo: «con toda buena conciencia he
vivido delante de Dios hasta el día de hoy»;14 y en otro
lugar dice: «procuro tener siempre una buena conciencia sin
ofensa ante Dios y ante los hombres».15 Para poder tener
esta clase de conciencia, se requiere absolutamente, primero,
un entendimiento correcto de la Palabra de Dios, de su
voluntad buena, agradable y perfecta,16 en relación con
nosotros, según se revela ahí. Porque es imposible andar
conforme a una regla si se desconoce su significado. Se
requiere, en segundo lugar (y pocos lo han obtenido), un
verdadero conocimiento de sí mismo; un conocimiento de
nuestros corazones y vidas, de nuestro temperamento
interno y nuestra conversación externa. Si no los
conocemos, es imposible que los midamos por nuestra regla.
También se requiere, en tercer lugar, que exista un acuerdo
de nuestros corazones y nuestras vidas, de nuestros
temperamentos y nuestra conversación, de nuestros
pensamientos y palabras y obras, con esa regla, con la
Palabra de Dios escrita. Porque sin esto, si es que tenemos
algo de conciencia, puede ser sólo una conciencia mala. En
cuarto lugar, se requiere también una percepción interna de
este acuerdo con nuestra regla. Y esta percepción habitual,
esta conciencia interna en sí, es propiamente una buena
conciencia; o (según la otra frase del Apóstol), una
conciencia sin ofensa ante Dios y los hombres.
8. Pero quien desee tener una conciencia libre de
ofensas, debe asegurarse de tener un buen fundamento.
Debe recordar que nadie puede poner otro fundamento que
el que está
14 Hch. 23.1.
15 Hch. 24.16.
16 Ro. 12.1-2.
232 El testimonio de nuestro propio espíritu
puesto, Jesucristo mismo.17 Y debe también tener en cuenta
que nadie edifica sobre Jesucristo mismo sino mediante una
fe viva; que nadie participa de Cristo hasta que pueda
claramente testificar: «la vida que ahora vivo, la vivo por la
fe en el Hijo de Dios»,18 en él, quien ahora se revela en mi
corazón, quien me amó, y se dio a sí mismo por mi. La fe es
la única evidencia, la convicción, la demostración de las
cosas invisibles, por medio de la cual, al abrirse los ojos de
nuestro entendimiento, y la derramarse luz divina sobre
nosotros, vemos las cosas maravillosas de la ley de Dios, la
excelencia y la pureza, la altura y la profundidad y la largura
y anchura,19 y cualquier mandamiento ahí contenido. Es por
medio de la fe que al contemplar la luz de ... la gloria de
Dios en la faz de Jesucristo,20 percibimos como por un
espejo todo lo que hay en nosotros; sí, las inclinaciones más
íntimas de nuestras almas. Y con esto solamente puede ese
amor de Dios ser derramado en nuestros corazones,21 que
nos capacita para amarnos unos a otros así como Cristo nos
amó. Por medio de esto, esa grandiosa promesa de Dios a
Israel se cumple, «pondré mis leyes en las mentes de ellos, y
sobre sus corazones las escribiré»,22 produciendo en sus
corazones un completo acuerdo con su ley santa y perfecta,
y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de
Cristo.23
17 1 Co. 3.11.
18 Gá. 2.20.
19 Ef. 3.18.
20 2 Co. 4.6.
21 Ro. 5.5.
22 He. 8.10 [citando Jer. 31.33].
23 2 Co. 10.5,
Sermón 12 233
Y así como un árbol malo no puede producir buen
fruto, así tampoco un buen árbol produce mal fruto.24 De la
misma manera, así cual es el corazón del creyente, así
también su vida está de acuerdo con la regla de los
mandamientos de Dios. Y sabiéndolo, puede dar gloria a
Dios y decir con el Apóstol, «nuestra gloria es esta: el
testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y
sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la
gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo».
9. «Hemos tenido nuestra conversación».25 En el
original, el Apóstol expresa esto con una sola palabra
(anestráfeemen). Pero su sentido es amplio, pues incluye
toda nuestra conducta, inclusive cada circunstancia interna y
externa, ya sea que se relacione con nuestra alma o nuestro
cuerpo. Incluye cada inclinación de nuestro corazón, de
nuestra lengua, de nuestras manos y extremidades. Se
extiende a todas nuestras acciones y palabras, al uso de
nuestros poderes y facultades, a la manera de usar cada
talento que hemos recibido, en relación con Dios o con los
seres humanos.
10. «Hemos tenido nuestra conversación en el
mundo»: incluso en el mundo de los impíos, y no sólo entre
los hijos de Dios (lo cual sería poca cosa). Entre los hijos
del diablo,26 entre los que están bajo el maligno (en too
poneeroo),27 en el maligno.28 ¡Qué mundo éste! ¡Cuán
impregnado está con el espíritu que constantemente respira!
24 Mt. 7.18.
25 Era así que la versión inglesa que Wesley empleó traducía lo que RVR
traduce por «nos hemos conducido».
26 1 Jn. 3.10.
27 Compare 1 Jn. 5.19.
28 1 Jn. 3.12.
234 El testimonio de nuestro propio espíritu
Así como nuestro Dios es bueno y hace el bien; así el dios
de este mundo y todos sus hijos son malos y hacen el mal
(mientras se les permita) a todas las criaturas de Dios. Al
igual que su padre, siempre están al acecho, como león
rugiente, andando alrededor buscando a quien devorar,29
haciendo uso del fraude o la fuerza, de engaños secretos o
violencia abierta, para destruir a aquéllos que no son del
mundo. Constantemente guerrean contra nuestras almas.
Con armas nuevas y viejas, y con toda clase de artimañas,
luchan por traernos y hacernos caer en la trampa del diablo,
haciéndonos andar por el camino ancho que lleva a la
perdición.30
11. «Con sencillez y sinceridad nos hemos
conducido en el mundo» Primero con «sencillez». Esto es lo
que nuestro Señor recomienda con el nombre de «ojo
sincero». «La lámpara del cuerpo», dijo Cristo, «es el ojo.
Así que si tu ojo es sincero, todo tu cuerpo estará lleno de
luz.»31 El significado es éste: lo que el ojo es para el cuerpo,
la intención lo es para todas las palabras y acciones. Por lo
tanto, si este ojo de tu alma es sincero, todas tus acciones y
conversaciones estarán «llenas de luz», de la luz del cielo, de
amor, paz y gozo en el Espíritu Santo.32
Entonces, somos sencillos de corazón cuando el ojo
de nuestra mente está fijo sólo en Dios, cuando en todas las
cosas nuestra meta es sólo él, como nuestro Dios, nuestro
sustentador, nuestra fortaleza, felicidad, nuestra abundante
recompensa, nuestro todo en el tiempo y por la eternidad.
Esto es sencillez: cuando una actitud inamovible, una
29 1 P. 5.8.
30 Mt. 7.13.
31 Mt. 6.22. En lugar de «sincero», RVR dice «bueno».
32 Ro. 14.17.
Sermón 12 235
intención sencilla de promover la gloria de Dios, de hacer y
sufrir su bendita voluntad, corre por toda nuestra alma, llena
todo nuestro corazón, y es el manantial constante de todos
nuestros pensamientos, anhelos y propósitos.
12. En segundo lugar, «nos hemos conducido en el
mundo», con «sinceridad de Dios». Parece ser que la
diferencia entre la sencillez y la sinceridad es ésta: la
sencillez se refiere a la intención misma; la sinceridad a su
ejecución. Y esta sinceridad se relaciona no solamente con
nuestras palabras sino con toda nuestra conversación, según
se describe antes. No se debe entender esto en ese sentido
estrecho que San Pablo mismo algunas veces usa, al hablar
de la verdad, de abstenerse de la maldad, del disimulo y la
astucia, sino debe entenderse en un significado más extenso,
como quien verdaderamente pega en el blanco al cual apunta
con sencillez. De la misma manera esto implica aquí que
todo lo que hablamos y hacemos es para la gloria de Dios;33
que todas nuestras palabras no sólo están dirigidas a ese
propósito sino que en verdad nos conducen hacia ello; que
todas nuestras acciones fluyen como un riachuelo apacible,
uniformemente sujeto a este gran fin, y que en nuestras
vidas completas nos dirigimos directamente hacia Dios, y
eso de continuo, caminando firmemente por el camino de
santidad, en las sendas de justicia, misericordia y verdad.
13. Este tipo de sinceridad es llamado por el
Apóstol «sinceridad piadosa», o «sinceridad de Dios»
(eilikrineía theou),34 no sea que la confundamos con la
sinceridad de los paganos (pues ellos también tenían una
33 1 Co. 10.31.
34 Wesley ofrece el griego, porque la versión que está utilizando dice
«sinceridad piadosa» en lugar de «sinceridad de Dios», como dice el griego y
como dice también la RVR.
236 El testimonio de nuestro propio espíritu
clase de sinceridad entre ellos mismos, la cual tenían en muy
alta estima). También lo hace para denotar el objeto y el fin
de sinceridad como virtud cristiana, tomando en cuenta que
todo lo que no está dirigido hacia Dios tiende a hundirse en
los débiles y pobres rudimentos del mundo.35 Al llamarla
«sinceridad de Dios», el Apóstol también menciona a su
autor, el Padre de las luces, de quien proviene todo don
perfecto,36 lo cual se explica mejor en las palabras que
siguen: «no con sabiduría humana sino con la gracia de
Dios».
14. «No con sabiduría humana». Es como si el
Apóstol hubiera dicho, «No podemos conversar en el
mundo por medio de ninguna fuerza natural de nuestro
entendimiento, tampoco por ningún conocimiento adquirido
natural o por medio de la sabiduría. No podemos obtener
esta sencillez o practicar esta sinceridad por la fuerza
haciendo uso del sentido común, o guiados por la buena
naturaleza o la buena preparación. Esto va más allá de
nuestro valor nativo y nuestra resolución, al igual que todos
nuestros preceptos filosóficos. El poder de la costumbre no
basta para adiestrarnos en esto, ni las mas refinadas reglas
de la educación humana. Ni tampoco pude yo, Pablo,
lograrlo, a pesar de todas las ventajas que disfruté mientras
estaba «en la carne»37 (en mi estado natural), y perseguía
esto por medio de la «sabiduría» carnal y natural.
Y aun así, seguramente, si alguien pudo haber
logrado esto por medio de esa sabiduría, ese alguien fue
Pablo. Porque casi no podemos concebir la idea de que
alguien esté mas capacitado y sea más favorecido con todos
35 Gá. 4.9.
36 Stg. 1.17.
37 Ro. 7.5
Sermón 12 237
los dones tanto de la naturaleza como de la educación.
Porque además de sus habilidades naturales, que
probablemente no eran inferiores a las de sus
contemporáneos, tenía todos los beneficios del aprendizaje,
habiendo estudiando en la Universidad de Tarso, para
después estudiar bajo los pies de Gamaliel, la persona de
mayor reconocimiento tanto por su integridad como por su
conocimiento que existía entonces en toda la nación judía. Y
además, Pablo tenía todas las ventajas posibles de la
educación religiosa, siendo fariseo, hijo de fariseo, formado
en la más estricta profesión o secta, que se distinguía de las
demás precisamente por su escrupulosidad. Y él aventajaba
a muchos de sus contemporáneos en su nación, siendo
mucho más celoso de las tradiciones de sus padres,38 en
todo lo que pensaba le agradaba a Dios y, en cuanto a la
justicia que es en la ley, irreprensible.39 Pero aun así no
pudo alcanzar esta sencillez y sinceridad piadosa. Todo era
trabajo perdido, en un sentido profundo y doloroso por lo
cual fue constreñido a clamar: «Pero cuantas cosas eran
para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor
de Cristo».40
15. Pablo no hubiera obtenido esto sino por la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús,41 o «por la
gracia de Dios»--otra expresión que casi quiere decir lo
mismo. Por «la gracia de Dios» se entiende algunas veces
ese amor libre, esa misericordia inmerecida, por la cual yo,
un pecador, soy reconciliado con Dios por los méritos de
Cristo. Pero en este caso quiere decir ese poder de Dios, el
38 Gá. 1.14.
39 Fil. 3.6.
40 Fil. 3.7-8.
41 Compárese el texto principal y Fil. 3.8.
238 El testimonio de nuestro propio espíritu
Espíritu Santo que en vosotros produce así el querer como
el hacer, por su buena voluntad.42 Tan pronto como la
gracia de Dios (en el sentido primordial de su amor
perdonador) ministra a nuestra alma, la gracia de Dios (en el
sentido secundario, el poder del Espíritu) se presenta
también 2
allí. Y ahora podemos hacer, por la gracia de Dios, lo que era
imposible para el ser humano. Ahora sí podemos conversar
correctamente. Podemos hacer todas las cosas a la luz y el
poder de ese amor, por medio de Cristo quien nos
fortalece.43 Ahora tenemos «el testimonio de nuestra
conciencia», la cual nunca hubiéramos tenido por medio de
la sabiduría humana, «que con sencillez y sinceridad de
Dios,... nos hemos conducido en el mundo».
16. Esto es propiamente el fundamento del gozo
cristiano. Por lo tanto, ahora sí podemos concebir cómo
quien tiene este testimonio en sí mismo, se regocija
siempre.44 Puede decir, «engrandece mi alma al Señor y mi
espíritu se regocija en Dios mi Salvador».45 Yo me regocijo
en él quien, con su propio amor inmerecido, su misericordia
libre y amorosa, me llamó a este estado de salvación46
donde con su poder ahora permanezco. Me regocijo porque
su Espíritu da testimonio a mi espíritu de que somos hijos
de Dios,47 que he sido comprado con la sangre del
Cordero,48 y al creer en él, soy miembro de Cristo, hijo de
42 Fil. 2.13.
43 Fil. 4.13.
44 1 Ts. 5.16.
45 Lc. 1.46-47.
46 Cita del Catecismo, Libro de Oración Común.
47 Ro. 8.16.
48 Ap. 7.14; 12.11.
Sermón 12 239
Dios y heredero del reino.49 Me regocijo porque el amor de
Dios hacia mí ha ocasionado en mí, por el mismo Espíritu,
que le ame; y que por él, ame a cada criatura de Dios, a cada
ser viviente que él ha creado. Me regocijo porque pone en
mí el mismo sentir que hubo en Cristo:50 sencillez, la mirada
fija en él a cada palpitar de mi corazón, la capacidad de
dirigir siempre el ojo amoroso de mi alma hacia quien me
amó y se entregó a sí mismo por mí;51 de dirigirme hacia él
solamente, hacia su gloriosa voluntad, en todo lo que pienso
o hablo o hago; pureza, no deseando ninguna otra cosa sino
a Dios, crucificando la carne con sus afectos y lujurias,52
poniendo la mira en las cosas de arriba, no en las de la
tierra;53 santidad para recobrar la imagen de Dios;54 una
renovación del alma a su imagen; y una sinceridad piadosa,
dirigiendo todas mis palabras y obras hacia su gloria. En
esto me regocijo de igual manera, y aún me regocijaré,
porque mi conciencia da testimonio al Espíritu Santo, por la
luz que continuamente derrama sobre ella para que ande
como es digno de mi vocación. Soy llamado55 para que me
abstenga de toda clase de maldad,56 huyendo del pecado
como si fuera una serpiente,57 y en cuanto tenga
oportunidad que haga todo el bien posible, de cualquier
clase, a todas las personas, que siga a mi Señor en todos sus
caminos, y haga lo que sea aceptable delante de él. Me
49 Paráfrasis compuesta de 1 Co. 6.15; Ro. 8.16-17 y Stg. 2.5.
50 Fil. 2.5.
51 Gá. 2.20.
52 Gá. 5.24.
53 Col. 3.2.
54 Gn. 1.27; 9.6.
55 Ef. 4.1.
56 1 Ts. 5.22.
57 Ec. 21.2.
240 El testimonio de nuestro propio espíritu
regocijo porque tanto veo como siento, por medio de la
inspiración del Espíritu Santo de Dios, que todas mis obras
son hechas en él, sí, y que él es quien obra todas mis obras
en mí. Me regocijo al ver, por medio de la luz de Dios que
brilla en mi corazón, que tengo poder para andar en sus
caminos, y que por medio de su gracia no me desvío de
ellos, ni a la derecha ni a la izquierda.58
17. Tales son el fundamento y la naturaleza de ese
gozo con el cual el cristiano se regocija siempre. Y por todo
esto podemos inferir, primero, que este gozo no es natural.
No llega a nosotros por ninguna causa natural; ni por
ninguna emoción espiritual. Esto puede dar un gozo
pasajero. Pero el cristiano se regocija siempre.59 No se debe
a la salud del cuerpo o al ocio, o a alguna fuerza o
constitución porque este gozo es tan fuerte tanto en medio
de la enfermedad como en el dolor; sí, tal vez más fuerte que
antes. Muchos cristianos nunca han experimentado ninguna
clase de gozo comparable al que llena el alma cuando el
cuerpo está casi gastado por el dolor, o consumido por
alguna enfermedad crónica. Y menos que todo, se debe
atribuir este gozo a la prosperidad externa, a la buena
voluntad de los demás, o a la abundancia de posesiones
materiales. Porque es cuando su fe es probada por el fuego,
por toda clase de aflicciones externas, que los hijos de Dios
se regocijan en aquél a quien sin ver lo aman, aun con un
gozo inexplicable.60 Y nunca antes los humanos se
regocijaron como los que fueron usados como la
escoria...del mundo,61 quienes vagaban de aquí para allá,
58 Jos. 23.6.
59 2 Co. 6.10.
60 1 P. 1.8.
61 1 Co. 4.13.
Sermón 12 241
necesitados de todo, con hambre, fríos, desnudos, en juicios
no solamente de burlas crueles, sino más que todo en
prisiones,62 sí, quienes no escatimaron su propia vida.63
18. De las consideraciones precedentes podemos
inferir, en segundo lugar, que el gozo de un cristiano no se
debe a ninguna ceguera de conciencia, por no poder discernir
entre lo bueno y lo malo. El cristiano no conocía este gozo
hasta que los ojos de su entendimiento le fueron abiertos.64
No lo conocía hasta que tuvo sentidos espirituales, capaces
de discernir espiritualmente lo bueno y lo malo.65 Y ahora el
ojo de su alma no se oscurece. Nunca antes tuvo tan buena
vista. Ahora tiene una rápida percepción de las cosas más
pequeñas que es extraordinaria para el ser natural. Así como
la mota es visible en un rayo de sol, así también para quien
anda en la luz bajo los rayos del sol increado, cada mota de
pecado le es visible. Ya no cerrará los ojos de su conciencia.
Ese sopor se ha alejado de ella. Su alma está ampliamente
despierta: no más dormitar, ni cruzar los brazos para
reposar.66 Continuamente está sobre la torre de guardia para
escuchar lo que el Señor le dirá.67 Y siempre se regocija en la
misma cosa, como quien ve al Invisible.
19. En tercer lugar, el gozo del cristiano tampoco se
obtiene por medio del entorpecimiento o endurecimiento de
la conciencia. Es cierto que hay una clase de gozo en
aquéllos cuyos necios corazones están entenebrecidos,68
62 He. 11.36.
63 Hch. 20.24.
64 Ef. 1.18.
65 He. 5.14.
66 Pr. 6.10; 24.33.
67 Is. 21.8; 37.22.
68 Ro. 1.21.
242 El testimonio de nuestro propio espíritu
cuyo corazón es insensible, sin sentimientos, entorpecido, y
consecuentemente sin entendimiento espiritual. Debido a
sus corazones insensibles e insensatos, se pueden regocijar
al cometer pecado, y a esto probablemente le llaman
«libertad». Lo que verdaderamente es embriaguez del alma,
es un adormecimiento fatal del espíritu, la insensibilidad
estúpida de una conciencia cauterizada. Por el contrario, un
cristiano tiene una sensibilidad sumamente desarrollada, cual
nunca la había concebido antes. Antes que el amor de Dios
reinara en su corazón, nunca tuvo tal ternura de conciencia.
Esto también es su gloria y su gozo, que Dios ha escuchado
su continua oración:
Oh, que mi tierna alma pudiera volar
Del primer encuentro abominable de maldad:
Tan rápido como la niña del ojo
Al sentir el toque leve del pecado.69
20. Para concluir, el gozo del cristiano es el gozo de
la obediencia, gozo en amar a Dios y guardar sus
mandamientos. Sin embargo, no es cuestión de guardarlos
como si por ello cumpliéramos las condiciones del pacto de
obras. Como si por nuestras obras de justicia procurásemos
el perdón y la aceptación de Dios. No es así: ya hemos sido
perdonados y aceptados por medio de la misericordia de
Dios en Cristo Jesús. No es que procuremos la vida por
nuestra propia obediencia, la vida libre de la muerte de
pecado. Ya hemos obtenido esto también por la gracia de
Dios. Os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en
vuestros pecados.70 Y ahora estamos vivos para Dios en
Cristo Jesús, Señor nuestro.71 Pero nos regocijamos en
69 Hymns and Sacred Poems (1742), p. 218.
70 Ef. 2.1.
71 Ro. 6.11.
Sermón 12 243
andar de acuerdo con el pacto de gracia, en amor santo, y
feliz obediencia. Nos regocijamos en saber que siendo
justificados por su gracia,72 no hemos recibido en vano la
gracia de Dios.73 Que él, habiéndonos reconciliado
gratuitamente consigo mismo (no porque nosotros
tuviésemos voluntad para ello o por nuestro caminar, sino
por la sangre del Cordero), nos reconcilió consigo mismo, y
ahora andamos en sus mandamientos por la fortaleza que
nos ha dado.74 El me ha ceñido de fuerzas para la pelea,75 y
nosotros con gusto peleamos la buena batalla de la fe.76
Nos regocijamos por medio de él quien vive por la fe en
nuestros corazones, para echar mano de la vida eterna.77
Este es nuestro gozo, que nuestro Padre hasta ahora
trabaja,78 para que nosotros también hagamos las obras de
Dios (no por nuestras propias fuerzas o sabiduría sino por
medio del poder de su Espíritu que se nos da
gratuitamente).79 Y quiera Dios trabajar en nosotros todo
aquello que sea agradable a sus ojos,80 pues suyos son la
gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.
72 Ro. 3.24; Tit. 3.7.
73 2 Co. 6.1.
74 Sal. 119.32.
75 Sal. 18.39; 2 S. 22.40.
76 1 Ti. 6.12.
77 Ibid.
78 Jn. 5.17.
79 Jn. 6.28.
80 He. 13.21.
245
Sermón 13
Del pecado en los creyentes
2 Corintios 5.17
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es.
I.1 ¿Existe el pecado en quien está en Cristo?
¿Permanece el pecado en quien cree en él?1 ¿Hay algún
pecado en los que son nacidos de Dios,2 o son totalmente
liberados de él? No crean que esto es una pregunta curiosa,
o que es de poca importancia, en cualquier forma que se
determine. Por el contrario, es un punto sumamente
importante para cualquier cristiano sincero, pues su
respuesta concierne tanto a la felicidad presente como a la
eterna.
2. No sé que este punto se haya discutido en la
iglesia primitiva. En realidad no había lugar para discutirlo,
pues todos los cristianos estaban de acuerdo. Y en lo que yo
he observado, todos los primeros cristianos que nos han
dejado algo por escrito, declaran a una voz que aun los
creyentes en Cristo, hasta que lleguen a fortalecerse en el
Señor, y en el poder de su fortaleza, tienen que luchar
contra principados, contra potestades, y no contra sangre y
carne.3
3. Y en este punto, como a la verdad en muchos
otros, nuestra iglesia sigue fielmente a la primitiva y declara
en su Artículo IX: «El Pecado Original [...] es la compasión
1 Jn. 9.36,41.
2 1 Jn. 3.9; 4.7, etc.
3 Ef. 6.10,12.
246 El pecado en los creyentes
de la naturaleza de cada persona, [...] por la cual [...] se
inclina en su propia naturaleza al mal, de tal manera que el
deseo de la carne es contra el Espíritu. Y esta infección de la
naturaleza permanece en los regenerados, en donde el deseo
de la carne, llamada en griego fróneema serkós, [...] no se
sujeta a la ley de Dios. Y aunque no hay condenación para
los que creen [...], sin embargo, esta concupiscencia tiene de
por sí el carácter de pecado».
4. Las otras iglesias dan este mismo testimonio, no
sólo la Iglesia Griega y Romana, sino cada iglesia reformada
en Europa, de cualquier denominación. Inclusive, algunas de
ellas se van al extremo describiendo la corrupción del
corazón del creyente de tal manera que no puede dominarlo
sino que, por el contrario, los creyentes están sujetos a él.
Con lo cual casi borran la diferencia entre el creyente y el no
creyente.
5. Para evitar este extremo, muchas personas bien
intencionadas, especialmente entre quienes siguen al finado
Conde Zinzendorf, cayeron en el otro extremo, declarando
que «todos los creyentes verdaderos no son slavos sólo del
dominio del pecado, sino de la esencia misma del pecado,
tanto interno como externo, de tal manera que ya no mora
en ellos.» Y hace como 20 años, muchos de nuestros
ciudadanos recibieron de ellos y aceptaron la misma
opinión--que aun la corrupción de la naturaleza ya no está
en quienes creen en Cristo.
6. Es cierto que cuando a los alemanes4 se les
demandó mayor claridad acerca de esto, muchos
consintieron que el pecado sí permanece en la carne pero no
en el corazón del creyente. Después de algún tiempo,
4 Es decir, los moravos.
Sermón 13 247
cuando se dieron cuenta de lo absurdo de tal posición, la
abandonaron, diciendo que el pecado sí permanece en quien
nace de Dios, aunque ya no reina.
7. Los ingleses que habían recibido esta doctrina de
los alemanes (unos directamente, otros no), no se dejaron
convencer tan fácilmente a abandonar tal doctrina. Aunque
casi todos vieron que no había manera de defenderla, varios
se persuadieron a dejarla, pues hasta el día de hoy la
sostienen.
II.1 Por el bien de éstos que en verdad temen a Dios
y desean conocer la verdad que está en Jesús,5 no erramos
al considerar este punto con calma e imparcialidad. Al hacer
esto, uso las palabras «regenerados», «justificados» y
«creyentes» indistintamente porque, aunque no tienen
precisamente el mismo significado (la primera implica un
cambio interno, catual; la segunda un cambio relativo, y la
tercera son los medios por los cuales los dos primeros se
producen), sin embargo, llegan a ser la misma cosa, porque
quien «cree» es tanto «justificado» como «nacido de Dios.»
2. Aquí me refiero al pecado interno, o sea cualquier
enojo, pasión o afecto, tal como el orgullo, la obstinación, el
amor al mundo en cualquiera de sus formas, la
concupiscencia, la ira, la irritabilidad, o cualquier
disposición contraria a la mente de Cristo.
3. No se trata del pecado externo, de si los hijos de
Dios cometen pecado o no. Todos estamos de acuerdo y
sostenemos firmemente que el que practica el pecado es del
diablo.6 Estamos de acuerdo en que quien es nacido de
Dios, no practica el pecado.7 Tampoco estamos indagando
5 Ef. 4.21.
6 1 Jn. 3.8.
7 1 Jn. 3.9.
248 El pecado en los creyentes
aquí si el pecado interno permanecerá siempre en los hijos
de Dios; si continuará en el alma mientras esté en el cuerpo.
Tampoco estamos tratando de descubrir si la persona
justificada puede recaer en un pecado ya sea interno o
externo. Nos preguntamos únicamente: ¿está libre de todo
pecado quien ha sido justificado o regenerado, desde el
momento mismo de la justificación? ¿No queda pecado en
su corazón ahora ni nunca más, a menos que caiga de la
gracia?
4. Concedemos que el estado de una persona
justificada es inefablemente grande y glorioso. Ha nacido de
nuevo, no de sangre ni de voluntad de carne, ni de voluntad
de varón, sino de Dios. 8Es hijo de Dios, miembro de
Cristo, heredero del reino de los cielos. La paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento, guardará su corazones y sus
pensamientos en Cristo Jesús.9 Su propio cuerpo es templo
del Espíritu Santo,10 y morada de Dios en el Espíritu.11 Ha
sido creado en Cristo Jesús;12 lavado, y santificado. Sus
corazones han sido purificados por la fe.13 Ha sido limpiada
la corrupción que hay en el mundo.14 El amor de Dios ha
sido derramado en sus corazones por el Espíritu Santo que
les fue dado.15 Y mientras ande en amor16 (lo cual siempre
es posible) adorará a Dios en Espíritu y en verdad.17
8 Jn. 1. 13.
9 Fi. 4.7.
10 1 Co. 6.19 .
11 Ef. 2.22.
12 Ef. 2.10.
13 Hch. 15.9.
14 2 Pe. 1.14.
15 Ro. 5.5,
16 Ef. 5.2.
17 Jn. 4.23,24.
Sermón 13 249
Guarda sus mandamientos, y hace las cosas que son
agradables delante de Dios,18 de tal manera procura tener
siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los
hombres.19 Y tiene poder sobre el pecado tanto interno
como externo, desde el momento que es justificado.
III.1 Pero ¿no queda entonces libre de todo pecado,
de tal manera que ya no hay pecado en su corazón? No
puedo decir ni creer tal cosa, pues San Pablo dice lo
contrario. El se está dirigiendo a creyentes, y les describe su
estado general cuando dice, «El deseo de la carne es contra
el Espíritu, y el Espíritu contra la carne, y éstos se oponen
entre sí».20 Nada puede ser más claro. El Apóstol aquí
afirma directamente que «la carne», la naturaleza
pecaminosa, se opone «al Espíritu» también en los
creyentes, pues aun en los que han sido regenerados hay
dos principios que «se oponen entre sí.»
2. Además, cuando les escribe a los creyentes de
Corinto, a los santificados en Cristo Jesús,21 les dice, «Yo,
hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino
como a carnales, como a niños en Cristo ... porque aún sois
carnales pues habiendo entre vosotros celos, contiendas ...
¿no sois carnales?»22 Aquí Pablo se dirige indudablemente
a los que son creyentes, a los cuales califica como hermanos
en Cristo, pero les dice que todavía son carnales, pues
afirma que hay «envidias» (un temperamento maligno) que
ocasionan «pleitos» entre ellos mismos, y sin embargo, no
da la más mínima indicación de que hayan perdido su fe.
18 1 Jn. 3.22.
19 Hch. 24.16.
20 Gá. 5.17.
21 1 Co. 1.2.
22 1 Co. 3.1,3.
250 El pecado en los creyentes
No. Abiertamente les declara que no la han perdido, pues de
lo contrario, no serían «niños en Cristo». Y lo más
maravilloso de esto, es que él habla de ser «carnal» y de
«niños en Cristo,» como una misma cosa, demostrando
claramente que cada creyente es «carnal» (hasta cierto
grado) mientras siga siendo sólo un «niño en Cristo».
3. Ciertamente este punto tan importante, que en los
creyentes existen estos principios contrarios, es decir, la
naturaleza y la gracia; la carne y el espíritu, se encuentra en
todas las epístolas de Pablo y en toda la Escritura. Casi
todas las instrucciones y exhortaciones que se encuentran en
ellas están fundadas sobre esta suposición, señalando las
malas inclinaciones o prácticas de quienes, a pesar de todo,
son reconocidos por los escritores sagrados como creyentes.
Y constantemente se les exhorta a luchar y vencer sobre el
mal, por medio del poder de la fe.
4. Y ¿quién puede dudar que el ángel de la Iglesia de
Efeso tenía fe cuando nuestro Señor le dijo, «Yo conozco tus
obras y tu arduo trabajo y paciencia...Y has tenido
paciencia y has trabajado por amor de mi nombre y no has
desmayado?» Pero ¿acaso esto significa que en todo ese
tiempo no hubo pecado en su corazón? Sí, sí lo hubo. O
Cristo no hubiera agregado, «Pero tengo contra ti, que has
dejado tu primer amor».23 Esto que Dios vio en su corazón
era verdadero pecado, del cual se le exhorta a que se
arrepienta. Y sin embargo, no tenemos derecho a decir que
no tenía fe.
5. Al ángel de la Iglesia de Pérgamo también se le
exhorta a arrepentirse, lo cual implica pecado, aunque
nuestro Señor expresamente le dice, «no has negado mi
23 Ap. 2.2-4.
Sermón 13 251
fe».24 Y al ángel de la Iglesia en Sardis le dice, «afirma las
otras cosas que están para morir».25 Lo bueno que había en
esa iglesia estaba listo para morir, pero no estaba muerto
realmente, pues todavía permanecía en ella una chispa de fe
que debía guardar.
6. Otra vez cuando el Apóstol llama la atención a los
creyentes a limpiarse a sí mismos de toda contaminación de
carne y de espíritu,26 claramente indica que no estaban
limpios todavía.
¿Me contestarán ustedes que el que se abstiene de
toda clase de mal27 se limpia ipso facto a sí mismo de toda
maldad? De ninguna manera. Por ejemplo, una persona me
calumnia y yo me enojo con ella, lo cual es contaminación
del espíritu, y sin embargo no digo nada. Aquí me abstengo
de toda clase de maldad, pero esto no me limpia de esa
contaminación del espíritu, según tristemente compruebo.
7. Por tanto, la teoría de que «no hay pecado en el
creyente, ni mente carnal, ni tendencia a reincidir» es
contraria a la Palabra de Dios y a la experiencia de sus hijos.
Estos constantemente sienten que tienen un corazón
inclinado a reincidir, una tendencia natural al mal, una
inclinación a alejarse de Dios y asirse de las cosas del
mundo. Son sensibles diariamente al pecado que permanece
en sus corazones, al orgullo, la obstinación, la incredulidad,
y al pecado que se aferra a todo lo que dicen y hacen (aun a
sus mejores acciones y deberes más sacros). Sin embargo, al
mismo tiempo ellos saben que son de Dios.28 No pueden
24 Ap. 2.13.
25 Ap. 3.2.
26 2 Co. 7.1.
27 1 Tes. 5.22.
28 1 Jn. 5.19.
252 El pecado en los creyentes
dudar por un solo momento. Sostienen que el mismo
Espíritu da testimonio a sus espíritus que son hijos de
Dios.29 Se regocijan en Dios por medio del Señor nuestro
Jesucristo, de quien han recibido la expiación.30 Así pues,
están igualmente seguros de que el pecado está en ellos y de
que Cristo está en ellos, la esperanza de gloria.31
8. Pero, ¿puede Cristo morar en el mismo corazón
donde hay pecado? Indudablemente que sí; de otra manera
la persona no pudiera ser salva. Donde está la enfermedad,
allí está el médico,
Continuando su obra interna
luchando por erradicar el pecado.32
Cristo ciertamente no puede reinar donde el pecado reina,
ni tampoco puede morar donde todo pecado se permite.
Pero él reina y mora en el corazón de cada creyente que
lucha en contra del pecado aunque no esté purificado según
los ritos de purificación del santuario.33
9. Ya se ha observado antes, que la doctrina contraria
que enseña que no hay pecado en los creyentes, es
totalmente nueva en la Iglesia de Cristo. Por diecisiete siglos
no se había oído de ello hasta que el Conde Zinzendorf la
descubrió. Yo no recuerdo haber leído la más mínima
insinuación de ello en los escritores antiguos ni modernos, a
menos que se encuentren probablemente en los escritos de
algunos antinomianos exagerados. Y éstos lo mismo dicen
que se desdicen, reconociendo que hay pecado en la carne
más no en el corazón. Pero cualquier doctrina nueva debe de
29 Ro. 8.16.
30 Ro. 5.11.
31 Col. 1.27.
32 Del himnario Hymns and Sacred Poems (1739), p. 214.
33 2 Cr. 30.19.
Sermón 13 253
estar equivocada; porque la religión antigua es la única y
verdadera, y ninguna doctrina puede estar correcta, a menos
que sea la misma que era desde el principio.34
10. Otro argumento más en contra de esta doctrina
nueva y antibíblica, se puede deducir de sus terribles
consecuencias. Alguien dice «hoy me enojé». ¿Acaso debo
yo contestarle «usted no tiene fe»? Otro puede decir, «sé
que su consejo es bueno, pero mi voluntad se opone a él».
¿Debo acaso decirle, «usted es un inconverso que está bajo
la ira y la maldición de Dios»? ¿Cuál será la consecuencia
natural de esto? Porque si la persona cree lo que digo, su
alma no sólo se entristecerá y se lastimará, sino tal vez se
destruirá totalmente, pues perderá esa confianza que tiene
grande galardón?35 Y habiéndose despojado de su escudo,
¿cómo apagará los dardos de fuego del maligno?36 ¿Cómo
vencerá al mundo?37 puesto que esta es la victoria que ha
vencido al mundo, nuestra fe.38 Queda desarmada frente a
sus enemigos, expuesta a todos sus ataques. No nos
sorprenda si es finalmente destruida, si es llevada cautiva, si
cede a una y otra maldad, y nunca se puede levantar.
Luego, por ningún motivo puedo yo aceptar la
declaración que dice «no hay pecado en un creyente desde el
momento que es justificado». En primer lugar, porque es
contraria a todo el tenor de la Biblia. En segundo lugar,
porque es contraria a la experiencia de los hijos de Dios. En
tercer lugar, porque es absolutamente nueva. Nunca se había
oído de esto, hasta hace poco. Y, en último lugar, porque
34 Jn. 1.1.
35 He. 10.35.
36 Ef. 6.16.
37 Jn. 16.33.
38 1 Jn. 5.4.
254 El pecado en los creyentes
tiene consecuencias fatales, no solamente contristando a
quienes Dios no desea contristar, sino tal vez arrastrándoles
a la perdición eterna.
IV.1. Sin embargo, escuchemos los argumentos
principales de quienes sostienen esto. Primeramente, tratan
de demostrar por medio de la Escritura que no hay pecado
en el creyente. Por lo tanto dicen: La Biblia asegura que cada
creyente es nacido de Dios,39 limpio,40 santo,41
santificado,42 puro de corazón,43 tiene un corazón nuevo, es
templo del Espíritu Santo.44 Ahora bien, como lo que es
nacido de la carne, carne es, y es totalmente malo, así
también lo que es nacido del Espíritu, es espíritu,45 y es
también todo bueno. El ser humano no puede ser limpio,
santificado, puro; y al mismo tiempo inmundo, no
santificado, impuro. No puede ser puro e impuro, o tener
un corazón tanto nuevo como viejo. Ni su alma puede ser
inmunda, mientras es el templo del Espíritu Santo.
He expuesto esta objeción tan fuertemente como he
podido, para que todo su peso pueda verse. Examinémosla
ahora, parte por parte. En primer lugar, lo que es nacido del
Espíritu, espíritu es, y por tanto es bueno. Yo acepto el
texto, pero no el comentario. Lo que el texto afirma, y nada
más, es que toda persona que es nacida del Espíritu es
espiritual. Sí lo es. Pero puede ser que no lo sea del todo.
Los cristianos de Corintio eran espirituales, pues de otra
39 1 Jn. 3.9; 4.7.
40 Jn. 15.3.
41 Ef. 1.4.
42 Ro. 15.16.
43 Mt. 5.8.
44 1 Co. 6.19.
45 Jn. 3.6.
Sermón 13 255
manera no hubieran sido cristianos. Sin embargo, no eran del
todo espirituales; todavía eran (en parte) carnales. Alguien
objetará, «pero habían caído de la gracia». San Pablo dice
que no: eran todavía «niños en Cristo».46 En segundo lugar,
declaran que la persona no puede ser limpia, santificada,
pura, y al mismo tiempo sucia, impura, e inmunda.
Ciertamente que sí puede. Los corintios lo eran. El Apóstol
les dice Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados,
propiamente limpiados de la fornicación, idolatría, y
borracheras, y toda otra clase de pecado externo.47 Al
mismo tiempo en otro sentido de la palabra no eran
santificados; no eran lavados, no estaban limpios de envidia,
ni de las malas opiniones, de la parcialidad. Dirán entonces:
«pero de seguro, no tenían un corazón nuevo y un corazón
viejo a la misma vez». Seguro que sí lo tenían, porque en al
mismo tiempo sus corazones habían sido renovados
verdadera, pero no completamente. Su mente carnal había
sido clavada en la cruz; mas no estaba completamente
destruida. «Pero», dirán, «¿podían ser inmundos, mientras
que eran templos del Espíritu Santo?48 Sí. No cabe duda de
que eran templos del Espíritu Santo; pero también era cierto
que en parte eran carnales, es decir, inmundos.
2. Otra vez objetarán: «Sin embargo, hay un pasaje
bíblico que pondrá fin a esta pregunta: si alguno (un
creyente) está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas
pasaron, he aquí todas son hechas nuevas».49 Ciertamente,
no se puede ser nueva criatura y vieja al mismo tiempo,
pero sí se puede ser renovada en parte, lo cual era el caso
46 1 Co. 3.1.
47 1 Co. 6.9,10,11.
48 1 Co. 6.19.
49 2 Co. 5.17.
256 El pecado en los creyentes
mismo de los corintios. Habían sido renovados,
indudablemente, en el espíritu de su mente,50 o no hubieran
sido siquiera «niños en Cristo».51 Sin embargo, no tenían la
mente toda que hubo en Cristo,52 pues había envidias entre
ellos. Otra vez objetarán: «eso expresamente dice, las cosas
viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas». No
debemos de interpretar las palabras del Apóstol de tal modo
que se contradiga a sí mismo. Si Pablo va a ser consecuente
consigo mismo, el significado claro de sus palabras es éste.
Su antiguo juicio (en relación con la justicia, la santidad, la
felicidad, y todo lo que tenga que ver con Dios en general),
ha pasado, lo mismo sus deseos antiguos, afectos, mal
genio, y conversación. Todos éstos han llegado a ser
indudablemente, nuevos, completamente diferentes de lo
que eran. Aun así, aunque son nuevos, no son totalmente
nuevos. Todavía siente, para su propia vergüenza y tristeza,
los residuos del viejo hombre,53 demasiadas manchas
manifiestas de su mal carácter e inclinaciones: una ley en sus
miembros que constantemente lucha contra la ley de su
mente,54 aunque este mal no logre ventaja alguna55 mientras
vele en oración.56
3. Todo este argumento de que «si está limpio, está
limpio»; «si es santo, es santo»; (y veinte expresiones
semejantes que fácilmente pueden aducirse), es en realidad
un juego de palabras. Es la falacia de argüir de lo particular a
50 Ef. 4.23.
51 1 Co. 3.1.
52 Fil. 2.5.
53 Co. 3.9.
54 Ro. 7.23.
55 2 Co. 2.11.
56 1 Pe. 4.7.
Sermón 13 257
lo general, de inferir una conclusión general de premisas
particulares. La oración completa dice así, «si la persona
tiene algo de santa, es santa en todo. Eso no es cierto. Todo
niño en Cristo es santo, y sin embargo, no lo es del todo. Es
salvo del pecado, sí, pero no completamente. Pues el
pecado quiere decir que permanece en la persona pero no
reina en ella. Si se imaginan que el pecado no permanece (al
menos en los «niños en Cristo», cualesquiera que sea el
caso, en los «jóvenes» o «padres»), ciertamente no han
considerado la altura y la profundidad, la anchura, y la
largura de la ley de Dios (aun la ley del amor que Pablo
menciona en 1 de Corintios 13); y que cada desviación e
inconformidad con esta ley (anomía) es pecado.57 Ahora
bien, ¿no hay jamás tal inconformidad en el corazón o en la
vida del creyente? Lo que pueda haber en un cristiano
adulto es otra cosa. ¡Pero cuán desconocedor de la
naturaleza humana ha de ser quien pueda imaginarse que tal
sea el caso con cada niño en Cristo!
4. Otra objeción: «Pero los creyentes andan en el
Espíritu,58 y el Espíritu de Dios mora en ellos. Por
consecuencia, son librados de la culpa, del poder, o, en una
palabra, de la esencia misma del pecado.»
Estos elementos se unen como si fueran una misma
cosa. Pero no lo son. La culpa es una cosa, el poder es otra,
y la esencia es todavía otra. Estamos de acuerdo en que los
creyentes son librados de la culpa y del poder del pecado,
pero negamos que queden libres de su esencia. Ni tampoco
estos textos lo demuestra. Una persona puede tener el
Espíritu de Dios morando en ella, y puede andar en el
57 1 Jn. 3.4.
58 Rom. 8.1.
258 El pecado en los creyentes
Espíritu,59 y todavía sentir que la carne se opone al
Espíritu.60
5. Otra objeción: «Pero la iglesia es el cuerpo de
Cristo.61 Esto quiere decir que sus miembros son lavados de
toda inmundicia. De lo contrario, implicaría que Cristo y
Belial están incorporados el uno con el otro.»
¡No! No podemos pensar que porque quienes
pertenecen al cuerpo místico de Cristo todavía sienten que
la carne es contra el Espíritu, ello quiere decir que Cristo
tiene alguna clase de compañerismo con el diablo, o con ese
pecado, ya Cristo mismo ayuda a los creyentes a resistirlo
y vencerlo.
6. «Pero ¿no pertenecen los cristianos a la Jerusalén
celestial, donde nada inmundo puede entrar?62 Sí, y
también son parte de una gran compañía de muchos
millares de ángeles, y de los espíritus de los justos hechos
perfectos,63 es decir,
Tierra y cielo concuerdan,
Todos su gran familia.64
Y son asimismo santos y sin mancha mientras anden
conforme al Espíritu,65 aunque saben que existe otro
principio en ellos, y que se oponen el uno al otro.66
7. Siguen objetando: «Pero los cristianos están
reconciliados con Dios.67 Esto no sería posible si algo de la
59 Ro. 8.1.
60 Gá. 5.17.
61 Col. 1.24.
62 Ap. 21.27.
63 He. 12.22-23.
64 Hymns and Sacred Poems (1740), p. 198.
65 Rom. 8.1.
66 Gá. 5.17.
67 Ro. 5.10; 2 Co. 5.20.
Sermón 13 259
mente carnal68 permaneciera, pues esto es enemistad con
Dios. En consecuencia, no puede haber reconciliación sino
destruyendo la mente carnal totalmente.»
Somos reconciliados con Dios por medio de la
sangre de la cruz.69 En ese momento la corrupción de la
naturaleza, fróneema sarkós,70 la cual es enemistad con
Dios,71 nos queda supeditada. La carne ya no nos domina
más.72 Pero todavía existe y continúa con su enemistad
natural con Dios, luchando contra el Espíritu.
8. Insisten: «Pero los que son de Cristo han
crucificado la carne con sus pasiones y deseos.73 Ya lo han
hecho, pero la carne aún permanece, y a menudo estas
pasiones luchan por desprenderse de la cruz. No sólo eso,
sino que también se han despojado del viejo hombre con sus
pasiones.74 Las cosas viejas pasaron, todas son hechas
nuevas, en el sentido antes descrito. Se pueden citar cientos
de textos al respecto, y todos darían la misma respuesta.
Pero para resumir esto, diremos que Cristo se dio a sí
mismo por la iglesia, para que ... fuese santa y sin
mancha.75 Y así será al final. Pero nunca lo ha sido, desde el
principio hasta hoy.
9. Dicen: «Pero dejemos que la experiencia hable:
todos los que son justificados encuentran al mismo tiempo
una libertad completa de todo pecado.» Lo dudo. Pero si es
así, ¿son libres para siempre? De otra manera nada se gana.
68 Ro. 8.7.
69 Compare con Co. 1.20
70 Rom. 8.7.
71 Stg. 4.4.
72 Ro. 6.9.
73 Gá. 5.24.
74 Col. 3.9.
75 Ef. 5.25,27.
260 El pecado en los creyentes
Dicen: «Si no lo son, es por su propia culpa.» Eso está por
verse.
10. Siguen objetando: «Pero en la naturaleza misma
de las cosas, ¿puede alguien tener orgullo y no estar
orgulloso? ¿Puede tener ira y no estar airado?»
Es posible tener orgullo, puede pensar de sí en
algunas cosas más de lo que se es (y ser orgulloso en eso), y
aun así no ser una persona orgullosa en su carácter general.
Sí, se puede tener ira, y estar fuertemente propens a ella,
pero sin ceder. «Pero», preguntan, «¿pueden la ira y el
orgullo morar en un corazón donde solamente hay humildad
y mansedumbre?» ¡No! Pero algo de orgullo y de ira sí
puede haber en un corazón donde hay mucha humildad y
mansedumbre.
Dicen entonces: «Pero de nada sirve decir que tales
actitudes ahí están, pero no reinan, pues el pecado no puede
existir en ninguna de sus formas en donde no reina, ya que la
culpa y el poder son propiedades esenciales del pecado. Por
lo tanto, donde está una, deben de estar todas.»
¡Cosa extraña! ¿Cómo se atreven a decir que el
pecado no puede existir en ninguna de sus formas donde no
reina? Esto es absolutamente contrario a toda la experiencia,
a la Escritura, al sentido común. El estar resentido porque
alguien nos insultó es pecado. Es no estar en conformidad
con la ley del amor, es anomía. Esta ha sido mi experiencia
miles de veces, pero el pecado no ha reinado ni reina en mí.
Dicen que «culpa y el poder son propiedades esenciales del
pecado, por lo tanto, donde está una, ahí están todas.» Pero
no en el ejemplo que antes mencioné. Si no me someto al
resentimiento que siento, aun por un momento, no hay
ninguna culpa, no hay condenación de parte de Dios en
esto. Y en este caso, el pecado no tiene poder aunque se
Sermón 13 261
oponga al Espíritu.76 No prevalece. Aquí, por lo tanto,
como en otros diez mil casos, hay pecado sin haber la culpa
ni el poder del pecado.
11. «Pero suponer que hay pecado en el creyente
lleva a todo lo que causa temor y desaliento. Implica que
luchamos contra un poder que se ha posesionado de nuestra
fuerza, que ha usurpado nuestros corazones, y que en ellos
lucha contra nuestro Redentor.» Aunque tal digan, no es así.
Afirmar la existencia del pecado en nosotros no implica que
sea dueño de nuestra fuerza; al igual que una persona
crucificada no tiene poder sobre quienes le crucifican.
Tampoco implica que el pecado tenga usurpados nuestros
corazones. El usurpador ha sido destronado. Permanece en
verdad donde reinó en un tiempo, pero permanece en
cadenas. Entonces en cierto sentido sí hace la guerra, pero
se debilita más y más, mientras que el creyente va de
fortaleza en fortaleza y de victoria en victoria.
12. Dirás: «No estoy satisfecho todavía. Quien tiene
pecado es esclavo del pecado. Por se dices que uno es
justificado mientras es todavía esclavo de pecado. Ahora, si
se es justificado mientras se tiene orgullo, rencor o
incredulidad--y si uno afirma que tales cosas continúan
existiendo, (al menos por un tiempo) en los justificados--
¡no hay que maravillarse de que tengamos tantos creyentes
incrédulos, orgullosos y de mal carácter!»
No creo que quien ha sido justificado es esclavo del
pecado. Pero sí que el pecado permanece (al menos por un
tiempo) en todos los que son justificados.
«Pero si el pecado permanece en un, creyente es un
pecador. Por ejemplo, si tiene orgullo, es orgulloso; si hace
76 Gá. 5.17.
262 El pecado en los creyentes
su propia voluntad, es caprichoso; si no cree, es incrédulo.
Por tanto, no es creyente. Entonces, ¿cuál es la diferencia
entre los creyentes de los que no han sido regenerados?
Todavía esto es un mero juego de palabras. No
significan más que «si hay pecado en la persona, orgullo, y
hace lo que quiere, entonces hay pecado, orgullo y hace lo
que quiere». Y esto nadie lo puede negar. En ese caso,
entonces, la persona es orgullosa y terca. Pero no es
orgullosa y terca en el mismo sentido que lo son los
incrédulos, es decir, los que son gobernados por el orgullo o
el capricho. En esto, pues, se distinguen de las personas no
regeneradas. Unas obedecen al pecado; las otras no. La carne
mora en ambos. Pero unas andan conforme a la carne; las
otras conforme al Espíritu.
Pero, «¿cómo puede la incredulidad morar en un
creyente?» Esa palabra tiene dos significados: Quiere decir
que no hay fe, o que hay poca fe; es la ausencia de la fe, o se
debilidad. En el primer caso, la incredulidad no está en el
creyente; en el último, está en todos los niños en Cristo. Su
fe está comúnmente mezclada con la duda o el temor, es
decir (según el segundo sentido de la palabra), con la
incredulidad. «¿Por qué teméis, hombres de poca fe?»77 dijo
nuestro Señor. Y en otra ocasión: «¡Hombre de poca fe!
¿Por qué dudaste?»78 Como ven, aquí está la incredulidad
en los creyentes, poca fe y mucha incredulidad.
13. «Pero la doctrina de que el pecado permanece en
el creyente, es decir, que ha encontrado favor delante de
Dios mientras que hay pecado en su corazón--ciertamente
estimula a pecar.»
77 Mt. 8.26.
78 Mt. 14.31.
Sermón 13 263
Si uno entiende bien la proposición, entonces no hay
tal cosa. Se puede gozar del favor de Dios aunque se sienta
pecado, pero no sin ceder a él. El tener pecado no le quita a
uno el favor de Dios; ceder al pecado, sí. Aunque la carne
en ti se oponga contra el Espíritu, puede aun así ser hijo de
Dios. Pero si caminas conforme a la carne, eres hijo del
diablo. Luego, esta doctrina no nos estimula a obedecer al
pecado, sino a resistirle con todas nuestras fuerzas.
V.1. En resumen: existen en cada persona, aun
después de haber sido justificada, dos principios contrarios,
la naturaleza y la gracia. San Pablo los llama carne y
espíritu. Por lo tanto aunque los niños en Cristo son
santificados, sólo lo son en parte. En cierto grado, según la
medida de su fe, son espirituales; pero en cierta medida, son
carnales. Por ello se exhorta constantemente a los creyentes
a cuidarse de la carne, así como del mundo y del diablo. Y
esto concuerda con la experiencia constante de los hijos de
Dios. Aunque tienen el testimonio del Espíritu en sí
mismos, también sienten una voluntad que no ha sido
completamente sometida a la voluntad de Dios. Saben que
están en él, y a la vez tienen un corazón que se quiere
apartar de él. En muchas ocasiones sienten una inclinación
hacia el mal, una resistencia a lo que es bueno. La doctrina
contraria es totalmente nueva, nunca conocida en la iglesia
de Cristo desde su venida al mundo hasta el tiempo del
Conde Zinzendorf. Acarrea las más fatales consecuencias.
Corta toda vigilancia en contra de la naturaleza maligna, en
contra de esa Dalila que se nos dice que ya se ha ido, aunque
todavía permanece en nuestro regazo.79 Quiebra el escudo
79 Jue. 16.
264 El pecado en los creyentes
de los creyentes débiles, les priva de su fe,80 y así les deja
expuestos a todos los ataques del mundo, de la carne y del
diablo.
2. Por lo tanto mantengamos la sana doctrina que ha
sido dada a los santos,81 quienes la pasaron por palabra
escrita a las generaciones que les siguieron: que aunque
somos renovados, limpiados, purificados y santificados en
el momento mismo en que verdaderamente creemos en
Cristo, sin embargo todavía no somos renovados ni
limpiados ni purificados del todo. La carne, la naturaleza
pecaminosa, todavía permanece en nosotros (aunque está
sujeta) y pelea contra el Espíritu. Con tanta mayor razón
usemos de diligencia al pelear la buena batalla de la fe.82
Con tanta mayor razón, velemos y oremos83
fervorosamente en contra del enemigo interno. Con tanta
mayor razón, pongámonos cuidadosamente toda la
armadura de Dios, porque no luchamos contra sangre y
carne, sino contra principados, contra potestades, contra
los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra
huestes espirituales de maldad en las regiones celestes...
para que podamos resistir en el día malo, y habiendo
acabado todo, estar firmes.84
80 Ef. 6.16.
81 Jud. 3.
82 1 Ti. 6.12.
83 Mt. 26.41; Mc. 13.34.
84 Ef. 6.11-13.
265
Sermón 14
El arrepentimiento del creyente
Marcos 1:15
Arrepentíos, y creed en el evangelio.
1. Generalmente se cree que el arrepentimiento y la
fe son, como quien dice, las puertas de la religión; que sólo
son necesarios al principio de nuestra carrera cristiana,
cuando emprendemos el camino hacia el reino. Esto parece
ser confirmado por el gran Apóstol cuando, al exhortar a los
cristianos hebreos a ir adelante a la perfección, les enseña
que dejen los rudimentos de la doctrina de Cristo...no
echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de
obras muertas, de la fe en Dios;1 Lo que debe significar,
cuando menos, que deben, comparativamente, abandonar
estas cosas que al principio ocuparon sus mentes y
proseguir a la meta, al premio del supremo llamamiento de
Dios en Cristo Jesús.2
2. No cabe la menor duda de que esto es cierto; que
existen cierta fe y arrepentimiento, muy necesarios
especialmente al principio; arrepentimiento que es
convicción de nuestro completo estado de pecado, nuestra
culpabilidad y desamparo y que precede a nuestro recibir el
reino de Dios que nuestro Señor dice, está entre nosotros;3
y una fe por medio de la cual recibimos el reino: justicia, paz
y gozo en el Espíritu Santo.
1 He. 6.1.
2 Fil 3.14.
3 Lc. 17.21.
266 El arrepentimiento del creyente
3. Pero, a pesar de esto, existen cierto
arrepentimiento y cierta fe (tomando estas palabras en otro
sentido que no es el mismo ni tampoco por completo
diferente al anterior), que son un requisito aun después de
haber creído al evangelio;4 más aun, en todas las sucesivas
etapas de nuestra carrera cristiana, pues de otra manera no
podemos correr la carrera que tenemos por delante.5 Este
arrepentimiento y fe se necesitan para poder continuar
creciendo en la gracia, así como la fe y el arrepentimiento
anteriores fueron esenciales para entrar en el reino de Dios.
Pero, ¿en qué sentido nos debemos arrepentir y
creer después de haber sido justificados? Esta es una
pregunta muy importante, digna de ser considerada con la
mayor atención.
I. En primer lugar, ¿en qué sentido debemos
arrepentirnos?
1. Frecuentemente, el arrepentimiento significa un
cambio interior, un cambio de mente del pecado a la
santidad. Pero ahora hablamos de él en un sentido muy
diferente: es el conocimiento de uno mismo-—el
conocimiento de que somos pecadores; sí, culpables,
pecadores sin esperanza, aunque sabemos que somos hijos
de Dios.
2. Ciertamente, cuando nos damos cuenta de esto
por primera vez, cuando por primera vez encontramos
redención en la sangre de Cristo, cuando el amor de Dios se
derrama por primera vez en nuestros corazones6 y su reino
se establece en ellos, es natural suponer que ya no somos
pecadores, que todos nuestros pecados están no solamente
4 Mr. 1.15.
5 He. 12.1.
6 Ro. 5.5.
Sermón 14 267
cubiertos7 sino destruidos. Como entonces no sentimos
ningún pecado en nuestros corazones, nos imaginamos
fácilmente que no existe ninguno en ellos. Algunas personas
bien intencionadas se han imaginado esto, no únicamente en
aquel tiempo, sino desde entonces, habiéndose persuadido
de que cuando fueron justificados fueron completamente
santificados. Incluso lo han establecido como una regla
general, a pesar de lo que nos dicen la Escritura, la razón y
la experiencia. Estas personas creen sinceramente y
sostienen firmemente que todo el pecado es destruido
cuando somos justificados y que no hay pecado en el
corazón del creyente, sino que es limpio completamente a
partir de ese momento. Pero, aunque reconocemos que todo
aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios,8 y
que aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado,9 sin
embargo no podemos admitir que no lo sienta en su interior;
el pecado no reina, pero permanece.10 Y una convicción de
pecado que permanece en nuestro corazón es un aspecto
importante del arrepentimiento del que estamos hablando
ahora.
3. Porque muy pronto la persona que imaginaba que
todo el pecado había desaparecido, siente que todavía hay
orgullo11 en su corazón. Se persuade después de que, tanto
en éste como en otros muchos respectos, ha pensado de sí
mismo más altamente de lo que debiera pensar y que ha
recibido la alabanza que no debería haber recibido,
7 Sal. 21.1; 85.2; Ro. 4.7.
8 1 Jn. 5.1.
9 1 Jn. 3.9.
10 Véase: Sermón 13, Del pecado en los creyentes, I. 6.
11 Para Wesley, como para San Agustín, el orgullo es el pecado principal.
Véase el Sermón 15, El gran tribunal, III, 1.
268 El arrepentimiento del creyente
gloriándose como si no la hubiera aceptado. Y, sin embargo,
sabe que goza del favor de Dios. Tal persona no puede y no
debe perder su confianza,12 pues el Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.13
4. Tampoco tarda mucho en sentirse voluntarioso en
su corazón, aun contra la voluntad de Dios. Todo ser
humano debe tener voluntad propia, mientras goce de
entendimiento. Esta es una parte esencial de la naturaleza
humana; es más, de la naturaleza de todo ser inteligente.14
Nuestro bendito Señor mismo, como ser humano, tenía
voluntad, de otra manera no hubiera sido hombre.15 Pero su
voluntad humana estaba siempre sujeta a la voluntad de su
padre. Todo el tiempo y en todas las ocasiones, aun en la
aflicción más profunda, él podía decir: pero no sea como yo
quiero, sino como tú.16 Pero no sucede así todo el tiempo,
aun con un verdadero creyente en Cristo. Frecuentemente
tal creyente exalta su propia voluntad contra la de Dios.
Desea algo porque le resulta placentero a su naturaleza,
aunque no sea agradable a Dios. Rehusa hacer algo porque le
causa dolor, aunque sea la voluntad de Dios para él.
Ciertamente (suponiendo que continúe en la fe) lucha en
contra de ello con todo su poder. Pero este mismo hecho
implica que la voluntad personal existe y que él está
consciente de ella.
5. La obstinación y el orgullo son una especie de
idolatría, y ambos van contra el amor de Dios. La misma
12 He. 10.35.
13 Ro. 8.16.
14 Véase: Sermón 60, La liberación general, I. 4.
15 Un eco de la controversia monotelita y su resolución en el Sexto Concilio
Ecuménico, en Constantinopla, 680-81.
16 Mt. 26.39.
Sermón 14 269
observación puede hacerse respecto al amor del mundo.
Pero éste, igualmente, aun los verdaderos creyentes están
propensos a sentir en sí mismos; y todos lo sienten, tarde o
temprano, de una o de otra manera. Es cierto, cuando
primero se pasa de muerte a vida no se desea ninguna otra
cosa sino Dios. Se puede decir: delante de ti están todos mis
deseos,17 y tu memoria es el deseo de mi alma.18 ¿A quién
tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en
la tierra.19 Pero no es así siempre. Con el transcurso del
tiempo se volverán a sentir (aunque probablemente por un
corto lapso) los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y
la vanagloria de la vida.20 Si no se vela y ora
constantemente, se encontrará que la concupiscencia revive
y lucha por hacer caer,21 hasta que ya casi no se tienen
fuerzas para resistir. Se puede sentir el asalto de las
pasiones desordenadas,22 una fuerte inclinación a dar culto
a las criaturas antes que al creador23—-ya sea un hijo, un
padre, un esposo o una esposa, o su amigo íntimo.Se puede
sentir de mil maneras diferentes el deseo por las cosas y los
placeres terrenales. En la misma proporción se uno olvidará
de Dios, sin buscar su felicidad en él y, consecuentemente,
llegando a ser amador de los deleites más que de Dios.24
6. Si no se tiene cuidado cada momento se volverá a
sentir «el deseo de los ojos» el deseo de gratificar su
imaginación con algo grande, hermoso o fuera de lo común
17 Sal. 38.9.
18 Is. 26.8.
19 Sal. 73.25.
20 1 Jn. 2.16; véase también el Sermón 7, El camino del reino, II. 2.
21 Sal. 118.13.
22 Col. 3.5.
23 Ro. 1.25.
24 2 Ti. 3.4.
270 El arrepentimiento del creyente
¡De cuántas maneras este deseo asalta al alma! Tal vez en
relación con bagatelas, como vestidos o muebles—-cosas
que nunca fueron designadas para satisfacer el apetito o un
espíritu inmortal. Sin embargo, ¡que natural es para
nosotros, aun después de haber gustado de la buena
palabra de Dios y los poderes del siglo venidero,25
hundirnos de nuevo en estos torpes y bajos deseos que
perecen con su uso! ¡Qué difícil es, aun para aquéllos que
saben en quién han creído,26 dominar aunque sea una parte
del deseo del ojo: la curiosidad; pisotearla constantemente
bajo sus pies, y no desear nada simplemente porque es
nuevo!
7. ¡Y qué difícil es, aun para los hijos de Dios,
conquistar completamente la soberbia de la vida! San Juan
parece que quiere decir con esto casi lo mismo que el mundo
llama sentido del honor. Este no es otra cosa que el deseo y
el deleite del honor que viene de los humanos27-—un deseo
y amor por la alabanza, que siempre va acompañado del
temor de ser criticado. Muy cerca a ésta se encuentra la
falsa vergüenza, el avergonzarnos de aquello en que
deberíamos gloriarnos. Y esto raramente se encuentra
separado del temor del hombre,28 que presenta mil trampas
para el alma. Ahora bien, ¿en dónde se encuentra aquél, aun
entre aquellos que parecen estar fuertes en la fe, que no
encuentra en sí mismo un cierto grado de todas estas malas
disposiciones? Estos están crucificados al mundo29 sólo
25 He. 6.5.
26 2 Ti. 1.12.
27 Jn. 5.41, 44.
28 Pr. 29.25.
29 Gá. 6.14.
Sermón 14 271
parcialmente, porque la raíz del mal permanece en sus
corazones.
8. Y ¿no es cierto que sentimos también otras
inclinaciones tan antagónicas al amor de nuestros prójimos
como ésas lo son al amor de Dios? El amor a nuestro
prójimo no guarda rencor.30 ¿No encontramos nada malo
en nuestro corazón? ¿No encontramos en él celos, malas
suposiciones31 y sospechas sin base? El que esté libre de
cualquiera de estas cosas que lance la primera piedra a su
prójimo.32 ¿Quién no siente algunas veces otras
inclinaciones o emociones internas que sabe son contrarias
al amor fraternal? Si no existen el odio, la malicia y el rencor,
¿no hay un poco de envidia?33 ¿Especialmente hacia
aquellos que gozan de algún bien (real o imaginario) que
nosotros deseamos, pero que no podemos tener? ¿No nos
llena un cierto resentimiento cuando somos injuriados o
ultrajados? ¿Especialmente por aquellos a quienes amamos
y a quienes nos hemos esforzado en ayudar o complacer?
¿La injusticia o la ingratitud nunca provoca en nosotros
ningún deseo de venganza; ningún deseo de pagar mal por
mal, en lugar de vencer con el bien el mal?34 Esto muestra
cuánto hay todavía en nuestro corazón que es contrario al
amor del prójimo.
9. La codicia de toda clase y grado ciertamente es
contraria a este amor semejante al de Dios. Ya sea
philarguría, el amor al dinero, que es muy frecuentemente
30 1 Co. 13.5.
31 1 Ti. 6.4.
32 Jn. 8.7.
33 Tit. 3.3.
34 Ro. 12.21.
272 El arrepentimiento del creyente
la raíz de todos los males,35 o pleonexía,36 literalmente, el
deseo de tener más, o aumentar la riqueza. ¡Cuán pocos,
aun de los verdaderos hijos de Dios, son libres de ambas!
Un gran hombre, Martín Lutero, acostumbraba decir que él
«nunca había tenido codicia, no únicamente desde su
conversión, sino nunca, desde su nacimiento». Pero si tal
cosa es cierta, yo no tengo escrúpulos en decir que él fue el
único hombre nacido de mujer (excepto aquél que fue Dios
y hombre) que no tuvo codicia, que no nació con ella. Yo
creo que no ha existido ninguno nacido de Dios, que haya
vivido por algún tiempo, que no la haya sentido, más o
menos, muchas veces, especialmente en el segundo sentido.
Podemos, entonces, afirmar como una verdad indudable que
la codicia, junto con el orgullo, la obstinación y el enojo,
permanecen en el corazón aun de aquellos que han sido
justificados.
10. Habiendo experimentado esta verdad, muchas
personas serias se han inclinado a creer que la última parte
del capítulo siete de Romanos no se refiere a los que están
«bajo la ley»-—los que están convencidos de pecado, que es
indudablemente lo que el Apóstol quiere decir-—sino a los
que están «bajo la gracia,»37 quienes han sido justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es
en Cristo Jesús.38 Y no cabe duda de que, hasta cierto
35 1 Ti. 6.10. Wesley llegará a ser más enfático en su denuncia del amor al
dinero y del pecado de la acumulación de riqueza con el transcurso del tiempo
y conforme los metodistas llegaron a ser más y más ricos. Véase: Sermón 50,
El uso del dinero. Sobre la creciente alarma de Wesley y su angustia sobre la
prosperidad de los metodistas, sin ir unida a una filantropía paralela, véase el
Sermón 28.
36 Col. 3.5.
37 Ro. 6.14-15.
38 Ro. 3.24.
Sermón 14 273
punto, tienen razón, porque, aun en aquellos que están
justificados, permanece una mente que es, hasta cierto
grado, carnal. Así les dice el Apóstol a los creyentes de
Corinto: «aún sois carnales».39 Todavía hay un corazón
adherido a la rebelión contra mí,40 siempre dispuesto a
apartarse del Dios vivo,41 inclinado al orgullo, la
obstinación, el enojo, la revancha, el amor al dinero, a tal
profundidad de corrupción que, sin la clara luz de Dios, no
la podemos concebir. Y una convicción de este pecado que
permanece en sus corazones es el arrepentimiento que
incumbe a aquellos que han sido justificados.
11. Deberíamos convencernos, igualmente, de que
así como el pecado permanece en nuestros corazones, se
adhiere a nuestras palabras y acciones. Ciertamente,
debiéramos temer que muchas de nuestras palabras estén
más que mezcladas con el pecado; que sean pecado
simplemente. Tal cosa es, indudablemente toda
conversación falta de amor,42 todo lo que no procede del
amor fraternal, todo lo que no va de acuerdo con la regla de
oro: «todas las cosas que queráis que los hombres hagan
con vosotros, así también haced vosotros con ellos.»43 A
esta clase pertenecen la difamación, la chismografía, la
murmuración, el hablar mal, es decir, repetir las faltas de
personas ausentes-—porque nadie desearía que otros
repitieran sus faltas mientras él se encuentra ausente. ¡Cuán
pocos son, aun entre los creyentes, los que no son culpables
39 1 Co. 3.3.
40 Os. 11.7.
41 He. 3.12.
42 Un eco de las Reglas Generales de Wesley, 4, en donde se prohíbe toda
«conversación falta de amor u ociosa».
43 Mt. 7.12; Lc. 6.31.
274 El arrepentimiento del creyente
de esto en mayor o menor grado¡ Muy fielmente manda la
antigua regla: «De los muertos y los ausentes, nada más lo
bueno».44 Y suponiendo que lo hacen, ¿se abstienen
también de la conversación ociosa? Sin embargo, todo esto
es pecado, sin lugar a dudas, y contrista al Espíritu Santo de
Dios.45 Ciertamente, por toda palabra ociosa que hablen
los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.46
12. Pero supongamos que ellos velan y oran, por lo
que no entran en tentación;47 que constantemente vigilan su
boca y guardan la puerta de sus labios;48 supongamos que
se ejercitan constantemente, para que su palabra sea
siempre con gracia, sazonada con sal,49 adecuada para dar
gracia a los oyentes;50 sin embargo, ¿no resbalan
diariamente usando palabras sin importancia a pesar de todo
su cuidado? Aun cuando se esfuerzan en hablar por Dios,
¿son puras sus palabras, libres de toda contaminación? ¿No
encuentran nada erróneo en su misma intención? ¿Hablan
simplemente para agradar a Dios y no, en parte, para
agradarse a sí mismos? ¿Es completamente para hacer la
voluntad de Dios y no, en parte, para hacer la suya
también? O, si principian con sinceridad de corazón,
¿continúan puestos los ojos en Jesús,51 hablando con él todo
el tiempo que permanecen con su prójimo? ¿Cuando están
condenando el pecado no sienten disgusto o mala voluntad
44 Esta «regla» era, en efecto, un aforismo inmemorial. Wesley lo usa, con
algunas variantes, en algunos de sus otros sermones.
45 Ef. 4.30.
46 Mt. 12.36.
47 Mt. 26.41; Mr. 14.38.
48 Sal. 141.3.
49 Col. 4.6.
50 Ef. 4.29.
51 He. 12. 2.
Sermón 14 275
contra el pecador? Cuando están instruyendo al ignorante,
¿no sienten orgullo o complacencia de sí mismos? Cuando
están consolando al afligido, o cuando se están estimulando
unos a otros a amar y hacer buenas obras,52 ¿no sienten
cierta aprobación interior que les dice: «has hablado muy
bien»? ¿O cierta vanidad, el deseo de que los demás piensen
lo mismo y que, con tal motivo, los tengan en mayor
estima? En algunos o en todos estos casos, ¡cómo se
adhiere el pecado a la mejor conversación de los creyentes!
La convicción de lo cual es otra parte del arrepentimiento
que incumbe a los que han sido justificados.
13. ¡Cuánto pecado, si su conciencia está bien
despierta, pueden encontrar adherido a sus hechos también!
¿No existen muchos de esta clase que, si bien el mundo no
los condena, no tienen disculpa ni merecen alabanzas si se
les juzga según la Palabra de Dios? ¿No saben ellos mismos
que muchas de sus acciones no son para la gloria de Dios?53
Muchas de ellas ni siquiera tenían esta intención y no
fueron hechas teniendo a Dios en sus mentes. Y de aquéllas
que lo fueron, ¿no hay muchas que fueron hechas sin tener
la vista fija en Dios? ¿En las que hacen su propia voluntad,
al menos tanto como la voluntad de Dios, y en las que
tratan de agradarse a sí mismos, si no más, al menos tanto
como a Dios? Mientras se esfuerzan en hacer el bien a sus
prójimos, ¿no sienten malas inclinaciones de varias clases?
Por lo tanto, sus buenas acciones, así llamadas, están muy
lejos de ser tales, estando contaminadas con tal mezcla de
pecados. ¡Tales son sus obras de misericordia! ¿Y no se
52 He. 10.24.
53 1 Co. 10.31.
276 El arrepentimiento del creyente
encuentra la misma mezcla en sus obras de piedad?54
Mientras escuchan la palabra que es capaz de salvar sus
almas, ¿no sienten temor de que tal vez sirva para
condenarlos, más bien que para salvarlos? ¿No acontece lo
mismo con frecuencia, cuando tratan de ofrecer sus
oraciones a Dios ya sea en público o en privado? Aun hay
más. Al tomar parte en el culto solemne, al acercarse a la
mesa del Señor, ¡qué pensamientos tienen! ¿No vagan sus
mentes a veces por toda la tierra, imaginando cosas que les
hacen temer el que su sacrificio sea una abominación delante
del Señor?55 Así, se avergüenzan más de sus mejores obras
de lo que antes se avergonzaban de sus peores pecados.
14. Además, ¡de cuántos pecados de omisión son
responsables! Nosotros sabemos las palabras del Apóstol:
al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.56
Pero, ¿no se acuerdan de miles de ocasiones en que pudieron
haber hecho el bien a sus amigos, a los extraños, a los
hermanos, ya en sus cuerpos, ya en sus almas, y no lo
hicieron? ¡De cuántas omisiones en el cumplimiento de sus
deberes para con Dios son culpables! ¿Cuántas
oportunidades de comulgar, de oír su palabra, de orar en
público o en privado han sido evadidas? Con razón aquel
santo varón, el arzobispo Usher, después de todo su trabajo
en favor de Dios, exclamó, casi al exhalar su último aliento:
«Señor, perdona mis pecados de omisión».
15. Además de estas omisiones exteriores, ¿no
encuentran dentro de sí mismos un sinnúmero de defectos
interiores? Defectos de toda clase: No tienen el amor, el
54 La distinción entre «obras de piedad» y «obras de misericordia» era un
lugar común en el pensamiento anglicano.
55 Pr. 15.8.
56 Stg. 4.17.
Sermón 14 277
temor, la confianza que debieran tener hacia Dios. No tienen
el amor que deben tener para su prójimo, para cada ser
humano; ni aun aquel que es debido al hermano, a cada hijo
de Dios, ya sea que esté lejos o cerca. No tienen la santa
disposición en el grado que deberían tenerla, están llenos de
defectos. Muy conscientes de ello están listos a exclamar
con el Sr. de Renty: «Soy un campo lleno de espinas»; o
con Job: Yo soy vil, por tanto me aborrezco, y me arrepiento
en polvo y ceniza.57
16. Una convicción de su culpabilidad es otro
aspecto del arrepentimiento que deben tener los hijos de
Dios. Pero esto debe entenderse con cautela y en un sentido
particular. Porque es cierto: ninguna condenación hay para
los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a
la carne, sino conforme al Espíritu.58 Sin embargo no
pueden soportar mejor ahora la estricta justicia de Dios que
antes de haber creído. Esta justicia todavía los declara
dignos de muerte en todos los casos mencionados
anteriormente. Y en verdad serían condenados si no fuera
por la sangre expiatoria. Por esta razón están perfectamente
convencidos de que todavía merecen castigo, aunque ahora
quede olvidado merced a la sangre de Cristo. Pero hay
extremos en una y otra mano y pocos escapan de ellos. La
mayoría cae en uno o en el otro, pensando que están
condenados, cuando no lo están, o pensando que merecen
ser perdonados. La verdad está en el medio: ellos todavía
merecen, estrictamente hablando, solamente la condenación
del infierno. Pero lo que merecen no les es dado porque
57 Job 40.4; 42.6.
58 Ro. 8.1.
278 El arrepentimiento del creyente
tienen un abogado para con el Padre.59 Su vida, muerte e
intercesión se interponen entre ellos y la condenación.
17. Una convicción de su completo desamparo es
otro aspecto de este arrepentimiento. Con lo que quiero dar
a entender dos cosas: (1). Que por sí mismos no les es más
fácil ahora que antes de ser justificados tener un buen
pensamiento, un buen deseo, pronunciar una buena palabra
o hacer una buena obra. Que no tienen fortaleza propia en
ningún grado o de ninguna clase. Carecen de poder para
hacer el bien o para resistir al mal. No pueden conquistar o
aun resistir al mundo, el diablo o su propia naturaleza
pecaminosa. Ellos pueden, es cierto, hacer todo esto,60 pero
no con sus propias fuerzas. Tienen poder para vencer a
todo estos enemigos, porque el pecado no se enseñoreará de
ellos.61 Pero esto no es debido a su naturaleza. En todo o en
parte, es un don de Dios.62 Pero éste no se recibe todo de
una vez, como efectos que se almacenan para muchos años,
sino momento a momento.
18. Al hablar de este desamparo, me refiero, en
segundo lugar, a la incapacidad de librarnos de esa
culpabilidad o merecimiento del castigo de que tenemos
conciencia. A esa incapacidad que sentimos de
remover-—no digo ya por nuestras facultades naturales,
sino con toda la gracia que poseemos-—el orgullo, la
obstinación, el amor al mundo, la ira y esa disposición
natural a separarnos de Dios que, sabemos por experiencia,
permanece en el corazón aun de aquéllos que han sido
regenerados; o el mal que se adhiere a nuestras palabras y
59 1 Jn.2.1.
60 Fil. 4.13.
61 Ro. 6.14.
62 Ro. 6.23.
Sermón 14 279
acciones, a pesar de todos nuestros esfuerzos. Añádase a
esto la completa incapacidad de evitar toda clase de
conversación inútil y poco caritativa; el no poder evitar los
pecados de omisión o remediar los innumerables defectos de
que somos culpables, especialmente la falta de amor y de
buena disposición para con Dios y nuestros semejantes.
19. Si alguna persona no se convence con esto, si
cree que todo aquél que está justificado puede purificar su
corazón y su vida de todos estos pecados, que haga la
prueba. A ver si con la gracia que ya ha recibido puede
destruir el orgullo, la obstinación o el pecado innato en
general; si puede excluir toda clase de mezcla de mal en sus
palabras y acciones; si puede evitar toda conversación inútil
o poco caritativa, todos los pecados de omisión y, por
último, si puede remediar los innumerables defectos que aún
encuentra en sí misma. Que no se desanime si fracasa una o
dos veces, sino que siga haciendo la prueba y mientras más
lo haga, más profunda será la persuasión de su completa
impotencia.
20. Tan evidente es esta verdad, que casi todos los
hijos de Dios esparcidos por el mundo,63 por grandes que
sean las diferencias de opinión sobre otros asuntos, están de
acuerdo en este particular: que si bien podemos por el
Espíritu mortificar las obras de la carne,64 resistir y triunfar
del pecado interior y exterior, debilitar a nuestros enemigos
más y más cada día, no podemos expulsarlos. Ni con toda la
gracia que recibimos al ser justificados podemos extirparlos.
Aun cuando velemos y oremos mucho, no podremos
limpiar nuestros corazones y manos por completo. No
63 Jn. 11.52.
64 Ro. 8.13.
280 El arrepentimiento del creyente
podremos mientras no plazca al Señor decir otra vez al
corazón: «Sé limpio». Sólo entonces quedará limpio de la
lepra.65 Únicamente entonces la raíz del mal, la mente
carnal, será destruida y el pecado innato desaparecerá. Pero
si no se efectúa un segundo cambio, si no hay una liberación
instantánea después de la justificación, sino la obra gradual
de Dios (nadie niega que hay una obra gradual) entonces
debemos contentarnos, lo mejor que podamos, con
permanecer llenos de pecado hasta nuestra muerte. Si esto
es así, debemos permanecer culpables hasta la muerte,
mereciendo el castigo continuamente. Porque es imposible
librarnos de la culpa o del castigo del pecado mientras el
pecado permanezca en nuestros corazones y se adhiera a
nuestras palabras y acciones. Hablando rigurosamente, todo
lo que pensamos, hablamos y hacemos, aumenta
constantemente la culpabilidad y merecimiento del castigo.
II.1. En este sentido, tenemos que arrepentirnos
después de haber sido justificados. Y hasta que lo hagamos
no podremos ir más adelante. Porque mientras no seamos
sensibles de nuestra enfermedad no podremos ser curados.
Pero supongamos que nos arrepentimos. Entonces somos
llamados a creer en el evangelio.66
2. Esto debe entenderse en un sentido peculiar,
diferente de lo que hasta ahora hemos creído en relación con
la justificación. Crean las buenas nuevas de la gran
salvación67 que Dios ha preparado para su pueblo. Crean
que aquél que es el resplandor de su gloria, y la imagen
misma de su sustancia68 puede también salvar
65 Mt. 8.3.
66 Mr. 1.15.
67 Is. 52.7; Ro. 10.15.
68 He. 1.3.
Sermón 14 281
perpetuamente a los que por él se acercan a Dios.69 El
puede salvarte de todo el pecado que se adhiere a todas tus
palabras y acciones. El puede salvarte de los pecados de
omisión y suplir todo lo que te falta. Es verdad, para los
hombres esto es imposible; mas para Dios todo es
posible.70 Porque, ¿qué puede ser demasiado difícil para
aquél que tiene todo el poder en el cielo y en la tierra?71
Ciertamente, su poder de hacer esto no sería base sólida de
nuestra fe en que lo hará, en que ejercerá su poder, si no lo
hubiera prometido. Pero él lo ha hecho: lo ha prometido una
y otra vez, en los términos más fuertes. El nos ha dado
preciosas y grandísimas promesas,72 tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento. Así, leemos en la ley, en la
parte más antigua de los oráculos de Dios: Circuncidará
Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia,
para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con
toda tu alma.73 Y en los Salmos: El redimirá a Israel [el
Israel de Dios] de todos sus pecados.74 También en el
profeta: Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis
limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos
vuestros ídolos os limpiaré... Y pondré dentro de vosotros
mi Espíritu ... y guardaréis mis preceptos ... y os guardaré
de todas vuestras inmundicias.75 De la misma manera en el
Nuevo Testamento: Bendito el Señor Dios de Israel, que ha
visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso
69 He. 7.25.
70 Mt. 19.26.
71 Mt.28.18.
72 2 P. 1.4.
73 Dt. 30.6.
74 Sal. 130.8.
75 Ez. 36.25, 27, 29.
282 El arrepentimiento del creyente
Salvador ... para ... acordarse de su santo pacto; del
juramento que hizo a Abraham nuestro padre, que nos
había de conceder que, librados de nuestros enemigos, sin
temor le serviríamos en santidad y en justicia delante de él,
todos nuestros días.76
3. Ustedes tienen buena razón para creer que él no
sólo es capaz, sino que está dispuesto a hacer esto:
limpiarnos de toda contaminación de carne y espíritu,77 y
guardarnos de toda inmundicia. Esto es lo que ustedes
anhelan ahora; esta es la fe que necesitan: que el gran
médico, el que ama mi alma, está dispuesto a limpiarme.78
Pero, ¿está dispuesto a hacer esto mañana o ahora? Dejemos
que conteste por sí mismo: Si oyereis hoy su voz, no
endurezcáis vuestro corazón.79 Si lo dejan para mañana,
endurecen sus corazones, rehusan oír su voz. Crean,
entonces, que él está dispuesto a salvarles hoy. Está
dispuesto a salvarles ahora. He aquí ahora el tiempo
aceptable.80 El ahora dice: «¡Sé limpio!»81 Solamente cree e
inmediatamente también tú encontrarás que al que cree todo
le es posible.82
4. Continúa creyendo en aquél que te amó y se
entregó a sí mismo por ti,83 que llevó tus pecados en su
cuerpo sobre el madero84 y te salvó de toda condenación
por la aplicación continua de su sangre. Por esta razón
76 Lc. 1.68-69, 72-75.
77 2 Co. 7.1.
78 Mt. 8.2.
79 Sal. 95.7-8; He. 3.15; 4.7.
80 2 Co. 6.2.
81 Mt. 8.3.
82 Mr. 9.23.
83 Gá. 2.20.
84 1 P. 2.24.
Sermón 14 283
podemos continuar en un estado de justificación. Y cuando
vamos de fe en fe,85 cuando tenemos fe que nos puede
limpiar de nuestros pecados interiores, para ser salvados de
toda nuestra inmundicia,86 de la misma manera somos
salvados de toda nuestra culpa, y el merecimiento de castigo
que sentimos anteriormente. Entonces podemos decir, no
solamente:
Cada momento, Señor, deseo
el mérito de tu muerte;
sino también, en la completa seguridad de la fe:
Cada momento, Señor, yo tengo
El mérito de tu muerte.87
Porque por esa fe en su vida, muerte e intercesión por
nosotros, renovada momento a momento, somos
completamente limpios y no solamente no hay ahora
condenación para nosotros sino tampoco el castigo
merecido que existía anteriormente, ya que el Señor limpia
tanto nuestros corazones como nuestras vidas.
5. Por la misma fe sentimos el poder de Cristo cada
momento descansando sobre nosotros,88 y podemos
continuar en la vida espiritual. Sin esta fe nos
convertiríamos, en un momento, a pesar de nuestra santidad
actual, en demonios. Por otra parte, mientras conservemos
nuestra fe en él, sacaremos agua de los pozos de salvación.89
Descansando en nuestro Amado, Cristo, nuestra esperanza
de gloria,90 que mora en nuestros corazones por fe,91 quien
85 Ro. 1.17.
86 Ez. 36.29.
87 De un himno basado en Is. 32.2, Y será aquel varón como escondedero...
88 2 Co. 12.9.
89 Is. 12.3.
90 Col. 1.27.
284 El arrepentimiento del creyente
también está intercediendo por nosotros a la diestra de
Dios,92 recibimos su ayuda para pensar y actuar en forma
aceptable a su vista.93 De esta manera dirige a los que creen
en todos sus hechos y los asiste con su continuo socorro, de
modo que sus propósitos, conversaciones y obras son
comenzados, continuados y finalizados en él.94 Así purifica
los pensamientos de sus corazones con la inspiración de su
Santo Espíritu, para que lo puedan amar perfectamente y
celebrar dignamente su santo nombre.95
6. Así, en los hijos de Dios, el arrepentimiento y la
fe se complementan mutuamente. Por medio del
arrepentimiento sentimos el pecado que permanece en
nuestros corazones, adheriéndose a nuestras palabras y
acciones. Por fe recibimos el poder de Dios en Cristo, que
purifica nuestros corazones y limpia nuestras manos. Por el
arrepentimiento permanecemos conscientes de que
merecemos el castigo por nuestras inclinaciones, palabras y
acciones. Por la fe somos conscientes de que nuestro
abogado con el Padre96 está continuamente intercediendo a
nuestro favor y, por tanto, quitando continuamente toda
condenación y castigo de nosotros. Por el arrepentimiento
tenemos una firme convicción de que no hay poder en
nosotros. Por la fe recibimos, no únicamente misericordia,
sino gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia
para el oportuno socorro.97 El arrepentimiento niega la
91 Ef. 3.17.
92 Ro. 8.34.
93 Sal. 19.14.
94 Libro de oración común, Cuarta Colecta después del Ofertorio.
95 Ibid, Colecta por la pureza.
96 1 Jn. 2.1.
97 He. 4.16.
Sermón 14 285
posibilidad de que pueda existir otra ayuda. Por la fe
aceptamos toda la ayuda que necesitamos de aquél que tiene
todo el poder en el cielo y en la tierra.98 El arrepentimiento
dice: «Sin él yo no puedo hacer nada»; la fe dice: Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece.99 Por medio de él puedo,
no sólo vencer, sino expulsar a todos los enemigos de mi
alma. Por medio de él puedo amar al Señor mi Dios con todo
mi corazón, mente, alma y fuerza;100 y andar en santidad y
justicia delante de él todos los días de mi vida.101
III.1. De lo expuesto fácilmente se puede deducir lo
peligrosa que es esa opinión, a saber: que al ser justificados
somos enteramente santificados; que nuestros corazones
quedan limpios de todo pecado. Como ya se ha hecho
observar, desde ese momento quedamos libres del pecado
exterior y, al mismo tiempo, el pecado interior es
quebrantado, de manera que ya no necesitamos seguirlo o
ser dominados por él. Pero es absolutamente falso que el
pecado interior quede completamente destruido; que se
haya arrancado del corazón la raíz del orgullo, de la
obstinación, de la ira, del amor del mundo; o que se haya
extirpado completamente la mente carnal102 o la inclinación
del corazón a volver al pecado.103 Suponer lo contrario no
es, como algunos pudieran pensar, un error inocente y sin
malos resultados. No, sino que hace un daño inmenso.
Enteramente cierra el camino para cualquier cambio
posterior. Porque está dicho: «Los que están sanos no
98 Mt. 28.18.
99 Fil. 4.13.
100 Mr. 12.30; Lc. 10.27.
101 Lc. 1.75.
102 Ro. 8.7.
103 Os. 11.7.
286 El arrepentimiento del creyente
tienen necesidad de médico, sino los enfermos».104 Si
creemos, por consiguiente, que ya estamos completamente
sanos, no hay necesidad de más curación y, suponiendo tal
cosa, es un absurdo esperar que se nos libre más del pecado,
ya sea de una manera gradual o instantánea.
2. Por el contrario, una convicción profunda de que no
estamos sanos completamente, de que nuestros corazones
no están completamente purificados, que todavía habita en
nosotros una mente carnal, lo que es por naturaleza
enemistad contra Dios,105 de que un gran número de
pecados permanece en nuestro corazón, debilitados
ciertamente, pero no destruidos, muestra más allá de toda
posibilidad de duda la absoluta necesidad de un mayor
cambio. Admitimos que al mismo momento de la
justificación nacemos de nuevo;106 en ese instante
experimentamos el cambio interior de las tinieblas a su luz
admirable;107 de la imagen bestial y diabólica, a la imagen de
Dios, de la mente terrenal, sensual y diabólica, a la mente
que hubo en Cristo Jesús.108 Pero en ese caso, ¿cambiamos
completamente? ¿Somos transformados completamente en
la imagen de aquél que nos creó? Muy lejos de ello, todavía
permanece en nosotros una profundidad de pecado; y es
nuestra conciencia de esto la que nos constriñe a gemir por
una completa liberación a aquel que es poderoso para
salvar.109 De esto se desprende que los creyentes que no
conocen la profunda corrupción de sus corazones, o que si
104 Lc. 5.31.
105 Ro. 8.7.
106 Jn. 3.3,7; 1 P. 1.23.
107 1 P. 2.9.
108 Fil. 2.5.
109 Is. 63.1.
Sermón 14 287
tienen alguna convicción ésta es muy superficial o teórica,
se ocupan poco de la entera santificación. Tal vez abriguen
la idea de que esto tendrá lugar a la hora de la muerte o
antes-—no saben cuando-—pero la falta de esa santidad no
les causa la menor inquietud, ni sienten gran deseo de
tenerla. No pueden sentirla hasta que se conozcan a sí
mismos, hasta que se arrepientan de la manera que hemos
descrito, hasta que el Señor les descubra el monstruo que
tienen en el interior y les deje ver el verdadero estado de sus
almas. Sólo entonces, cuando sientan la carga, gemirán
pidiendo liberación. Entonces, y sólo entonces, exclamarán,
en la agonía de su alma:
¡Destruye el yugo del pecado
Y haz mi espíritu completamente libre!
¡No puedo descansar hasta que sea puro en mi
interior,
Hasta que me pierda completamente en ti!110
3. Podemos deducir de esto, en segundo lugar, que
una profunda convicción de nuestra falta de méritos,
después de haber sido aceptados (lo que, en cierto sentido,
puede llamarse culpabilidad), es absolutamente necesaria, a
fin de apreciar en su verdadero valor la sangre redentora,
para que podamos sentir lo que necesitamos, tanto después
como antes de ser justificados. Sin esta convicción no
podemos considerar la sangre del Pacto111 sino como una
cosa común, algo que ya no necesitamos mucho, puesto que
todos nuestros pecados pasados han sido borrados.112 Más
todavía, si tanto nuestros corazones como nuestras vidas
están manchadas, hay un cierto sentido de culpa que viene a
110 Estrofa de un himno publicado en Hymns and sacred poems (1742), p.91.
111 Ex. 24.8; He. 10.29.
112 Hch. 3.19.
288 El arrepentimiento del creyente
nosotros cada momento y que consecuentemente nos
expone cada momento a una nueva condenación, pero:
Para siempre vive en el cielo
Quien por nosotros intercede;
Su amor, que todo lo redime,
Y su preciosa sangre ofrece.113
Es este arrepentimiento, y la fe íntimamente
conectada con él, lo que se expresa poderosamente en estas
líneas:
Yo peco en cada respiración,
Ni hago tu voluntad, ni guardo tu ley
En la tierra como los ángeles en el cielo;
Pero la Fuente todavía está abierta,
Lava mis pies, mi corazón, mis manos,
Hasta que sea perfecto en amor.114
4. Podemos observar, en tercer lugar, que la
profunda convicción de nuestro completo desamparo, de
nuestra completa incapacidad de conservar cualquier cosa
que hayamos recibido, o de librarnos por nosotros mismos
del mundo de iniquidad115 que permanece en nosotros, tanto
en nuestros corazones como en nuestras vidas, nos enseña a
vivir verdaderamente en Cristo por medio de la fe, no sólo
como nuestro Sacerdote que es, sino también nuestro Rey.
Esto nos impulsa a magnificarlo, a darle en verdad toda la
gloria de su gracia,116 a hacerle en realidad nuestro Cristo y
único Salvador; a poner verdaderamente la corona sobre su
cabeza. Estas excelentes palabras, como han sido usadas
113 Hymns and sacred poems (1742), p. 264.
114 Hymns and sacred poems (1742), p. 171.
115 Stg. 3.6.
116 Ef. 1.6.
Sermón 14 289
frecuentemente,117 tienen poco o ningún sentido. Pero se
cumplen con un significado profundo y sublime cuando
brotan de nuestros corazones, como quien dice, y él las
recibe; cuando nos sumergimos en la nada para que él sea el
todo. Entonces, su infinita gracia, habiendo abolido toda
potencia que se levantaba contra él, toda inclinación,
pensamiento, palabra y obra, es llevada cautiva a la
obediencia de Cristo.118
117 Aquí Wesley parece estarse refiriendo a los antinomianos, o a los moravos
ingleses.
118 2 Co. 10.5.
289
Sermón 15
El gran tribunal1
Romanos 14:10
Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo.
1. ¡Cuántas circunstancias concurren a aumentar lo
imponente de la presente reunión! La presencia de personas
de toda edad, sexo, rango y condición, que se reúnen de su
propia voluntad o en contra de ella, no sólo de lugares
circunvecinos, sino de otros distantes: criminales que
pronto han de ser juzgados y para quienes no hay escape;
empleados, listos en sus diferentes puestos a ejecutar las
ordenes que se les den y el representante de nuestro buen
soberano, a quien tan altamente honramos y veneramos. De
la misma manera, el objeto de esta asamblea añade no poco a
su solemnidad: escuchar y decidir sobre toda clase de
causas, algunas de las cuales son de la mayor importancia,
pues de ellas depende la vida o la muerte--¡muerte que
descubre el rostro de la eternidad! Indudablemente que con
el fin de hacer estas cosas mucho más solemnes no sólo para
la mente del vulgo, sino para todos, nuestros padres, en su
sabiduría, instituyeron los varios pormenores de este
tribunal, los que, por la vista y el oído, afectan el corazón
más profundamente y, considerados bajo este punto de
1 Predicado ante el Tribunal de Justicia (que se reúne dos veces al año en cada
condado de Inglaterra para decidir las causas civiles y criminales. N. del T.);
que se reunió bajo la presidencia del honorable Eduardo Clive, uno de los
jueces de la Corte de Apelaciones de Su Majestad, en la Iglesia de San Pablo,
Bedford, el 10 de marzo de 1758. Publicado a petición del Sr. Guillermo Cole,
primer magistrado del condado, y de otras personas.
290 El gran tribunal
vista, las trompetas, los bastones, los trajes, no son cosas
triviales o insignificantes, sino que cumplen una función
para alcanzar los mejores propósitos de la sociedad.
2. Pero por muy imponente que sea esta
solemnidad, otra mucho más formidable se acerca, porque
muy pronto todos hemos de comparecer ante el tribunal de
Cristo. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante
mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios;
y en ese día cada uno dará razón de sí.2
3. Si todos los humanos tuvieran una convicción
profunda de esta verdad, ¡cómo redundaría en beneficio de
la sociedad! Porque, ¿que aliciente más poderoso puede
concebirse para la práctica de la verdadera moralidad, para el
constante ejercicio de la virtud y el caminar siempre con
justicia, misericordia y verdad? ¿Qué cosa mejor que una
convicción tan profunda como la de que el Juez está a la
puerta3 y que muy pronto estaremos ante él, podría
esforzar nuestras manos en todo lo bueno y evitarnos todo
lo malo?
4. No está fuera de lugar, ni es impropio a los fines
de esta asamblea, considerar:
I. Las circunstancias principales que tendrán lugar
antes de presentarnos ante el tribunal de Cristo.
II. El juicio.
III. Algunas de las consecuencias que lo seguirán.
I.1. Consideremos, en primer lugar, las
circunstancias principales que tendrán lugar antes de
presentarnos ante el tribunal de Cristo.
2 Ro. 14.10-12.
3 Stg. 5.9.
Sermón 15 291
Primeramente, Dios dará prodigios arriba en el
cielo, y señales abajo en la tierra.4 El se levantará para
castigar la tierra.5 Temblará la tierra como un ebrio, y será
removida como una choza.6 Habrá grandes terremotos,
kata tópous, (no sólo en «diferentes,» sino «en todos los
lugares»7-—no en uno solamente, o en unos cuantos, sino
en todas partes del mundo habitado--tan grande, cual no lo
hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la
tierra.8 En uno de ellos las islas huirán y los montes no
serán hallados.9 Al mismo tiempo todas las aguas del globo
terráqueo sentirán la violencia de estas conmociones, el
bramido del mar y de las olas,10 con tal agitación cual no se
ha escuchado desde el día en que fueron rotas todas las
fuentes del grande abismo,11 para destruir la tierra que
estaba fuera del agua y en el agua.12 El espacio estará lleno
de sangre, y fuego, y columnas de humo,13 retumbando la
4 Hch. 2.19.
5 Is. 2.19.
6 Is. 24.20.
7 Lc. 21.11. La sugestión de que Kata tópous significa «en todas partes»
resulta extraña; en las Notas Wesley lo traduce literalmente «en diferentes
lugares».
8 Ap. 16.18. Durante el siglo XVIII el interés en los terremotos fue intenso;
había habido grandes terremotos: En Sicilia y Jamaica en 1692; uno en Lima,
Perú, en octubre 28, 1746; dos en Londres en 1750 (febrero 8 y marzo 8); y
otro en Lisboa, en noviembre 1 de 1755. En 1750 Carlos Wesley escribió un
sermón sobre «La causa y el remedio de los terremotos», con motivo de los
temblores de Londres. Que Juan compartía el interés y los puntos de vista de
Carlos en este asunto puede verse en su Pensamientos serios motivados por el
reciente terremoto de Lisboa (1755). Otro estímulo para su preocupación con
los temblores vino de la naciente ciencia de la geología y sus reacciones
teológicas a ella.
9 Ap. 16.20.
10 Lc. 21.25.
11 Gn. 7.11.
12 1 P. 3.5. Cita de la versión conocida como King James.
13 Jl. 2.30; Hch. 2.19.
292 El gran tribunal
tierra de polo a polo, siendo despedazada por miles de
rayos. La tempestad no se limitará al aire, sino que las
potencias de los cielos serán conmovidas. Habrá señales en
el sol, en la luna y en las estrellas--tanto en las fijas como
en las que giran. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna
en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de
Jehová.14 El sol y la luna oscurecerán,15 aun caerán del
cielo,16 al desprenderse de sus órbitas. Entonces se
escuchará el clamor universal de todas las compañías del
cielo, al que seguirá la voz del arcángel proclamando la
venida del Hijo de Dios y del hombre. La trompeta de
Dios17 dará la alarma a los que duermen en el polvo de la
tierra.18 Entonces todos los sepulcros se abrirán y se
levantarán los cuerpos de los muertos.19 El mar entregará
los muertos que estén en él,20 y cada uno se levantará en su
propio cuerpo—-su cuerpo en sustancia, aunque con sus
atributos tan cambiados que de ello no tenemos ahora la
menor idea. Porque es necesario que esto corruptible se
vista de incorrupción, y esto mortal se vista de
inmortalidad.21 Además, la muerte y el Hades, el mundo
invisible, entregarán los muertos que estén en ellos,22 de
manera que todos los que hayan vivido y muerto, desde que
Dios creó al género humano, resucitarán incorruptibles e
inmortales.
14 Jl. 2.31.
15 Jl. 3.15.
16 Mt. 24.29.
17 1 Ts. 4.16.
18 Dn. 12.2.
19 Ez. 12-13; Mt. 27.52-53.
20 Ap. 20.13.
21 1 Co. 15.53.
22 Ap. 20.13.
Sermón 15 293
2. Al mismo tiempo, el Hijo del Hombre enviará sus
ángeles por toda la tierra y juntará a sus escogidos, de los
cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro.23 El
Señor mismo vendrá en las nubes,24 en su propia gloria y en
la gloria de su Padre,25 con decenas de millares de sus
santos,26 millares de sus ángeles, se sentará en su trono de
gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y
apartará los unos de los otros, ...y pondrá las ovejas (los
buenos) a su derecha, y los cabritos (los malos) a su
izquierda.27 Refiriéndose a esta asamblea general, dice el
discípulo amado: Y vi a los muertos (todos los que habían
muerto), grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros
fueron abiertos (imagen que se refiere claramente a la
manera de proceder entre los humanos); ...y fueron juzgados
los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros,
según sus obras.28
II. Estas son las circunstancias especiales que se
refieren en los Oráculos de Dios y que sucederán
inmediatamente antes del juicio. Consideremos, en segundo
lugar, el juicio mismo hasta donde plugo a Dios revelarlo.
1. La persona por medio de quien Dios juzgará al
mundo29 es su Hijo Unigénito, cuyas salidas son desde el
principio, desde los días de la eternidad,30 el cual es Dios
sobre todas las cosas, bendito por los siglos.31 A quien,
23 Mt. 24.31.
24 Mt. 24.30.
25 Lc. 9.26.
26 Jud. 14.
27 Mt. 25.31-33.
28 Ap. 20.12.
29 Ro. 3.6;1 Co. 6.2.
30 Mi. 5.2.
31 Ro. 9.5.
294 El gran tribunal
siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su
sustancia,32el Padre dio el juicio ...por cuanto es el Hijo del
hombre,33 porque, siendo en forma de Dios, no estimó el
ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho
semejante a los hombres.34 Más aún, estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual
Dios también lo exaltó hasta lo sumo,35 aun en su
naturaleza humana y lo designó36 como aquel que ha de
juzgar al género humano, para juzgar a los vivos y a los
muertos,37 tanto a los que estén vivos el día de su venida
como a los que se hayan ido a reunir con sus padres.38
2. El tiempo llamado por el profeta el día grande y
espantoso de Jehová,39 por lo general, es llamado en las
Escrituras el día de Jehová.40 El tiempo desde la creación
del ser humano en la tierra hasta el fin de todas las cosas, es
el día de los hijos de los hombres. El tiempo que estamos
viviendo ahora lo podemos llamar con propiedad: nuestro
día. Cuando éste se acabe, principiará el día del Señor. Pero,
¿quién sabe cuánto durará? Para con el Señor un día es
como mil años, y mil años como un día.41 De esta misma
expresión dedujeron algunos de los padres antiguos que lo
32 He. 1.3.
33 Jn. 5.22, 27.
34 Fil. 2.6-7.
35 Fil.2.8-9.
36 Hch. 17.31.
37 1 P.4.5.
38 Jue. 2.10.
39 Jl. 2.31.
40 Jl. 1.15.
41 2 P. 3.8.
Sermón 15 295
que generalmente se llama el día del juicio,42 duraría
indudablemente mil años. Y aparentemente no exageraron la
verdad, sino que apenas se aproximaron a ella, porque si nos
ponemos a calcular el número de personas que han de ser
juzgadas y de los hechos que se han de investigar, parece
que mil años no serán suficientes para lo que tendrá que
hacerse ese día. De manera que no sería improbable que ese
espacio de tiempo se extendiera a varios miles de años. Dios
revelará esto a su debido tiempo.43
3. En relación al lugar en donde se juzgará al género
humano, las Escrituras no dicen nada explícitamente. Un
escritor eminente, cuya opinión es igual a la de muchos
otros, supone que será en la tierra, donde las obras fueron
hechas según las cuales serán juzgados, y que Dios empleará
a los ángeles de su fortaleza:
Para arreglar y preparar el inmenso espacio
Y dilatar el área donde ha de reunirse el género humano.44
Pero tal vez esté más en conformidad con las
palabras de nuestro Señor referentes a que ha de venir en las
nubes, suponer que la raza humana se congregará en el
espacio, más arriba de la tierra,45 si no «a una distancia
planetaria doble».46 Esta suposición está sostenida-—y no
en poco-—por lo que San Pablo escribe a los
Tesalonicences: Los muertos en Cristo resucitarán primero.
Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado,
seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes
42 Mt. 10.15.
43 El cuidado de Wesley en este punto merece notarse, pues conocía la historia
del milenialismo y tenía simpatías hacia algunos de sus proponentes. Pero no
estaba dispuesto a dictaminar sobre cosas ocultas.
44 Young, Last Day, ii.19-20.
45 Mt. 24.30; Mc.13.26.
46 Young, Last Day, ii. 274.
296 El gran tribunal
para recibir al Señor en el aire.47 De manera que parece
muy probable que el gran trono blanco esté muy alto sobre
la tierra.
4. ¿Quién podrá contar a las personas que han de ser
juzgadas? Serán como las gotas de la lluvia o como la arena
de la mar. Miré, dice San Juan, una gran multitud, la cual
nadie podía contar, ...vestidos de ropas blancas, y con
palmas en las manos.48 ¡Qué inmensa debe ser la multitud
de todas las naciones, y tribus y pueblos y lenguas!49 ¡De
todos los que han salido de los lomos de Adán desde que el
mundo fue creado hasta que ya no sea más! Si admitimos la
suposición general, que no parece tener en sí nada de
absurdo, de que existen sobre la tierra no menos que
cuatrocientos millones de almas, hombres, mujeres y niños,
¡qué congregación han de formar todas esas generaciones
que se han sucedido por siete mil años!50
El ejército del gran Jerjes, Can la orgullosa hueste,...
Todos están aquí, y aquí todos están perdidos;
Su número aumenta hasta ser vano querer contarlo,
Perdido como una gota en el inmenso océano.51
Todo hombre, toda mujer, toda criatura recién
nacida, que haya respirado el aire vital, escuchará entonces
la voz del Hijo de Dios; volverá a la vida y comparecerá
ante él. Este parece ser el significado natural de la expresión:
Los muertos, grandes y pequeños.52 Todos universalmente,
47 1 Ts. 4.16-17.
48 Ap. 7.9.
49 Ibid.
50 Wesley encontró esta «suposición general» en los Enquiries de Brerewood,
pp. 120-45. Richard Price las repetiría en una carta a Benjamín Franklin,
publicada en Philosophical Transactions (de la Royal Society) en 1768.
51 Young, Last Day, ii.189, 194-46.
52 Ap. 20.12.
Sermón 15 297
sin excepción de edades, sexos y grados, que hayan vivido y
muerto, o sufrido un cambio equivalente a la muerte. Porque
mucho antes de aquel gran día, el fantasma de la grandeza
humana, sumergiéndose en la nada, habrá desaparecido.
Desaparecerá aun en el momento mismo de la muerte.
¿Quién es grande o rico en la tumba?
5. Todas las criaturas darán cuenta según sus
obras.53 Una cuenta cabal y verdadera de todo lo que
hicieron cuando estaban en sus cuerpos, lo bueno y lo malo.
¡Ay, qué cosas no se descubrirán en aquel día en la
presencia de los ángeles y de los humanos! Cuando no
Radamante el de la fábula, sino el Señor Dios Omnipotente,
que sabe todas las cosas en el cielo y en la tierra,
Descubre a todo villano artificioso y constriñe
A confesar los crímenes por tanto tiempo secretos.
En vano esconderlos, salen todos a luz odiada.54
Y no sólo las acciones de toda persona se
descubrirán en ese día, sino también todas sus palabras,
puesto que toda palabra ociosa que hablen los hombres, de
ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus
palabras serás justificado, y por tus palabras serás
condenado.55 ¿No sacará entonces Dios a luz todas y cada
una de las circunstancias que acompañaron a cada palabra y
acción, y que si no cambiaron su naturaleza, disminuyeron o
aumentaron su perversidad? Fácil es hacer esto para aquél
cuyos ojos están sobre los caminos del hombre y ve todos
53 Lc. 16.2; Ro. 14.12; Ap. 20.12.
54 Virgilio, Eneida, vi, 567-69. En el sermón, Wesley cita el texto en latín. Más
tarde publicó una traducción al inglés.
55 Mt. 12.36-37.
298 El gran tribunal
sus pasos.56 Sabemos que las tinieblas no encubren de él y
que para él la noche resplandece como el día.57
6. El no únicamente aclarará también lo oculto de
las tinieblas,58 sino que discernirá los pensamientos y las
intenciones del corazón.59 Lo que no debe sorprendernos,
porque él escudriña la mente y el corazón,60 y entiende
todos nuestros pensamientos.61 Todas las cosas están
desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que
dar cuenta.62 El infierno y la destrucción están delante de él,
¡cuánto más el corazón de los hombres!63
En ese día se descubrirán todas las intenciones
secretas de toda alma humana: todos los apetitos, pasiones,
inclinaciones, afectos con sus variadas combinaciones, y con
todos los temperamentos y disposiciones que constituyen
el carácter de cada persona, de manera que se verá de la
manera más clara e infalible, quién fue justo y quién injusto,
y qué grado de bondad o de maldad hubo en cada persona.
8. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid,
benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para
vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve
hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de
beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo, y me
cubristeis.64 De la misma manera se anunciarán ante todo el
56 Sal. 139.2. Cita del Libro de Oración Común.
57 Aquí Wesley hace una interesante combinación de dos versiones del Sal.
139.11-12.
58 1 Co. 4.5.
59 He. 4.12.
60 Ap. 2.23.
61 Sal. 139.2.
62 He. 4.13.
63 Pr. 15.11.
64 Mt. 25.34-36.
Sermón 15 299
mundo y los ángeles las buenas obras que hicieron en la
tierra--todo lo que hayan hecho: sus palabras y acciones en
el nombre o por amor del Señor Jesús.65 Sus buenos deseos,
intenciones, pensamientos, sus santas disposiciones,
también serán recordadas. Y se verá como, aunque los
humanos las olvidaron o ignoraron, Dios las escribió en su
libro.66 Igualmente serán descubiertos todos sus
sufrimientos por el nombre del Señor Jesús y por el
testimonio de una buena conciencia, a fin de que reciban la
alabanza del Juez justo67 y la honra que merecen entre los
santos y los ángeles, y ese cada vez más excelente y eterno
peso de gloria.68
9. Pero, ¿se mencionarán también las malas obras,
siendo que no existe una persona sobre la tierra que no
peque,69 y saldrán a la luz en ese día para ser descubiertas
ante la gran congregación? Muchos creen que no será así y
dicen: «Esto indicaría que sus sufrimientos no concluyen
con su vida en este mundo y que todavía tendrían que
padecer dolor, vergüenza y confusión». Preguntan además,
«¿Cómo puede reconciliarse esto con la declaración de Dios
por medio de su profeta: Mas el impío, si se apartare de
todos sus pecados que hizo, y guardare todos mis estatutos
e hiciere según el derecho y la justicia,...todas las
transgresiones que cometió, no le serán recordadas?.70
¿Cómo puede estar en consonancia con la promesa que Dios
hace a todos los que aceptan el pacto del evangelio:
65 Col. 3.17.
66 Is. 30.8.
67 2 Ti. 4.8.
68 2 Co. 4.17
69 Ec. 7.20.
70 Ez. 18.21-22.
300 El gran tribunal
Perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su
pecado,71 o como dice el Apóstol, hablando del mismo
pacto: Seré propicio a sus injusticias, y nunca más me
acordaré de sus pecados y de sus iniquidades72?
10. A lo que se puede contestar: es absoluta y
aparentemente necesario para la completa manifestación de
la gloria de Dios; para el despliegue completo y claro de su
sabiduría, justicia, poder y misericordia para con los
herederos de su salvación,73 que salgan a la luz todos los
pormenores de su vida, así como sus temperamentos y todo
deseo, pensamiento e intento de sus corazones.74 De otra
manera, ¿cómo podría saberse de qué profundidad de
pecado y miseria los salvó la gracia de Dios? Porque si la
vida de todas las personas no se descubrieran por completo,
el maravilloso plan de la divina providencia no podría
manifestarse, ni podríamos, en miles de casos «justificar los
caminos de Dios para con el género humano».75 Únicamente
si las palabras de nuestro Señor se cumplen al pie de la letra
y sin restricción ni limitación alguna (nada hay encubierto
que no haya de ser manifestado; ni oculto que no haya de
saberse76)un gran número de las manifestaciones divinas
parecerían sin razón. Solamente después de que Dios haya
sacado a luz todas las cosas ocultas en las tinieblas,77
quienquiera que haya sido el autor de ellas, se verá la
sabiduría y bondad de todos sus caminos; que pudo ver a
71 Jer. 31.34.
72 He. 8.12.
73 He. 1.14.
74 He. 4.12.
75 Véase: Milton, El paraíso perdido.
76 Mt. 10.26.
77 1 Co. 4.5.
Sermón 15 301
través de espesa nube,78 y gobernó todas las cosas con el
sabio consejo de su voluntad;79 y no dejó nada al capricho
de los seres humanos o al acaso, sino que dispuso todas las
cosas con firmeza y bondad, y desarrolló todo con justicia,
misericordia y verdad.
11. Con un gozo inexplicable se regocijarán los
justos al descubrir las perfecciones divinas, y muy lejos de
sentir ningún sufrimiento, ni la pena de la vergüenza, con
motivo de aquellas transgresiones del pecado que hace
mucho tiempo fueron desvanecidas como una nube,80
lavadas con la sangre del Cordero.81 Les bastará
suficientemente que no se mencionen ni una sola vez en
perjuicio de ellos las transgresiones que cometieron;82 que
no se recuerden sus pecados y sus iniquidades para su
condenación.83 Este es el sentido claro de la promesa y toda
la verdad que los hijos de Dios descubrirán para su eterno
consuelo.
12. Después de juzgar a los justos el juez se volverá
a los que estén a su izquierda, quienes también serán
juzgados: cada uno conforme a sus obras.84 Pero no
únicamente por sus obras externas, sino por todas las malas
palabras que hayan hablado; por todos los malos deseos,
aflicciones o disposiciones que tengan o hayan tenido lugar
en sus almas, y todas las intenciones y propósitos malos
que hayan acariciado en sus corazones. Entonces será
78 Job 22.12-14.
79 Ef. 1.11.
80 Is. 44.22.
81 Ap. 12.11.
82 Ez. 18.22.
83 He. 8.12; 10.17.
84 Mt. 16.27.
302 El gran tribunal
pronunciada la gozosa absolución para los que estén a la
derecha y la horrenda condena para los que estén a la
izquierda--sentencias que permanecerán para siempre tan
irrevocables y firmes como el trono de Dios.
III.1. Pasemos a considerar, en tercer lugar, algunas
de las circunstancias que seguirán al juicio final, la primera
de las cuales será la ejecución de la sentencia que reciban los
buenos y los malos. Irán estos al castigo eterno, y los justos
a la vida eterna.85 Debe observarse que la misma palabra
aparece en ambas cláusulas, lo que quiere decir que o el
castigo es eterno o el premio no dura para siempre,86 lo que
no puede suceder de ninguna manera, a no ser que Dios
perezca o fallen su misericordia y verdad. Entonces los
justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre,87
abrevarán de la abundancia del gozo de Dios y de sus
delicias.88 Pero, ¿quién podrá describir en lenguaje humano
lo que acontecerá entonces? Sólo aquel haya sido llevado
hasta el tercer cielo89 puede tener una idea de lo que será,
pero ni él mismo puede describir lo que ha visto.90
Los inicuos serán arrojados al infierno, todos los que
se olvidan de Dios,91 los cuales sufrirán pena de eterna
perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria
85 Mt. 25.46.
86 Aunque Wesley se refiere a veces a un «estado intermedio» para las almas
después de la muerte pero antes del juicio final (véase el sermón 115, El rico y
Lázaro, I.3) esto no supone la posibilidad de cambio en el estado de quienes
murieron sin arrepentirse de sus pecados. El destino humano que sellado a la
hora de la muerte.
87 Mt. 13.43.
88 Salmo. 16.11;36.8.
89 2 Co. 12.2.
90 2 Co. 12.4.
91 Sal. 9.17
Sermón 15 303
de su poder.92 Estos serán lanzados dentro del lago de fuego
que arde con azufre,93 originalmente preparado para el
diablo y sus ángeles,94
se morderán la lengua en la angustia de su tormento y,
mirando hacia arriba, maldecirán a Dios.95 Allí los perros del
infierno: la soberbia, la malicia, la venganza, la ira, el horror
y la desesperación, los devorarán continuamente. No tienen
reposo día y noche, porque el humo de su tormento sube
por los siglos de los siglos.96 Donde el gusano de ellos no
muere, y el fuego nunca se apaga.97
2. El cielo se desvanecerá como un pergamino,98 y
los cielos pasarán con grande estruendo;99 huirán de la
presencia de aquél que se sienta en el trono, pero no se
encontrará lugar para ellos.100 El apóstol Pedro nos dice la
manera en que terminarán: en el día de Dios, en el cual los
cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos,
siendo quemados, se fundirán.101 Toda la sublime obra será
despedazada por la furia de los elementos, la conexión entre
sus partes destruida y cada átomo separado de los demás; la
tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.102 Las
colosales obras de la naturaleza, las colinas eternas,103 las
92 2 Ts. 1.9.
93 Ap. 19.20.
94 Mt. 25.41.
95 Is. 8.21.
96 Ap. 14.11.
97 Mc.9.44.
98 Ap. 6.14.
99 2 P. 3.10.
100 Ap. 20.11.
101 2 P. 3.12.
102 2 P. 3.10.
103 Gn. 29.46.
304 El gran tribunal
montañas que han desafiado la furia del tiempo y
permanecido firmes por miles de años, se hundirán en la
ruina del fuego. ¡Cuánto menos podrán resistir las obras de
arte, aun las más durables; los esfuerzos más inauditos de la
industria humana: tumbas, columnas, arcos triunfales,
castillos, pirámides, al fuego conquistador! ¡Todo morirá,
perecerá, se desvanecerá como un sueño cuando despierte la
criatura!
3. Ciertamente, algunos grandes hombres, de
reconocida bondad, han imaginado que necesitándose el
mismo poder omnipotente para aniquilar las cosas que para
crearlas, enviarlas a la nada o crearlas de la nada, ninguna
parte, ni un átomo del universo será destruido totalmente.
Suponen más bien lo que no hemos tenido tiempo de
considerar, a saber: que así como el fuego en su última
operación reduce a vidrio lo que con fuego más lento se
reduce a cenizas, en el día que Dios ha ordenado, toda la
tierra (si no es que también los cielos materiales) sufrirá
también ese cambio, después del cual el fuego no tendrá más
poder sobre ellos. Creen que esta opinión se deja ver en la
revelación a San Juan: delante del trono había como un mar
de vidrio semejante al cristal.104 No podemos afirmar ni
negar esto, pero lo sabremos en el futuro. Los que se burlan
de la religión, los que pretenden ser filósofos, preguntan:
¿cómo puede ser esto? ¿de dónde vendrá tal cantidad de
fuego suficiente para destruir todo el globo terráqueo? Les
contestaremos, primeramente, que esta dificultad no es
peculiar del cristianismo, la misma objeción hacían casi
universalmente los paganos liberales. Así, uno de esos
104 Ap. 4.6.
Sermón 15 305
celebrados librepensadores da expresión a la idea
comúnmente aceptada, de la siguiente manera:
Recordando, según los hados, ese tiempo
Cuando aspirando el fuego a la región celeste,
Los mundos del espacio devorará
Y en cenizas consumirá el globo terrestre.105
En segundo lugar, es muy fácil contestar, aun según
nuestro conocimiento superficial de las cosas, que hay
suficientes depósitos de fuego preparado y atesorado para
el día del Señor. ¿A qué velocidad podría viajar un cometa,
comisionado por él, viniendo de las partes más distantes del
universo? ¿Y si tocara la tierra al volver del sol, cuando está
mil veces más caliente que una bala al salir del cañón, quién
no puede ver lo que sería el resultado inmediato? Pero, sin
ascender tan alto como los cielos etéreos, ¿no podrían los
mismos rayos que alumbran el mundo causar, por mandato
del Dios de la naturaleza, completa ruina y destrucción? O,
sin ir más allá del globo mismo, ¿quién sabe lo enorme de los
depósitos de fuego líquido que durante las edades se han ido
acumulando en las entrañas de la tierra? El Etna, el Hecla, el
Vesubio y otros volcanes que arrojan llamas y ascuas de
fuego, ¿Qué otra cosa son las bocas de estos hornos de
fuego sino la prueba, la evidencia, de que Dios tiene listos
los elementos para cumplir su palabra? Todavía más, si
observamos tan solo la superficie de la tierra y las cosas que
nos rodean por todas partes resulta indudable, como lo
prueban miles de experimentos que no se pueden negar, que
nosotros mismos, nuestros cuerpos, estamos llenos de
fuego, lo mismo que todo lo que nos rodea. ¿No sería muy
fácil hacer visible, aun para el ojo, este fuego etéreo y hacer
105 Ovidio, Metamórfosis, i, 256-58. Wesley cita el poema en latín.
306 El gran tribunal
que produzca en las materias combustibles el mismo efecto
que se produce con el fuego de la cocina? ¿Se necesita acaso
alguna otra cosa más sino dar libertad a esa cadena secreta
con que está atado este irresistible elemento que parece
reposar dormido en las partículas de la materia? Y, ¿qué
tanto se tardaría en hacer pedazos todo el universo
sumergiéndolo en la más completa ruina?
5. Hay otra circunstancia que tendrá lugar después
del juicio, y que merece ser considerada seriamente:
Esperamos, dice el Apóstol, según sus promesas, cielos
nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.106 La
promesa se encuentra en la profecía de Isaías: He aquí, yo
crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de los primeros no
habrá memoria.107 Tan grande será la gloria de lo postrero.
San Juan vio esos cielos en las revelaciones de Dios: Vi un
cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron.108 Únicamente la justicia reinará en
ellos.109 Por consiguiente, añade: Y oí una gran voz del
[tercer] cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con
los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo,
y Dios mismo estará con ellos como su Dios.110
Naturalmente, todos serán felices: Enjugará Dios toda
lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá
más llanto, ni clamor, ni dolor.111 Y no habrá más
maldición ... y verán su rostro.112 Podrán acercarse a él y
106 2 P. 3.13.
107 Is. 65.17.
108 Ap. 21.1.
109 2 P. 3.13.
110 Ap. 21.3.
111 Ap. 21.4.
112 Ap. 22.3-4.
Sermón 15 307
serán, por lo tanto, muy semejantes a él. Esta es la
expresión más fuerte en el lenguaje de las Escrituras para
expresar la felicidad más perfecta. Y su nombre estará en
sus frentes.113 Serán públicamente reconocidos como
propiedad de Dios y su gloriosa naturaleza brillará en ellos
muy visiblemente: No habrá allí más noche; y no tienen
necesidad de luz de lámpara, ni de luz de sol, porque Dios
el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los
siglos.114
IV. Nos resta únicamente aplicar las anteriores
consideraciones a todos los que se encuentran aquí ante la
presencia de Dios, y lo hacemos guiados naturalmente por
la solemnidad presente que nos señala hacia aquel día
cuando él juzgará al mundo con justicia.115 La ocasión
presente, al hacernos pensar en aquella mucho más solemne
que ha de venir, puede sugerirnos muchas lecciones
provechosas, unas cuantas de las cuales me permitiré
indicar. ¡Quiera Dios grabarlas en nuestros corazones!
1. En primer lugar, ¡qué hermosos son los pies116 de
aquellos que son enviados por la sabia y misericordiosa
providencia de Dios a ejecutar la justicia sobre la tierra, a
defender a los afligidos y a castigar a los malvados! Los
firmes sostenedores de la tranquilidad pública; los
defensores de la inocencia y la virtud, la gran seguridad de
todas nuestras bendiciones temporales, ¿no son servidores
de Dios para nuestro bien?117 ¿Y no representa cada uno de
ellos, no solamente a un príncipe de la tierra, sino al Juez de
113 Ap. 22.4.
114 Ap. 22.5.
115 Sal. 9.8.
116 Is. 52.7.
117 Ro. 13.4.
308 El gran tribunal
la tierra;118 aquél que en su muslo tiene escrito este nombre:
Rey de reyes y Señor de señores119? ¡Oh, que todos estos
hijos de la diestra del Altísimo120 fueran santos como él es
santo;121 sabios con la sabiduría del que se sienta junto a su
trono,122 como aquél que es la sabiduría eterna del Padre.
Sin hacer acepción de personas, como él no la hace, sino
dando a cada cual según sus obras;123 como él inflexibles,
inexorablemente justos, aunque llenos de piedad y tierna
misericordia.124 Así serán terribles para los que hacen el
mal, pues no en vano llevan la espada.125 Así llegarán las
leyes de nuestra patria a tener toda su honra y a cumplir
todos sus fines, y el trono de nuestro rey quedará
establecido en justicia.126
2. Ustedes, honorables señores, que en un grado
subalterno han sido comisionados por Dios y el rey para
administrar justicia, pueden ser comparados con los que
acompañarán y servirán al Juez que vendrá en las nubes.
¡Ojalá que, como ellos, sientan el amor de Dios y de la
humanidad ardiendo en sus corazones! Que amen la justicia
y aborrezcan la iniquidad; que administren la justicia en sus
respectivos puestos, según el honor que Dios les ha
concedido a los que han de ser herederos de la salvación,127
y para la gloria de su gran soberano. Que establezcan la paz;
118 Sal. 94.2.
119 Ap. 19.16.
120 Sal. 77.10.
121 1 P. 1.15-16.
122 Sabiduría 9.4.
123 Pr. 24.12; Mt. 16.27.
124 Stg. 5.11.
125 Ro. 13.4.
126 Pr. 25.5.
127 He. 1.14.
Sermón 15 309
sean la bendición y adorno de su patria; los protectores de
una nación pecaminosa; los ángeles guardianes de todos los
que los rodean.
3. Ustedes, cuyo deber es ejecutar lo que ha sido
puesto bajo su responsabilidad por aquél en cuya presencia
están, ¿no deberían procurar ser semejantes a los que están
ante la presencia del Hijo del Hombre, aquellos ministros
suyos que hacen su voluntad, obedeciendo a la voz de su
precepto?128 ¿No deberían ser tan puros como ellos,
mostrar que son buenos siervos de Dios? ¿Hacer justicia y
amar misericordia;129 hacer a los demás como quisieran que
ellos hicieran a ustedes130? Si así lo hicieran, el gran Juez,
ante cuya presencia están continuamente, les dirá también:
«¡Bien, buenos y fieles siervos, entren en el gozo de su
Señor!»131
4. Permítanme añadir unas cuantas palabras a todos
ustedes que este día se encuentran ante la presencia del
Señor. ¿No debieran tener siempre fijo en sus mentes que un
día mucho más terrible se aproxima? Esta es una gran
asamblea, pero no es de compararse con aquélla que hemos
de ver, ¡la asamblea de todo el género humano que ha vivido
desde el principio sobre la faz de la tierra! Algunas personas
comparecerán hoy día ante este tribunal para ser juzgadas
según los cargos que se les hagan; ahora están en la prisión,
tal vez arrastrando una cadena, esperando que se les juzgue
y sentencie. Pero en aquel día, todos ustedes que escuchan
y yo que hablo, compareceremos ante el tribunal de
128 Sal. 103.20.
129 Mi. 6.8.
130 Mt. 7.12; Lc. 6.3.
131 Mt. 25.21, 23.
310 El gran tribunal
Cristo.132 Ahora estamos aprisionados en la tierra, que no
es nuestra última morada, en esta cárcel de carne y sangre;
muchos de nosotros tal vez también en cadenas de
obscuridad,133 hasta que se nos ordene comparecer. Aquí se
le pregunta a un hombre respecto a uno o dos delitos que se
supone cometió. En aquel día habremos de dar cuenta de
todas nuestras obras que hemos hecho, desde la cuna hasta
el sepulcro: de todas nuestras palabras, nuestros deseos y
disposiciones; de todos los pensamientos e intenciones de
nuestro corazón;134 del uso que hayamos hecho de los
varios talentos, ya sea nuestra mente, cuerpo o dinero, hasta
que Dios nos diga: Da cuenta de tu mayordomía, porque ya
no podrás más ser mayordomo.135 Es muy posible que
algunos criminales, por falta de evidencia para condenarles,
escapen de la justicia en esta corte, pero en aquel tribunal no
faltará evidencia. Todos los seres humanos con quienes
tuvieron las relaciones más secretas, que supieron de todos
sus intenciones y acciones, estarán delante de ustedes.
También todos los ángeles de las tinieblas que les inspiraron
malas obras y les ayudaron a ponerlas en práctica. También
los ángeles de Dios, esos ojos de Jehová, que recorren toda
la tierra,136 que cuidaron de su alma y trabajaron por su
bien hasta donde se lo permitieron. También su conciencia,
mil testigos en uno, no podrá cegarse ni callarse, sino que
tendrá que conocer y hablar la verdad y nada más que la
verdad, respecto de sus pensamientos, palabras y obras. Y
si la conciencia es más que mil testigos, Dios es más que mil
132 Ro. 14.10.
133 2 P. 2.4.
134 He. 4.12.
135 Lc. 16.2.
136 Zac. 4.10.
Sermón 15 311
conciencias. ¡Oh! ¿quién podrá estar ante la presencia del
gran Dios, nuestro Salvador Jesucristo?137
¡Vean! ¡Vean! ¡Ya viene! Las nubes son su carroza; y
sobre las alas del viento; fuego devorador le precede y una
llama encendida lo sigue. Vean, se sienta sobre su trono,
vestido de luz como con un ropaje, rodeado de majestad y
honor.138 Sus ojos son como llama de fuego, su voz como
ruido de muchas aguas.139
¿Cómo escaparás? ¿Pedirás a las montañas que
caigan sobre ti y a las rocas que te escondan?140 ¡Las
montañas mismas, las rocas, la tierra, los cielos, estarán
listos a desaparecer! ¿Puedes evitar la sentencia? ¿Cómo?
¿Con tus posesiones,141 con mucha plata y oro? ¡Pobre
ciego! ¡Desnudo saliste del vientre de tu madre y desnudo
volverás a la eternidad!142 Escucha al Señor, al Juez: Venid,
benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para
vosotros desde la fundación del mundo.143 Benditas
palabras. ¡Qué diferentes de aquella voz cuyo eco se
escuchará a través de la expansión de los cielos: Apartaos de
mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus
ángeles!144 ¿Y quién es el que puede prevenir o retardar la
completa ejecución de estas sentencias? ¡Vana esperanza!
He aquí el infierno se mueve en las regiones inferiores145
137 Tit. 2.13.
138 Sal. 104.1-3.
139 Ap. 1.14-15.
140 Ap. 6.16.
141 Pr. 6.31.
142 Job 1.21.
143 Mt. 25.41.
144 Mt. 25.41.
145 Is. 14.9.
312 El gran tribunal
para tragar su presa. ¡Y las puertas eternas alzan sus
cabezas para que los herederos de la gloria puedan entrar!146
5. ¿Qué santidad y pureza de costumbres deberían
caracterizar nuestras vidas?147 Sabemos que muy pronto el
Señor descenderá con voz de arcángel, y con trompeta de
Dios;148 cuando cada uno de nosotros comparecerá delante
de él y dará cuenta de sus propias obras.149 Por lo cual, oh
amados, estando en espera de estas cosas,150 porque aún
un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará,151
procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e
irreprensibles.152 ¿Y por qué no? ¿Por qué tendrá que
encontrarse alguno de ustedes a la mano izquierda el día de
su venida? El Señor no quiere que ninguno perezca, sino que
todos procedan al arrepentimiento;153 y por medio del
arrepentimiento, a la fe en la sangre del Señor; por fe en un
amor sin mancha, a la completa imagen de Dios renovada en
el corazón, que produce una completa santidad de vida.
¿Pueden dudar esto, sabiendo que el Juez de todos154 es a la
vez el Salvador de todo el género humano?155 ¿No fue él
quien los compró con su preciosa sangre156 para que, lejos
de perecer, tuvieran vida eterna?157 ¡Oh, prueben su
146 Sal. 24.7, 9.
147 2 P. 3.11.
148 1 Ts. 4.16.
149 Lc. 16.2.
150 2 P. 3.14.
151 He. 10.37.
152 2 P. 3.14.
153 2 P. 3.9.
154 He. 12.23.
155 1 Ti. 4.10.
156 Hch. 20.28.
157 Jn. 3.16.
Sermón 15 313
misericordia en lugar de su justicia; su amor y no el trueno
de su poder!158 No está lejos de cada uno de nosotros;159 y
no viene a condenar, sino a salvar al mundo.160 Está en
medio de nosotros. Pecador, ahora mismo, en este
momento, está llamando a la puerta de tu corazón.161 ¡Oh,
si pudieras saber, al menos en este tu día, lo que es para tu
paz!162 ¡Oh, que pudieran entregarse completamente a aquel
que se dio a sí mismo por ustedes,163 con una fe humilde,
con un amor santo, puro y paciente! Para que puedan
regocijarse con sumo gozo164 en su día, cuando él vendrá en
las nubes del cielo.165
158 Job 26.14.
159 Hech. 17.27.
160 Jn. 3.17.
161 Ap. 3.20.
162 Lc. 19.42.
163 Gá. 2.20.
164 Mt. 2.10.
165 Mt. 24.30.
313
Sermón 16
Los medios de gracia
Malaquías 3.7
Os habéis apartado de mis leyes y no las guardasteis.
I.1. ¿Habrá todavía algunas «ordenanzas», ahora que
el evangelio ha sacado la vida y la inmortalidad a la luz?1
¿Existen bajo la dispensación cristiana medios instituidos
por Dios como los conductos ordinarios de su gracia? En la
Iglesia Apostólica no se habría podido hacer esta pregunta,
a no ser que se declarase uno abiertamente pagano, ya que
todos los cristianos estaban de acuerdo en que Cristo había
instituido ciertos medios exteriores para comunicar su gracia
a las almas de los hombres. Su práctica constante estableció
esto en una forma indisputable, mientras Todos los que
habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las
cosas.2 Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles ... en
el partimiento del pan y en las oraciones.3
2. Con el paso del tiempo, cuando el amor de
muchos se enfrió,4 algunos principiaron a tomar los medios
como el fin, y a hacer que la religión consistiera en un serie
de prácticas exteriores en lugar de en un corazón
transformado según la imagen de Dios. Olvidaron que el
propósito de los mandamientos es el amor, nacido de
1 2 Ti. 1.10.
2 Hch. 2. 44.
3 Hch. 2.42.
4 Mt. 24.12.
314 Los medios de gracia
corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida.5
Que ese propósito es amar al Señor su Dios con todo su
corazón y a su prójimo como a ellos mismos;6 y el ser
purificados del orgullo, del rencor y de todo deseo
pecaminoso, mediante la fe en el poder de Dios.7 Otros
aparentemente se imaginaron que, aunque la religión no
consistía principalmente de estas manifestaciones
exteriores, sin embargo había en ellas algo que complacía a
Dios, algo que los haría aceptables ante su presencia,
aunque no cumplieran exactamente las demandas de la ley,
la justicia, la misericordia y el amor a Dios.8
3. Es evidente que estos medios no han producido,
en aquéllos que abusan de ellos, el fin para el que fueron
instituidos, sino que, al contrario, los medios que deberían
haber servido para su salvación les han servido de
tropiezo.9 Se encontraban tan lejos de recibir una bendición
por medio de ellos, que trajeron maldición sobre sus
cabezas. En lugar de crecer en pureza de corazón y de vida
se hicieron doblemente hijos del infierno.10 Otros, al ver
claramente que estos medios no traían la gracia de Dios a
esos hijos del diablo, principiaron a deducir de esos casos
particulares una conclusión general: estos medios no
comunican la gracia de Dios.
Sin embargo, el número de los que abusaban de las
ordenanzas de Dios era más grande que el de aquellos que
las odiaban, hasta que ciertos hombres se levantaron, no
5 1 Ti. 1.5.
6 Mt. 22.37,39.
7 Col. 2.12.
8 Mt. 23.23.
9 Ro. 14.13.
10 Mt. 23.15.
Sermón 16 315
únicamente con un gran entendimiento (algunos vinieron con
un gran erudición), sino que parecían también personas
llenas de amor, habiendo experimentado la verdad y la
religión interior. Algunos de ellos eran antorchas que ardían
y alumbraban,11 personas famosas en sus generaciones, que
habían vivido bien en la Iglesia de Cristo al ponerse de pie
en la brecha12 mientras el pecado parecía desbordarse.
No se puede suponer que estas venerables y santas
personas intentaban al principio otra cosa que mostrar que
la religión externa no vale nada sin la religión del corazón,
que Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en
verdad es necesario que adoren;13 que, por lo tanto, la
adoración exterior es inútil sin un corazón entregado a Dios;
que las leyes externas de Dios son de mucho provecho
cuando ayudan a progresar en santidad interna, pero cuando
no lo hacen son más ligeras que la vanidad; sí, cuando son
usadas, como si dijéramos, en lugar de esto, son gran
abominación delante de Dios.
5. Sin embargo, no es raro que algunos de éstos,
convencidos profundamente de la horrible profanación de
las leyes de Dios que se ha extendido sobre toda la iglesia y
casi expulsado del mundo la verdadera religión, en su
ferviente celo por la gloria de Dios y de rescatar las almas de
ese fatal engaño, hablaron como si la religión exterior valiera
absolutamente nada, como si no tuviera un lugar en la
religión de Cristo. No es de sorprender si en algunas
ocasiones no se expresaron con la suficiente cautela, de
manera que algunos oídos incautos pudieron creer que
11 Jn. 5.35.
12 Ez. 22.30.
13 Jn. 4.24.
316 Los medios de gracia
condenaban todas las expresiones externas como inútiles y
como si Dios no las hubiera designado como medios
ordinarios para comunicar su gracia a las almas del género
humano.
Es posible que algunos de estos santos varones
hayan aceptado al fin tal opinión, especialmente aquéllos
que se encontraron privados de todas estas leyes, no de su
propia voluntad, sino por la providencia de Dios; quienes
tal vez caminaban de un lugar a otro, sin tener un lugar fijo,
y habitando, quizá, en las cavernas de la tierra.14 Estos,
experimentando la gracia de Dios en sí mismos, aunque
estaban privados de todos los medios exteriores, pudieron
imaginar que alcanzarían la misma gracia aquéllos que se
abstuvieran de dichos medios por su propia voluntad.
6. La experiencia nos muestra cuán fácilmente se
extiende esta opinión y se insinúa en la mente de los seres
humanos, especialmente en aquéllos que han despertado
completamente del sueño de la muerte15 y han principiado a
sentir el peso de sus pecados como una carga muy pesada y
difícil de llevar.16 Estas personas frecuentemente están
impacientes por su presente estado y tratan, por todos los
medios posibles, de escapar de él. Siempre están listas a
probar cualquier cosa nueva que produzca serenidad o
felicidad. Probablemente han probado la mayor parte de los
medios externos sin encontrar paz en ellos sino, por el
contrario, probablemente más y más temor, tristeza y
condenación. Es fácil, entonces, persuadir a estas personas
de que han de abstenerse de todos estos medios.
14 He. 11.38.
15 Sal. 13.3.
16 Sal. 38.4.
Sermón 16 317
Aparentemente, ya están cansadas de luchar en vano, de
trabajar para el fuego17 y se alegran, por lo tanto, de
cualquier pretexto para hacer a un lado aquello en que sus
almas no encuentran placer, abandonar la lucha dolorosa y
sumarse en una profunda apatía.
II.1. En el discurso que sigue me propongo examinar
cuidadosamente si existen o no los medios de gracia.
Por «medios de gracia» entiendo las señales
exteriores, las palabras o acciones ordenadas e instituidas
por Dios con el fin de ser los canales ordinarios por medio
de los cuales pueda comunicar a la criatura humana su gracia
anticipante, justificadora y santificadora.
Uso esta expresión, «medios de gracia», porque no
conozco ninguno mejor y porque ha sido usado
generalmente en la iglesia cristiana por muchos siglos. En
particular, por nuestra propia iglesia, que nos dirige a
bendecir a Dios «por los medios de gracia y la esperanza de
gloria»;18 y nos enseña que un sacramento es «un signo
exterior de una gracia interior, y un medio que nos la
confiere.»19
Los medios principales son: la oración, ya sea en
privado o en la gran congregación; el estudio de las
Escrituras (que significa leer, escuchar y meditar sobre
ellas), y la cena del Señor: participar del pan y del vino en
su memoria. Creemos que estos medios fueron instituidos
por Dios como los canales ordinarios para comunicar su
gracia a las almas del género humano.
17 Hab. 2.13
18 Libro de Oración Común, Oración general de gracias.
19 Libro de Oración Común, Catecismo, respuesta a la pregunta: «¿Qué quiere
decir la palabra sacramento?».
318 Los medios de gracia
2. Concedemos que todo el valor de estos medios
consiste en estar actualmente subordinados al objeto de la
religión y, por consiguiente, que cuando todos estos medios
se separan de su objeto, son menos que la misma vanidad.20
Que si no guían en realidad al conocimiento y amor de Dios,
no son aceptables en su presencia, sino al contrario, una
abominación; un mal olor que le ofende y se cansa de ellos.
No puede soportarlos. Sobre todo, si se usan como una
forma de «conmutación»21 de la religión, en vez de estar
subordinados al objeto de ésta, no hay palabras con qué
expresar lo enorme y pecaminoso de esta torpeza de volver
las armas de Dios en contra de él mismo; de evitar que el
cristianismo se posesione del corazón, usando de esos
mismos medios que fueron instituidos con tal fin.
3. Concedemos, igualmente, que todos los medios
exteriores, si están separados del Espíritu de Dios, no
pueden ser de ningún provecho ni conducir de ninguna
manera al conocimiento o al amor de Dios. Es
incontrovertible que la ayuda que se recibe aquí viene de él
mismo.22 El, y sólo él, es quien por medio de su poder
omnipotente obra en nosotros lo que es agradable en su
presencia.23 Todas las cosas exteriores, a menos que él obre
en ellas y por medio de ellas, son débiles y míseros
elementos.24 Quienquiera, pues, que se imagine que hay
algún poder intrínseco en estos medios, está en un error
craso y no conoce las Sagradas Escrituras ni el poder de
20 Is. 40.17.
21 Término forense, definido en la Cyclopaedia de Chambers como «un
cambio de condena o castigo, ...como cuando la pena de muerte es cambiada
por destierro o prisión perpetua».
22 Sal. 74.13.
23 1 Jn.3.22.
24 Gá. 4.9.
Sermón 16 319
Dios.25 Sabemos que no hay ningún poder inherente en las
palabras que usamos en la oración, en la letra de la Sagrada
Escritura, en el sonido de esas palabras, o en el pan y vino
que recibimos en la Cena del Señor, y que sólo Dios es el
dador de todo don perfecto,26 el Autor de toda gracia; que a
él únicamente pertenece el poder de comunicar a nuestras
almas cualquiera bendición por estos medios. Sabemos,
igualmente, que podría conceder esta gracia aunque ninguno
de estos medios existiera en toda la redondez de la tierra y,
en este sentido, podemos afirmar que Dios no tiene
necesidad de ningún medio, por cuanto puede hacer su santa
voluntad valiéndose de medios o sin ninguno de ellos.27
4.Confesamos, además, que el uso de todos los
medios no bastaría para redimir un solo pecado; que sólo la
sangre de Jesucristo es suficiente para reconciliar al pecador
con Dios,28 puesto que no existe ninguna otra propiciación
por nuestros pecados,29 ninguna otra fuente que pueda
limpiar la iniquidad e impureza. Todos los creyentes en
Cristo están firmemente persuadidos de que no existe
ningún mérito sino en él; que no hay ningún mérito en sus
propias obras, en hacer sus oraciones, en el estudio de la
Sagrada Escritura, en escuchar la palabra de Dios o en comer
del pan y beber de la copa.30 De manera que si la expresión
que muchos han usado de que «Cristo es el único medio de
gracia,» quiere decir que él es la única causa meritoria,
25 Mt. 22.29.
26 Stg. 1.17.
27 Ec. 8.3.
28 Ro. 5.10.
29 1 Jn. 2.2; 4.10.
30 1 Co. 11.28.
320 Los medios de gracia
ninguno que conozca la gracia de Dios puede contradecir tal
aserción.
5. Todavía más, es un hecho, aunque nos pese
confesarlo, que un gran número de los que se llaman
cristianos hasta hoy, abusan de los medios de gracia para su
propia destrucción. Este es el caso, indudablemente, en que
se encuentran los que tienen la forma sin el poder de la
santidad.31 Presumen, equivocadamente, que ya son
cristianos, porque cumplen con tal o cual cosa, aunque
Cristo jamás se haya revelado en sus corazones, ni se haya
derramado en ellos el amor de Dios.32 Se figuran que,
infaliblemente, llegarán a serlo, simplemente porque usan de
estos medios; vanamente soñando, aunque tal vez sin estar
conscientes de ello, ya que hay cierto poder en estos medios
debido al cual, tarde o temprano, no saben cuándo, llegarán
ciertamente a ser santos; o, ya que existe cierta clase de
mérito en hacer uso de ellos, el cual indudablemente moverá
a Dios a santificarlos o a recibirlos sin santidad.
6. Escasamente comprenden el sentido de esas
palabras que son la base firme del cristianismo: Por gracia
sois salvos.33 Salvos de los pecados, de su culpa y poder.
Son recibidos otra vez en el favor y la imagen de Dios, no
debido a ninguna obra, mérito o virtud de ustedes, sino por
gracia; únicamente por la misericordia de Dios, por los
méritos de su muy amado Hijo.34 Son salvos, pues, no
debido a ningún poder, sabiduría o fortaleza que haya en
ustedes o en cualquiera otra criatura, sino únicamente por la
31 2 Ti. 3.5.
32 Ro. 5.5.
33 Ef. 2.5, 8.
34 Mc. 12.6.
Sermón 16 321
gracia y el poder del Espíritu Santo35 que obra en todos
nosotros.36
7. Sin embargo, todavía queda la cuestión principal:
Sabemos que esta salvación es el don y la obra de Dios,
pero ¿cómo podrá uno, por ejemplo, que está persuadido de
que no la ha recibido, obtenerla? Si le dices: «Cree y serás
salvo»,37 te contestará: «Muy bien, pero ¿qué haré para
creer?» Tú le respondes: «Espera en Dios.» «Sí, pero ¿cómo
he de esperar, usando los medios de gracia o sin ellos?»38
8. No se puede concebir que la Palabra de Dios deje
de darnos alguna dirección sobre asunto tan importante, o
que el Hijo de Dios, que bajó del cielo a salvar al género
humano, nos hubiese dejado en duda respecto a una
cuestión que atañe tan de cerca a nuestra salvación.
En verdad no nos ha dejado en duda sino que, muy
al contrario, nos ha mostrado el camino que debemos tomar.
Sólo tenemos que consultar el Oráculo de Dios, investigar lo
que allí está escrito y, si nos sometemos a su decisión, no
puede quedar la menor duda.
III.1. Según esta decisión de la Sagrada Escritura,
todos los que deseen recibir la gracia de Dios deben esperar
obtenerla por los medios que él ha ordenado; usándolos, no
haciéndolos a un lado.39 En primer lugar, el que quiera
35 Ro. 15.13.
36 1 Co. 12.6.
37 Hch. 16.31.
38 Tit. 2.11.
39 La idea de Wesley de «esperar en el Señor» es característicamente dinámica;
nunca significa «quietismo» o «tranquilidad». El cristiano creyente debe ser
celoso en toda obra de piedad y misericordia. Ninguna de éstas afecta la gracia
de Dios, pero pueden ayudar a preparar nuestros corazones para recibir los
dones de Dios como dádiva. Ver adelante: IV.5. Véase también el diario de
Juan Wesley: Dic. 31, 1739 y Jun. 22-28, 1740.
322 Los medios de gracia
recibir la gracia de Dios debe buscarla por medio de la
oración. El mismo Señor lo ha indicado expresamente: en el
Sermón del Monte, después de explicar extensamente en lo
que consiste la religión y describir sus partes principales,
añade: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se
os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que
busca, halla; y al que llama, se le abrirá.40 Aquí se nos
dirige, de la manera más clara, a que pidamos a fin de recibir.
A que busquemos para que podamos encontrar la gracia de
Dios, la perla de gran precio,41 y a que llamemos, a que
continuemos llamando y buscando, si es que hemos de
entrar en el reino.
2. A fin de que no quede la menor duda, nuestro
Señor desarrolla este punto de una manera especial,
apelando al corazón: ¿Qué hombre hay de vosotros, que si
su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si le pide un
pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo
malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto
más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas
a los que le pidan?42 O como se expresa en otra ocasión,
incluyendo todos los dones en uno solo: ¿Cuánto más
vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo
pidan?43Merece observarse muy especialmente que aquellas
personas a quienes se les aconsejaba que pidiesen, aún no
habían recibido el Espíritu Santo y, sin embargo, nuestro
Señor les aconseja que usen de este medio y les promete que
será eficaz. Que si piden, recibirán el Espíritu Santo de
aquél cuya misericordia cubre todas sus obras.
40 Mt. 7.7-8.
41 Mt. 13.46.
42 Mt. 7.9-11.
43 Lc. 11.13.
Sermón 16 323
3. La necesidad urgente de usar este medio, si es que
hemos de recibir cualquier don de Dios, se desprende
además de aquel pasaje tan notable que precede
inmediatamente a estas palabras: «Les dijo también, a
aquellos a quienes acababa de enseñar cómo orar, ¿Quién de
vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le
dice: Amigo, préstame tres panes ... y aquel, respondiendo
desde dentro, le dice: no me molestes... no puedo
levantarme y dártelos? Os digo, que aunque no se levante a
dárselos por ser su amigo, sin embargo por su
importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite. Y
yo os digo: Pedid y se os dará.»44 «Aunque no se levante a
dárselos por ser su amigo, sin embargo por su
importunismo se levantará y le dará todo lo que necesite».
¿Cómo pudiera nuestro bendito Salvador declarar más
ampliamente que Dios nos dará por este medio, pidiendo,
importunando, lo que de otro modo no recibiríamos de
ninguna manera?
4. También les refirió Jesús una parábola sobre la
necesidad de orar siempre y no desmayar, hasta que por
este medio reciban de Dios lo que le piden: Había en una
ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre.
Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a
él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quizo
por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí:
Aunque no temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin
embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia,
no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia.45 El
Señor mismo hizo luego la aplicación de esta parábola: Oíd
44 Lc. 11.5, 7-9.
45 Lc. 18.1-5.
324 Los medios de gracia
lo que dijo el juez injusto: porque continúa pidiendo, porque
no se conforma si me rehuso, le haré justicia. ¿Y acaso Dios
no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y
noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto
les hará justicia, si oran siempre y no desmayan.46
5. Nos dio otra indicación, igualmente amplia y
expresa, de que busquemos las bendiciones de Dios en la
oración privada, juntamente con la promesa de que por este
medio obtendremos la petición de nuestros labios, en
aquellas palabras tan conocidas: «Cuando ores, entra en tu
aposento, y cerrada la puerta, ora al Padre que está en
secreto; y tu Padre que ve en secreto te recompensará en
público.»47
6. Si puede haber dirección más clara, es aquélla que
Dios nos dio por medio de su Apóstol, respecto de toda
clase de oración, pública o privada, y de la bendición que le
sigue: Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala
a Dios, el cual da a todos abundantemente (si pide, porque
de otra manera, no tenéis lo que deseáis, porque no pedís),48
y sin reproche le será dada.49
Si se objetara: «Esta disposición no concierne a los
incrédulos, a los que no conocen la gracia perdonadora de
Dios, pues el Apóstol añade: Pero pida con fe, de otra
manera, no piense ... que recibirá cosa alguna del Señor.50
Contesto: que el Apóstol mismo fijó el sentido de esta
palabra fe, como si hubiera querido destruir esta misma
objeción, en las palabras que siguen inmediatamente: Pero
46 Lc. 18.1.
47 Mt. 6.6.
48 Stg. 4.2.
49 Stg. 1.5.
50 Stg. 1.6-7.
Sermón 16 325
pida con fe, no dudando nada (meedén diakrinómenos, sin
dudar que Dios escucha su oración) y el deseo de su
corazón le será concedido.
De aquí se desprende lo absurdo y blasfemo que es
suponer que la fe en este pasaje debe tomarse en un sentido
absolutamente cristiano. Es tanto como suponer que el
Espíritu Santo dirige a alguien, sabiendo que no tiene fe (lo
que aquí se llama sabiduría), a pedirla a Dios bajo la
promesa positiva de que se la dará,51 añadiendo
inmediatamente que no se la dará, a no ser que la tenga antes
de pedir. Pero, ¿quién puede tolerar tal suposición? De este
pasaje, por consiguiente, lo mismo que de los que ya hemos
citado, debemos inferir que todo aquél que desee obtener la
gracia de Dios debe buscarla por medio de la oración.
7. En segundo lugar, todos los que anhelen recibir la
gracia de Dios deben buscarla escudriñando la Sagrada
Escritura.
La dirección que nuestro Señor da respecto al uso de
este medio es igualmente sencilla y clara: «Escudriñad las
Escrituras», dice a los judíos incrédulos, «ellas son las que
dan testimonio de mí».52 Y precisamente con este fin les
aconsejó que escudriñaran las Escrituras, para que creyeran
en él.
La objeción de que «éste no es un mandamiento,
sino solamente una aserción» es vergonzosamente falsa.
Pido a los que insisten en esto, me digan: ¿cómo podrá
expresarse un mandato más claramente que en estos
términos: Escudriñad las Escrituras? Es tan terminante
como las palabras son capaces de hacerlo.
51 Stg. 1.5.
52 Jn. 5.39.
326 Los medios de gracia
Cuál bendición acompaña a los que usan de este
medios, se desprende de lo que está escrito respecto de los
creyentes en Berea, quienes, después de haber escuchado a
Pablo escudriñaban cada día las Escrituras para ver si
estas cosas eran así. Así que creyeron muchos de ellos, y
encontraron la gracia de Dios por el medio que él había
ordenado.53
Ciertamente, es muy probable que en algunos de
aquellos que recibieron la palabra con toda solicitud,54 la fe
haya venido por el oír, como dice el Apóstol,55 y sólo haya
sido confirmada por la lectura de la Sagrada Escritura. Pero
ya se ha indicado que el término general «escudriñar la
Escritura» significa: escucharla, leerla, y meditar en ella.
8. De las palabras de Pablo a Timoteo, aprendemos
que éste es un medio por el cual Dios no sólo da, sino que
también confirma y desarrolla la verdadera sabiduría. Desde
la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te
pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en
Cristo Jesús.56 La misma verdad, a saber: que Dios ha
instituido este medio de comunicar al humano su múltiple
gracia, se expresa de la manera más completa que pueda
concebirse en las palabras que siguen inmediatamente: Toda
Escritura es inspirada por Dios, y por consiguiente,
verdadera; y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, con el fin de que el
hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para
toda buena obra.57
53 Hch. 17.11-12.
54 Hch. 17.11
55 Ro. 10.7.
56 2 Ti. 3.15.
57 2 Ti. 3.16-17.
Sermón 16 327
9. Es de observarse que esto se refiere, en primer
lugar y directamente, a las Escrituras que Timoteo había
conocido desde sus niñez, que deben haber sido las del
Antiguo Testamento, puesto que las del Nuevo aún no se
habían escrito. ¡Cuán lejos, pues, estaba Pablo-—si bien en
nada era inferior a aquellos grandes apóstoles58 y, por
consiguiente, presumo que a ninguno de los hombres que
hoy existen en la tierra—de despreciar el Antiguo
Testamento! ¡Tomad esto en consideración, no sea que
algún día se asombren y perezcan,59 ustedes los que tienen
tan en poco la mitad de los Oráculos de Dios! De esa mitad,
respecto a la cual el Espíritu Santo expresamente declara
que es «útil» como medio instituido por Dios con este
mismo fin: «para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instituir en justicia»; para que el «hombre de Dios sea
perfecto, enteramente instruido para toda buena obra».
10. Esto no es solamente provechoso para el pueblo
de Dios que ya camina a la luz de su rostro,60sino aun para
aquellos que todavía permanecen en las tinieblas, buscando
a aquél a quien no conocen. Pedro afirma: Tenemos también
la palabra profética más segura;61 confirmada con el hecho
de haber visto personalmente su majestad y oído la voz que
vino desde la magnífica gloria.62 A esa palabra profética,
como la Sagrada Escritura la llama, hacéis bien en estar
atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro,
hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga
58 2 Co. 11.5.
59 Hch. 13.41.
60 Sal. 89.15.
61 2 P. 1.19. En el texto en inglés, Wesley cita la versión inglesa, y luego,
dando el griego, ofrece una versión más literal. Esa versión se aproxima a la de
Reina-Valera, que damos aquí. (N. del E.)
62 2 P. 1.16-17.
328 Los medios de gracia
en vuestros corazones.63 Esperen, pues, escudriñando las
Escrituras, los que deseen que ese lucero alumbre sus
corazones.
11. En tercer lugar, todo aquél que desee crecer en la
gracia de Dios, deberá esperarlo participando de la Cena del
Señor, pues ésta es también una de las indicaciones que él
mismo dio: El Señor Jesús, la noche que fue entregado,
tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo:
Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es
partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó
también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta
copa es el nuevo pacto en mi sangre, haced esto todas las
veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas
las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la
muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.64
Abiertamente la muestran, por medio de estas señales
visibles, ante Dios, los ángeles y los hombres; declaran la
solemne conmemoración de su muerte, hasta que baje del
cielo en las nubes.
Pero «pruébese cada uno a sí mismo» a ver si
comprende la naturaleza y designio de esta santa institución
y si efectivamente desea ser hecho conforme a la muerte de
Cristo y así, sin duda alguna, «coma de aquel pan y beba de
aquella copa».65
Aquí repite el Apóstol expresamente la dirección
que el Señor dio primero: que coma; que beba. Palabras que
indican no un simple permiso, sino un mandamiento claro y
explícito. Un mandamiento a todos los que ya se sienten
63 2 P. 1.19.
64 1 Co. 11.23-26.
65 1 Co. 11.28.
Sermón 16 329
llenos de paz y gozo al creer, o que pueden decir
sinceramente: «La memoria de nuestros pecados nos aflige,
su peso es intolerable».66
12. Que éste sea un medio habitual de recibir la
gracia de Dios, lo evidencian las palabras del Apóstol que se
hallan en el capítulo anterior: «La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es la comunión [o sea la comunicación] de
la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la
comunión del cuerpo de Cristo?»67 El comer el pan y beber
la copa, ¿no es el medio exterior y visible por el cual Dios
comunica a nuestras almas toda esa gracia espiritual, esa
justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo68 que fueron
comprados con el cuerpo de Cristo, una vez quebrantado, y
la sangre de Cristo, una vez derramada por nosotros? Todo
aquél, pues, que anhele la gracia de Dios, coma de ese pan y
beba de esa copa.
IV.1. Pero, a pesar de lo claro que es el camino que
Dios ha señalado y por el cual desea que se le busque, las
objeciones que los humanos, sabios en su propia opinión,
han inventado, son innumerables. Sería bueno considerar
algunas de éstas, no porque tengan mucho peso en sí
mismas, sino por el uso tan frecuente que se hace de ellas,
especialmente en estos últimos años, con el fin de desviar
del camino a los débiles.69 Más aun, de molestar y perturbar
a los que corrían bien, y esto de tal manera, que llegan a
hacer que Satanás parezca como ángel de luz.70
66 Libro de Oración Común, Confesión general.
67 1 Co. 10.16.
68 Ro. 14.17.
69 He. 12.13.
70 2 Co. 11.14.
330 Los medios de gracia
La primera y más importante de éstas es la que
sigue: «No pueden usar estos medios, como los llaman, sin
confiar en ellos.» Yo pregunto: ¿Dónde se encuentra escrita
tal cosa? Supongo que me mostrarán claramente que su
afirmación se prueba con la Escritura, pues de otra manera
no me atrevo a recibirla, porque no estoy convencido que
son más sabios que Dios.
Si realmente fuera esto como ustedes aseguran, es
indudable que Cristo debió haberlo sabido, y seguramente
que nos habría amonestado, y lo habría revelado hace mucho
tiempo. Por consiguiente, siendo que no lo ha revelado,
siendo que no hay fundamento para esto en toda la
revelación de Jesucristo, estoy tan seguro de que su
afirmación es falsa, como de que la revelación es de Dios.
«Sin embargo, déjalos por un poco tiempo a ver si
has confiado en ellos o no». ¡De manera que debo
desobedecer a Dios para saber si confío al obedecerlo! ¿Y
éste es el consejo que me dan? ¿Recomiendan abiertamente
que se haga el mal para que venga el bien? ¡Tiemblen ante la
sentencia de Dios en contra de tales maestros! Su
condenación es justa.71
«A la verdad, si tienen escrúpulos cuando los
abandonan, es cierto que confían en ellos». De ninguna
manera. Si sufro cuando desobedezco a Dios
voluntariamente, es claro que su Espíritu aún está
moviéndose; pero si la conciencia no me remuerde al
cometer voluntariamente el pecado, es evidente que me ha
dejado como a persona de mente réproba.72
71 Ro. 3.8.
72 Ro. 1.28.
Sermón 16 331
Pero, ¿qué quieren decir con «confiar en ellos»?
¿Qué buscan en ellos? ¿La bendición de Dios? ¿Creen que si
esperan de este modo obtendrán lo que de otra manera no
podrían conseguir? Así es y así será, Dios mediante, hasta el
fin de mi vida. Por la gracia de Dios confiaré así en ellos
hasta el día de mi muerte. Es decir: creeré que Dios es fiel en
cumplir todo lo que ha prometido, y por cuanto ha
prometido bendecirme de este modo confío en que será
conforme a su palabra.
2. Se ha objetado, en segundo lugar, «Esto es buscar
la salvación por medio de las obras». ¿Saben el significado
de las palabras que están usando? ¿Qué cosa es buscar la
salvación por medio de las obras? En los escritos de Pablo
significa: ya el tratar de salvarse observando las obras
rituales de la ley mosaica, o esperar la salvación como
resultado de nuestras buenas obras, por los méritos de
nuestra propia justicia. Pero, ¿cómo puede decirse que
cualquiera de estos dos sentidos se aplique al hecho de que
yo busque a Dios en el camino que él ha ordenado,
esperando que me encuentre allí, porque me lo ha
prometido?
Estoy seguro de que cumplirá su palabra, de que me
encontrará y me bendecirá de este modo. Pero no por
cualquiera obra que yo haya hecho, ni debido al mérito de
mi justicia, sino por los méritos, sufrimiento y amor de su
Hijo, en quien siempre ha tomado contentamiento.73
3. Se ha objetado con vehemencia, en tercer lugar,
que «Cristo es el único medio de gracia». A lo que contesto
que tal cosa no es sino un mero juego de palabras, puesto
que si explican el término que usan, la objeción se desvanece
73 Mt. 3.17.
332 Los medios de gracia
por completo. Cuando decimos que la oración es un medio
de gracia, queremos dar a entender que es un conducto por
medio del cual se comunica la gracia de Dios. Cuando dicen:
«Cristo es el medio de gracia», dan a entender que sólo él la
compra y que sólo él es su precio; o que nadie viene al
Padre sino por él.74 Y ¿quién lo niega? Pero esto no tiene
que ver nada con la cuestión.
4. Se ha objetado, en cuarto lugar, «¿No nos dice la
Escritura que esperemos la salvación? ¿No dice David: En
Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi
salvación?75 ¿No nos enseña Isaías lo mismo cuando dice:
«Oh Jehová ... a ti hemos esperado»? Nada de esto puede
negarse. Puesto que es el don de Dios, indudablemente
debemos esperar recibir de él la salvación. Pero, ¿cómo
esperaremos? Si Dios mismo ha instituido la manera
¿podrán encontrar un medio mejor de esperarla? Que
estableció el modo, y cuál sea el camino, se ha demostrado
profusamente. Y las mismas palabras que citan lo ponen
fuera de toda duda, porque el texto completo dice así: En el
camino de tus juicios, u ordenanzas, te hemos esperado.76
De esta misma manera esperó David, como abundantemente
lo testifican sus propias palabras: Tu salvación he
esperado, oh Jehová, y tus mandamientos he puesto por
obra.77 Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos y
lo guardaré hasta el fin.78
74 Jn. 14.6.
75 Sal. 62.1.
76 Is. 26.8.
77 Sal 119.166, 174.
78 Sal. 119.33.
Sermón 16 333
5. «Enhorabuena,» dicen otros, «pero Dios ha
instituido otra manera: «permanezcan quietos y vean la
salvación de Jehová».79
Examinemos los pasajes que citan, el primero de los
cuales, con el contexto, dice así: Y cuando Faraón se hubo
acercado los hijos de Israel alzaron sus ojos... y temieron
en gran manera... y dijeron a Moisés: ¿no había sepulcros
en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el
desierto? ... Y Moisés dijo al pueblo: no temáis: estad firmes
(o quietos) y ved la salvación de Jehová... Entonces Jehová
dijo a Moisés: ...di a los hijos de Israel que marchen; y tú,
alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo, y
entren los hijos de Israel por en medio del mar, en seco.80
Esta fue la salvación de Dios, que para ver se estuvieron
quietos, y marcharon con todo su poder.
El otro pasaje en donde se encuentra esta frase, dice
así: Y acudieron algunos y dieron aviso a Josafat, diciendo:
Contra ti viene una gran multitud del otro lado del mar...
Entonces él tuvo temor; y Josafat humilló su rostro para
consultar a Jehová, e hizo pregonar ayuno a todo Judá. Y
se reunieron los de Judá para pedir socorro a Jehová; y
también de todas las ciudades de Judá vinieron a pedir
ayuda a Jehová. Entonces Josafat se puso en pie en la
asamblea de Judá y de Jerusalén, en la casa de Jehová... Y
allí estaba Jahaziel ... sobre el cual vino el Espíritu de
Jehová ... y dijo: No temáis ni os amedrentéis delante de
esta multitud tan grande... Mañana descenderéis contra
ellos... No habrá para qué peleéis vosotros en este caso;
paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová... Y
79 Ex. 14.13.
80 Ex. 14.10-16.
334 Los medios de gracia
cuando se levantaron por la mañana, salieron... Y cuando
comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso
contra los hijos de Amón, de Moab y del monte de Seir las
emboscadas ... y se mataron los unos a los otros.81
Tal fue la salvación que vieron los hijos de Judá.
Pero esto no prueba absolutamente que no debemos esperar
la gracia de Dios en los medios que él ha establecido.
6. Sólo mencionaré una objeción más, la que a la
verdad, no pertenece a esta parte del asunto, pero siendo
que se cita con frecuencia, no debo pasarla por alto.
«¿No dice Pablo: Si habéis muerto con Cristo ...
¿por qué ... os sometéis a preceptos?82 Por consiguiente, los
cristianos, quienes están muertos en Cristo, ya no necesitan
usar las ordenanzas».
Así que dicen: «¡Si soy cristiano, no estoy sujeto a
las ordenanzas de Cristo!» Ciertamente deben comprender
inmediatamente en vista de semejante absurdo, que las
ordenanzas que aquí se mencionan no pueden ser las
ordenanzas de Cristo; que deben ser los estatutos de los
judíos, a los cuales, es evidente, el cristiano ya no está
sujeto.
Lo mismo se desprende, en manera innegable, de las
palabras que siguen inmediatamente: No manejes, ni gustes,
ni aun toques,83 refiriéndose, no cabe la menor duda, a las
antiguas ordenanzas de la ley judaica.
De modo que esta objeción es la más débil de todas.
A pesar de todas estas objeciones, permanece firme la gran
81 2 Cr. 20.2-22.
82 Col. 2.20.
83 Col. 2.21.
Sermón 16 335
verdad de que todo aquél que desee recibir la gracia de Dios,
debe buscarla por los medios que él ha instituido.
V.1. Pero concediendo que todo aquél que desee
recibir la gracia de Dios, deba esperarla en los medios que él
ha instituido, se preguntará: ¿Cómo deben usarse esos
medios? ¿En qué orden y de qué manera?
Respecto a lo primero, haremos notar que existe
cierta clase de orden en el que generalmente place a Dios
usar de esos medios, con el fin de traer al pecador a la
salvación. Un torpe y pecador sigue su camino sin ocuparse
de Dios, cuando repentinamente Dios le toma por sorpresa,
tal vez por medio de un sermón o conversación que lo hace
despertar de su estupor, quizá por medio de un toque
inesperado de la providencia, o simplemente por el toque
directo del Espíritu sin ningún medio exterior. Teniendo ya
el deseo de huir de la ira que ha de venir,84 va expresamente
a escuchar de qué manera lo podrá hacer, y si se encuentra
con un predicador que hable al corazón, queda asombrado y
empieza a escudriñar la Escritura,85 para ver si estas cosas
son así. Mientras más oye y lee, más se convence y medita
sobre estas cosas, de día y de noche.86 Tal vez encuentre
algún libro que explique y robustezca lo que de la Escritura
ha oído y leído, y por todos estos medios la flecha de la
convicción entre más profundamente en su alma.
Empieza luego a conversar sobre las cosas de Dios
que ocupan su pensamiento prominentemente. Todavía
más, a conversar con Dios, a orar, si bien lleno de temor y
de vergüenza apenas sabe qué decir. Pero ya sepa o no lo
84 Mt. 3.7; Lc 3.7.
85 Jn. 5.39.
86 Jos. 1.8.
336 Los medios de gracia
que ha de decir, no puede menos que orar, aunque sea con
gemidos indecibles.87 Además, dudando si el Alto y Sublime,
el que habita la eternidad,88 se dignará ver a semejante
pecador, desea orar en compañía de aquellos que conocen a
Dios, de los fieles, en la gran congregación.89 Al estar en
ésta, ve que los demás se acercan a la mesa del Señor90 y
medita sobre las palabras de Cristo: «¡Haz esto!»91 «¿Por
qué no lo hago? Soy un gran pecador. No soy digno. No lo
merezco.» Después de luchar por algún tiempo con estos
escrúpulos, se resuelve, y de esta manera continúa en el
camino del Señor: oyendo, leyendo, meditando, orando,
practicando la Cena del Señor hasta que Dios, según la
manera que mejor le plazca, habla a su corazón y le dice: Tu
fe te ha salvado. Vé en paz.92
2. Observando este orden de Dios aprenderemos los
medios que se deben recomendar a tal o cual persona. Si
cualquiera de ellos tiene el poder de tocar a un pecador
descuidado y torpe, probablemente sea el oír o la
conversación. A semejantes almas, por consiguiente, si es
que alguna vez han pensado acerca de la salvación, debemos
recomendar dichos medios. Para alguien que empieza a
sentir la carga de sus pecados, no sólo que escuche la
Palabra de Dios, sino que la lea y también algunos libros
serios, lo que puede ser el medio de una conversión más
firme. Debemos recomendarle también que medite sobre lo
que lee, para que la Palabra ejerza todo su poder en su
87 Ro. 8.26.
88 Is . 57.15.
89 Sal. 25.
90 Mal. 1.7,12.
91 1 Co. 11.24.
92 Lc. 7.50.
Sermón 16 337
corazón; más aun, que hable sobre lo que lee y que no se
avergüence de ello, especialmente con aquéllos que siguen el
mismo camino. Cuando la aflicción y el pesar se apoderen
de él, ¿no deberíamos exhortarle con todo fervor a que
desahogue su alma con Dios,93 orando siempre sin
desmayar?94 Y cuando sienta que sus oraciones no tienen
ningún valor, ¿no será nuestra obligación cooperar con Dios
y recordarle que debe ir a la casa del Señor95 a orar con
todos los que le temen? Si hace esto pronto se acordará de
las palabras de despedida96 de su Señor; la intimación clara
de que ha llegado la hora de secundar los movimientos del
Espíritu Santo. Así es como podemos guiarlo paso a paso,
por todos los medios que Dios ha ordenado--no según
nuestra voluntad, sino conforme la providencia y Espíritu
de Dios procedan y muestren el camino.
3. Pero, así como no hay en la Sagrada Escritura
ningún mandamiento respecto de cualquier orden que deba
observarse, tampoco el Espíritu y la providencia de Dios
siguen ninguno sin variar, sino que los medios por los que
diferentes personas son guiadas, y en los que hallan la
bendición de Dios, varían, cambian y se combinan en miles
de diversas maneras. Sin embargo, hay sabiduría en seguir
las direcciones de su providencia y su Espíritu; en
someterse a ser guiados, muy especialmente respecto a los
medios por los que nosotros mismos buscamos la gracia de
Dios. Esto tiene lugar en parte por su providencia exterior
que nos ofrece la oportunidad de usar unas veces de un
medio y otras de otro; en parte por nuestra experiencia, que
93 1 S. 1.15.
94 Lc. 18.1.
95 Sal. 122.1.
96 Es decir: Haced esto en memoria de mi..., Lc. 22.19; 1 Co. 11.24-26.
338 Los medios de gracia
es el medio por el cual su Espíritu se complace con mayor
frecuencia en obrar en nuestro corazón.
Mientras tanto, la regla general y segura para todo
aquél que gime buscando la salvación de Dios, es ésta:
siempre que se presente la oportunidad, usa de todos los
medios que Dios ha establecido, porque, ¿quién puede saber
cuál sea el medio que Dios escoja para comunicarles la gracia
que trae consigo la salvación?97
4. Respecto de la manera de usarlos, de la cual
depende enteramente si han de comunicar la gracia al que los
usa o no, debemos, en primer lugar, tener siempre fijo en
nuestra mente que Dios está muy por sobre todos los
medios. Cuídense, entonces, de poner límites al
Todopoderoso. El hace todo lo que quiere y cuando quiere.
Puede comunicar su gracia por los medios que ha
establecido, o sin ellos. Tal vez lo haga. ¿Quién entendió la
mente del Señor? ¿o quién fue su consejero?98 Esperen,
pues, constantemente su venida. Ya sea cuando estén
ocupados en el cumplimiento de sus ordenanzas, antes o
después de esa hora, o cuando tengan que estar ausentes. A
él nada lo detiene. Siempre está listo. Siempre tiene el poder
y la voluntad para salvar. Jehová es; haga lo que bien le
pareciere.99
En segundo lugar, antes de usar cualquier medio,
graba profundamente esta verdad en tu corazón: estos
medios no tienen poder intrínseco. Separados de Dios son
como una hoja seca, como una sombra. Tampoco hay
mérito en usarlos. Nada intrínseco que pueda agradar a
97 Tit. 2.11.
98 Ro. 11.34.
99 1 S. 3.18.
Sermón 16 339
Dios. Nada que me haga merecer ningún favor de sus manos,
ni siquiera una gota de agua para refrescar mi lengua.100 Pero
lo hago porque Dios lo manda; me ordena que espere de esta
manera y, por consiguiente, aguardo la misericordia
abundante de donde vine mi salvación.101
Digan esto en su corazón: que el opus operatum, la
mera acción, de nada sirve. Que no hay poder que salve,
sino en el Espíritu de Dios. Ningún mérito, sino en la sangre
de Cristo; que, consecuentemente, aun lo que Dios ha
ordenado no comunica gracia al alma si no confía en él
solamente. Por otra parte, todo aquél que verdaderamente
confíe en él, no puede menos que recibir la gracia de Dios,
aunque esté privado de toda ordenanza exterior, aun cuando
estuviera encerrado en el centro de la tierra.
En tercer lugar, al usar de todos los medios, busquen
sólo a Dios mirando únicamente al poder de su Espíritu y
los méritos de su Hijo. Cuídense de no hundirse en la obra
misma, porque si tal cosa acontece, será trabajo perdido.
Sólo Dios puede satisfacer sus almas; por consiguiente,
véanlo en todas las cosas, por medio de todo y en todo.102
Recuerden también usar los medios como medios,
instituidos no por su valor propio, sino con el fin de
renovar sus almas en justicia y verdadera santidad.103 Por
tanto, si efectivamente tienden a esto, enhorabuena; pero si
no fuera así, no son sino basura y estiércol.
Por último, después de haber usado cualquiera de
estos medios, cuiden de no envanecerse, de no
100 Lc. 16.24.
101 Sal. 62.1.
102 Ef. 4.6.
103 Ef. 4.24.
340 Los medios de gracia
enorgullecerse como si hubieran hecho una gran cosa. Eso
sería convertirlos en veneno. Reflexionen: Si Dios no se
encuentra en ellos, ¿de qué sirven? ¿No he estado añadiendo
pecado a pecado? ¿Hasta cuándo? ¡Señor, sálvame que
perezco!104 ¡No me imputes este pecado!105 Si Dios se
encontraba en ese medio, su amor debe haber inundado sus
corazones y habrán olvidado, como quien dice, la obra
exterior. Ven, saben, sienten que Dios es todo y está en
todo.106 Humíllense; póstrense ante él; denle toda la
alabanza; en todo sea Dios glorificado por Jesucristo.107
Que vuestros labios exclamen: Cantaré perpetuamente; de
generación en generación haré notoria tu fidelidad con mi
boca.108
104 Mt. 8.25.
105 Hch. 7.60.
106 1 Co. 15.28.
107 1 P. 4.11.
108 Sal. 89.1.
341
Sermón 17
La circuncisión del corazón1
Romanos 2.29
La circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra.
1. Esta es la triste afirmación hecha por un hombre
excelente: «Quien predica hoy día los deberes esenciales del
cristianismo corre el peligro que la mayor parte de sus
oyentes lo consideren como un predicador de nuevas
doctrinas».2 La mayoría de los seres humanos han
desgastado de tal manera la esencia de la religión, si bien aún
profesan retenerla, que tan pronto se les proponen algunas
de las verdades que acentúan la diferencia entre el espíritu
de Cristo y el espíritu del mundo, exclaman inmediatamente:
Traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos, pues,
saber qué quiere decir esto,3 aunque simplemente les
predique a Jesús y la resurrección,4 con sus necesarias
consecuencias. Si Cristo ha resucitado también ustedes
deben morir para el mundo y vivir completamente para
Dios.
2. Esta es una palabra dura para el hombre natural,
quien está vivo para el mundo y muerto para Dios, y no se
le puede persuadir fácilmente para recibirla como la verdad
de Dios, a no ser que modifique su interpretación de tal
1 Predicado en la Iglesia de Santa María, Oxford, ante la universidad, el 1 de
enero de 1773.
2 Hch. 17.18-19. El «hombre excelente» es probablemente William Law, cuyo
reciente tratado Serious Call era muy popular en Oxford.
3 Hch. 17.20.
4 Hch. 17.18.
342 La circunsición del corazón
modo que no quede nada de su uso o significado. No recibe
las palabras del Espíritu de Dios en su claro y obvio
significado. Le son locura y, en verdad, no las puede
entender, porque se han de discernir espiritualmente.5 Sólo
se pueden percibir por medio de ese sentido espiritual que
todavía no se ha despertado en él, por lo cual debe
rechazarlas como vanas fantasías humanas, cuando en
realidad son la sabiduría y el poder de Dios.6
3. La circuncisión es la del corazón, en espíritu, no
en letra. Es marca característica de los verdadreros
seguidores de Cristo, de uno que ya ha sido aceptado por
Dios, no la circuncisión exterior o el bautismo, o cualquiera
otra forma externa, sino el estado recto del alma, una mente
y un espíritu renovados conforme a la imagen de aquél que
los creó. Esta es una de esas verdades tan importantes que
solamente pueden ser «discernidas espiritualmente». El
Apóstol lo afirma con las siguientes palabras: La alabanza
del cual no viene de los hombres, sino de Dios.7 Como si
hubiera dicho: «No esperes, tú que sigues al Maestro, que el
mundo, aquéllos que no lo siguen, digan:¡Bien hecho, buen
siervo y fiel!8 Sabe, pues, que la circuncisión de tu corazón,
el sello de tu llamamiento, es locura para el mundo.9
Conformate con esperar tu aplauso hasta el día de la
aparición del Señor. Entonces recibirás la alabanza de Dios10
en la gran asamblea de los creyentes y los ángeles.»
5 1 Co. 2.14.
6 1 Co. 1.24.
7 Ro. 2.29. Véase también Jn. 12.43; 1 Co. 4.5.
8 Mt. 25.23.
9 1 Co. 1.20-21.
10 1 Co. 4.5; Ro. 2.29.
Sermón 17 343
Me propongo, en primer lugar, investigar
cuidadosamente en qué consiste esta circuncisión del
corazón y, en segundo, hacer algunas reflexiones que se
desprenden naturalmente de dicha reflexión.
I.1. Debo, primeramente, investigar en qué consiste
esa circuncisión del corazón que ha de recibir la alabanza de
Dios. En general, podemos observar que es la disposición
habitual del alma que en las Sagradas Escrituras es llamada
«santidad», y que implica ser limpio de pecado, de toda
contaminación de carne y espíritu,11 y por consecuencia,
estar dotado de aquellas virtudes que estuvieron también en
Cristo Jesús; ser renovados en el espíritu de nuestra
mente12 hasta ser perfectos, como nuestro Padre que está en
los cielos es perfecto.13
2. Entrando en pormenores, la circuncisión del
corazón implica humildad, fe, esperanza y caridad. La
humildad, un juicio recto de nosotros mismos, limpia
nuestras mentes de esos conceptos elevados de nuestras
propias perfecciones, de opiniones falsas acerca de nuestras
habilidades y éxitos que son el fruto natural de una
naturaleza corrupta. Esta actitud evita el pensar vanamente:
«Yo soy rico, sabio y no tengo necesidad de nada» y nos
convence de que somos por naturaleza desventurados,
miserables, pobres, ciegos y desnudos.14 Nos persuade de
que, en nuestra mejor condición, por nosotros mismos, no
somos sino pecado y vanidad. Que la confusión, la
ignorancia y el error reinan sobre nuestra comprensión. Que
pasiones irracionales, terrenales, sensuales y diabólicas
11 2 Co. 7.1.
12 Ef. 4.23.
13 Mt. 5.48.
14 Ap. 3.17.
344 La circunsición del corazón
usurpan la autoridad de nuestra voluntad. En una palabra,
que no hay una sola parte sana en nuestra alma, que los
cimientos de nuestra naturaleza están dañados.
3. Al mismo tiempo, estamos convencidos de que no
podemos ayudarnos a nosotros mismos; que, sin el Espíritu
de Dios, no podemos hacer nada, sino añadir pecado al
pecado. Que solamente él produce en nosotros así el querer
como el hacer, por su buena voluntad,15 siendo imposible
para nosotros pensar siquiera un pensamiento bueno sin la
ayuda sobrenatural de su Espíritu, o crear o renovar
nosotros mismos nuestras almas en justicia y verdadera
santidad.
4. Una consecuencia segura de haber formado este
juicio recto acerca de la pecaminosidad y desamparo de
nuestra naturaleza, es el desprecio de la gloria de los
hombres16 que generalmente se rinde a una supuesta
excelencia en nosotros. Quien se conoce a sí mismo ni desea
ni aprecia el aplauso que sabe no merece. Entonces es
natural tener en muy poco el ser juzgado por vosotros o
por tribunal humano.17 Tiene toda la razón al comparar lo
que se dice en favor o en contra suya con lo que siente en su
corazón; de llamar al mundo, lo mismo que al Dios de este
mundo, mentiroso desde el principio.18 Y aun respecto de
aquéllos que no son del mundo, si bien desearía que,
mediante la voluntad de Dios, lo reconocieran como quien
trata de ser mayordomo fiel de los bienes del Señor,19
esperando así ser útil a sus consiervos. Sin embargo, como
15 Fil. 2.13.
16 Jn. 5.41,44.
17 1 Co. 4.3.
18 Jn. 8.44.
19 Lc. 12.42.
Sermón 17 345
éste es el motivo que le hace desear su aprobación, no
descansa en él de ninguna manera, puesto que está seguro de
que Dios puede hacer todo lo que quiere y nunca le faltan
instrumentos, porque tiene el poder de levantar, aun de las
mismas piedras, siervos que hagan su voluntad.20
5. Esta es la humildad de espíritu que han aprendido
de Cristo los que han seguido su ejemplo y caminan en sus
pasos. Este conocimiento de su enfermedad, por medio del
cual se lavan más y más del orgullo y vanidad, que son una
parte de dicha enfermedad, los induce a buscar de buena
gana la segunda cualidad implicada en la «circuncisión del
corazón»: la fe, que es la única que puede sanarlos por
completo, la única medicina en esta tierra que puede sanar
sus enfermedades.
6. El mejor guía para los ciegos, la luz más segura
para los que están en tinieblas, el maestro perfecto de los
ignorantes,21 es la fe. Pero debe ser una fe poderosa en Dios
para la destrucción de fortalezas,22 para abatir todos los
prejuicios que corrompen la razón, todas las falsas máximas
reverenciadas por el género humano, todas las costumbres y
hábitos malos, toda la sabiduría del mundo que es
insensatez para Dios;23 derribando argumentos y toda
altivez que se levanta contra el conociemiento de Dios, y
llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a
Cristo.24
20 Mt. 3.9.
21 Ro. 2.19-20.
22 2 Co. 10.4.
23 1 Co. 3.19.
24 2 Co. 10.5.
346 La circunsición del corazón
7. Al que cree [de esta manera] todo le es posible.25
Alumbrados los ojos de su entendimiento, puede ver cuál es
su vocación: glorificar a Dios, quien lo ha rescatado a tan
alto precio, en su cuerpo y en su espíritu, que ahora
pertenecen a Dios,26 tanto por su redención como por su
creación. Siente la supereminente grandeza del poder27 de
aquél que, habiendo levantado a Cristo de entre los muertos,
puede también vivificarnos,28 arrancándonos de la muerte
del pecado, por su Espíritu que mora en nosotros.29 Esta es
la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.30 Esa fe
que no sólo es el asentimiento firme a todo lo que Dios ha
revelado en la Sagrada Escritura, y especialmente a estas
importantes verdades: Cristo Jesús vino al mundo para
salvar a los pecadores;31 que él mismo [llevó] nuestros
pecados en su cuerpo sobre el madero;32 que él es la
propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo.33 Fe es la
revelación de Cristo en nuestros corazones, la evidencia
divina que nos persuade de su amor, de su amor inmerecido
hacia mí, pecador;34 es una segura confianza en su
misericordia que perdona, grabada en nosotros por la obra
del Espíritu Santo--certeza por la cual todo verdadero
25 Mc. 9. 23.
26 1 Co. 6.20.
27 Ef. 1.19.
28 Ef. 2.1, 5.
29 Ro. 8.11.
30 1 Jn. 5.4.
31 1 Ti. 1.15.
32 1 P. 2.24.
33 1 Jn. 2.2. La parte que sigue de este párrafo fue añadida por Wesley después
que el sermón fue predicado.
34 He. 11.1.
Sermón 17 347
creyente puede dar testimonio y decir: «Yo sé que mi
Redentor vive;35 que yo tengo un abogado para con el Padre
y que Jesucristo, el justo, es mi Señor y la propiciación por
mis pecados.36 Yo sé que él me amó a mí y que se entregó a
sí mismo por mí;37 que él me ha reconciliado, a mí, con
Dios;38 y que yo he recibido redención por su sangre, el
perdón de pecados.»39
8. Tal fe no puede menos que mostrar evidentemente
el poder de aquél que la inspira, librando a sus criaturas del
yugo del pecado y limpiando sus conciencias de las obras de
la muerte,40 fortaleciéndolas de tal manera, que ya no se
sienten constreñidas a obedecer al pecado y sus deseos, sino
que, en lugar de presentar sus cuerpos al pecado como
instrumentos de iniquidad, ahora se presentan únicamente a
Dios como vivos de los muertos.41
9. Los que por medio de esta fe han nacido de
Dios42 encuentran asimismo gran consuelo en la
esperanza.43 Este es el segundo resultado de la circuncisión
del corazón: el testimonio de su espíritu que testifica en sus
corazones que son hijos de Dios.44 En verdad, el mismo
Espíritu es el que produce en ellos esa plena y grata
confianza de que su corazón está bien con Dios; la seguridad
de que ahora llevan a cabo, por medio de su gracia, aquello
35 Job 19.25.
36 1 Jn.2.1-2.
37 Ef. 5.2.
38 Ro. 5.10.
39 Col. 1.14.
40 He. 9.14.
41 Ro. 6.12-13.
42 1 Jn.3.9.
43 He. 6.18.
44 Ro. 8.16.
348 La circunsición del corazón
que es aceptable en su presencia; que se encuentran en el
camino que conduce a la vida y que, por la misericordia de
Dios, llegarán hasta su fin. El es quien los hace regocijarse
con la esperanza de que recibirán de Dios toda buena
dádiva; con la gozosa anticipación de recibir la corona de
gloria que les está reservada en el cielo.45
Con esta ancla, el cristiano puede permanecer firme
en medio de las tormentas de este tempestuoso mundo y ser
librado de estrellarse contra esas rocas fatales: la presunción
y la desesperación. No lo desanima el falso concepto de la
severidad de Dios ni, por otra parte, menosprecia las
riquezas de su benignidad.46 No se figura que las
dificultades de la carrera que se le propone47 sean
superiores a sus fuerzas, ni tampoco que sean tan pequeñas
que pueda dominarlas, sino hasta después de haber
ejercitado todo su poder. La experiencia obtenida en su
lucha cristiana le asegura que su trabajo no es en vano,48 si
todo lo que le viniere a la mano hacer, lo hace según sus
fuerzas,49 y le prohíbe acariciar el pensamiento vano de que
puede avanzar de otra manera. Sabe así que los corazones
que desmayan y las manos débiles no pueden mostrar
virtud alguna ni obtener alabanza alguna, y que ninguno
puede conseguir esto si no sigue el mismo camino que el
gran Apóstol de los Gentiles. El dijo: Yo de esta manera
corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no
como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo
45 1 P. 1.4; 5.4.
46 Ro. 2.4.
47 He. 12.1.
48 1 Co. 15.58.
49 Ec. 9.10.
Sermón 17 349
pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo
para otros, yo mismo venga a ser eliminado.50
10. Por medio de esta misma disciplina todo buen
soldado de Cristo debe acostumbrarse a sufrir trabajos.51
Confirmado y fortalecido, podrá no sólo renunciar a las
obras de las tinieblas,52 sino también a todos los apetitos,
todas las afecciones que no están sujetas a la ley de Dios.
Porque, como dice San Juan: todo aquel que tiene esta
esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es
puro.53 Por la gracia de Dios y la sangre del Pacto,
diariamente procura limpiar lo más recóndito de su alma de
la lujuria que antes la poseía y manchaba; de la impureza, la
envidia, la malicia y la ira; de toda pasión y temperamento
que tienen por objeto la carne,54 y que emanan o se
alimentan de su corrupción natural. Medita asimismo en el
deber que tiene todo aquel cuyo cuerpo es templo del
Espíritu Santo,55 de no admitir en él nada que sea común o
inmundo; y que la santidad conviene a tu casa, oh Jehová,
por los siglos y para siempre,56 a la habitación donde al
Espíritu de santidad le plugo morar.
11. Sin embargo, te falta una cosa, quienquiera que
seas, quien a una humildad profunda y una fe firme, has
unido una esperanza viva y, por consiguiente, has limpiado
tu corazón en gran medida de su depravación innata. Si
quieres ser perfecto, añade a todo esto caridad y amor y
50 1 Co. 9.26-27.
51 2 Ti. 2.3.
52 Ro. 13.12.
53 1 Jn. 3.3.
54 Jn. 8.15.
55 1 Co.6.19.
56 Sal. 93.5.
350 La circunsición del corazón
tendrás la circuncisión del corazón. El cumplimiento de la
ley es el amor,57 el propósito de este mandamiento es el
amor.58 Cosas excelentes se dicen del amor: es la esencia, el
espíritu, la fuente de toda virtud. No solamente es el
primero y más grande mandamiento,59 sino el resumen de
todos los mandamientos. Todo lo que es justo, todo lo
puro, todo lo amable u honorable; si hay virtud alguna, si
alguna alabanza,60 todo se comprende en esta palabra: amor.
En esto consiste la perfección, la gloria, la felicidad. La ley
sublime del cielo y de la tierra es ésta: Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente y con todas tus fuerzas.61
12. Esto no nos prohíbe amar a otra persona además
de Dios, quiere decir que debemos amar también a nuestro
hermano.62 No nos evita, como algunos han imaginado-
—¡cosa extraña!—-, que nos complazcamos en cualquier
otro objeto sino en Dios. Suponer tal cosa, sería creer que la
fuente de toda santidad es también autor del pecado, puesto
que ha permitido que encontremos placer en el uso de
aquellas cosas que son necesarias para la conservación de la
vida que él nos ha dado. Este no puede ser, por lo tanto, el
verdadero sentido de su mandamiento, cuyo significado no
podemos dejar de entender, puesto que tanto nuestro
bendito Salvador como sus apóstoles nos lo dicen con
frecuencia y claridad. Todos, a una voz, dan testimonio de
que el verdadero sentido de estas declaraciones («Jehová
57 Ro. 13.10.
58 1 Ti. 1.5.
59 Mt. 22.38.
60 Fil. 4.8.
61 Mr. 12.30.
62 1 Jn. 4.21.
Sermón 17 351
nuestro Dios, Jehová uno es», «no andaréis en pos de
dioses ajenos»,63 «amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón»,64 «a él seguiréis»,65 «tu nombre y tu memoria son
el deseo de nuestra alma»66) es el siguiente: El Dios único y
perfecto será su exclusivo y último deseo. Un cosa habréis
de desear por amor de él: el goce de aquél que es todo en
todos.67 La felicidad que deben procurar para sus almas es
la unión con aquél que las creó, teniendo comunión
verdaderamente... con el Padre y con su Hijo Jesucristo,68
y estar unidos al Señor en un espíritu.69 La meta que deben
perseguir hasta el fin de los tiempos es gozar de Dios en
este tiempo y por la eternidad. Deseen otras cosas siempre
que tiendan a este fin. Amen a la criatura que los guíe al
Cordero, pero, que a cada paso que den sea ésta la meta
gloriosa de su visión. Que todos sus pensamientos, afectos,
palabras y obras se subordinen a este fin. Todo lo que
quieran o teman, todo lo que procuren obtener o deseen
evitar; todo lo que piensen, hablen o hagan, que sea con el
fin de encontrar su felicidad en Dios, el único fin y la única
fuente de su ser.
13. No tengan ningún propósito final sino Dios.
Nuestro Señor dijo: Una cosa es necesaria,70 y si tu vista
se fija solamente en este punto todo tu cuerpo estará lleno
de luz.71 Pablo afirma: Prosigo a la meta, al premio del
63 Dt. 6.4,14; Mc. 12.29, 32.
64 Mc. 12.30.
65 Dt. 13.4; Hch.11.23.
66 Is. 26.8.
67 1 Co. 15.20-28.
68 1 Jn. 1.3.
69 1 Co. 6.17.
70 Lc. 10.42.
71 Mt. 6.22.
352 La circunsición del corazón
supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.72 Y
Santiago: Pecadores, limpiad las manos; y vosotros de
doble ánimo, purificad vuestros corazones.73 Y San Juan:
No améis el mundo, ni las coas que están en el mundo...
Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne,
los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no
provienen del Padre, sino del mundo.74 El buscar la
felicidad en aquello que satisface los deseos de la carne,
causando una sensación agradable en los sentidos materiales;
el deseo del ojo o de la imaginación, por su novedad,
grandeza y belleza; o la soberbia de la vida,75 ya sea por
medio de la pompa, la grandeza, el poder o sus
consecuencias naturales—el aplauso y la admiración—no
son del Padre, no proceden ni merecen la aprobación del
Padre de los espíritus, sino del mundo. Es la señal
característica de aquéllos que no quieren que él reine sobre
ellos.
II.1. Hemos, pues, investigado cuidadosamente cuál
sea la circuncisión del corazón que ha de merecer la alabanza
de Dios. Paso, en segundo lugar, a mencionar algunas
reflexiones que naturalmente se desprenden de dicha
investigación, como una norma clara, por medio de las
cuales el ser humano puede discernir si pertenece al mundo
o a Dios.
Desde luego, deducimos de lo que ya se ha dicho,
que ninguna persona tiene derecho a recibir la alabanza de
Dios, a no ser que su corazón esté circuncidado por la
humildad; a no ser que sea pequeña, baja y vil a sus propios
72 Fil. 3.13-14.
73 Stg. 4.8.
74 1 Jn. 2.15-16.
75 1 Jn. 2.16.
Sermón 17 353
ojos; a menos que no esté profundamente convencida de la
innata corrupción de su naturaleza, por la cual dista
muchísimo de la justicia original y se opone, por lo tanto, a
todo lo bueno, se inclina a todo lo malo, corrompido y
abominable, teniendo una «mente carnal» que es enemistad
contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni
tampoco puede,76 a no ser que sienta constantemente en lo
más íntimo de su corazón, que sin la ayuda del Espíritu de
Dios no puede pensar, desear, hablar, ni hacer nada que sea
bueno o agradable en su presencia.77
Nadie, repito, tiene derecho a la alabanza de Dios,
sino hasta que siente su necesidad de Dios; hasta que busca
la honra que viene de Dios solamente,78 y no desea ni busca
la que viene de los demás, a no ser que tienda al fin anterior.
2. Otra verdad que se deduce naturalmente de lo que
llevamos expuesto, es que nadie recibirá la honra que viene
de Dios, a no ser que su corazón esté circuncidado por la fe,
fe en el poder de Dios.79 A menos que, rehusándose a ser
guiado por sus sentidos, apetitos o pasiones, o aun por ese
guía ciego de los ciegos,80 tan idolatrado en el mundo, la
razón natural, viva y ande en la fe81 y dirija todos sus pasos
como viendo al Invisible.82 Que no vea las cosas que se ven,
que son temporales, sino las que no se ven, que son
eternas;83 y gobierne todos sus deseos, planes y
pensamientos, sus acciones y conversaciones, como quien
76 Ro. 8.7.
77 He. 13.21.
78 Jn. 5.44.
79 Col. 2.12.
80 Mt. 15.14.
81 2 Co. 5.7.
82 He. 11.27.
83 2 Co. 4.18.
354 La circunsición del corazón
ha penetrado hasta dentro del velo,84 donde Jesucristo está
sentado a la diestra de Dios.85
3. Ojalá conociesen mejor esta fe los que emplean su
tiempo y esfuerzos en poner otros cimientos en lugar de
discurrir sobre la idoneidad eterna de las cosas, la excelencia
intrínseca de la virtud y lo bello de las acciones que inspira,
las razones, así llamadas, del bien y del mal, y las relaciones
mutuas que deben existir entre un ser y otro. Estas
opiniones respecto a las bases del deber del cristiano
coinciden o no con las de la Sagrada Escritura. Si están en
armonía, ¿por qué razón se confunde a personas bien
intencionadas, separándolas de los asuntos más importantes
de la ley, con una profusión de términos extraños que no
sirven sino para obscurecer las doctrinas más sencillas? Si
no lo están, entonces se debe investigar quién sea el autor de
esta doctrina; si acaso es un ángel del cielo que predica un
evangelio diferente86 del de Jesucristo. Si así fuera, Dios
mismo, no nosotros, ha pronunciado la sentencia: Sea
anatema.87
4. De la misma manera que nuestro evangelio no
reconoce ningún otro fundamento de las buenas obras, sino
la fe; o de la fe, sino Cristo, nos enseña muy claramente que
no somos sus discípulos mientras neguemos que él es Autor
de nuestra fe y obras o que su Espíritu es quien las inspira
y perfecciona. Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es
de él.88 Sólo él puede revivir a los que están muertos para
con Dios; puede inspirar en ellos el aliento de vida cristiana
84 He. 6.19.
85 Col. 3.1; Mc. 16.19; Hch. 7.55.
86 Gá. 1.8.
87 Ibid.
88 Ro. 8.9.
Sermón 17 355
y prevenirlos, acompañarlos y seguirlos con su gracia, de tal
manera que vean sus buenos deseos realizados. Todos los
que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de
Dios.89 Esta es la definición, corta y sencilla, que Dios da de
la religión y de la virtud y nadie puede poner otro
fundamento.90
5. De lo que se ha dicho podemos deducir, en tercer
lugar, que ninguna persona es verdaderamente guiada por el
Espíritu, a no ser que ese Espíritu dé testimonio a su
espíritu de que es hijo de Dios.91 A menos que no vea
delante el premio y la corona, y se regocije en la esperanza
de la gloria de Dios.92 ¡En qué gran error han caído los que
han enseñado que al servir a Dios no debemos buscar
nuestra felicidad! Al contrario, Dios nos enseña con
frecuencia y expresamente que debemos tener puesta la
mirada en el galardón93 para equilibrar el trabajo con el
gozo que nos ha sido propuesto;94 Porque esta leve
tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez
más excelente y eterno peso de gloria.95 Todavía más:
somos ajenos a los pactos de la promesa, estamos sin
esperanza y sin Dios en el mundo96 hasta que el Señor,
según su grande misericordia, nos regenere en esperanza
viva, de una herencia incorruptible que no puede
contaminarse ni marchitarse.97
89 Ro. 8.14.
90 1 Co. 3.11.
91 Ro. 8.16.
92 Ro. 5.2.
93 He. 11.26.
94 He. 12.2.
95 He. 4.17.
96 Ef. 2.12.
97 1 P. 1.3-4.
356 La circunsición del corazón
6. Entonces, si estas cosas son así, ya es tiempo de
que obren fielmente respecto de sus almas los que están tan
lejos de encontrar en sí mismos esa gozosa seguridad de que
llenan los requisitos, y de que han de obtener las promesas
de ese pacto; que riñen contra ese pacto y blasfeman de sus
condiciones; que se quejan, diciendo que son muy severas y
que no ha habido ni habrá un ser viviente que pueda vivir
conforme a ellas. ¿Qué es esto, sino reprochar a Dios como
si fuera un amo severo, que exige de sus siervos más de lo
que pueden llevar a cabo, según las fuerzas que él les da;
como si se burlara de las criaturas débiles que él mismo creó,
pidiendoles que hagan cosas imposibles, ordenándoles
vencer cuando ni sus propias fuerzas ni su gracia son
suficientes?
7. Estos blasfemos casi podrían persuadir a aquéllos
que se creen sin culpa, quienes, yendo al extremo contrario,
esperan cumplir con los mandamientos de Dios sin hacer
ningún esfuerzo. ¡Vana esperanza la de que el hijo de Adán
espere ver el reino de Cristo y de Dios sin esforzarse, sin
agonizar por entrar por la puerta estrecha!98 Que uno que
ha nacido en pecado99 y cuyas entrañas son maldad,100
pueda concebir la idea de ser purificado como su Señor es
puro,101 sin andar en sus pasos102 y tomar diariamente su
cruz;103 sin cortarse la mano derecha ni sacarse el ojo
derecho y arrojarlo lejos de sí.104 Que se imagina poder
98 Lc. 13.24.
99 Sal. 51.5.
100 Sal. 5.9.
101 1 Jn. 3.3.
102 1 P. 2.21.
103 Lc. 9.23.
104 Mt. 18.8-9.
Sermón 17 357
sacudir sus antiguas opiniones, pasiones y temperamento;
ser santificado por completo en espíritu, alma y cuerpo,105
sin hacer esfuerzos constantes, perseverando siempre para
negarse a sí mismo completamente.
8. ¿Qué otra cosa podemos inferir de las palabras de
Pablo citadas anteriormente, quien viviendo en flaquezas, en
afrentas, en persecuciones, en angustias por Cristo; estando
lleno de señales, prodigios y maravillas; habiendo sido
arrebatado hasta el tercer cielo, sin embargo, no confiaba en
sus virtudes y aun temía poner en peligro su salvación si no
se negaba a sí mismo constantemente? Yo de esta manera
corro, dice, no como a la ventura; de esta manera peleo, no
como quien golepa el aire; con lo que claramente enseña que
quien no corre así, quien no se niega a sí mismo diariamente,
corre de una manera incierta y pelea con tan poco éxito
como peleando a la ventura.106
9. Es inútil hablar de haber peleado la buena batalla
de la fe,107 y vana la esperanza de obtener la corona
incorruptible, para aquél cuyo corazón no está circuncidado
por el amor, como podemos inferir, por último, de las
observaciones anteriores. El amor que destruye los deseos
de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la
vida,108 haciendo que el ser humano en su
totalidad—cuerpo, alma y espíritu—se ocupe con ardor en
la prosecución de ese fin. Es tan esencial a los hijos de Dios
que, sin él, cualquiera que vive está como muerto delante de
él. Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo
amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que
105 1 Ts. 5.23.
106 1 Co. 9.26; 2 Co. 12.2,10,12.
107 1 Ti. 6.12.
108 1 Jn. 2.16.
358 La circunsición del corazón
retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios
y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que
trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si
repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres,
y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo
amor, de nada me sirve.109
10. Aquí tenemos, entonces, el resumen de la ley
perfecta: ésta es la verdadrea circuncisión del corazón: que
el espíritu vuelva a Dios que lo dio, con todos sus diversos
afectos. Corran todos los ríos nuevamente hacia el lugar de
su nacimiento.110 No quiere otros sacrificios de nuestra
parte, sino el sacrificio vivo del corazón que ha escogido.
Que se ofrezca constantemente a Dios por medio de
Jesucristo, en las llamas de un amor puro. Que ninguna
criatura participe de ese amor, porque él es un Dios
celoso.111 No divide su trono con nadie; reina sin rival
alguno. Que ningún propósito, ningún deseo que no lo tenga
a él por su último fin, aliente allí. Así vivieron aquellos hijos
de Dios, quienes, aun muertos,112 nos dicen: No deseen la
vida sino para alabarle. Que todos sus pensamientos,
palabras y acciones tiendan a glorificarle. Entréguenle por
completo su corazón y no deseen sino lo que existe en él y
de él procede. Llenen su corazón de su amor en tal manera
que no amen nada sino por amor de él. Tengan siempre una
intención pura en su corazón y procuren su gloria en todas
y cada una de sus obras. Fijen su vista en la bendita
esperanza de su llamamiento y procuren que todas las cosas
del mundo la alimenten, porque entonces, y sólo entonces,
109 1 Co. 13.1-3.
110 Ec. 1.7.
111 Ex. 20.5.
112 He. 11.4.
Sermón 17 359
anidará en sus corazones ese sentir que hubo también en
Cristo Jesús;113 cuando en cada palpitar de nuestros
corazones, en cada palabra de nuestros labios, en todas las
obras de nuestras manos, no haremos nada sin pensar en él
ni someternos a sus deseos. Cuando tampoco pensaremos,
hablaremos u obraremos haciendo nuestra propia voluntad,
sino la de aquél que nos envió.114 Cuando ya sea que
comamos, bebamos o hagamos cualquier cosa, lo haremos
todo para la gloria de Dios.115
113 Fil. 2.5.
114 Jn.5.30; 6.38.
115 1 Co. 10.31.
359
Sermón 18
Las señales del nuevo nacimiento
Juan 3:8
Así es todo aquel que es nacido del Espíritu.
1. ¿De qué manera nace de Dios quien es «nacido del
Espíritu», «nacido de nuevo»? ¿Qué significa «nacer de
nuevo», ser «nacido de Dios», o ser «nacido del Espíritu»?1
¿Qué quiere decir ser hijo o criatura de Dios, o tener el
espíritu de adopción?2 Sabemos que, por la gran
misericordia de Dios, estos privilegios generalmente se unen
al bautismo, el cual nuestro Señor llama en el versículo cinco
«nacer del agua y del Espíritu», pero deseamos saber en qué
consisten estos privilegios. ¿Qué es el «nuevo nacimiento»?
2. Tal vez no sea necesario dar una definición de esta
expresión, dado que las Escrituras no ofrecen ninguna, pero
como el asunto es de vital importancia para todos y cada
uno de los hijos de Adán, por cuanto «el que no naciere otra
vez», «naciere del Espíritu», «no puede ver el reino de
Dios»,3 me propongo describir sus señales de la manera más
clara posible, tal y como las encuentro en las Escrituras.
I.1. La primera señal, que constituye el fundamento
de todas las demás, es la fe. San Pablo afirma: «Todos sois
hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús».4 San Juan declara:
«Les dio potestad» (el derecho o privilegio) «de ser hechos
1 Jn. 3.3, 6.
2 Ro. 8.14-16.
3 Jn. 3.3.
4 Gá. 3.26.
360 Las señales del nuevo nacimiento
hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no
son engendrados», cuando creyeron, «de sangre, ni de
voluntad de carne», ni por medio de la generación natural,
«ni de voluntad de varón», como los hijos que adoptan los
humanos y en los cuales no se obra ningún cambio, «sino de
Dios».5 Y también en su epístola general: «Todo aquel que
cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios».6
2. Sin embargo la fe de que hablan los apóstoles en
estos pasajes no es simplemente especulativa. No es un
simple asentimiento a la proposición: «Jesús es el Cristo»;
ni, ciertamente, a todas las proposiciones contenidas en
nuestro credo, o en el Antiguo y Nuevo Testamentos. No es
simplemente «el asentimiento de que una o todas estas
doctrinas son creíbles y deben creerse». Afirmar tal cosa
sería como decir que los diablos son nacidos de Dios,
porque también ellos tienen esta fe.7 Tiemblan creyendo
que Jesús es el Cristo y que toda la Escritura, habiendo sido
dada por inspiración de Dios, es verdadera, como Dios es
verdadero.8 No es únicamente «un asentimiento a la verdad
divina, basado en el testimonio de Dios» o «comprobado
por milagros».9 Porque esos espíritus también escucharon
las palabras de su boca y lo reconocieron como un testigo
fiel y verdadero. No pudieron hacer otra cosa que recibir su
testimonio, tanto de sí mismo como del Padre que lo envió.
Ellos vieron, de la misma manera, las portentosas obras que
realizó y creyeron, por tanto, que había venido de Dios.10
5 Jn. 1. 12-13.
6 1 Jn. 5.1.
7 Stg. 2.19.
8 2 Ti. 3.16.
9 Véase: Santo Tomás, Suma teológica, II.ii.q.1.
10 Jn. 16.30.
Sermón 18 361
Sin embargo, a pesar de esta fe, todavía están bajo
oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran
día.11
3. Todo esto no es más que una fe muerta.12 La fe
cristiana, verdadera y libre, que posee cualquiera que es
nacido de Dios, no es un simple asentimiento o un acto de
comprensión, sino una disposición que Dios ha obrado en el
corazón, la seguridad y confianza en Dios de que, por medio
de los méritos de Cristo, nuestros pecados han sido
perdonados y hemos sido reconciliados con Dios. Esto
implica, primero, que la criatura renuncia a sí misma; que,
con el fin de ser hallado en Cristo,13 ser aceptado por
medio de él, completamente rechaza la confianza en la
carne;14 que, no teniendo con qué pagar,15 sin confiar en sus
obras ni en la justicia de ninguna clase, vino a Dios como un
perdido, miserable, que se ha destruido y condenado a sí
mismo; desamparado, un pecador sin esperanza, cuya boca
se ha cerrado completamente y está bajo el juicio de Dios.16
Ese sentido de pecado, llamado generalmente
«desesperación» por quienes hablan mal de lo que no saben,
junto con una convicción que no se puede expresar con
palabras, de que nuestra salvación viene solamente de
Cristo; ese sincero deseo de salvación, debe preceder a una
fe viviente, a la seguridad de que él pagó nuestro rescate con
su muerte y con su vida cumplió la ley por nosotros. Esta
fe, entonces, por medio de la cual nacemos a Dios, no es
11 Jud. 6.
12 Stg. 2.17.
13 Fil. 3.9.
14 Fil. 3. 3-4.
15 Lc. 7.42.
16 Ro. 3.19.
362 Las señales del nuevo nacimiento
únicamente una creencia en todos los artículos de nuestra fe,
sino una verdadera confianza en la misericordia de Dios, por
medio de nuestro Señor Jesucristo.
4. Un fruto inmediato y constante de esta fe por
medio de la cual somos nacidos de Dios, un fruto que de
ninguna manera podemos separar de ella, no, ni siquiera por
una hora, es el poder sobre el pecado. Poder sobre el pecado
exterior de toda clase; sobre toda mala palabra y acción,
porque dondequiera que se aplica la sangre de Cristo limpia
las conciencias de obras muertas.17 Y también sobre el
pecado interior, porque él purifica los corazones18 de todo
deseo e inclinación pecaminosa. San Pablo describe
detalladamente este fruto de la fe en el capítulo sexto de su
epístola a los Romanos: «Los que hemos muerto al pecado,
¿cómo viviremos aún en él?»19 «Nuestro viejo hombre fue
crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado
sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado».20
«Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero
vivos para Dios en Cristo Jesús Señor Nuestro. No reine,
pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal ... sino presentaos
vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos...
Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros... Gracias a
Dios, que aunque erais esclavos del pecado [el claro
significado de esto es que debemos estar agradecidos a Dios
porque, aunque en el pasado éramos siervos del pecado,
ahora] libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la
justicia.»21
17 He. 9.14.
18 Hch. 15.9; Stg. 4.8.
19 Ro. 6.2.
20 Ro. 6.6.
21 Ro. 6.11-14, 17-18.
Sermón 18 363
5. El mismo privilegio incomparable de los hijos de
Dios es afirmado poderosamente por San Juan,
particularmente respecto a su primera fase, el poder sobre el
pecado. Después de que ha exclamado, asombrado por la
profundidad de las riquezas de la bondad de Dios, «¡Mirad
cual amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados
hijos de Dios! ... Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún
no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos
que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal como él es», añade: «Todo aquel que
es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente
de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es
nacido de Dios».22 Pero alguien pudiera decir: «Muy cierto:
cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado
habitualmente,» «¿Habitualmente?» ¿De dónde se ha
tomado esa palabra? No la encuentro. No está escrita en el
Libro de Dios. El Señor dice muy claramente: «No hace
pecado»; y tú añades: habitualmente. ¿Quién eres tú, que
tratas de enmendar los oráculos de Dios, que añades a las
cosas que están escritas en su Libro?23 Cdate, no sea que
Dios traiga sobre ti las plagas que están escritas en este
libro.24 Especialmente cuando el comentario que añades
destruye el texto de modo que, por esta artificiosa manera
de engañar, la preciosa promesa se pierde completamente.
Con esta manera de engañar y enredar a los seres humanos
se invalida la Palabra de Dios. Ten cuidado, tú que quitas
significado a las palabras de este Libro, porque quitándoles
sus significado y espíritu sólo dejas lo que ciertamente se
22 1 Jn. 3.9.
23 Ap. 22.18.
24 Ap. 22.18.
364 Las señales del nuevo nacimiento
podría llamar letra muerta, ¡no sea que Dios quite tu parte
del libro de la vida!25
6. Permitamos que el apóstol interprete sus propias
palabras en el contenido de su discurso. En el versículo
quinto de este capítulo dice: «Y sabéis que él [Cristo]
apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en
él».26 ¿Qué inferencia se desprende de estas palabras?
«Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que
peca, no le ha visto, ni le ha conocido».27 Antes de hacer
obligatorio el cumplimiento de esta importante doctrina
hace una muy necesaria advertencia: «Hijitos, nadie os
engañe» (porque muchos procurarán hacerlo, procurarán
persuadirlos de que pueden ser injustos, que pueden
cometer pecado y, sin embargo, ser hijo de Dios). «El que
hace justicia es justo, como él es justo». Y continúa
diciendo: «Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el
pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no
puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto [añade el
Apóstol] se manifiestan los hijos de Dios y los hijos del
diablo».28 Por medio de esta señal tan clara (cometer o no
cometer pecado) se distinguen los unos de los otros. Las
palabras en su capítulo quinto tienen la misma razón de ser:
«Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica
el pecado, pues aquél que fue engendrado por Dios le
guarda, y el maligno no le toca».29
7. Otro fruto de esta fe viva es la paz. Porque siendo
justificados por la fe, habiendo sido borrados todos nuestros
25 Ap. 22.19.
26 1 Jn. 3.5.
27 1 Jn.3.6.
28 vv. 7-10.
29 1 Jn.5.18.
Sermón 18 365
pecados, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro
Señor Jesucristo.30 Ciertamente, nuestro Señor, la noche
anterior a su muerte, la legó él mismo solemnemente a todos
sus seguidores. La paz os dejo (a los que creen en Dios y
también en mí31) mi paz os doy; yo no os la doy como el
mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga
miedo.32 Y nuevamente: Estas cosas os he hablado para
que en mí tengáis paz.33 Esta es esa paz que sobrepasa todo
entendimiento;34 esa serenidad del alma que el corazón del
«hombre natural» no puede concebir35 y que aun el
espiritual no puede expresar. Es la paz que todos los
poderes de la tierra y el infierno no pueden quitarle. La
azotan olas y tormentas, pero no la pueden mover, porque
está fundada sobre la roca.36 Guarda los corazones y las
mentes37 de los hijos de Dios en todo tiempo y en todo
lugar. Ya sea que estén en gozo o en aflicción, en enfermedad
o en salud, en abundancia o en pobreza, son felices en Dios.
En cualquier estado en que se encuentren han aprendido a
estar felices.38 Sí, a dar gracias a Dios por medio de nuestro
Señor Jesucristo, seguros de que lo que les pasa es lo mejor,
porque es la voluntad de Dios. De manera que en todas las
vicisitudes de la vida su corazón está firme, confiado en
Jehová.39
30 Ro. 5.1.
31 Jn. 14.1.
32 Jn. 14.27.
33 Jn. 16.33.
34 Fil. 4.7.
35 1 Co. 2.9,14.
36 Mt 7.25; Lc. 6.48.
37 Fil. 4.7.
38 Fil. 4.11.
39 Sal. 112.7.
366 Las señales del nuevo nacimiento
II.1. La segunda señal escrituraria de los que son
nacidos de Dios es la esperanza. Pedro, dirigiéndose a los
hijos de Dios expatriados de la dispersión, dice: «Bendito el
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su
grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza
viva».40 Una esperanza viva o viviente, dijo el apóstol,
porque, igualmente, existe una esperanza muerta, lo mismo
que una fe muerta; una esperanza que no es de Dios sino del
enemigo de Dios y de la raza humana, como resulta evidente
por sus frutos. Porque así como es hija del orgullo es madre
de toda mala palabra y acción. Mientras que cualquiera que
tiene esta esperanza viva es santo, así como aquel que le
llamó es santo.41 Cualquiera que puede decirles
sinceramente a sus hermanos en Cristo: «Amados, ahora
somos hijos de Dios, y le veremos como él es», se purifica a
sí mismo, así como él es puro.42
2. Esta esperanza, (llamada en la epístola a los
Hebreos «plena certidumbre de fe»43 y «plena certeza de la
esperanza»,44 expresiones que indican mejor el significado
de la palabra, pero en una forma más débil que el original),
según las Escrituras, quiere decir: primero, el testimonio de
nuestro espíritu o conciencia de que caminamos con
sencillez y sinceridad y, en segundo lugar y principalmente,
el testimonio del Espíritu de Dios dando testimonio a
nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos
también herederos de Dios y coherederos con Cristo.45
40 1 Pe. 1.3.
41 1 Pe. 1.15.
42 1 Jn. 3.2-3.
43 He. 10.22.
44 He. 6.11.
45 Ro. 8.14-16.
Sermón 18 367
3. Veamos cuidadosamente lo que Dios mismo nos
enseña aquí respecto a este glorioso privilegio de sus hijos.
¿De quién se dice que «da testimonio»? No de nuestro
espíritu solamente, sino de otro: del Espíritu de Dios. El es
quien da testimonio a nuestro espíritu. ¿De qué da
testimonio? De que somos hijos de Dios. Y si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si
es que padecemos juntamente con él; si nos negamos a
nosotros mismos, si diariamente tomamos nuestra cruz y
con alegría sufrimos la persecución y el reproche por su
causa, para que juntamente seamos glorificados.46 ¿En
quién da este testimonio el Espíritu de Dios? En todos los
que son hijos de Dios. Con este mismo argumento prueba el
Apóstol en los versículos anteriores que lo son: «Todos»,
dice, «los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de
esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis
recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos:
¡Abba, Padre!» De lo que se desprende: El Espíritu mismo
da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de
Dios.47
4. Merece nuestra atención la variación que aparece
en la frase en el versículo quince: «Habéis recibido el
espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!»
«Habéis» quiere decir todos los que son hijos de Dios,48 los
que, en virtud de su linaje, han recibido el mismo espíritu de
adopción, por el cual ahora nosotros clamamos ¡Abba,
Padre! Nosotros, los apóstoles, los profetas, los maestros
(porque así puede entenderse la palabra también); nosotros,
46 Ro. 8.17.
47 Ro. 8.14-16.
48 Véase Ro. 8.15 en la Versión Popular, en donde la idea se hace más clara.
368 Las señales del nuevo nacimiento
servidores de Cristo, y administradores de los misterios de
Dios,49 por medio de quienes han creído. Así como
nosotros y ustedes tenemos un solo Señor, tenemos también
un solo Espíritu; como también tenemos una fe y una
esperanza.50 Nosotros y ustedes hemos sido sellados con el
Espíritu Santo de la promesa, las primicias de su herencia
de la nuestra.51 El mismo Espíritu da testimonio a su
espíritu y a nuestro espíritu, de que «somos hijos de Dios».
5. Así se cumple la Escritura: «Bienaventurados los
que lloran, porque ellos recibirán consolación».52 Porque es
fácil creer que si bien el dolor debe preceder al testimonio
del Espíritu de Dios a nuestro espíritu (como ciertamente
debe ser, hasta cierto punto, mientras gemimos bajo el
temor y la conciencia de que la ira de Dios permanece sobre
nosotros). Sin embargo, tan pronto como el corazón lo
siente, su tristeza se transforma en gozo.53 No importa cual
haya sido antes su dolor, muy pronto ya no recuerda su
angustia por el gozo de que ha nacido de Dios.54 Puede ser
que muchos de ustedes estén sufriendo ahora porque son
extranjeros en Israel, porque están conscientes de que no
tienen este Espíritu, que viven sin esperanza y sin Dios en
el mundo.55 Pero cuando el Consolador venga se gozará
vuestro corazón y nadie os quitará vuestro gozo.56
Entonces podrán decir: «Nos gloriamos en Dios por el
Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la
49 1 Co. 4.1.
50 Ef. 4-5.
51 Ef. 1.13-14.
52 Mt. 5.4.
53 Jn. 16.20.
54 Jn. 16.21.
55 Ef. 2.12.
56 Jn. 16.22, 24.
Sermón 18 369
reconciliación»;57 «por quien también tenemos entrada por
la fe a esta gracia», este estado de gracia, de favor o
reconciliación con Dios, «en la cual estamos firmes, y nos
gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios».58 Ustedes,
dice San Pedro, a quienes Dios ha hecho «renacer para una
esperanza viva ... sois guardados por el poder de Dios
mediante la fe, para alcanzar la salvación... En el cual
vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo,
si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas,
para que sometida a prueba vuestra fe ... sea hallada en
alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo
... aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y
glorioso».59 ¡Gozo inefable, en verdad! El ser humano no
puede describir este gozo en el Espíritu Santo. Es el maná
escondido...el cual ninguno conoce sino aquel que lo
recibe.60 Pero nosotros sabemos que éste no sólo
permanece sino que sobreabunda, en lo profundo de la
aflicción. ¿En tan poco tienes las consolaciones de Dios61
cuando el consuelo terrenal fracasa? De ninguna manera,
sino que cuando más abundan los sufrimientos, más
abundante se hace el consuelo de su Espíritu; a tal grado que
los hijos de Dios se ríen de la destrucción y del hambre;62
de la necesidad, las dolencias, el infierno y la tumba; porque
conocen a aquél que tiene las llaves de la muerte y del
Hades63 y que pronto los arrojará al abismo;64 como si
57 Ro. 5.11.
58 Ro. 5.2.
59 1 Pe. 1.3-8.
60 Ap. 2.17.
61 Job 15.11.
62 Job 5.22.
63 Ap. 1.18.
64 Ap. 20.3.
370 Las señales del nuevo nacimiento
escucharan ahora la gran voz del cielo diciendo: «He aquí el
tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos;
y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos
como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de
ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor,
ni dolor; porque las primeras cosas pasaron».65
III.1. La tercera y más grande señal escrituraria de
los que son nacidos de Dios, es el amor: el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos fue dado.66 Por cuanto sois hijos, Dios envió
a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama:
¡Abba, Padre!67 Movidos por este Espíritu y mirando a
Dios continuamente como a su amante Padre, con quien se
ha reconciliado, claman a él por su pan cotidiano, por todo
lo que necesitan para sus almas o sus cuerpos.
Continuamente abren sus corazones delante de él, sabiendo
que tendrán las peticiones que le hayan hecho.68 Su deleite
está en él. El es el gozo de sus corazones, su escudo y su
galardón sobremanera grande.69 El deseo de sus almas es
hacia él. Hacer su voluntad es su comida y bebida70 y su
alma será saciada como de meollo y de grosura mientras su
boca lo alabará con júbilo.71
2. En este sentido también todo aquel que ama al
que engendró, ama también al que ha sido engendrado por
él.72 Su espíritu se regocija en Dios su Salvador.73 Ama al
65 Ap. 21.3-4.
66 Ro. 5.5.
67 Gá. 4.6.
68 1 Jn. 5.15.
69 Gn. 15.1.
70 Jn. 4.34.
71 Sal. 63.5.
72 1 Jn. 5.1.
Sermón 18 371
Señor Jesucristo con amor inalterable.74 Está tan unido al
Señor que forman un solo espíritu.75 Su alma está extasiada
en él, y lo ha escogido como el más amable, como el
señalado entre diez mil.76 Sabe y siente lo que significa «mi
amado es mío y yo suyo».77 Eres el más hermoso de los
hijos de los hombres; la gracia se derramó en tus labios;
por tanto, Dios te ha bendecido para siempre.78
3. El necesario fruto de este amor de Dios es el amor
a nuestro prójimo, a todas las almas creadas por Dios, sin
exceptuar a nuestros enemigos ni a quienes nos ultrajan y
nos persiguen.79 Un amor por medio del cual amamos a
todo ser humano como a nosotros mismos, como amamos a
nuestra propia alma. Nuestro Señor lo ha expresado todavía
con mayor fuerza, diciendo: «Que os améis unos a otros,
como yo os he amado».80 Por esta razón, el mandamiento
escrito en el corazón de quienes aman a Dios no es otro,
sino éste: «Que os améis unos a otros, como yo os he
amado».81 «En esto hemos conocido el amor, en que él puso
su vida por nosotros. También nosotros,» infiere
correctamente el Apóstol, «debemos poner nuestras vidas
por los hermanos».82 Si sentimos que estamos listos para
hacer tal cosa, entonces amamos verdaderamente a nuestro
prójimo. Entonces sabemos que hemos pasado de muerte a
73 Lc. 1.47.
74 Ef. 6.24.
75 1 Co. 6.17.
76 Cnt. 5.10, 16.
77 Cnt. 2.16.
78 Sal. 45.2.
79 Mt. 5.44.
80 Jn. 13.34.
81 Jn. 15.12.
82 1 Jn. 3.16.
372 Las señales del nuevo nacimiento
vida, en que amamos a los hermanos.83 En esto conocemos
que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha
dado de su Espíritu.84 Porque el amor es de Dios. Todo
aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.85
4. Pero alguien pudiera preguntar: ¿No dice el
Apóstol «este es el amor de Dios, que guardemos sus
mandamientos»? Ciertamente, y aquí se incluye también el
amor a nuestro prójimo, en el mismo sentido que el amor a
Dios. ¿Qué se desprende de todo esto? ¿Que guardar los
mandamientos exteriores es todo lo que implica amar a Dios
con todo nuestro corazón, toda nuestra mente, toda nuestra
alma y fuerza y amar a nuestros prójimos como a nosotros
mismos?86 ¿Que el amor a Dios no es un afecto del alma,
sino un simple servicio exterior y que el amor a nuestro
prójimo no es una disposición del corazón, sino
simplemente una serie de obras exteriores? Basta mencionar
semejante interpretación de las palabras del Apóstol para
refutar esto, puesto que éste es el claro e indisputable
significado del texto. La señal o prueba del «amor de Dios»,
de que guardamos el primero y más grande mandamiento, es
ésta: que guardamos todos los demás mandamientos. Porque
el verdadero amor una vez derramado en nuestros
corazones, nos constreñirá a hacerlo, porque cualquiera que
ama a Dios con todo su corazón no puede menos que
servirle con todas sus fuerzas.
5. El segundo fruto del amor de Dios es la completa
obediencia a aquél que amamos y conformidad a su
voluntad; obediencia a todos los mandamientos de Dios,
83 1 Jn.3.14.
84 1 Jn. 4.13.
85 1 Jn. 4.7.
86 Lc. 10.27.
Sermón 18 373
internos y externos; obediencia de corazón y de vida; en
todo nuestro temperamento y en toda nuestra vida.87 Una
de las disposiciones más obviamente comprendidas en esto
es el ser celoso en buenas obras, sentirse hambriento y
sediento de hacer el bien de todas las maneras posibles, a
todos nuestros semejantes, regocijándose en gastarse por
amor a las almas,88 por todo ser humano, sin buscar
recompensa en este mundo, sino únicamente en la
resurrección de los justos.89
IV.1. He descrito claramente las señales del nuevo
nacimiento que encuentro en las Escrituras. Así contesta
Dios mismo a la importante pregunta: ¿Qué es nacer de
Dios? Así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Esto es,
según el juicio del Espíritu de Dios, ser hijo de Dios. Es
creer en Dios por medio de Cristo y no practicar el
pecado,90 y gozar, en todo tiempo y lugar, la paz de Dios
que sobrepasa todo entendimiento.91 Es esperar en Dios
por medio del Hijo de su amor, de tal manera que se llega a
tener no sólo el testimonio de una buena conciencia,92 sino
que también El Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu, de que somos hijos de Dios, de donde naturalmente
brota ese regocijo en aquél por quien hemos recibido la
reconciliación.93 Es amar a Dios, quien los amó como
ustedes nunca han amado a ninguna criatura, por lo que son
constreñidos a amar a todos los seres humanos como a
87 1 P. 1.15.
88 2 Co. 12.15.
89 Lc. 14.14.
90 1 Jn. 3.9.
91 Fil. 4.7.
92 2 Cor. 1.12; 1 P. 3.21.
93 1 Ts. 5.16; Ro. 5.11.
374 Las señales del nuevo nacimiento
ustedes mismos; con un amor que no sólo arde en sus
corazones, sino en todas sus acciones y conversaciones,
haciendo toda su vida un trabajo de amor,94 una constante
obediencia a los mandamientos Sed, pues, misericordiosos,
como también vuestro Padre es misericordioso;95 Sed
santos, porque yo soy santo;96 Sed, pues, vosotros
perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es
perfecto.97
2. ¿Quiénes, pues, son los que de esta manera han
nacido de Dios? Ustedes saben lo que Dios les ha
concedido.98 Ustedes saben que son hijos de Dios y
podemos asegurar nuestros corazones delante de él.99 Cada
uno de ustedes que ha escuchado estas palabras no puede
menos que sentir y saber si en esta hora (¡respondan a Dios
y no al hombre!) son hijos de Dios o no. La pregunta no es
¿qué fueron hechos en el bautismo?, sino ¿qué son ahora?
¿Está el Espíritu de adopción ahora en su corazón?
Permitan que su corazón escuche el llamamiento. No les
pregunto si nacieron de agua y del Espíritu,100 sino ¿son
ahora el templo del Espíritu Santo que mora en ustedes?
Concedo que han sido circuncidados en la circuncisión de
Cristo (como San Pablo llama enfáticamente al bautismo).101
¿Descansa el Espíritu de Cristo y de gloria ahora sobre
94 1 Ts. 1.3; He. 6.10.
95 Lc. 6.36.
96 1 P. 1.16; Lv. 11.44-45.
97 Mt. 5.48.
98 1 Co. 2.12.
99 1 Jn 3.19.
100 Jn. 3.5.
101 Col. 2.11.
Sermón 18 375
ustedes? De otra manera la circuncisión viene a ser
incircuncisión.102
3. No digas, entonces, en tu corazón: «Yo fui
bautizado una vez, por lo tanto soy hijo de Dios ahora. Tal
razonamiento no tiene valor, porque ¡cuántos que han sido
bautizados ahora son glotones, borrachos, mentirosos,
blasfemos, pendencieros, maldicientes, corrompidos,
ladrones, usurpadores! ¿Qué opinan? ¿Son éstos, ahora,
hijos de Dios? En verdad, en verdad les digo, no importa
quién seas, a quien convenga cualquiera de las condiciones
que acabo de mencionar: Vosotros sois de vuestro padre el
diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer.103 A
ustedes clamo, en el nombre de aquél a quien crucifican de
nuevo, con las palabras que dirigió a sus circuncidados
predecesores: «¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo
escaparéis de la condenación del infierno?».104
4. En verdad, ¿cómo? excepto que nazcan de
nuevo.105 Porque ahora están muertos en delitos y
pecados.106 Decir que no pueden nacer de nuevo, que no
hay nuevo nacimiento sino en el bautismo es sellarlos a
todos ustedes bajo condenación, enviarlos al infierno, sin
ayuda y sin esperanza. Tal vez alguien pudiera pensar que
esto es justo y correcto. En su celo por el Señor de los
Ejércitos pueden decir: «¡Vé, destruye a los pecadores de
Amalec!» «Destruye por completo a estos Gabaonitas!».107
No merecen otra cosa. No, ni yo ni ustedes. Lo que ustedes
102 Ro. 2.25.
103 Jn. 8.44.
104 Mt. 23.33.
105 Jn. 3.3.
106 Ef. 2.1.
107 1 S. 15.6-20; 2 S. 21.1-9.
376 Las señales del nuevo nacimiento
y yo merecemos es lo mismo que ellos merecieron: el
infierno. Sólo por la misericordia, gratuita e inmerecida, es
por lo que nosotros no estamos ahora en el fuego que nunca
se apaga.108 Ustedes dirán: «Estamos lavados, hemos nacido
de agua y del Espíritu». También lo estaban ellos y, por
consiguiente, esto no evita que ahora sean como ellos. ¿No
saben que lo que los hombres tienen por sublime, delante de
Dios es abominación? Vengan, pues, los «santos del
mundo»,109 los honrados por las gentes, y veamos quién
entre ustedes arroja la primera piedra a esos miserables,
indignos de vivir en la tierra: las prostitutas,los adúlteros,
los asesinos. Aprendan antes lo que quiere decir: «Aquel
que aborrece a su hermano es homicida».110 Cualquiera que
mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en
su corazón.111 ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la
amistad del mundo es enemistad contra Dios?112
5. En verdad, en verdad les digo: Ustedes también
deben nacer de nuevo. Si no nacen otra vez no podrán entrar
en el reino de Dios. No se apoyen por más tiempo en ese
báculo quebrado113 de que nacieron otra vez en el bautismo.
¿Quién puede negar que entonces fueron hechos hijos de
Dios y herederos del reino de los cielos?114 Sin embargo, a
pesar de esto, ahora son hijos del diablo, por lo tanto deben
nacer otra vez. No permitan que Satanás les haga depender
de una palabra, cuando su sentido es tan claro. Han oído
108 Mt. 3.12; Lc.3.17.
109 Frase que Wesley tomó del reformador español Juan de Valdés.
110 1 Jn. 3.15.
111 Mt. 5.28.
112 Stg. 4.4.
113 Is. 36.6.
114 Ro. 8.16-17.
Sermón 18 377
cuáles son las señales de los hijos de Dios. Todos ustedes,
bautizados o sin bautizar, los que no las tienen, deben
recibirlas o perecerán irremisiblemente y para siempre. Si
han sido bautizados, ésta es su única esperanza: que
habiendo sido hechos hijos de Dios en el bautismo, pero que
ahora son hijos del diablo, pueden recibir otra vez el poder
de ser hijos de Dios,115 recobrar lo que habían perdido: el
espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba,
Padre!.116
6. ¡Amén, Señor Jesús! Concede que cualquiera
cuyo corazón se mueve a buscarte otra vez, vuelva a recibir
el Espíritu de adopción y clame: ¡Abba, Padre! Permítele
tener de nuevo el poder de creer en tu nombre para que
vuelva a ser hijo de Dios; que crea y sienta que tiene
redención en tu sangre y el perdón de sus pecados,117 y que
no puede pecar, porque es nacido de Dios.118 Permítele
ahora renacer para una esperanza viva,119 para que se
purifique como tú eres puro.120 Y por ser hijo,121 permite
que el Espíritu de amor y gloria descanse sobre él,
limpiándolo de toda contaminación de carne y de espíritu
enseñándole a perfeccionar la santidad en el temor de
Dios.122
115 Jn. 1.12.
116 Ro. 8.15.
117 Col. 1,14.
118 1 Jn. 3.9.
119 1 P. 1.3.
120 1 Dn.3.3.
121 Gá. 4.6.
122 2 Co. 7.1.
377
Sermón 19
El gran privilegio de los que son nacidos de
Dios
1 Juan 3:9
Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado.
1. Con mucha frecuencia se ha creído que ser nacido
de Dios es lo mismo que estar justificado. Que el nuevo
nacimiento y la justificación son únicamente diferentes
modos de expresar la misma cosa;1 siendo evidente, por una
parte, que cualquiera que está justificado es también hijo de
Dios y, por otra, que cualquiera que es nacido de Dios está
también justificado. Todavía más, que estos dos dones de
Dios son dados a cada creyente en un solo y mismo
instante. En un momento sus pecados son borrados y es
nacido de Dios.
2. Pero, aunque se puede conceder que la
justificación y el nuevo nacimiento son, en cuanto al
tiempo, inseparables, sin embargo se puede ver fácilmente
que no son lo mismo, sino cosas de una muy diferente
naturaleza. La justificación implica solamente un cambio
relativo mientras que el nuevo nacimiento indica un cambio
real. Dios, al justificarnos, hace algo por nosotros; al
engendrarnos nuevamente, obra en nosotros. La primera
cambia nuestra relación con Dios, de manera que de
1 Esta correlación (y diferenciación) entre justificación y regeneración fue
crucial para la distinción de Wesley entre la acción de Dios al perdonar al
pecador arrepentido y el efecto humano de esta acción («regeneración»,
«nuevo macimiento», «conversión»). Véase el sermón 14.III.2.
378 El gran privilegio de los que son nacidos de Dios
enemigos pasamos a ser hijos; la segunda implica un cambio
total de nuestras almas, de manera que de pecadores
llegamos a ser santos. Una restaura en nosotros el favor, la
otra la imagen de Dios. Una quita el pecado, la otra quita el
poder del pecado. Así, aunque se unen en cuanto al tiempo,
sin embargo son completamente diferentes en naturaleza.
3. La falta de discernimiento en este respecto,
olvidando la diferencia entre la justificación y el nuevo
nacimiento, ha ocasionado una gran confusión en muchos
que han tratado este tema, particularmente cuando han
tratado de explicar este gran privilegio de los hijos de Dios,
para demostrar que «todo aquel que en nacido de Dios, no
practica el pecado».
4. Con el fin de comprender este asunto claramente,
sería necesario, primero, considerar cuál es el verdadero
significado de la expresión «Todo aquel que es nacido de
Dios» y, segundo, investigar en qué sentido «no practica el
pecado».
I.1. Primero, vamos a considerar cuál es el verdadero
significado de la expresión «todo aquel que es nacido de
Dios». En general, de todos los pasajes de la Sagrada
Escritura en donde aparece la expresión «ser nacido de
Dios», podemos aprender que implica no solamente el ser
bautizado o cualquier otro cambio exterior, sino un
profundo cambio interior. Un cambio producido en el alma
por la operación del Espíritu Santo, un cambio total de
nuestra vida. Porque a partir del momento en que somos
«nacidos de Dios» vivimos de una manera muy diferente a
la que acostumbrábamos. Estamos, como si dijéramos, en
otro mundo.
2. La base y razón de la expresión es fácil de
comprender. Cuando experimentamos este gran cambio
Sermón 19 379
podemos decir verdaderamente que «hemos nacido de
nuevo», porque hay una gran semejanza entre el nacimiento
natural y el espiritual. Por esta razón, considerar las
circunstancias del nacimiento natural es la forma más fácil
de comprender el espiritual.
3. La criatura que aún está por nacer subsiste, en
verdad, por el aire, como acontece con todo lo que tiene
vida, pero no lo siente, a no ser de una manera torpe e
imperfecta. Oye un poco, si acaso, porque los órganos del
oído todavía están cerrados. No ve nada, porque sus ojos
están cerrados completamente y está rodeado de una
completa obscuridad. Hay, pudiera ser, algunas débiles
señales de vida cuando se acerca el momento del
alumbramiento y, por consiguiente, se muestran también
algunos movimientos, por lo que se distingue de una mera
masa de materia. Pero no tiene sentidos. Todas estas
avenidas del alma permanecen cerradas. Por consecuencia,
tiene muy poca, si acaso, comunicación con este mundo
visible, ni ningún conocimiento, comprensión o idea de lo
que ocurre en él.
4. La razón por la que quien no ha nacido todavía es
extranjero para el mundo visible no es porque se encuentra
lejos (se encuentra muy cerca, lo rodea por todas partes)
sino, en parte, que carece de los sentidos (no se han abierto
todavía en su alma) el único medio para mantener contacto
con el mundo material y, en parte también, porque lo cubre
un espeso velo, a través del cual no puede discernir nada.
5. Pero tan pronto como nace la criatura vive de una
manera completamente diferente. Ahora siente el aire que le
rodea y que entra en su cuerpo por medio de su respiración
y que sostiene su vida. Como consecuencia, principia un
aumento constante en su fuerza, en sus movimientos y en
380 El gran privilegio de los que son nacidos de Dios
sus sensaciones. Todos sus sentidos despiertan provistos
de sus propios objetos.
Sus ojos están ahora abiertos para percibir la luz que
todo lo inunda y descubre, no sólo su propio ser, sino una
infinita variedad de objetos que anteriormente desconocía.
Sus oídos se abren y escucha una infinidad de sonidos. Usa
cada sentido para examinar objetos que le son peculiares y
por estos conductos el alma, teniendo contacto con el
mundo visible, adquiere más y más conocimiento de los
objetos sensibles, de todas las cosas que existen bajo el sol.
6. Así es con el que es nacido de Dios. Antes de
experimentar el gran cambio, aunque existe en aquél en quien
vivimos, y nos movemos, y somos, no está consciente de
Dios. No siente, no tiene una profunda conciencia de su
presencia. No percibe ese divino aliento de vida sin el cual
no podría vivir por un momento. Tampoco es sensible a
ninguna de las cosas que tienen que ver con Dios. No hacen
ninguna impresión en su alma. Dios lo está llamando
continuamente desde su gloria, pero no lo escucha; sus
oídos están cerrados. No percibe «la voz del encantador»
por más hábil que el encantador sea.2 No ve las cosas del
Espíritu de Dios. Los ojos de su entendimiento están
cerrados,3 y profundas tinieblas cubren sus alma,
rodeándolo completamente. Es cierto que pudiera tener unas
débiles señales de vida, algunos pequeños principios de vida
espiritual, pero todavía sus sentidos son incapaces de
discernir los objetos espirituales, por lo que no percibe las
cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son
2 Sal. 58.5.
3 Ef. 1.18.
Sermón 19 381
locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente.4
7. Por esta razón tiene un conocimiento muy
rudimentario del mundo invisible, ya que tiene muy poco
contacto con él. No que esté lejos de él. No, sino que está en
medio de él, lo rodea por todas partes. El «otro mundo»,
como lo llamamos generalmente, no está lejos de ninguno de
nosotros. Esta arriba, debajo y a cada lado nuestro,5 pero el
ser humano natural no lo puede discernir, en parte, porque
carece de los sentidos espirituales, únicamente por medio de
los cuales podemos discernir las cosas de Dios. En parte,
porque lo cubre un denso velo y no sabe cómo penetrarlo.
8. Pero cuando es nacido de Dios, nacido del
Espíritu, ¡cómo se transforma su manera de vivir! Su alma
es sensible a las cosas de Dios y puede decir por su propia
experiencia: «Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme;
has conocido desde lejos mis pensamientos.»6 «Detrás y
delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano.»7 Aspira
inmediatamente el Espíritu o aliento de Dios que ha sido
soplado en el alma recién nacida; y el mismo aliento que
viene de Dios, vuelve a él. Así como lo recibe
continuamente por la fe, así es retornado por el amor, la
oración y la acción de gracias (pues el amor y la alabanza
son el aliento del alma verdaderamente nacida de Dios). Por
esta nueva forma de respiración la vida espiritual no
únicamente se mantiene, sino que se fortalece día a día,
junto con la fortaleza, el movimiento y las sensaciones
espirituales. Todos los sentidos del alma están despiertos
4 1 Co. 2.14.
5 Hch. 17.23-28.
6 Sal. 139.2.
7 Sal. 139.5.
382 El gran privilegio de los que son nacidos de Dios
ahora y son capaces de discernir entre el bien y el mal
espiritual.8
9. Los ojos de su entendimiento9 están abiertos
ahora y se mantiene como viendo al Invisible.10 Comprende
cuál es la supereminente grandeza de su poder y de su amor
para los que creen. Reconoce que Dios tiene misericordia de
él, pecador11 y que ha sido reconciliado por medio del Hijo
de su amor. Ahora percibe claramente tanto el amor
perdonador de Dios como todas sus preciosas y
grandísimas promesas.12 Dios, que mandó que de las
tinieblas resplandeciese la luz, resplandece en su corazón,
para iluminarlo con el conocimiento de la gloria de Dios en
la faz de Jesucristo.13 Las tinieblas han pasado. Ahora vive
iluminado por la luz del rostro de Dios.
10. Sus oídos están abiertos y la voz de Dios no
llama en vano. Escucha y obedece el llamamiento divino.
Conoce la voz de su pastor.14 Todos sus sentidos
espirituales están ahora atentos y tiene una clara
comunicación con el mundo invisible y, por consiguiente,
conoce más y más las cosas que antes no percibía.15 Ahora
conoce la paz de Dios; en qué consiste el gozo en el Espíritu
Santo y el amor de Dios que es derramado en el corazón16
de aquéllos que creen en él por medio de Jesucristo.
Habiendo sido removido el velo que antes interrumpía el
8 He. 5.14.
9 Ef. 1.18.
10 He. 11.27.
11 Lc. 18.13.
12 2 P. 1.4.
13 2 Co. 4.6.
14 Jn. 10.4.
15 1 Co.2.9.
16 Ro. 5.5.
Sermón 19 383
paso de la luz y la voz, el conocimiento y el amor de Dios,
ahora el que es nacido del Espíritu permanece en amor,
permanece en Dios, y Dios en él.17
II.1. Habiendo considerado el significado de la
expresión «todo aquel que es nacido de Dios», nos resta, en
segundo lugar, investigar en qué sentido «no practica el
pecado».
Aquél que ha nacido de Dios, como se ha descrito
anteriormente, continuamente recibe en su alma el aliento
divino, la benévola influencia del Espíritu de Dios, y se
mantiene en constante comunión con él; quien así cree y
ama, quien por fe percibe continuamente la acción de Dios
sobre su espíritu y por cierta forma de re-acción18 espiritual
retorna la gracia que recibe en un amor incesante, alabanza y
oración, no únicamente «no practica el pecado» «aquél que
fue engendrado por Dios», sino que no peca porque la
simiente de Dios permanece en él,19 porque es nacido de
Dios.
2. Por, «pecado» entiendo aquí el pecado exterior, de
acuerdo con la acepción común y clara de la palabra: una
«infracción de la ley»20 actual y voluntaria; una infracción
de la ley de Dios revelada y escrita; de cualquier
mandamiento de Dios, reconocido como tal al momento de
cometer la infracción. Pero «todo aquel que es nacido de
Dios», mientras permanece en la fe, el amor, en el espíritu
de oración y en la acción de gracias, no sólo deja de hacer el
17 1 Jn. 4.16.
18 Wesley usa el guión aquí deliberadamente, para énfasis. Véase III.2, más
abajo: «una continua acción de Dios sobre el alma y una re-acción del alma
hacia Dios». Véase también, abajo, III.3.
19 1 Jn. 3.9.
20 1 Jn. 3.4.
384 El gran privilegio de los que son nacidos de Dios
pecado, sino que no puede cometerlo.21 En tanto que crea
en Dios por medio de Cristo, lo ame y derrame su corazón
delante de él, no puede infringir voluntariamente ninguno de
los mandamientos de Dios, ya sea diciendo o haciendo
aquello que Dios ha prohibido, siempre que esa simiente
permanezca en él.22 Esa fe amante, devota y agradecida, lo
estimula a evitar hacer nada que sea abominación a los ojos
de Dios.
3. Aquí se presenta inmediatamente una dificultad
que a muchos le ha parecido insuperable y los ha inducido a
negar la clara afirmación del Apóstol y a renunciar al
privilegio de los hijos de Dios.
Es claro, de hecho, que algunos de los que han
nacido de Dios, según el testimonio infalible que respecto a
ellos nos da el Espíritu de Dios en su Palabra, no sólo han
podido pecar, sino que, de hecho, han cometido pecados,
aun graves y exteriores. Han quebrantado las leyes de Dios,
claras y sabias, hablando o haciendo lo que él ha prohibido.
4. No hay duda de que David fue nacido de Dios, de
otra manera nunca hubiera sido ungido rey de Israel. El sabía
en quien había creído;23 era poderoso en la fe dando gloria a
Dios.24 «El Señor,» dijo «es mi pastor,» por lo tanto, «nada
me faltará. En lugares de delicados pastos me hará yacer,
junto a aguas de reposo me pastoreará ... Aunque ande en
valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú
estarás conmigo».25 Estaba lleno de tal amor, que
frecuentemente exclamaba: «Amarte he, oh Señor, fortaleza
21 1 Jn. 3.9.
22 1 Jn. 3.9.
23 2 Ti. 1.12.
24 Ro. 4.20.
25 Sal. 23.1, 2, 4.
Sermón 19 385
mía. Señor, roca mía y castillo mío, y mi libertador.»26 Era
un hombre de oración, que derramaba su alma delante de
Dios en todas las circunstancias de su vida y abundó en
expresiones de alabanza y acciones de gracia. «Su alabanza,»
dijo, «será siempre en mi boca».27 «Mi Dios eres tú, y a ti
alabaré. Dios mío, a ti ensalzaré.»28 Y, sin embargo, tal hijo
de Dios pudo cometer y cometió pecado, los horribles
pecados de adulterio y homicidio.
5. Aún después de que el Espíritu Santo fue dado
más abundantemente, después de que Jesucristo sacó a la
luz la vida y la inmortalidad por el evangelio,29 no faltan
ejemplos de la misma triste realidad que, indudablemente,
también son escritos para nuestra instrucción.30 Por
ejemplo, aquél a quien los apóstoles dieron el sobrenombre
de Bernabé (que quiere decir: hijo de consolación)31
probablemente porque vendió cuanto tenía y trajo el precio
para auxiliar a los hermanos pobres.32 Este Bernabé, quien a
su regreso fue solemnemente apartado de todos los demás
profetas y doctores, por la dirección especial del Espíritu
Santo, para la obra para la cual Dios lo llamó:33 para
acompañar al gran Apóstol de los Gentiles y ser su
colaborador, posteriormente porfió con Pablo porque al ir a
visitar a los hermanos por segunda vez, a éste no le pareció
bien llevar consigo a Juan que se había apartado de ellos
26 Sal 18.1-2.
27 Sal. 34.1.
28 Sal. 118. 28.
29 2 Ti. 1.10.
30 1 Cor. 9.10; 10.11; 2 Ti. 3.16-17.
31 Hch. 4. 36-37.
32 Hch. 11. 29.
33 Hch. 13. 1-2.
386 El gran privilegio de los que son nacidos de Dios
desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra.34 Bernabé
mismo se separó y tomando a Marcos, navegó a Chipre,35
abandonando a aquél a quien el Espíritu Santo le había unido
de una manera tan especial.
6. Un ejemplo más sorprendente que los dos
mencionados es ofrecido por San Pablo en su Epístola a los
Gálatas: «Cuando Pedro [el anciano, el celoso, el primero de
los apóstoles, uno de los tres más grandemente favorecidos
por su Señor] vino a Antioquía, le resistí en la cara, porque
era de condenar. Pues antes de que viniesen algunos de parte
de Jacobo, comía con los gentiles36 [los paganos convertidos
a la fe cristiana, pues había sido enseñado personalmente
por Dios que a ningún hombre llame común o inmundo]37
Pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque
tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación
participaban también los otros judíos, de tal manera que aun
Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.
Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la
verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú,
siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por
qué obligas a los gentiles a judaizar?»38 Este es un claro e
innegable pecado, cometido por uno que indudablemente
había «nacido de Dios». ¿Cómo podemos reconciliar este
hecho con la afirmación de San Juan, si la tomamos en su
obvio significado literal, que «todo aquel que es nacido de
Dios, no practica el pecado?»
34 Hch. 15.38.
35 Hch. 15.39. Wesley da por sentado que sus oyentes saben que «Juan» y
«Marcos» son la misma persona.
36 Gá. 2.11-12.
37 Hch. 10.28.
38 Gá. 2.12-14.
Sermón 19 387
7. Yo contesto, como se ha visto desde hace mucho
tiempo: en tanto que el que es nacido de Dios se guarda a sí
mismo (lo que puede hacer mediante la gracia de Dios) el
maligno no le toca.39 Pero si no se guarda a sí mismo, si no
permanece en la fe, puede pecar como cualquiera otra
persona.
Es fácil de entender cómo estos hijos de Dios
pueden caer en pecado y, sin embargo, la gran verdad de
Dios, declarada por el Apóstol, permanece firme e
inconmovible. Quien cae no se guardó por la gracia de Dios
que era suficiente.40 Cayó poco a poco primero en el
pecado interior y negativo: no avivó el fuego del don de
Dios41 que estaba en él; no veló en oración42 ni prosiguió a
la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios.43
Luego cayó en el pecado positivo e interior: inclinando su
corazón a la iniquidad, cediendo a algún mal deseo o
inclinación. Después, perdió su fe, perdió de vista al Dios
que perdona y, consecuentemente, su amor a Dios. Estando
entonces débil como cualquier otro ser humano, fue capaz
de cometer aun el pecado exterior.
8. Expliquemos esto con un ejemplo peculiar: David
fue nacido de Dios y vio a Dios por medio de la fe. Amaba a
Dios con sinceridad. Podía decir sinceramente: «¿A quién
tengo yo en los cielos sino a ti?» (ni persona o cosa) «Y
fuera de ti nada deseo en la tierra».44 Sin embargo, todavía
39 1 Jn. 5.18.
40 2 Co. 12.9.
41 2 Ti. 1.6.
42 1 P. 4.7.
43 Fil. 3.14.
44 Sal. 73.25.
388 El gran privilegio de los que son nacidos de Dios
permanecía en su corazón esa naturaleza corrupta que es el
origen de todo pecado.
Sucedió que paseando sobre el terrado de su casa,45
probablemente alabando al Dios que amaba su corazón, vio
a Betsabé. Se sintió tentado, un pensamiento que lo
impulsaba al mal. El Espíritu de Dios no dejó de prevenirlo.
Indudablemente oyó y conoció la voz de advertencia pero
dio lugar, un poco, al pensamiento, y la tentación principió
a prevalecer sobre él y se manchó su espíritu. Todavía veía
a Dios, pero más débilmente que antes. Todavía amaba a
Dios, pero no en el mismo grado, ni con la misma fuerza o
intensidad de afecto. Sin embargo, Dios le habló una vez
más, aunque su espíritu estaba afligido; su voz, aunque cada
vez más débilmente, todavía susurró: «el pecado está a la
puerta»,46 «mirad a mí, y sed salvo».47 Pero él no quiso
escuchar. Miró otra vez, pero no a Dios, sino al objeto
prohibido, hasta que la naturaleza fue superior a la gracia y
encendió en su corazón el fuego de la lujuria.
Los ojos de su entendimiento se cerraron
nuevamente y Dios desapareció de su vista. La fe, esa
divina y sobrenatural comunicación con Dios, y el amor a
Dios cesaron por completo. Entonces arremetió, como
caballo a la batalla48 y, a sabiendas, cometió el pecado
externo.
9. Pueden ver el descenso inevitable de la gracia al
pecado. Procede de la manera siguiente: (1) La semilla de la
fe, amante y victoriosa, permanece en aquél que es nacido
de Dios. Lo guarda y, por la gracia de Dios, no practica el
45 2 S. 11.2.
46 Gn. 4.7.
47 Is. 45.22.
48 Jer. 8.6.
Sermón 19 389
pecado. (2) Viene la tentación, ya sea del mundo, la carne o
del diablo, no importa. (3) El Espíritu de Dios le advierte
que el pecado está cerca y lo amonesta a velar y orar con
redoblado fervor. (4) Cede, en cierto grado, a la tentación,
que ahora le parece más agradable. (5) Contrista al Espíritu
Santo, su fe se debilita y su amor a Dios se enfría. (6) El
Espíritu lo reprende más severamente y le dice: «Este es el
camino, andad por él».49 (7) Se vuelve al otro lado para no
escuchar la angustiada voz de Dios y escucha la agradable
voz del tentador. (8) Los malos deseos principian a cundir
en su alma, hasta que la fe y el amor se desvanecen. (9)
Ahora es capaz de cometer el pecado exterior. El poder del
Señor lo ha abandonado.
10. Expliquemos esto con otro ejemplo. El Apóstol
Pedro estaba lleno de fe y del Santo Espíritu con la ayuda
de los cuales mantenía una conciencia libre de ofensa hacia
Dios y sus semejantes.
Caminando así en sencillez y sinceridad de
corazón,50 antes que viniesen algunos de parte de Jacobo,
comía con los gentiles,51 sabiendo que lo que Dios ha
limpiado no es común o impuro.
Pero, después que vinieron la tentación se despertó
en su corazón de temer a los de la circuncisión (los judíos
convertidos que eran celosos de la circuncisión y demás
ritos de la ley de Moisés) y de agradarse del favor y la
alabanza de estas personas más que de la alabanza de Dios.
El Espíritu le advirtió que el pecado estaba cerca. Sin
embargo, cedió un poco, teniendo un temor pecaminoso de
49 Is. 30.21.
50 2 Co. 1.12.
51 Gá. 2.12.
390 El gran privilegio de los que son nacidos de Dios
sus semejantes, y su fe y amor se debilitaron
proporcionalmente.
Dios lo reprendió nuevamente por dar lugar al
diablo, pero no escuchó la voz de su Pastor, sino que se
entregó a ese temor servil, con lo que apagó el Espíritu.52
Dios se perdió de su vista, la fe y el amor se
extinguieron y cometió el pecado externo. No andaba
rectamente conforme a la verdad del evangelio, se apartaba
de sus hermanos cristianos y, debido a su mal ejemplo, si es
que no consejo también, en su simulación participaban
también otros judíos,53 sujetándose de nuevo al yugo de
esclavitud de que Cristo nos hizo libres.54
Es indudablemente cierto que cualquiera que es
nacido de Dios y se guarda a sí mismo no hace ni puede
practicar el pecado. Sin embargo, si no se guarda a sí mismo
puede cometer toda suerte de pecados insaciablemente.
III.1. De las consideraciones que preceden podemos
aprender, primero, a dar una respuesta clara e incontestable
a un asunto que frecuentemente ha turbado a muchos con un
corazón sincero: ¿el pecado precede o sigue a la pérdida de
la fe? ¿Un hijo de Dios primero comete el pecado y luego
pierde su fe, o pierde ésta primero y luego comete el
pecado?
A lo que contesto: algunos pecados, de omisión por
lo menos, deben preceder necesariamente a la pérdida de la
fe (algún pecado interior). Pero la pérdida de la fe debe
preceder a la comisión del pecado externo.
Mientras más examine el creyente su propio
corazón, más se convencerá de esto: que la fe que obra por
52 1 Ts. 5.19.
53 Gá. 2.12-14.
54 Gá 5.1.
Sermón 19 391
el amor excluye tanto el pecado interior como el exterior del
alma que vela en oración.55 Que, aunque estamos expuestos
a la tentación, especialmente del pecado que nos asedia;56 si
la vista del alma se fija amorosa y constantemente en Dios,
la tentación desaparecerá rápidamente. Pero somos tentados
cuando en nuestra propia concupiscencia somos atraídos y
cebados, como dice el Apóstol Santiago, por los placeres
presentes o que vemos en el futuro.57 Entonces, el deseo
que hemos concebido da a luz el pecado,58 y, habiendo
destruido nuestra fe por medio de ese pecado interior nos
arroja con violencia en los lazos del demonio, a fin de que
cometamos toda clase de pecados exteriores.
2. De lo que se ha dicho podemos aprender, en
segundo lugar, lo que es la vida de Dios en el alma del
creyente, en qué consiste y qué significa inmediata y
necesariamente. Inmediata y necesariamente implica la
continua inspiración del Espíritu Santo de Dios; el aliento
de Dios en el alma y que el alma devuelve a Dios; una acción
constante de Dios sobre el alma y la respuesta del alma
hacia Dios; la presencia constante del Dios amante que
perdona, que se revela al corazón y a quien percibe la fe; un
continuo retorno de amor, alabanza y oración, ofreciendo
todos los pensamientos de nuestro corazón, todas las
palabras de nuestra boca, todo nuestro cuerpo, alma y
espíritu, para ser un sacrificio santo, agradable a Dios59 en
Cristo Jesús.
55 1 P. 4.7.
56 He. 12.1.
57 Stg. 1.14.
58 Stg. 1.15.
59 Ro. 12.1.
392 El gran privilegio de los que son nacidos de Dios
3. De lo cual podemos inferir, en tercer lugar, la
absoluta necesidad de esta re-acción del alma (comoquiera
que sea llamada) con el fin de que continúe en ella la vida
divina. Porque es evidente que Dios no continúa actuando
en el alma si el alma no persevera en su re-acción hacia él. El
nos previene, sin duda alguna, con las bendiciones de su
bondad. Primero nos ama y se manifiesta a nosotros.
Cuando todavía estamos lejos, nos llama hacia él e ilumina
nuestros corazones.60 Pero si no amamos entonces al que
nos amó primero;61 si no escuchamos su voz; si quitamos la
vista de él y no prestamos atención a la luz que derrama en
nosotros, su Espíritu no contenderá más. Se retirará poco a
poco y nos abandonará a las tinieblas de nuestro propio
corazón. No seguirá alentando en nuestras almas a no ser
que se vuelvan hacia él de nuevo; solamente que nuestro
amor, oraciones y acciones de gracia vuelvan a él, un
sacrificio en el cual él se complace.
4. Aprendamos, finalmente, a seguir el consejo del
gran Apóstol: «No te ensoberbezcas, sino teme».62
Temamos al pecado más que a la muerte o el infierno;
tengamos un temor que, si bien esté libre de sufrimiento,
esté lleno de celo, no sea que nos inclinemos hacia nuestros
corazones engañosos. El que piensa estar firme, mire que no
caiga.63 Aun quien ahora está firme en la gracia de Dios, en
la fe que ha vencido al mundo,64 puede caer, sin embargo,
en el pecado interior y naufragar en la fe.65 Y ¡cuán
60 Lc. 15.20.
61 1 Jn. 4.19.
62 Ro. 11.20.
63 1 Co. 10.12.
64 1 Jn. 5.4.
65 1 Ti. 1.19.
Sermón 19 393
fácilmente, entonces, el pecado exterior ganará de nuevo su
dominio sobre él! Por esta razón, oh siervo de Dios, vela
siempre para que puedas oír la voz de Dios; vela para que
puedas orar sin cesar,66 todo el tiempo y en todo lugar,
abriendo tu corazón delante de él. Así podrás creer y amar
siempre y nunca cometerás pecado.
66 1 Ts. 5.17.
393
Sermón 20
Señor, justicia nuestra1
Jeremías 23:6
Este será su nombre con el cual le llamarán:
Señor, justicia nuestra.
1.1. ¡Cuántas y cuán terribles han sido las
contiendas a causa de la religión! Y no sólo entre los hijos
del mundo,2 entre los que no sabían lo que era la verdadera
religión; sino aun entre los hijos de Dios, aquéllos que han
experimentado el reino de Dios en sí mismos,3 que han
probado la justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.4
¡Cuántos de estos hermanos, en todos los tiempos, en lugar
de unirse en contra del enemigo común, han tornado sus
armas los unos contra los otros, desperdiciando así, no
únicamente su valioso tiempo, sino lastimando sus
espíritus, debilitando sus manos, dificultando de esta
manera la gran obra de su común Maestro! ¡Cuántos de los
débiles han sido ofendidos! ¡Cuántos cojos han salido del
camino!5 ¡Cuántos pecadores han confirmado su negligencia
en cuanto a la religión y su desprecio hacia aquéllos que la
1 Predicado en la capilla de la calle West, Seven Dials, el domingo 24 de
noviembre de 1765.
2 Lc. 16.8.
3 Lc. 17.21.
4 Ro. 14.17.
5 He. 12.13.
394 Señor, justicia nuestra
profesan! ¡Cuántos de los santos que están en la tierra6 han
sido obligados a llorar en secreto!7
2. ¿Qué no haría el que ama a Dios y a su prójimo,
qué no estaría dispuesto a sufrir, para remediar este
lamentable estado de cosas? ¿Por borrar esta contienda entre
los hijos de Dios y restaurar la paz entre ellos? ¿Qué otra
cosa, excepto una buena conciencia, apreciaría demasiado
para no separarse de ella, por obtener este buen fin?
Supongamos que no podemos hacer cesar las guerras hasta
los fines de la tierra,8 que no podemos reconciliar a todos
los hijos de Dios. De cualquier manera, hagamos lo que cada
uno puede, que cada uno contribuya aunque sea con dos
blancas.9 ¡Dichosos aquéllos que pueden promover de
alguna manera la paz y buena voluntad entre los hombres!10
Especialmente entre los buenos, quienes se han enlistado
bajo la bandera del Príncipe de Paz.11 Por esta razón,
procuran celosamente estar en paz con todos los hombres.12
3. Sería un paso considerable para alcanzar esta meta
gloriosa si pudiéramos lograr que hubiera un mutuo
entendimiento entre las gentes de buena voluntad. Esta falta
de comprensión es causa de un gran número de altercados.
Frecuentemente, ninguno de los contendientes entiende lo
que su oponente quiere decir, con el consiguiente resultado
de que se atacan uno al otro con saña, cuando no hay una
verdadera diferencia entre ellos. Y, sin embargo, no es fácil
6 Sal. 16.3.
7 Jer. 13.17.
8 Sal. 46.9.
9 Mc. 12.41-44.
10 Lc. 2.14.
11 Is. 9.6.
12 Ro. 12.18.
Sermón 20 395
convencerlos de esta realidad, especialmente cuando se han
exaltado los ánimos, lo que hace más difícil resolver el
problema. Sin embargo, no es imposible, especialmente
cuando procuramos resolverlo, no confiando en nuestras
propias capacidades, sino confiando en Aquél para quien
todas las cosas son posibles.13 ¡Con qué prontitud puede
dispersar las nubes, iluminar sus corazones y ayudarlos a
entenderse uno al otro y a comprender que la verdad está en
Jesús!14
4. Una importante afirmación de esta verdad se
encuentra contenida en las palabras arriba citadas: «Este
será su nombre con el cual le llamarán: Señor justicia
nuestra,» verdad que se encuentra incrustada
profundamente en la naturaleza misma del cristianismo y
que, en cierta manera, sostiene toda su armadura. De esto se
puede afirmar, sin duda alguna, lo que Lutero afirmaba de
una verdad conectada íntimamente con ésta: articulus stantis
vel cadentis ecclesiae--un artículo de fe con el cual la iglesia
permanece o cae.15 Ciertamente, es el pilar y fundamento de
esa fe, de la cual viene la salvación—de esa fe católica o
universal que se encuentra en todos los hijos de Dios y que,
si la persona no guarda entera y sin mácula, perecerá
indudablemente para siempre.
5. ¿No es de esperarse, entonces, que sin importar
en qué otros puntos difieran, los que llevan el nombre de
Cristo16 debieran estar de acuerdo en éste? ¡Pero qué lejos
está esto de la realidad! Sería muy raro encontrar algún otro
13 Mt. 19.26.
14 Ef. 4.21.
15 Aunque Wesley le atribuye esta frase a Lutero, lo cierto es que su origen es
desconocido.
16 2 Ti. 2.19.
396 Señor, justicia nuestra
punto sobre el que haya tan poco acuerdo, sobre el que
quienes profesan seguir a Cristo parecen estar tan separados
e irreconciliablemente divididos. He dicho parecen porque
estoy convencido de que muchos de ellos solamente parecen
diferir. El desacuerdo está más en palabras que en
sentimientos; están más cerca en su opinión que en su
lenguaje. Ciertamente, existe una gran diferencia en el
lenguaje, no únicamente entre protestantes y papistas, sino
entre protestantes y protestantes, aun entre quienes creen
en la justificación por la fe, que están de acuerdo en ésta,
como en las demás doctrinas fundamentales del evangelio.
6. Pero si la diferencia es más asunto de opinión que
de experiencia y más asunto de expresión que de opinión,
¿cómo puede suceder que los hijos de Dios discutan tan
acaloradamente sobre este punto? Se pueden mencionar
varias razones. La principal es la falta de comprensión del
uno para el otro, defendiendo a diestra y siniestra sus
opiniones y formas particulares de expresión.
Con el fin de evitar esto, por lo menos hasta cierta
medida, para que podamos comprendernos mutuamente
sobre este particular, procuraré demostrar, con la ayuda de
Dios:
I. En qué consiste la justicia de Cristo.
II. Cuándo y en qué sentido se nos imputa.
Concluyendo con una breve y clara aplicación.
I. ¿En qué consiste la justicia de Cristo? Tiene dos
aspectos: la divina y la humana.
1. Su justicia divina pertenece a su naturaleza divina,
puesto que él es ho oon, el cual es Dios sobre todas las
cosas, bendito por todos los siglos,17 el supremo, el eterno,
17 Ro. 9.5.
Sermón 20 397
igual al Padre respecto de su divinidad, pero inferior a él en
su humanidad. Esta es su santidad eterna, esencial e
inmutable; su justicia infinita, misericordia y verdad, en
todo lo cual él y el Padre son uno.18
No creo, sin embargo, que la divina justicia de Cristo
tenga algo que ver con la presente cuestión. Yo creo que
muy pocos, si es que algunos, pretenden que esta justicia se
nos impute. El que cree en la doctrina de la imputación
entiende, principalmente, si no únicamente, que se refiere a
su justicia humana.
2. La justicia humana de Cristo pertenece a su
naturaleza humana, puesto que él es el mediador entre Dios
y los hombres, Jesucristo hombre.19 Esta puede ser interna
o externa. Su justicia interna es la imagen de Dios20
estampada en cada poder y facultad de su alma. Es una
copia de su justicia divina, en cuanto puede ser impartida a
un espíritu humano. Es una copia de la pureza, la justicia, la
misericordia y la verdad divinas. Incluye amor, reverencia y
sumisión a su Padre; humildad, mansedumbre y modestia;
amor a la humanidad y todos los otros atributos santos y
celestiales en su más alto grado, sin defecto o mezcla de
injusticia.
3. La más pequeña parte de su justicia externa fue
que no hizo nada malo, que no conoció pecado de ninguna
clase, que no se halló engaño en su boca;21 que nunca dijo
una palabra impropia o cometió una mala acción. Hasta aquí
es solamente una justicia negativa, pero una justicia que
nunca nadie, nacido de mujer, ha poseído, excepto nuestro
18 Jn. 10.30.
19 1 Ti. 2.5.
20 Gn. 1.27; 9.6; 2 Co. 4.4.
21 1 Pe. 2.22.
398 Señor, justicia nuestra
Salvador. Pero su justicia externa fue positiva también. El
hizo todas las cosas bien.22 En cada palabra de su boca, en
cada obra de sus manos, hizo precisamente la voluntad del
que lo envió.23 En todo el transcurso de su vida hizo la
voluntad de Dios en la tierra como los ángeles la hacen en el
cielo. Todo lo que hizo y habló fue perfecto en todas las
circunstancias. Su obediencia fue perfecta en su totalidad y
en cada una de sus partes. El cumplió toda justicia.24
4. Pero su obediencia implicaba más que todo esto.
Implicaba no únicamente hacer, sino sufrir. Sufrir la
completa voluntad de Dios a partir del tiempo de su venida
al mundo hasta el momento en que llevó el mismo nuestros
pecados en su cuerpo sobre el madero,25 hasta que
haciendo completa expiación por ellos habiendo inclinado la
cabeza, entregó el espíritu.26 Esta es generalmente llamada
la justicia pasiva de Cristo; la anterior, su justicia activa.
Pero así como la justicia activa y pasiva de Cristo nunca se
separaron, tampoco nosotros debemos separarlas ahora ni
en nuestras palabras ni en nuestro pensamiento. Es en
referencia a éstas dos, juntamente, por lo que Jesús es
llamado «Señor, justicia nuestra».27
II. Pero, ¿cuándo puede uno de nosotros decir
verdaderamente: Señor, justicia nuestra? En otras palabras,
¿cuándo y en qué sentido la justicia de Cristo nos es
imputada?
22 Mc.7.37.
23 Jn. 4.34; 6.38.
24 Mt. 3.15.
25 1 Pe. 2.24.
26 Jn. 19.30.
27 Jer. 33.16.
Sermón 20 399
1. Busca por todo el mundo y descubrirás que los
humanos son creyentes o incrédulos. El primer punto que
no admite discusión es, entonces: la justicia de Cristo es
imputada a todos los creyentes y no a los incrédulos.
Pero, ¿cuándo es imputada? Cuando creen. En ese
mismo momento poseen la justicia de Cristo. Es imputada a
todo aquél que cree, tan pronto como cree. La fe y la justicia
de Cristo son inseparables, porque quien cree de acuerdo
con las Escrituras, cree en la justicia de Cristo. No existe
una fe verdadera, esto es, una fe que justifica, que no tenga
por fin la justicia de Cristo.
2. Es cierto, no todos los creyentes se expresan de la
misma manera; no usan el mismo lenguaje. No es de
esperarse que lo hagan, ni lo podemos requerir
razonablemente de ellos. Mil circunstancias pueden hacerles
variar uno del otro en su manera de expresión. Pero una
diferencia de expresión no implica necesariamente una
diferencia de opinión. Diferentes personas pueden usar
diferentes expresiones y, sin embargo, decir una misma
cosa. No hay nada más común que esto, aunque muy raras
veces lo admitimos. No es fácil para la misma persona,
cuando habla de la misma cosa después de un tiempo
considerable, usar exactamente las mismas expresiones,
aunque retenga las mismas opiniones. Entonces, ¿cómo
podemos ser rigurosos al requerir que otros usen
exactamente las mismas expresiones que nosotros?
3. Podemos ir todavía un paso más adelante. Otros
pueden diferir de nosotros en sus opiniones y en sus
expresiones y, sin embargo, participar con nosotros de la
misma preciosa fe. Es posible que no tengan una clara
aprehensión de la bendición de que están gozando; sus ideas
pueden no ser muy claras y, sin embargo, su experiencia
400 Señor, justicia nuestra
puede ser tan válida como la nuestra. Hay una gran
diferencia en lo que concierne a las facultades naturales del
ser humano, y a su comprensión en particular. Esta
diferencia aumenta en una forma notable de acuerdo con su
educación. En verdad, solamente esto puede ser causa de
una notable diferencia en relación con varias clases de
opiniones. ¿Por qué no pasa lo mismo con todos? Aun más,
aunque sus opiniones y sus expresiones pueden ser
confusas e incorrectas, sus corazones pueden fundirse con
Dios por medio del Hijo de su amor y estar verdaderamente
interesados en su justicia.28
4. Concedamos, pues, a los demás todo aquello que,
si estuviéramos en su lugar, desearíamos que se nos
concediera. ¿Quién ignora, repito, el tremendo poder de la
educación? ¿Cómo podemos esperar que un miembro de la
iglesia romana, por ejemplo, piense o hable claramente sobre
este particular? Y, sin embargo, si hubiéramos oído a
Belarmino contestar en su lecho de muerte a la pregunta:
«¿A qué santo te acoges?»: Fidere meritis Christi
tutissimum (lo más seguro es confiar en los méritos de
Cristo), ¿habríamos afirmado que, a pesar de sus opiniones
erróneas, no tenía parte en su justicia?
5. ¿En qué sentido es esta justicia imputada a los
creyentes? En éste: todos los creyentes son perdonados y
aceptados. No en virtud de alguna cosa que haya en ellos, o
que hayan hecho, o puedan hacer jamás, sino únicamente
por lo que Cristo ha hecho y padecido por ellos. No en
virtud de cualquier cosa que haya en ellos, repito, o que
hayan hecho, de su propia justicia u obras. Nos salvó, no
por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino
28 Esto es lo que Wesley quería decir al recomendar un «espíritu católico» en
el diálogo teológico. Véase el sermón 39, y también el sermón 7, I.6.
Sermón 20 401
por su misericordia.29 Por gracia sois salvos por medio de
la fe ... no por obras, para que nadie se gloríe;30 única y
solamente en virtud de lo que Cristo ha hecho y sufrido por
nosotros. Somos justificados gratuitamente por su gracia,
mediante la redención que es en Cristo Jesús.31 Este no es
únicamente el medio de obtener el favor de Dios, sino de
continuar en él. Esta es la manera en que primero venimos a
él y es la misma en que venimos a él después. Caminamos
en el único y el mismo camino nuevo y vivo32 hasta que
nuestro espíritu vuelve a Dios.
6. Esta es la doctrina que he creído y enseñado por
cerca de veintiocho años. Lo anuncié a todo el mundo en el
año 1738, y diez o doce veces desde entonces, en estas o
semejantes palabras, resumidas de las Homilías33 de nuestra
iglesia:
«Estas cosas deben ir necesariamente unidas en
nuestra justificación: de parte de Dios, su gran misericordia
y gracia; de parte de Cristo, la satisfacción de la justicia de
Dios; y de nuestra parte, fe en los méritos de Cristo. De
manera que la gracia de Dios no elimina la justicia de Dios
en nuestra justificación, sino únicamente la justicia humana
en cuanto al merecimiento de nuestra justificación.
«Que somos justificados por la fe únicamente quiere
decir, con toda franqueza, que nuestras obras no tienen
29 Tit. 3.5.28-9
30 Ef. 2.8-9
31 Ro. 3.24.
32 He. 10.20.
33 A fin de producir cierta uniformidad doctrinal, y de ayudar a los
predicadores menos cultos, la Iglesia de Inglaterra publicó en 1547 una
colección de Doce homilías, y luego en 1571 otra colección de Veintiuna
homilías. Estas Homilías tenían autoridad doctrinal en la Iglesia de Inglaterra,
y Wesley mismo publicó un resumen de ellas. Lo que sigue son dos citas de
ellas.
402 Señor, justicia nuestra
ningún mérito. El mérito y el merecimiento se atribuyen
únicamente a Cristo. Nuestra justificación viene
gratuitamente de la pura misericordia de Dios. Porque
mientras todo el mundo no pudo pagar ni siquiera una parte
de nuestro rescate, le plugo a él, sin ningún merecimiento de
nuestra parte, preparar para nosotros el cuerpo y la sangre
de Cristo, por medio de los cuales nuestro rescate pudiera
ser pagado y su justicia satisfecha. Por tanto, Cristo es
ahora la justicia de todos los que verdaderamente creen en
él.»
7. Los himnos, publicados uno o dos años después
de esto, y desde entonces publicados nuevamente varias
veces (testimonio claro de que no he cambiado de opinión)
hablan poderosamente de las mismas ideas. Citar todos los
pasajes que se refieren a esto equivaldría a copiar gran parte
de los himnarios. Tomemos uno, sin embargo, que se volvió
a publicar hace siete años, de nuevo hace cinco años,
nuevamente hace dos años y, finalmente, hace algunos
meses:
Jesús, tu sangre y tu justicia
Son mi belleza y ropaje glorioso.
Así vestido, por flamantes mundos
Mi cabeza levantaré gozoso.34
Todo el himno expresa la misma idea de principio a fin.
8. En el sermón sobre la justificación, publicado hace
diecinueve años y, posteriormente, hace siete u ocho años,
expresé el mismo pensamiento en las siguientes palabras:
«Considerando que el Hijo de Dios ha "gustado la
muerte por todos,"35 Dios ahora ha "reconciliado consigo al
34 Himno de Zinzendorf, traducido del alemán por Juan Wesley en Hymns and
Sacred Poems (1740), p. 177.
35 He. 2.9.
Sermón 20 403
mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus
pecados.36 Entonces, debido a su amado Hijo, a lo que ha
hecho y sufrido por nosotros, Dios ahora nos otorga, bajo
una sola condición (que él mismo nos capacita a cumplir)
perdonar tanto el castigo que merecen nuestros pecados,
como reconciliarnos en su gracia y restaurar nuestras almas
muertas a la vida espiritual, como arras de la vida eterna.»37
9. Esto se expresa más ampliamente y con más
detalle en el tratado sobre la justificación que publiqué el
año pasado:
«Si entendemos que el imputar la justicia de Cristo
significa conferir, como quien dice, esa justicia incluyendo
su obediencia, tanto activa como pasiva, en sus resultados,
es decir, los privilegios, bendiciones y beneficios que ha
comprado, entonces se puede decir que el creyente es
justificado por la justicia de Cristo que se le imputa. Esto
quiere decir que Dios justifica al creyente a causa de la
justicia de Cristo y no por su propia justicia. Calvino
declara: "Cristo, por medio de su obediencia, obtuvo y
mereció para nosotros gracia y favor para con Dios el
Padre."38 En otra parte dice: "Cristo, por su obediencia,
procuró o compró la justicia para nosotros."39 Calvino
todavía añade: "Todas estas expresiones—que somos
justificados por la gracia de Dios, que Cristo es nuestra
justicia, que la justificación nos fue concedida por la muerte
y resurrección de Cristo—significan lo mismo."40 Es decir,
que la justicia de Cristo, tanto su justicia activa como
36 2 Co. 5.19.
37 Sermón 5.I.8.
38 Inst. I.ii.17.
39 Inst. III.xiv.17.
40 Com. sobre Gá., 3.6.
404 Señor, justicia nuestra
pasiva, es la causa meritoria de nuestra justificación y ha
obtenido de Dios que al creer se nos considere justos.
10. Tal vez alguien objetará: «Bien, pero ustedes
afirman que la fe se nos es contada por justicia.41 San Pablo
lo afirma una y otra vez. Entonces yo también lo afirmo. La
fe le es imputada por justicia a todo creyente. Es decir, fe en
la justicia de Cristo. Esto es exactamente lo que hemos
dicho antes. Con tal expresión no quiero decir ni más ni
menos que nosotros somos justificados por la fe, no por
obras;42 o que el creyente es perdonado y aceptado
simplemente en virtud de lo que Cristo hizo y sufrió.
11. Pero, ¿el creyente no es investido o revestido
con la justicia de Cristo? Indudablemente. Por tal razón, las
palabras mencionadas con anterioridad expresan el
sentimiento en el corazón de cada creyente:
Jesús, tu sangre y tu justicia
Son mi belleza y ropaje glorioso.
Es decir, en virtud de tu justicia activa y pasiva yo soy
perdonado y aceptado por Dios.
¿Pero, no debemos despojarnos de los sucios
harapos de nuestra propia justicia43 antes de que podamos
vestirnos con la justicia sin mancha de Cristo? Por cierto,
debemos hacerlo. En términos claros, debemos
arrepentirnos antes de que podamos creer el evangelio.44
Debemos cortar nuestra confianza en nosotros mismos
antes de poder depender verdaderamente de Cristo.
Debemos abandonar toda nuestra confianza en nuestra
propia justicia porque de otra manera no podremos confiar
41 Ro. 4.22.
42 Gá. 2.16.
43 Is. 64.6.
44 Mc. 1.15.
Sermón 20 405
verdaderamente en la de Cristo. Hasta que no nos libremos
de confiar en lo que nosotros hacemos, no podremos confiar
completamente en lo que él ha hecho y sufrido por
nosotros. Primero, tuvimos en nosotros mismos sentencia
de muerte;45 luego, confiamos en él que vivió y murió por
nosotros.
12. Pero, «¿no cree usted en la justicia inherente?»
Sí, en su lugar correcto. No como la base, sino como el fruto
de ser aceptados por Dios. No en lugar de la justicia
imputada, sino como consecuencia de ella. Es decir, yo creo
que Dios implanta la justicia en cada uno en cuyo corazón la
ha imputado. Yo creo que Jesucristo nos ha sido hecho
santificación46 y justificación. O sea, que Dios santifica, así
como también justifica, a todos los que creen en él. Aquéllos
a quienes la justicia de Cristo les es imputada son hechos
justos por el espíritu de Cristo, son renovados a la imagen
de Dios: creados según Dios en la justicia y santidad de la
verdad.47
13. Pero, «¿no sustituye usted la fe en lugar de
Cristo o su justicia?» De ninguna manera. Yo hago todo el
esfuerzo posible por poner a cada una en su propio lugar.
La justicia de Cristo es el completo y único fundamento de
toda nuestra esperanza. Es por medio de la fe que el
Espíritu Santo nos capacita para construir sobre este
fundamento. Dios concede esta fe. En ese mismo momento
somos aceptados por Dios, pero no debido a esta fe, sino a
lo que Cristo ha hecho y sufrido por nosotros. Como puede
verse, cada una de estas cosas tiene su propio lugar y
ninguna está reñida con la otra: creemos, amamos; nos
45 2 Co. 1.9.
46 1 Co. 1.30.
47 Ef. 4.24.
406 Señor, justicia nuestra
esforzamos por caminar en todos los mandamientos del
Señor sin mancha.48 Y, sin embargo:
Mientras vivimos aquí
De nosotros nos olvidamos;
Y luego nos refugiamos
En la justicia de Jesús.
Nuestra base es su pasión,
El perdón reclamamos
Y la entera redención
En el nombre de Jesús.49
14. Por lo tanto, no niego la justicia de Cristo como
no niego su divinidad. Nadie puede acusarme de negar la
primera, como no me puede acusar de negar la segunda.
Tampoco niego la justicia imputada. Esta es otra malévola e
injusta acusación. Yo siempre afirmé, y continúo
haciéndolo, que la justicia de Cristo es imputada a todo
creyente. ¿Quién lo puede negar? Todos los infieles,
bautizados o no; todos los que afirman que el glorioso
evangelio de nuestro Señor Jesucristo50 no es sino una
fábula astutamente elaborada. Todos los socinianos y
arrianos,51 todos los que niegan la divinidad del Señor que
les rescató. Como consecuencia se desprende que niegan su
divina justicia, porque creen que él no es sino una criatura
humana. También niegan que su justicia humana sea
48 Lc. 1.6.
49 Carlos Wesley en Hymns and sacred poems (1749).
50 2 Co. 4.4.
51 Los seguidores de Lelio (1525-67) y Fausto Socino (1539-1604), quienes
rechazaban la ortodoxia trinitaria, y enseñaban una cristología unitaria y una
soteriología moralista. Fueron apodados «arrianos» por sus críticos
ortodoxos, aunque ellos mismos rechazaban tal apodo.
Sermón 20 407
imputada a los humanos porque creen que cada persona es
aceptada por su propia justicia.
La justicia humana de Cristo, al menos su
imputación como la completa y única causa meritoria de la
justificación del pecador delante de Dios, también es negada
por los miembros de la iglesia de Roma—o al menos por
todos los que son consecuentes con sus principios. Sin
duda, hay muchos entre ellos cuya experiencia va más allá
que sus principios, quienes, aunque están lejos de
expresarse correctamente, sin embargo, sienten algo que no
pueden expresar. Aunque su concepto de esta gran verdad
sea tan crudo como sus expresiones, sin embargo creen en
sus corazones. Descansan solamente en Cristo, tanto para
su presente como para su eterna salvación.52
16. Con éstos podemos contar también a aquéllos
que en la iglesia reformada son generalmente llamados
místicos. Uno de sus principales líderes en el presente siglo
(al menos en Inglaterra) fue el Sr. Law.53 Es bien sabido que
niega absoluta y celosamente, junto con Robert Barclay,
quien no tiene escrúpulos al decir: «¡Justicia imputada,
tontería imputada¡» Los cuáqueros mantienen el mismo
punto de vista. La generalidad de los que profesan ser
miembros de la Iglesia de Inglaterra ignoran completamente
este asunto de la justicia imputada o la niegan junto con la
justificación por la fe como perjudicial para las buenas
obras. A estos podemos añadir un número considerable de
personas vulgarmente llamadas anabaptistas, junto con
millares de presbiterianos e independientes, recientemente
iluminados por los escritos del Dr. Taylor.54 Sobre estos
52 Ro. 10.10.
53 William Law había muerto recientemente (1761).
54 El Dr. John Taylor, de Norwich, que se inclinaba al unitarianismo.
408 Señor, justicia nuestra
escritos no estableceré ningún juicio. Lo dejo para quien los
escribió. Pero, ¿alguien puede atreverse a afirmar que todos
los místicos (como fue Mr. Law en particular), todos los
cuáqueros, todos los presbiterianos o independientes y
todos los miembros de la Iglesia de Inglaterra que no tienen
una idea clara de sus opiniones o expresiones, carecen de
una experiencia cristiana? ¿Que, consecuentemente,
permanecen en un estado de condenación, sin esperanza y
sin Dios en el mundo?55 No importa lo confusas que sean
sus ideas o lo impropio de su lenguaje, ¿no puede haber
muchos de ellos cuyo corazón es recto en la presencia de
Dios y que conocen verdaderamente a «Señor, justicia
nuestra»?
17. Bendito sea Dios, nosotros no estamos entre los
confundidos en sus conceptos y expresiones. No negamos
ni la frase ni su contenido, pero no queremos imponerla a
las demás personas. Permitámosles usar ya sea ésta o
cualesquiera otras expresiones, las que crean que van más de
acuerdo con las Escrituras, con tal que su corazón descanse
únicamente en lo que Cristo ha hecho y sufrido para
concederles perdón, gracia y gloria. Yo no puedo expresar
esta idea mejor que en las palabras del Sr. Harvey, dignas de
ser escritas con letras de oro: «No insistimos en el uso de tal
o cual frase, sino sólo en que las personas se humillen como
criminales arrepentidos y se arrojen a los pies de Cristo; que
confíen verdaderamente en sus méritos e indudablemente se
encontrarán en el camino de la bendita inmortalidad».56
18. ¿Hay alguna necesidad, alguna posibilidad de
decir algo más? Mantengamos simplemente esta declaración
55 Ef. 2.12.
56 James Harvey, Theron and Aspasio, Dial. II (4th edn., 1761), I.55.
Sermón 20 409
y todas las discusiones acerca de esta o aquella frase en
particular serán cortadas de raíz. Estemos firmes en esto:
«Todos aquéllos que se humillen como criminales
arrepentidos a los pies de Cristo y descansen devotamente
en sus méritos están en el camino de la bendita
inmortalidad». ¿Hay lugar para disputar? ¿Quién niega esto?
¿No nos unimos todos en este punto? Entonces, ¿sobre qué
podemos disputar? Un hombre de paz propone aquí
términos de reconciliación a todos los grupos en conflicto.
No deseamos otra cosa. Aceptamos los términos. Los
aceptamos con todo nuestro corazón y todas nuestras
fuerzas. ¡Marquen como un enemigo a cualquiera que se
niegue a hacerlo! Es un enemigo de la paz y perturbador de
Israel,57 un perturbador de la iglesia de Dios.
19. Mientras tanto, lo que tememos es esto: que
alguno use la frase «la justicia de Cristo» o «la justicia de
Cristo me es imputada» para cubrir su propia injusticia.
Sabemos que se ha hecho tal cosa miles de veces. Un
hombre es reprendido, supongamos, por su borrachera.
«Ah, sí», dice, «yo no pretendo tener ninguna justicia
propia, Cristo es mi justificación». A otro se le ha dicho que
los extorsionadores y los injustos no heredarán el reino de
Dios.58 A lo que responde con el mayor aplomo: «Yo soy
injusto en mí mismo, pero tengo una inmaculada justicia en
Cristo». De esta manera, aunque una persona se encuentre
tan lejos de la práctica como del espíritu del cristiano,
aunque no tenga el sentir que hubo también en Cristo59 y
que de ninguna manera ande como él anduvo, se cree estar
57 1 Cr. 2.7.
58 1 Co. 6.9-10.
59 Fil. 2.5.
410 Señor, justicia nuestra
bien protegido contra toda convicción en lo que él llama «la
justicia de Cristo».
20. Tantos y tan deplorables ejemplos como éstos
nos obligan a usar estas expresiones con el mayor cuidado.
No puedo menos que llamar la atención de todos los que las
usan con frecuencia y rogarles, en el nombre de Dios
nuestro Salvador—a quien pertenecen y a quien
sirven—que protejan cuidadosamente a todos los que los
escuchan, de este infeliz abuso. Prevénganlos (pudiera ser
que los escucharan) en contra de la idea de que
perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde.60
Prevénganlos en contra de hacer de Cristo ministro de
pecado.61 Acerca de invalidar el solemne decreto de Dios:
«Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie
verá al Señor»62 por la vana imaginación de ser santos en
Cristo. ¡Oh, prevénganlos de que si permanecen en la
injusticia, la justicia de Cristo no les aprovechará en nada!
Clamad en alta voz: es necesario, que precisamente por esta
razón la justicia de Cristo nos sea imputada, para que la
justicia de la ley se cumpliese en nosotros63 y para que
vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente.64
Resta únicamente hacer una breve y clara aplicación.
Me dirijo, en primer lugar, a todos los que se oponen con
violencia a estas expresiones y están listos a condenar a
todos los que las usan, llamándolos antinomianos. Pero, ¿no
equivale esto a doblar demasiado el arco en sentido
contrario? ¿Por qué condenar a los que no hablan
60 Ro. 6.1.
61 Gá. 2.17.
62 He.12.14
63 Ro. 8.4.
64 Tit. 2.12.
Sermón 20 411
exactamente como ustedes? ¿Por qué disputar con quienes
usan las frases que prefieren? No han de disputar ellos con
ustedes porque se toman la misma libertad? O si ellos
disputan con ustedes por esta razón, no imiten la
intolerancia que critican en ellos. Por lo menos, permítanles
la libertad que ellos debieran permitirles a ustedes. Y, ¿por
qué deben enojarse simplemente por una expresión? Dicen:
«se ha abusado de ella tanto». ¿De qué expresión no se ha
abusado? De cualquier manera, el abuso puede evitarse
reteniendo el buen uso. Sobre todo, asegúrense de retener el
importante sentido que se esconde en esta expresión. Todas
las bendiciones que disfruto, todo lo que espero en este
tiempo y en la eternidad, me ha sido dado total y
únicamente debido a lo que Cristo hizo y sufrió por mí.
En segundo lugar, dirigiré unas cuantas palabras a
quienes se gozan usando estas expresiones. Permítanme
preguntar: ¿No concedo bastante? ¿Qué más puede desear
cualquier persona razonable? Concedo todo el sentido de lo
que sostienen: que gozamos toda clase de bendiciones por
medio de la justicia de Dios nuestro Salvador.65 Les permito
que usen las expresiones que deseen, una y mil veces, con
tal que procuren evitar su nefasto abuso, que tanto ustedes
como yo deseamos evitar. Yo mismo uso frecuentemente la
expresión en cuestión: «justicia imputada» y
frecuentemente pongo ésta o alguna otra expresión
semejante, en la boca de toda una congregación. Pero
permítanme libertad de conciencia en esto; permítanme el
derecho del juicio privado.66 Permítanme usarlo tan
frecuentemente como lo crea conveniente, en lugar de otra
65 2 Pe.1.1.
66 Gá. 6.2.
412 Señor, justicia nuestra
expresión. Y no se disgusten conmigo si juzgo conveniente
no usar la misma frase cada dos minutos. Ustedes lo pueden
hacer si lo desean, pero no me condenen si yo no lo hago.
No me consideren papista por esta razón, o enemigo de la
justicia de Cristo. Ténganme paciencia, como yo la tengo
con ustedes. ¿De qué otra manera se puede cumplir la ley de
Cristo?67 No hagan aspavientos, como si yo estuviera
derrumbando los cimientos del cristianismo. Cualquiera que
haga esto me hará una gran injusticia. ¡Que el Señor no se lo
tome en cuenta!68 Yo pongo, y lo he hecho por varios años,
el mismo fundamento con ustedes. En verdad: nadie puede
poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es
Jesucristo.69 Lo mismo que ustedes, sobre este fundamento
yo edifico, por la fe, santidad interior y exterior. Por lo
tanto, no se disgusten o se indispongan; no se vuelvan
esquivos o fríos de corazón. Si existe una diferencia de
opinión, ¿en dónde está nuestra religión si no podemos
pensar y dejar pensar? ¿Qué impide que me perdonen con la
misma facilidad con que yo les perdono? ¿Cuánto más, ya
que se trata simplemente de una diferencia de expresión?
Realmente, no es ni siquiera eso. Toda la discusión tiene que
ver únicamente con el asunto de si una forma de expresión
en particular debe usarse con mayor o menor frecuencia.
¡Debemos estar muy ansiosos de disputar unos con otros
cuando tal es el tema de discusión! ¡Oh, no les demos razón
de blasfemar70 a nuestros enemigos por un asunto tan
pequeño! Al contrario, evitemos la ocasión a los que la
67 Gá. 6.2.
68 Hch. 7.60.
69 1 Co. 3.11.
70 2 S. 12.14.
Sermón 20 413
buscan.71 Unamos nuestros corazones y nuestras manos
(Oh, ¿por qué no lo hemos hecho antes?) en el servicio de
nuestro gran Maestro. Puesto que tenemos un Señor, una fe,
un bautismo,72 fortalezcámonos mutuamente en Dios y
declaremos con un corazón y una boca a todo el género
humano: «¡Señor, justicia nuestra!».
71 2 Co. 11.12.
72 Ef. 4.4-5.